Una tradición que se debe tomar en serio

Si el poder argelino quiere establecer una relación sana con la sociedad y encontrar una solución a la cuestión cabil, debería tener en cuenta la tradición política de la sociedad no urbana.

Hugh Roberts

Hoy en día, una parte de los orígenes del particularismo político de Cabilia proviene del pasado colonial, pero no es ni mucho menos un simple reflejo o producto de la especificidad de sus estructuras tradicionales. La marginalización política de la región –y, por tanto, el desprecio del que parece ser objeto por parte del poder en Argel– desde la legalización en 1989 de los partidos cabiles, cuya acción encorsetada dentro de una oposición impotente en la que la competencia es estéril tuvo tendencia a recluir en guetos a los cabiles, son las razones fundamentales del malestar y de la animadversión política que allí reinan actualmente.

Dicho esto, no hay duda de que todas las manifestaciones de la disidencia política cabil desde la independencia de Argelia en 1962 –la rebelión del Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) en 1963-65, la Primavera Bereber de 1980, la lucha por el reconocimiento de la identidad, las revueltas de 2001 y el movimiento contestatario dirigido por las supuestas “Coordinaciones” en 2001-04 en respuesta a las matanzas perpetradas por la policía contra unos jóvenes agitadores desarmados– se inspiraron en las tradiciones políticas que se remontan a la época precolonial. Los etnólogos franceses del siglo XIX –Adolphe Hanoteau, Aristide Letourneux y Emile Masqueray– describieron la organización política de Cabilia tal y como era en el momento de la conquista, pero no fueron capaces de explicar ni su lógica ni su génesis.

Así, el vacío que dejaron se colmó rápidamente con el “mito cabil”, una mezcla de las tesis de tendencia racista que enfrentaban a los “bereberes” y a los “árabes” y que explicaban la organización cabil como un simple producto del “genio bereber”, cuando de hecho era fruto, por una parte, de los aspectos específicos de la ecología, la economía y la sociedad montañesa de Cabilia y, por otra, de un largo proceso histórico de relaciones intensas y complejas, y no sólo conflictivas, con el Protectorado otomano. La aparición de la tesis de la segmentación en los estudios antropológicos no ha hecho más que aumentar la confusión.

La tesis la desarrolló el británico Edward Evans-Pritchard en sus estudios sobre los nuers del Sudán británico y los beduinos de Cirenaica, y fue aplicada después a los bereberes del Alto Atlas Central marroquí por Ernest Gellner, cuyos trabajos conquistaron rápidamente a los especialistas franceses en estudios magrebíes. Asimismo, esa teoría daba por sentada la ausencia de cualquier institución política en las tribus del Atlas y explicaba la existencia de un determinado orden político mediante un juego de “segmentos” en cada nivel de la organización social. Así, cada tribu se segmentaba en clanes, cada clan en linajes, cada linaje en hogares (podía haber más de tres niveles), y en cada nivel, los “segmentos” –en este caso, siempre grupos familiares– que no eran muy numerosos y cuyo tamaño era más o menos similar, establecían un equilibrio entre ellos con la ayuda del buen hacer de los morabitos, siempre dispuestos a intervenir como mediadores y a arreglar los problemas en nombre de la fe común que cimenta la comunidad.

Resurgimiento sonado durante el movimiento de 2001

Como se ha visto, una de las premisas básicas de esa teoría era la ausencia total de instituciones políticas en las poblaciones afectadas. Ahora bien, como decían Hanoteau, Letourneux y Masqueray con razón, casi seguro que la Cabilia precolonial tenía instituciones políticas, aunque las maneras de pensar en boga en las universidades quisieran o no tenerlas en cuenta o pudieran dar cuenta de ellas. Gracias a esas antiguas instituciones políticas, tanto la vida pública de la Cabilia contemporánea como la de la sociedad argelina en su conjunto, siguen marcadas por la fuerza de ciertas tradiciones.

Abandonadas durante mucho tiempo, e incluso ocultadas, tanto por el discurso científico de los universitarios como por los medios de comunicación, esas tradiciones se redescubrieron a bombo y platillo en 2001 aprovechando la aparición del movimiento de las Coordinaciones, también llamado “Movimiento Ciudadano” y de los arush. A raíz de ello, se empezó a disertar a diestro y siniestro sobre el arsh y la thaymaath cabiles sin saber realmente de qué se trataba. Por una parte, se daba por supuesto que la reaparición o la reinvención del arsh significaba una regresión al “tribalismo” de antaño. Y, por otra, se insinuaba que el poner de moda otra vez la thaymaath (forma bereber de la palabra árabe yemaa, traducido por la prensa argelina, bajo la influencia del espíritu burocrático del Estado argelino contemporáneo, como “comité de pueblo”) equivalía al renacimiento de una tradición exclusivamente cabil.

No era nada de eso, ya que la tradición en cuestión no era exclusivamente cabil ni tampoco hubo un renacimiento real. Durante el periodo precolonial, casi todas las poblaciones, tanto de habla árabe como bereber, salvo las ciudades y sus alrededores inmediatos, estaban organizadas en arush (plural árabe de arsh; el plural bereber es aarsh o aarash). La palabra se traduce comúnmente por “tribu”, lo que da a entender que la organización de la sociedad estaba basada en los vínculos de parentesco. De hecho, el sentido básico de la palabra se refiere a las relaciones políticas. En árabe clásico, arsh significa “trono” y la palabra conserva ese significado hoy en día en el Mashrek.

En Argelia, el arsh tradicional era una comunidad soberana que poseía su propio territorio, tanto si esa comunidad se definía y se denominaba en función de sus vínculos de parentesco como si no. Eso da una idea de hasta qué punto el Magreb central estaba fragmentado políticamente. Ninguno de los Estados que se establecieron en él, incluido el Protectorado otomano a partir del siglo XVI, se hallaba en disposición de gobernar a las poblaciones del interior, que debían arreglárselas para gobernarse a sí mismas. Por tanto, el arsh era la mayor unidad de autogobierno que la sociedad de las montañas y de las altas llanuras podía soportar de manera duradera.

Cada arsh negociaba sus relaciones con los vecinos y, si era necesario, con el poder central, preservando a la vez su derecho soberano de impartir la ley en su casa y de controlar su territorio, que ningún extranjero podía cruzar sin la autorización de un notable local que le cubría con su anaya (literalmente “consideración”; aquí, garantía de protección). En Cabilia, muchos aarsh llevan nombres extraídos de la topografía: Ath Budrar (“la gente que vive en la montaña”), Ath Ouacif (“la gente del río”) etcétera. Pero incluso en los aarsh cuyo nombre parece conmemorar a un antepasado –Ath Yahia, Ath Mahmud, etc.– nadie supone que la población concernida esté compuesta por descendientes biológicos de ese personaje más bien mítico.

Los pueblos que constituyeron un arsh cabil estaban unidos por un acuerdo político, que se podía romper (un pueblo que cambiaba de arsh, de forma voluntaria o por la fuerza), y no por el parentesco, que encontraba su límite en un nivel mucho más inferior, el del adrum (clan) en el interior del pueblo que agrupaba normalmente a varios iderman, cada uno de los cuales tenía su propio barrio. Para gobernarse, todos los arush o aarsh de la Argelia precolonial contaban con una institución política que gozaba de una gran autoridad, a saber, la yemaa, la asamblea o consejo que reunía normalmente a los portavoces de los linajes que componían la comunidad política. La yemaa tomaba decisiones de orden político relativas a las relaciones con otras poblaciones (guerra o paz) y con el poder otomano, así como las relativas al orden interno de la comunidad.

Una forma de gobierno compleja y refinada

La originalidad política de la Cabilia radica en el hecho de que los cabiles son, con diferencia, los que desarrollaron la versión más compleja y refinada de esta forma de gobierno consuetudinaria y de que las tradiciones derivadas de la misma se mantienen en vigor hoy en día. En las regiones de hábitat disperso y en los pastores nómadas de las altas mesetas, la yemaa sólo se reunía de forma ocasional cuando había que solucionar un problema concreto.

Además, el cambio radical de las estructuras sociales tradicionales en las regiones en las que la colonización europea se adueñó de tierras, acabó con frecuencia con la organización política tradicional, mientras que ésta pudo conservarse en Cabilia que, debido a su abrupto relieve, atrajo a pocos colonos ávidos de tierras y pudo conservar su sistema territorial y las estructuras sociales que llevaba aparejadas. Ahora bien, la sociedad cabil es totalmente sedentaria y la densidad de su población sobrepasa desde hace mucho tiempo a la del resto de regiones no urbanas del norte de África, con excepción del delta del Nilo. No sólo es una sociedad aldeana –lo cual es cierto para algunas otras regiones– sino que en ella los pueblos son de un tamaño que no se encuentra en ningún otro lugar en el Magreb, salvo quizás en el Anti-Atlas marroquí.

Como los pueblos cabiles no estaban basados en un vínculo de parentesco común sino que agrupaban a grupos de parentescos diferentes, las ocasiones en las que se producían disputas, riñas, litigios… eran innumerables, lo que obligaba a la yemaa a promulgar un código de ley local muy detallado y a velar constantemente por su cumplimiento castigando las infracciones. Por consiguiente, la yemaa de un pueblo cabil era una institución que se reunía con gran frecuencia, normalmente una vez por semana, ya que siempre había pequeños problemas que resolver, litigios que zanjar y delitos que merecían una multa.

El pueblo cabil estaba pues gobernado por una reunión pública, presidida por el l-amin (“aquél en el que se confía”), al que ayudaban un ukil (secretario, que también hacía las veces de tesorero) y un aberrah (pregonero). Se reunía en su propio edificio que formaba parte de una de las arterias principales del pueblo y que, abierto en sus extremos (lo que permitía a los aldeanos asistir como observadores), estaba cubierto por un tejado de tal manera que se asemejaba a un pórtico, con bancos de piedra a ambos lados. Cada linaje estaba representado por su garante, tamen (plural: temman, del árabe damin : “garante”) elegido por el l-amin. Esta yemaa restringida, llamada thaymaath aqqal (“el consejo de los sabios”), tenía unos poderes limitados: en toda cuestión grave o excepcional, convocaba una reunión de todos los hombres adultos del pueblo.

Tenía una gran autoridad, basada en el hecho de que velaba por el orden y el interés general de la comunidad y que esta última podía identificarse con ella, ya que todos los linajes tenían a sus garantes en ella. Así, mediante esta institución, la sociedad se dotaba de una forma de gobierno sencilla pero también eficaz, debido a que se basaba en el consentimiento de los gobernados ya que les otorgaba reconocimiento y representación en el proceso político así como protección de los bienes y de las personas gracias a un código de leyes establecido por la yemaa y que se aplicaba a todo el mundo sin excepción. Esta yemaa ha sobrevivido en numerosos pueblos cabiles y sigue funcionando hoy en día.

Una gran tradición política que las élites no pueden pasar por alto

Durante el periodo precolonial, el arsh cabil también tenía su yemaa, en la que cada pueblo estaba representado por su amin, pero esta yemaa sólo se reunía ocasionalmente. Mantenida en vigor por el régimen colonial francés pero instrumentalizada por él mismo, ya que quedó reducida a un papel auxiliar junto al caid nombrado por la Administración, la yemaa del arsh ya no tenía razón de ser en la Argelia independiente, en la que los nuevos colectivos locales –baladiya (comuna), daira (subprefectura) y wilaya (departamento)– creados por el Estado, así como las estructuras del partido del Frente de Liberación Nacional (FLN) y de las organizaciones de masas bajo su tutela, proporcionaban un nuevo marco político a la vida pública de la región.

Ahora bien, la nueva división administrativa que decidió el gobierno argelino hizo estallar las grandes comunas establecidas en la independencia en un sinfín de comunas mucho más pequeñas. Resulta muy curioso que en la wilaya de Tizi Uzu (que corresponde a la Gran Cabilia), pero en ninguna otra de las wilayas de la región de Cabilia (Beyaia, Bury Bu Areriy, Buira, Bumerdès y Setif), aproximadamente la mitad de esas nuevas comunas llevaran el nombre de antiguos aarsh. Cuando se lanzó el movimiento de las “Coordinaciones” en 2001, la organización de base era sin excepción la “coordinación comunal”; sin embargo, en numerosos casos esas coordinaciones llevaban inevitablemente el nombre de un arsh.

Por tanto, es el Estado argelino sobre todo quien estableció la base de ese supuesto “resurgimiento” de los arush, que en realidad no fue tal. Pero si la cuestión del arsh en Cabilia es hoy en día más bien un falso problema y un engaño, la de la yemaa en general y la de la thaymaath cabil en particular tienen una importancia muy distinta. La tradición de la yemaa es la gran tradición política de toda la sociedad no urbana de Argelia. Esta tradición es la que quiere que los argelinos estén representados políticamente y que gocen de la consideración de sus gobernantes y la que fomenta el rechazo de la “hogra”, es decir del desprecio, de lo arbitrario y del abuso de autoridad, del que la sociedad argelina se considera víctima por parte del poder, un rechazo que se expresó claramente tanto en las grandes revueltas de octubre de 1988 como en las revueltas en Cabilia en 2001 y en casi todos los lugares desde entonces.

Tarde o temprano, las élites que forman el poder en Argelia tendrán que decidirse a tomar en cuenta seriamente esta tradición, ya que es la condición sine qua non tanto para el establecimiento de unas relaciones sanas entre el Estado y la sociedad en Argelia en general como para una verdadera solución de esta eterna cuestión cabil.