AQMI en la encrucijada de las apuestas estratégicas

La lucha contra Al Qaeda del Magreb Islámico carece de coordinación y parece seguir prioridades de política interna o cálculos geoestratégicos de los países implicados.

Ridha Kéfi

El grupo Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) al que durante mucho tiempo se daba por vencido o debilitado, vuelve al primer plano de la actualidad multiplicando la captura de rehenes occidentales y los atentados mortales contra blancos militares en los países del Sáhara y del Sahel. Para contener esta plaga que amenaza su seguridad y su estabilidad, los países de la región, apoyados principalmente por Estados Unidos y Francia, intentan aunar sus esfuerzos con vistas a restablecer su control en una zona desértica del tamaño de media Europa, una inmensa tierra de nadie en el cruce del Magreb y el África subsahariana. No se puede decir que se hayan producido avances en este sentido.

La principal razón de este fracaso: la falta de coordinación de las acciones llevadas a cabo por los diferentes protagonistas que, a veces, dan la impresión de seguir, cada uno de ellos, unas prioridades y una agenda diferentes, dictadas por consideraciones de política interna por lo que respecta a los países de la zona, y por cálculos geoestratégicos por lo que se refiere a las potencias occidentales, que intentan empujar a sus peones a una región dotada de importantes riquezas mineras (petróleo, gas, uranio…) y en la que nuevos actores internacionales, en este caso China, se están haciendo un hueco.

AQMI: estado de situación

En su último informe sobre la situación de la seguridad en el mundo, el departamento de Estado americano otorga un buen lugar a las regiones del Magreb y del Sahel. Y con razón. Si bien “el núcleo de Al Qaeda en Pakistán sigue constituyendo la principal amenaza terrorista para el territorio de EE UU” y para el resto del mundo, no es menos cierto que “la presencia de Al Qaeda en África representa [también] un desafío para numerosos países”, entre ellos los europeos y EE UU. En la región sahelo-sahariana, en concreto, AQMI “se ha visto obligado a recurrir a los secuestros para obtener el dinero de los rescates y a las operaciones desarrolladas contra los occidentales en la región del Sahel”, señala el informe americano.

“Aunque depende estrechamente de los rescates, sobre todo en el Sahel, Al Qaeda también está financiada por los contrabandistas y traficantes de droga que pululan por el Sahel”, añade. Esta mutación, que parece una estrategia de supervivencia, se explica por el “éxito de la lucha antiterrorista llevada a cabo por los servicios de seguridad argelinos, en combinación con el rechazo al terrorismo expresado por las poblaciones”. A pesar de registrar un “claro descenso” de los atentados terroristas en la región durante 2008 y 2009, y felicitándose de paso porque “AQMI no tiene un apoyo popular significativo y no se considera una amenaza lo bastante fuerte como para desestabilizar al gobierno argelino”, el departamento de Estado recomienda no obstante la vigilancia: “Las fuerzas de seguridad argelinas deben adaptarse constantemente a la técnica cambiante de AQMI y deben admitir que una organización que ha constituido esencialmente una amenaza local tiene ahora un alcance regional y vínculos internacionales” .

Por otra parte, el informe subraya la capacidad de AQMI para reclutar a jóvenes en paro, un sector de la población al que las dificultades económicas y la falta de horizontes hacen sensible a los cantos de sirena del extremismo. Recalca también la capacidad del grupo para dirigir y asumir la responsabilidad de los atentados por medio de comunicados, lo que demuestra la importancia que concede a la transmisión de su mensaje para tratar de ganar la guerra mediática. Visto desde Washington, AQMI sigue representando, a pesar de los signos evidentes de debilidad, una amenaza real para la seguridad nacional e internacional. Queda por evaluar la magnitud de esta amenaza: ¿cuál es la verdadera fuerza de AQMI y qué capacidad nociva tiene en el ámbito regional e internacional?

También aquí los datos son dispersos y a veces contradictorios, prueba de que los involucrados no tienen la misma percepción de la situación ni los medios para hacerle frente. Según el Ministerio de Defensa francés, el Grupo salafista para la predicación y el combate (GSPC), que se convirtió en AQMI al jurar oficialmente fidelidad a Al Qaeda en 2006, cuenta supuestamente con “entre 450 y 500 hombres diseminados por toda la franja del Sahel, extremadamente activos y decididos a hacer la guerra contra Occidente”. Por tanto, no es el número de militantes lo que hace al grupo más peligroso, aunque ese número se ha duplicado en dos años. El peligro proviene más bien de la gran capacidad combativa de que ha hecho gala en los enfrentamientos contra las fuerzas argelinas o mauritanas.

El peligro procede también de las transformaciones que ha sufrido este grupo durante los cuatro últimos años, ya que para comprar las armas necesarias para continuar su guerrilla islamista contra “el enemigo cercano”, es decir, los regímenes establecidos en el Magreb y el Sahel, AQMI se financia gracias a un impuesto sobre el tránsito de la cocaína de América Latina hacia Europa. El grupo se presenta así como un proveedor de servicios: concede a los traficantes el derecho a circular por la zona que controla, les alquila sus bases y, llegado el caso, protege sus cargamentos de droga, a cambio de determinadas sumas de dinero. También se hace pagar en armas y municiones. Gracias a este negocio, en 2009 transitaron por la zona sahelo-sahariana entre 50 y 100 toneladas de cocaína.

Peor aún, en vez de perpetrar ellos los secuestros, los militantes de AQMI se conforman a veces con subcontratar esta actividad. Puede incluso ocurrir que compren los rehenes a otros grupos armados o a tribus locales. Un turista occidental secuestrado se “cambia” por una suma mínima de 70.000 euros. Cuando se sabe que el rescate exigido por la liberación de un rehén asciende a cinco millones de euros, es posible calcular las ganancias que el grupo terrorista puede conseguir en un abrir y cerrar de ojos. La fuerza de AQMI reside por tanto en los vínculos que ha podido tejer localmente con grupos de contrabando, por una parte, y con tribus y grupos locales emancipados de sus poderes centrales, por otra.

Argelinos y franceses sospechan incluso que ciertos responsables malienses mantienen relaciones con dirigentes de AQMI, que saben que este último ha estallado –por evidentes razones de seguridad, pero también a raíz de escisiones internas– y se ha dividido en varias células, o katibas, en referencia a la guerra de independencia argelina, actuando en diferentes lugares del Sáhara. “Sin embargo, los analistas coinciden en pensar que AQMI, al igual que Al Qaeda en general, no puede sobrepasar determinado nivel de daños”, señala Jean-François Daguzan, investigador jefe de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS, por sus siglas en francés). Y añade: “El ‘núcleo central’ se ha debilitado considerablemente, y los brotes regionales permanecen o proliferan allí donde el Estado es débil o existen zonas grises.

Desde este punto de vista, la zona sahelo-sahariana es un lugar privilegiado para la acción de grupos de guerrillas pequeños pero activos”. La extrema movilidad de las katibas, su proliferación en una zona tan grande como cuatro veces España y su competencia por el dinero, las armas y la notoriedad, les dan cierta ventaja sobre sus adversarios y los hace, por así decirlo, inalcanzables, a pesar de los esfuerzos de los servicios secretos locales y occidentales, muy presentes en la zona, que los acosan combinando los medios humanos y tecnológicos como escuchas y vigilancia aérea y por satélite.

Por otra parte, esta proliferación de agentes secretos extranjeros en la región del Sahel, sobre todo en Malí, Níger y Mauritania, empieza a tener un efecto perverso, porque, aunque permite a los servicios afectados tener ojos y oídos en la región, constituye el origen de lo que el diplomático austriaco, Anton Prohaska, denomina “choque frontal de varios servicios de espionaje cuyos intereses y posiciones divergen”. Estos choques se centran en los captores de rehenes y retrasan, a veces durante largos meses, su liberación.

Importancia y límites del compromiso americano

Aunque la mayoría de las potencias occidentales disponen hoy de relevos permanentes en la región sahelo-sahariana, los americanos y franceses, por evidentes razones históricas y estratégicas, son los que se muestran más activos o, en todo caso, los más visibles. La presencia americana en el Sahel es muy reciente, pero la penetración llevada a cabo por la CIA en esta región, después de pasar por Kenia y Tanzania, es espectacular. Además de tratar de limitar el activismo de Al Qaeda, la CIA pretende también encauzar la penetración de China y Rusia en esta región, que tiene una importancia cada vez mayor en la nueva política africana de EE UU.

En este sentido, el intento de Washington de instalar la sede del Mando Unificado Americano en África (Africom) en un país del Magreb o del Sahel es muy significativo. Si este mando, operativo desde el 1 de octubre de 2008 en Stuttgart, Alemania, va a tener que quedarse en Europa, es porque ninguno de los países africanos a los que se dirigió –Liberia, Senegal, Etiopía, Nigeria, Argelia y Kenia– desea brindarle su hospitalidad. Las numerosas visitas a la región efectuadas por los responsables americanos durante los tres últimos años, sobre todo el general William “Kip” Ward, comandante en jefe del Africom, no han vencido la resistencia de los países africanos. Sudáfrica, Nigeria, Argelia y Libia incluso han rechazado públicamente cualquier idea de implantar bases americanas no sólo en su territorio sino también en su continente.

Opinan que la gestión de los problemas de seguridad en África es competencia de los mecanismos de la Unión Africana para la prevención y la resolución de conflictos. Ante esta resistencia, EE UU ha renunciado a instalar el estado mayor del Africom en África. Así, el 20 de mayo de 2010, el embajador Antony Holmes, adjunto civil del general William Ward, anunciaba desde Stuttgart : “Nosotros estamos aquí por un tiempo indefinido”, poniendo fin a las numerosas especulaciones sobre la instalación de este organismo militar en el continente africano. El Africom, que emplea en Stuttgart a unas 1.300 personas, gestiona las relaciones militares de EE UU con 53 países africanos. En los pasillos del Pentágono se rumorea que su ubicación no es tan crucial, porque los americanos disponen de infraestructuras militares en sus diferentes embajadas africanas.

Pero situar este mando en África tendría un gran alcance simbólico desde la perspectiva de los reposicionamientos geoestratégicos actuales. Sea como fuere, EE UU sigue su programa de lucha contra el terrorismo en el Sáhara y el Sahel. La vigilancia aérea y por satélite de esta zona ocupa un lugar central en su estrategia. A esto se añaden las acciones sobre el terreno a las que se unen los países de la región: cooperación de los servicios de espionaje, formación de mandos en Malí y Níger, ayuda técnica y militar, concesión de equipos de vigilancia y entrenamientos colectivos como los del pasado mayo, en los que más de 200 miembros de las fuerzas especiales americanas y 500 soldados africanos procedentes de todos los países de la región se entrenaron juntos en el norte de Malí.

Washington, que aún tiene dificultades para hacer que se olviden los errores militares del ex presidente George W. Bush, parece querer dar hoy al ejército de EE UU la imagen de un ejército amigo, activo y no invasor, que sabe establecer una cooperación duradera con los ejércitos locales, sobre todo en África. En su rueda de prensa a principios de enero en París, el general Ward afirmó que el Africom no estaba en África “con batallones de soldados que se desplegarán por todas partes. No se trata de este tipo de operación. A todos nos preocupan Somalia, Sudán o Guinea y todos los focos de inestabilidad del continente, pero yo no soy el policía de África. Lo que hacemos es trabajar en colaboración con determinados países para permitirles garantizar su propia seguridad, ofreciéndoles medios complementarios”.

Y añadía que en el Sahel, por ejemplo, “tenemos programas de formación para los ejércitos regulares, los equipamos y les aconsejamos con el fin de permitirles aumentar sus competencias y hacer frente a las amenazas terroristas que existen en su país”.

El regreso del activismo de Francia

En este contexto merece la pena subrayar el cambio de actitud de Francia. Este cambio ha quedado ilustrado por las operaciones llevadas a cabo conjuntamente el 22 de julio por los ejércitos de Mauritania y Francia contra una base de AQMI en Malí para intentar liberar al rehén francés Michel Germaneau. Estas operaciones se saldaron con un fracaso, ya que el rehén no pudo ser liberado y, finalmente, fue asesinado por sus secuestradores. Esta operación ha demostrado que Francia, que se toma en serio la amenaza islamista en una región situada a las puertas de Europa, parece reconocer actualmente que formar a los militares locales y proporcionarles equipamientos ya no es suficiente, toda vez que AQMI ha anunciado acciones espectaculares futuras en Europa y sobre todo en Francia.

“A pesar de los esfuerzos internacionales para poner en marcha una capacidad militar, promover los intercambios de información secreta y favorecer una voluntad política en la región, se han observado pocas acciones coordinadas de los países del Sahel contra AQMI”, señala a este respecto André LeSage, investigador asociado sobre África en la Universidad de Defensa Nacional de EE UU. Por otra parte, la operación franco-mauritana ilustra la falta de coordinación, pues se ha llevado a cabo en Malí sin que este país fuera previamente informado, debido a los supuestos lazos entre sus dirigentes y los elementos terroristas que saquean la zona. Argelia, que reivindica el liderazgo de la lucha regional contra AQMI –y que ha instalado el cuartel general de la coordinación regional de lucha contra AQMI en Tamarasset, al sur del país, cerca de las fronteras nigeriana y maliense–, tampoco fue informada.

Ni España, que en ese momento tenía dos nacionales en manos de una facción del movimiento yihadista. Para justificar su intervención, Francia podría desde luego alegar que el acuerdo que establece la coordinación regional de la lucha contra AQMI, firmado el 21 de abril en Argel, no ha funcionado. Dado que sus relaciones con Argelia no atravesaban un buen momento, le resultaba igualmente difícil poner en marcha una coordinación con ese país. La consecuencia es que el país magrebí, irritado por la irrupción de la antigua potencia colonial en sus dominios, no parece estar hoy más dispuesto a cooperar militarmente con París.

Vista desde Argel, una cooperación semejante no estaría exenta de consecuencias, pues modificaría la forma en que los argelinos perciben la lucha contra el terrorismo y proporcionaría un argumento para los reclutadores de AQMI. Francia, muy presente en el Magreb, sobre todo en Marruecos, Túnez y Mauritania, y que dispone de relevos importantes en los países del Sahel, sobre todo en Malí y Níger, no pretende únicamente dar seguridad a sus “fronteras meridionales” a través del brusco aumento de su activismo militar en esta región y bloquear las ambiciones de los grupos terroristas de exportarse a Europa. Intenta también, y sus detractores argelinos añadirían que “sobre todo”, defender sus intereses económicos, en especial los de Areva, la empresa que explota el uranio nigeriano.

La coordinación: el eslabón perdido

En medio de este batiburrillo de cálculos estratégicos, sospechas y escandalosa falta de organización, ¿cómo podría librarse de forma eficaz la guerra contra AQMI? Mehdi Taje, geopolítico experto en el Sahel e investigador del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (Irsem) de París, piensa que esta guerra puede ser, por el contrario, “un factor complementario de desestabilización de la región”. Él es partidario de una solución más duradera: el desarrollo.

“Si consideramos que es un mar interior, un océano de arena, la seguridad y el desarrollo de esta región pasan por el refuerzo de la cooperación y de la concertación con otros países ribereños que llegarán a desarrollar sinergias comunes”, explica el investigador tunecino, y añade: “Todo esto supone desvelar las rivalidades. Es lo que relativizará a grupos como AQMI y permitirá eliminarlos”.