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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La prensa del Sur también tiene norte
Para superar la crisis, los medios del sur de Europa deben reducir costes, racionalizar el negocio, sanear las estructuras y mejorar la calidad y los tiempos de producción.
José Manuel Vargas
El Sur es envidiado, y abarrotado, por sus intensas horas de sol, la baja probabilidad de sacar el paraguas y las largas temporadas de baño y manga corta. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, al menos su clima económico no puede ser peor: amenaza constante de tormentas financieras, el crédito congelado, apenas queda ya techo de gasto público para ponerse a salvo del chaparrón… Ni siquiera el verano ha mejorado el ambiente en la Europa mediterránea. Las cifras siguen siendo de escalofrío.
Llueve sobre mojado, y la impaciencia se desborda. Casi cuatro millones de parados en España. La deuda griega supera el 110% del PIB y cae por los suelos a la categoría de “bonos basura”. También Italia registra una de las cifras más alarmantes de endeudamiento. Francia sufrió en 2009 la mayor caída de su PIB desde la posguerra y destruyó de golpe 400.000 puestos de trabajo. La fortaleza financiera de Portugal sigue debilitándose y uno de cada cinco habitantes vive en la pobreza. El Fondo Monetario Internacional señala justo a los países del sur de Europa como “los de mayor fuente de transmisión de riesgos”.
Crisis en los medios
Los números rojos y las llamadas de alerta abren un día tras otro los medios informativos. Muy a nuestro pesar y en contra de la deontología profesional que aconseja al periodista permanecer en un segundo plano, no sólo damos cuenta de estos datos: la prensa también es protagonista y víctima directa de las pésimas noticias económicas. Los periódicos de la Europa de los Quince se han dejado 12 millones de ejemplares de tirada en sólo una década. De 80,8 millones de copias diarias en 1998, a los 68,8 de 2008. La OCDE ha advertido de retrocesos sin parangón en la inversión publicitaria.
Y en las posiciones de cabeza, una vez más, los rotativos de Grecia (18%), Italia (17%) y España (16%). Sabido y asumido está que los medios atraviesan un periodo de incertidumbre y traumática transformación. Tanto en el nuevo como en el viejo continente y en el dragón asiático. Pero no podemos dejar a la casualidad que los países europeos con menores índices de lectura y mayores descalabros en las difusiones de prensa sean también los que exhiben más elevadas tasas de desempleo, gobiernos más cuestionados o menores garantías de solvencia financiera. Según la Unesco, los niveles más bajos de consumo de periódicos de la Unión Europea (UE) se registran en Portugal (52 ejemplares por cada 1.000 habitantes), Italia (89), España (92) y Grecia (107). Tales cifras quedan lejos de los 245 de Reino Unido, los 363 de Suecia o los 402 de Finlandia.
E incluso, salvo en el caso heleno, se sitúan por debajo de los 100 diarios que han sido fijados como umbral exigible a un Estado que quiera ser tomado por desarrollado. Los periódicos atraviesan una profunda crisis existencial en la que hay quien cuestiona incluso su supervivencia o fija directamente su fecha de defunción. Sin embargo, justo en ese momento más complejo, la prensa, la buena prensa, se vuelve más necesaria que nunca. Imprescindible. Por su extraordinaria capacidad divulgativa, formativa, prescriptora y sancionadora. Por sus merecidos prestigio y credibilidad.
Por su probada habilidad para agitar conciencias, despertar sensibilidades, propagar mensajes y generar adhesiones o aversiones. Máxime, cuando la clase política contemporánea, lejos de cumplir con su deber de ejemplaridad, demuestra a menudo no estar a la altura de las difíciles circunstancias y, aún menos, de sus votantes. Todavía más cuando, lejos de resolver una apremiante situación de crisis, sus gestores se convierten en los principales causantes o valedores de la misma. Bastan unos pocos datos tomados del Libro Blanco de la Prensa Diaria. Entre 2008 y 2009, la venta bruta de publicidad del conjunto de los diarios españoles registró un descenso acumulado del 43%.
La difusión aguantó mejor en 2008, cediendo el 0,93%. La sangría de lectores se aceleró a lo largo de 2009 y está adquiriendo tintes alarmantes, de hasta dos dígitos, en el presente ejercicio. La situación no es más optimista en Italia. No conforme con coleccionar medios, el primer ministro, Silvio Berlusconi, pretende imponer ahora la llamada Ley Mordaza, una norma que mina los pilares de cualquier democracia, por cuanto ataca de lleno la misión de contrapoder que se presupone al oficio periodístico. Si sale adelante la nueva norma, el trabajo de investigación o la obtención de exclusivas se premiarán con un mes, no de vacaciones extra, sino de cárcel. Con 100.000 euros, no de paga extra, sino de multa.
Grecia acaba de enterrar con estupor a un periodista cuyo asesinato ha desenterrado también las sospechas sobre ciertos intentos de silenciar a la prensa; de acallar casos de corrupción y abusos de poder que tal vez no han sido del todo ajenos a la debacle que padece el país heleno. Sus periódicos registran las mayores mermas de difusión de la UE. Por encima del 5% anual. Igualmente, la prensa portuguesa terminó 2009 con pérdidas más que inquietantes en todas sus cabeceras de referencia. El diario nacional 24 horas y el gratuito Global Noticias acaban de echar el cierre. Tras haber visto al borde del abismo a una de sus cabeceras históricas, Le Monde, Francia parece haber sido la primera en reaccionar. El presidente, Nicolas Sarkozy, anunció el año pasado la asignación de 600 millones de euros al sector, además de medidas sociales como regalar a los jóvenes que cumplan 18 años la suscripción anual a una cabecera.
El salto a la era digital
En cualquier caso, si bien es cierto que un marco racional de medidas de apoyo podría facilitar el desempeño de la función social de los medios en la difícil coyuntura actual, no es menos verdad que la encrucijada de la prensa en absoluto se resuelve con subvenciones o medidas de gracia, más de una vez incluso envenenadas. Los problemas de las redacciones son hoy estructurales, de agotamiento de un modelo de negocio fruto de la transformación del mercado, del cliente y de la competencia. La única solución duradera y responsable pasa, pues, por afrontar de una vez por todas una profunda reconversión que, en realidad, lleva más de tres décadas de retraso en el sur de Europa.
Desde los años sesenta, cuando la radio y la televisión se hacen con un lugar preferente en todos los hogares y poco a poco en cada habitación, las rotativas arrastran una crisis de identidad y de reubicación en el espacio mediático nunca bien resuelta; una resistencia al cambio tecnológico y de las propias rutinas de trabajo y reglas del juego que las épocas de bonanza han disimulado, pero no superado. Entre 1968 y 1975, los diarios franceses pasaron de 13,1 a 10,2 millones de circulación. También en Italia se alcanzaron los índices de difusión más bajos desde el final de la Segunda Guerra mundial. Pero aquellas cifras que entonces causaban vértigo son irrisorias al lado de las de hoy, cuando las ventas se precipitan al vacío con pérdidas, se ha dicho ya, de hasta dos dígitos. Por eso no caben más demoras.
La reducción de costes, la racionalización del negocio, el saneamiento de estructuras, así como la mejora de la calidad y de los tiempos de producción han de acometerse ya. Es cierto que toca hacerlo en un contexto económico, social y tecnológico del todo imprevisible, en el que el conocimiento de la situación sólo genera más incertidumbre. Pero no queda otra. Los medios del sur de Europa habremos de vencer la inercia contractiva de los mercados, darnos doble impulso y saltar de una vez a la era digital. Que no es un salto al vacío. Es un salto con red en el que partimos con retraso, muy tarde, pero con otras ventajas: nuestras marcas, nuestro prestigio, nuestra credibilidad, nuestro oficio. No es baladí: nosotros sabemos hacer periodismo. Los grandes grupos de comunicación no nos podemos acomplejar ante quienes, conscientes de su verdadera debilidad frente a nosotros, quieren hacernos creer desfasados para dejarnos fuera de juego.
Periodismo no es un blog, ni Twitter, ni Facebook. Como tampoco cualquier papel impreso en una rotativa es periodismo. Periodismo es una información contrastada, un titular que agita la opinión pública, una foto que provoca un escalofrío o un texto armado con datos que hace tambalearse a un gobierno. Y todo eso no se fabrica juntando 30 caracteres en una red social o largando un discurso en un foro. Tengamos claro, en definitiva, que el espacio digital no anula la necesidad de periodistas que toda sociedad democrática alberga. Tampoco de marcas fiables y acreditadas.
Y creo que, por un largo tiempo al menos, tampoco volverá prescindibles los periódicos. Si acaso, nos sitúa a los líderes ante nuevas oportunidades y alicientes para acceder a las fuentes y hacer circular la información; para llegar a la audiencia a través del poderoso lenguaje audiovisual e interactuar con ella. Para generar opinión pública, en suma, justo nuestra especialidad. Bienvenida sea la amenaza de Internet, pues, si por fin sirve para hacernos reaccionar y ponernos al día, descubrir, valorar y tomar en consideración los avances que nos brinda el progreso. Una amenaza que convertirán en aliada las redacciones que en verdad saben hacer periodismo, y que ahogará en el revuelto caudal de Internet a quienes sólo buscan adictivas dosis de populismo, manipulación o ingresos.
Las crisis han de temerlas los débiles y oportunistas. Los fuertes han de afrontarlas, vencerlas y rentabilizarlas. La rentabilidad constituye, precisamente, la asignatura pendiente en la red. Si toda actividad económica encuentra su razón de ser en la consecución de unos ingresos que superen a los costes, cuando el objeto de negocio es la información, esta necesidad del beneficio se vuelve aún más perentoria. Precisamente por la función social añadida que corresponde al periodismo y por su responsabilidad en el equilibrio de poderes. Sólo podremos mirar de frente a quienes gobiernan si no estamos atados a ellos. Sólo podremos pedir cuentas a quien no debemos nada. Además, como en cualquier actividad, la ganancia fomenta la reinversión, el progreso y la competencia, atrae a los mejores talentos y, al final del ciclo, otorga de nuevo el poder de la palabra al único legitimado para administrarla, elegirla y usarla: el ciudadano. Nuestro reto y desvelo inmediato pasa por lograr monetarizar el soporte digital y, demostrada su rentabilidad, afrontar nuevos gastos que permitan la acometida de un cada vez más brillante periodismo virtual.
El soporte web reduce a su mínima expresión los costes de distribución de los contenidos y multiplica su potencial audiencia. Salva las barreras de espacio y tiempo. Pero la información que por él circula sigue teniendo un coste, un precio que los usuarios deben aprender a valorar y desembolsar. Ofrezcámosles calidad frente a la cantidad inabarcable y distorsionante de Internet. Hagamos contenidos diferentes, necesarios pero también lúdicos, siempre a la medida de su potencial consumidor. Inteligentes. Por esa vía llegarán los ingresos, a la vez que cumpliremos con la misión educadora y regeneradora de la sociedad que corresponde liderar a los depositarios del derecho a la libertad de expresión.
A través de Internet podemos llegar a los jóvenes, a esos nuevos públicos esquivos a la lectura tradicional. Y fomentar en ellos una conciencia crítica. Igual que las hemerotecas han sido fundamentales en la formación de la opinión pública, también en las redes sociales, en el universo 2.0, hemos de encontrar nuestro lugar. Estar en el ordenador, en el teléfono, en el iPad… ¿Por qué quedarnos sólo en los quioscos? Hemos de perder el miedo y reconvertirnos cuantas veces sea necesario para responder a cada nuevo soporte o tecnología que el progreso nos regale. Eso sí: cambiaremos la forma, pero nunca el fondo, los principios, los valores…. el poso de un oficio con más de cuatro siglos de acervo que, en el caso de Vocento, nos permite presumir de contar con las cabeceras más antiguas de España y con las que gozan de mayor confianza e influencia en todos los extremos del país.
La prensa magrebí
Con esos avales nos atrevemos a mirar al Norte. Y a recuperarlo. Pero también a volver la vista hacia el Sur. Porque a sólo 14 kilómetros de España, pero a más de medio siglo en desarrollo tecnológico y a años luz en el disfrute de libertades, el Magreb necesita ahora más que nunca la ayuda y el influjo de Europa para aprender a hacer periodismo y democracia. Internet puede ser también para esta tierra una oportunidad y un camino por el que transitar, poco a poco pero a paso firme, hacia la libertad.
No será fácil. En Túnez, Libia, Mauritania y Argelia el debate y la reflexión son considerados todavía pecados capitales y castigados como tales con prisión, severas sanciones económicas o clausura de medios. Reporteros sin Fronteras viene advirtiendo del progresivo deterioro del ejercicio del periodismo en el norte de África, por imperativo de unos gobiernos que ellos sí saben bien que el derecho a la expresión y a la información conduce al conocimiento y a la activación de las conciencias.
Y la toma de conciencia, al progreso y al rechazo de imposiciones, tutelas y fanatismos. La esperanza se llama, si acaso, Marruecos, donde Mohamed VI ha permitido la proliferación de nuevos periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Según estimaciones de la Asociación Mundial de Periódicos (WAN), las difusiones de la prensa libre crecen allí por encima del 100% anual y aunque el nivel de lectura de cabeceras se sitúa aún muy por debajo del 10% de la población, se calcula un mercado potencial y en expansión que podría llegar a los cinco millones. Esas son las luces, pero en el lugar donde se pone el sol abundan también las sombras. Los periódicos no sobrepasan con frecuencia la docena de páginas y su nivel de profesionalización y calidad no resiste comparación a veces ni con las hojas vecinales del mundo desarrollado.
Los pocos medios que asumen posiciones críticas con el poder establecido, por lo demás, no lo hacen necesariamente siempre desde el rigor y la ética profesional. Tampoco han tenido tiempo de aprender su valor. El Estado mantiene un control tácito sobre los medios a través de la Justicia y de unas subvenciones en teoría basadas en las tiradas y, en la práctica, en lo favorecido que salga el poder. Creo, sin embargo, que merece la pena intentarlo. La economía avanza en el reino alauí y atrae cada vez a más inversiones extranjeras, buena parte de ellas españolas.
El país debate además un nuevo código de prensa que pretende acabar con las penas de prisión a los periodistas y establecer la autorregulación de los medios. Aunque algunos blogueros ya han sido condenados, el espacio digital ha funcionado hasta ahora más como refugio de comunicación social que como altavoz democrático o disidente. De hecho, la mayoría de diarios aún carecen de página web o son del todo precarias. De ahí su magnífico desafío: dar un doble salto vital hacia la libertad. Iniciar una nueva época de periodismo de calidad, digital e independiente, respaldado por la comunidad internacional. De la mano de Europa y, por su cercana posición geográfica e histórica, de España.
El momento se antoja, en definitiva, apasionante y universal. Es verdad que partimos de un horizonte negro, pero sobra espacio y talento para dibujar en él un nuevo escenario de la comunicación. Un nuevo contexto a corto plazo, inmediato, que nos permita escapar de la depresión y las tinieblas sin titubeos ni complejos. Sin excusas y de una vez. Los editores estamos en marcha. Tenemos ilusión, recursos, personas, ganas, experiencia, prisa… ¿Qué nos falta? A lo largo de 2010, Vocento ha acometido el valiente esfuerzo de transformar y unificar sus redacciones de papel e Internet. Tanto en el caso de ABC como en el de sus 12 diarios regionales. Lo hemos hecho porque nos preocupa el presente.
Porque nos apasiona el futuro. Porque nos inspira el pasado. Porque sabemos que no hemos llegado hasta aquí haciendo las cosas mal. Precisamente porque las hemos hecho bien, hemos desembocado en un nuevo tiempo, distinto, excitante, donde sólo caben los mejores, en el que nos toca encontrar un lugar, nuestro lugar, sin perder la identidad, nuestra personalidad, nuestra memoria. Sumando a lo nuevo nuestros densos años de experiencia y de servicio a las personas. También las lecciones aprendidas de no pocos errores. Eso es el futuro. Un futuro que, también para la prensa, será virtual. Pero, sobre todo, real.