Las revoluciones de Túnez, Egipto, Yemen, Siria y Libia tienen algo en común: lo más difícil está por hacer. Dicha esta elemental obviedad, tratamos de resumir algunos puntos básicos. ¿Por qué nos empeñamos en decir que las dictaduras son inamovibles? ¿Será acaso porque los españoles nos tragamos un dictador durante 40 años? El heroísmo de tunecinos, libios, egipcios, yemeníes y, sobre todo, sirios demuestra lo que puede hacer un pueblo capaz de luchar ordenadamente. Pensemos en los casos más próximos: Marruecos, Mauritania y Argelia. Para marcar diferencias, pensemos en la frontera argelina con la marroquí, cerrada hace 18 años, a pesar de signos de distensión y de que amplios sectores de la población magrebí reclaman su apertura, clave para la integración regional y el desarrollo económico.
Por su parte, Mauritania es una incógnita, quizá no lejana de su grado de maduración, donde los generales más jóvenes buscan canales de diálogo con la oposición más moderna. El régimen argelino ha logrado ganar tiempo ofreciendo ayudas y reformas, pero la razón por la que los vientos de protesta no han barrido sus ciudades es otra. En Argelia acaba de cerrarse una guerra civil con un balance, según los menos pesimistas, de 130.000 muertos. El trauma no superado y el complejo entramado que configura el poder la convierten en un país con el que no se juega. Con superávit hoy, incapaz sin embargo de articular un mecanismo para que el paro juvenil baje del 25%. Marruecos aparece ante sus vecinos, especialmente europeos, como un modelo de progreso. Es un modo de hablar. Pero es cierto que en Marruecos hay dos motores de los que Argelia y Mauritania carecen: por una parte un moderado avance hacia la modernidad, signifique esto lo que signifique.
Por otra, un cierto equilibrio de poderes, arbitrado por la monarquía. Los avances de la legislación en defensa de la mujer o la reciente reforma de la Constitución, ambiciosa para unos, demasiado parca según otros, promovidos por el monarca y respaldados por el Parlamento, están ahí; el principio de pluralidad de partidos y sindicatos también. Marruecos es un país en marcha mientras Mauritania y Argelia parecen paralizados. Argelia es hiper rico, Marruecos no lo es: pero Rabat cuenta con una clase dirigente que mira más allá, sobre todo a Europa, de la cual depende en gran medida que los avances se hagan realidad. Veremos si está dispuesta a tomar decisiones audaces. Los resultados económicos de 2010 han sido favorables como pueden serlo los de 2011. No podemos obviar aquí Arabia Saudí, Irán, Turquía, Israel y la futura Palestina. Los dos primeros constituyen fuerzas contrarrevolucionarias que intentan subsistir ante la marea democratizadora.
En cambio, la Turquía de Erdogan se alza como modelo de Estado, abriendo sus brazos a la población árabe y enarbolando la causa palestina en un momento en el que se debate su estatus ante la comunidad internacional y el futuro del proceso de paz. Mientras, Israel intenta sobreponerse al progresivo aislamiento y a sus propias crisis internas. El mayor reto, sin embargo, lo tienen los tres países entre el Nilo y Cartago, caracterizados por dos notas comunes: la presencia de esa ecuación Internet + telefonía móvil = comunicación + libertad. La capacidad de interconexión de estas dos tecnologías, inesperadas hace unos años, es incalculable. Por otro lado, con un peso mucho mayor, está la inteligencia y el valor de hombres y mujeres dispuestos a luchar. Este es el primer factor: el que determina la disposición a morir en defensa de la dignidad, de la libertad, la que acaba por imponerse al peor dictador en Libia. Ante su primera elección libre, el 23 de octubre, deseamos toda la suerte que merecen a los tunecinos.
Una de las claves de la buena orientación de las revoluciones tunecina y egipcia se ha basado en la unidad de sus ejércitos. Ahora sus sociedades deben evitar que los estamentos militares secuestren su futuro político y conjugar el frágil equilibrio entre partidarios y detractores del secularismo. Aunque quede en su despacho de Damasco un joven, disfrazado de civil, Bachar el Asad, cuya represión se ha cobrado más de 2.600 vidas. Los sublevados sirios lo vencerán, es seguro.