El 25 de junio de 2012, el candidato islamista Mohamed Morsi fue declarado vencedor de las elecciones presidenciales egipcias. Por primera vez el país tendrá un presidente de la República no militar, y por primera vez los Hermanos Musulmanes, el movimiento político islamista nacido en 1928, accederá al máximo puesto de responsabilidad y representación política en un país árabe. Su victoria, con el 52 por cien de los sufragios y 933.000 votos más que su oponente Ahmed Shafiq, representa un paso adelante en la difícil y tortuosa transición democrática egipcia; un hito en la historia política árabe.
Sin embargo, aunque la democracia ha ganado y los ciudadanos egipcios van a tener el candidato que han escogido en unas elecciones abiertas, no todo son buenas noticias en el país más poblado del norte de África. La primera mala noticia es que los resultados electorales llegaron tres días después de lo previsto entre rumores de resultados “negociados”, de fraude electoral y de preocupadas advertencias internacionales. Los Hermanos Musulmanes movilizaron a sus seguidores y llenaron la plaza Tahrir.
El ejército consideró estas manifestaciones como una coacción inaceptable. La segunda es que la revolución no ha ganado las elecciones ni podía ganarlas. Ninguno de los dos candidatos de la segunda vuelta apoyó la revolución en las determinantes semanas que precedieron a la salida de Mubarak. Los Hermanos Musulmanes se subieron al tren revolucionario el 28 de enero de 2011, cuando su empuje era ya infrenable y la situación del rais insostenible. El Movimiento 6 de Abril, uno de los auténticos impulsores de la revolución, nunca tuvo un líder y el único punto de su programa era la salida del dictador. En 18 meses no ha sido capaz de constituir un movimiento político coherente para presentarse a unas elecciones con posibilidades de éxito. La tercera mala noticia es que el ejército sigue y quiere seguir al mando.
Días antes, enfrentados a la más que probable victoria de Morsi, el Tribunal Constitucional hacía pública la sentencia sobre la disolución de las dos cámaras legislativas. Ello permitía a los militares emitir una nueva declaración constitucional que les otorgaba amplios poderes. En efecto, el 14 de junio, el Alto Tribunal Constitucional declaró ilegales las elecciones legislativas celebradas a finales de 2011 y comienzos de 2012. El Parlamento, con una aplastante mayoría islamista, quedaba disuelto por jueces nombrados por Mubarak. Tres días después, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF en sus siglas en inglés), corregía su propia declaración constitucional para arrogarse nuevas prerrogativas y competencias. Entre ellas, la continuidad del mariscal Al Tantawi al frente del SCAF, evitando así que el nuevo presidente de la República elegido por las urnas dirija el más alto organismo del ejército. Además, se otorga la posibilidad de nombrar una Asamblea Constituyente y la opción de recurrir artículos de la nueva Constitución que vayan en contra de los principios revolucionarios o de previas constituciones.
Es decir, en la práctica, se otorga la facultad de impedir que la carta magna consagre toda deriva islamista o todo intento de control civil del ejército. La prensa internacional tildaba estas medidas de golpe de Estado “soft”. Después de más de año y medio, las fuerzas políticas y fácticas del país siguen sin ponerse de acuerdo sobre una hoja de ruta para la transición democrática. Contrariamente a lo que sucede en Túnez, la transición egipcia no ha sido capaz de elaborar un calendario. La lucha por el poder se desarrolla sin que las reglas del juego ni los plazos para fijarlas se hayan acordado.
Los Hermanos tienen en sus manos la más alta magistratura del Estado; constituyen, a partir de ahora, un auténtico contrapoder frente a las fuerzas armadas, pero la Constitución está por redactar y los poderes del presidente frente al legislativo, al judicial y al ejército están por delimitar. En las próximas semanas el ejército y la Hermandad deberán ponerse de acuerdo sobre quién y cómo elegir una Asamblea Constitucional. Es la siguiente batalla política de la que el campo revolucionario parece excluido. Egipto vuelve a la casilla de salida de una transición titubeante.