Hace apenas 15 años, los debates sobre el panorama mediático en el Mediterráneo se ceñían a la hegemonía de los medios norteamericanos y apuntaban la escasa entidad de los de Oriente Próximo y el Magreb. Desde entonces, los cambios en este ámbito se han sucedido y acelerado también en la ribera sur y este del Mediterráneo: irrupción de cadenas de noticias por satélite, nuevos contenidos de entretenimiento televisivo, despliegue de Internet y gran desarrollo de su potencial (medios digitales, blogs, redes sociales…), junto a la incorporación de la telefonía móvil inteligente. Este nuevo panorama mediático ha puesto a prueba las estructuras y políticas con las que los gobiernos de la región controlaban tradicionalmente la información, publicada en medios impresos y difundida por canales de televisión estatales.
Han debido afrontar la pérdida de “un público cautivo”, asumir la entrada de competencia en su paisaje comunicativo y desarrollar nuevos métodos de regulación. Muchos han visto en los nuevos contenidos televisivos y en Internet, los medios de comunicación que finalmente conseguirían crear, en el mundo árabe, aunque fuera de modo incipiente, aquel espacio de libertad para el diálogo, el intercambio de ideas y la movilización que podía conllevar cambios políticos y sociales tendentes a la democratización. No hay que menospreciar los datos esperanzadores que apuntan en esta dirección. Las cadenas de televisión por satélite han acercado a las audiencias las ideas del ciudadano medio árabe, y no sólo la de los representantes gubernamentales, y han promovido la participación en debates mediante llamadas en directo o votaciones.
Tanto el nuevo estilo de estas cadenas, como el mayor acceso a Internet o diversos programas de formación promovidos por Estados Unidos y la Unión Europea, han permitido elevar los niveles de profesionalidad de los periodistas de la región. Los programas de telerrealidad, adaptados del modelo europeo o norteamericano a los gustos y umbrales de tolerancia árabes, han cautivado a amplias audiencias y han abierto otro espacio de diálogo para escuchar la diversidad de opiniones o debatir temas tabúes. La creciente influencia de blogs o el hecho de que el índice de crecimiento de los usuarios de Internet en árabe sea el más alto del conjunto de las 10 primeras lenguas de la red (2.064% entre 2000 y 2008) son un reflejo de que cada vez más ciudadanos pueden hacer oír su voz en la esfera pública como nunca antes habrían soñado. Sin embargo, la tasa de penetración de Internet en el mundo árabe superaba por poco el 14% en 2009 (en España es del 62%) y hay todavía menos contenidos en árabe en Wikipedia que, por ejemplo, en catalán. Por tanto, sigue siendo un espacio marginal como catalizador de libertad de expresión y de acción política.
A ello hay que añadir unas altas tasas de analfabetismo, un excesivo precio del uso de Internet y unas medidas represivas de la libertad de expresión de estos países, que en los últimos años han tenido a célebres bloggers en su punto de mira. Además, mientras los medios de comunicación extranjeros han conseguido actuar con cierta libertad de movimientos, los gobiernos continúan ejerciendo un férreo control sobre los medios locales, manteniendo la propiedad de canales de televisión y radio, aplicando duras leyes de libertad de información a los periodistas o usando a su antojo su privilegiada posición de principal anunciante en un mercado publicitario muy endeble. Todo ello invita a ser cauto respecto a la capacidad de los nuevos medios de comunicación para promover cambios de calado en el ámbito político, cultural y social.
Es cierto que la presión que ejercen una generación de periodistas más profesionalizados y unos ciudadanos activos a través de blogs, redes sociales, móviles…, está empujando las habituales líneas rojas fijadas por los Estados y por los guardianes de ciertos valores sociales y culturales tradicionales. Pero el verdadero cambio hacia un modelo de comunicación más competitivo y con mayor libertad de expresión sólo llegará si se dan otros factores, como una mayor liberalización y desregulación de sus mercados.