La Unión Europea parece decidida a reforzar la cooperación en el Mediterráneo. Los jefes de Estado y de gobierno han insistido en Educación, Justicia y Sanidad, tres ambiciosos espacios, difíciles de alcanzar al tiempo, insoslayables sin embargo cuando queremos hablar, en el Norte o en el Sur, de verdaderas reformas. ¿Quiénes son hoy los reformistas? Los que aceptan que la vida consiste en reformar permanentemente. En su último plenario (Barcelona, noviembre de 2005) la Unión se comprometió a aportar un mayor esfuerzo, más medios materiales y sobre todo ideas más claras. En esta nueva fase se ha entrado ya. La canciller alemana, el nuevo presidente francés, el gobierno español y el nuevo primer ministro británico han inyectado un fuerte dinamismo, al que se añaden las iniciativas de la presidencia portuguesa.
Hay que esperar que los países del Magreb y Egipto envíen su mensaje de vuelta, ante la nueva expectativa. Los países del Sur ¿se aproximan entre sí o se alejan? El despegue de algunos programas, en torno a los cuales pudieran aproximarse los cinco estados de la orilla sur –Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos– abriría una etapa distinta. Al escribir estas dos últimas palabras creemos no incurrir en la vaguedad: en el fondo, por manido que pueda parecer, hay que renovar la esperanza. Sin ese movimiento del espíritu de los pueblos nada puede hacerse. La sociedad civil, los estados y las comunidades de estados –la UE por ejemplo– hacen, desde el Norte, sus propuestas al Sur. La primera no es nueva: conocerse mejor, dialogar más, reforzar los intercambios culturales. AFKAR /IDEAS es un ejemplo: una revista hecha en el Norte y al mismo tiempo en el Sur, por magrebíes y europeos. Junto a ello surgen otras iniciativas precisas, cifradas, fechadas: en Francia, Alemania, Holanda, Reino Unido, distintos institutos y fundaciones producen papeles cargados de sentido, buenos proyectos.
Una de esas instituciones pone en marcha algunas iniciativas aplicables a Grecia, pero también al Magreb: por ejemplo, un plan para crear una entidad financiera capaz de respaldar propuestas concretas, sobre todo en la orilla sur. Es una idea hispano-italiana, discutida en 2003, que hoy reaparece con fuerza: un futuro Banco Mediterráneo de Reconstrucción y Desarrollo, inspirado en el éxito del BERD. Segunda iniciativa, dos decenas de ofertas para un nuevo tratado del suministro de agua en 20 zonas urbanas y rurales, del norte de África, desde Alejandría a Fez. El agua, limpia y transparente, en todos los sentidos, es cada vez más una frontera entre progreso y subdesarrollo. Tercero: una Red de Protección Civil Mediterránea, responsable de prevenir incendios en el Peloponeso o en el Levante español, pero también de hacer frente a pandemias en Egipto, terremotos en Argelia o sequías en Marruecos. Una gran red mediterránea descentralizada y bien articulada, capaz de encarar amenazas colectivas, garante de unos niveles fiables de seguridad. No son sueños, sino proyectos posibles. Se necesita decisión y tenacidad para ponerlos en marcha.
Deberían lanzarse por entidades no públicas, independientes de las burocracias gubernamentales, susceptibles de ser financiadas con una combinación de dinero público y privado, controlables por los estados del Norte y del Sur. Estos proyectos requieren condiciones previas: una mayor unidad de criterio en el norte del Mediterráneo y un mejor acuerdo entre los cinco estados norteafricanos. Entre ellos por un lado; y por otro, de ellos cinco con la UE. Los europeos no deben inventar constantemente nuevos marcos de cooperación. El Proceso de Barcelona, fundado en 1995, puede ser reformado una vez más. No tiene sentido improvisar un nuevo pacto en sustitución del anterior. Entre otras razones porque es la UE en su conjunto, no los estados ribereños, solos, la que debe implicarse. Alemania o Reino Unido tienen grandes intereses mediterráneos. También los holandeses o los nórdicos.
El entendimiento de los europeos con el norte de África no debe ser el de algunos europeos. Ya sabemos que los finlandeses y lituanos se centrarán con mayor empeño en el Báltico. Pero la Unión necesita, en el marco de sus relaciones de vecindad, un programa común en un espacio marítimo tan conflictivo como éste. El Proceso de Barcelona debe tender nuevos puentes institucionales y culturales. Los nuevos proyectos como los tres que aludimos aquí, recuerdan que son los hechos, no las palabras, los que legitiman la cooperación entre Norte y Sur.