El terrorismo ha vuelto a golpear, ahora en Barcelona y Cambrils. Este terrorismo de corte yihadista es un fenómeno moderno, alimentado ideológicamente por el salafismo y políticamente por las turbulencias del último medio siglo –autoritarismo, injerencias extranjeras, guerras por delegación, etc. Es también global, con ramificaciones regionales y locales: de repente Ripoll, el municipio rural de unos 10.000 habitantes de donde procedían los jóvenes terroristas que provocaron la desolación y la muerte en agosto, parecía estar mucho más cerca de Raqqa, el disputado bastión de Daesh. Los vínculos directos parecen difusos, pero el libretto, metodología, narrativa e inspiración, son obra de Daesh.
Como atestigua este número de AFKAR/IDEAS, queda mucho por saber. Sin duda nos sentimos todos solidarios con la magnífica reacción del conjunto de la ciudadanía sin distinciones ni estigmas, como mejor antídoto contra el extremismo violento. Pero es necesario tener en cuenta que Daesh es un ser que se adapta a las circunstancias y cuya supervivencia como “marca” depende no ya de su proyecto de califato territorial, sino de su capacidad de infundir el miedo en las sociedades a las que ataca. Por tanto, aunque las campañas militares “liquiden” a Daesh en su territorio, no conseguirán desactivar su acción global. Por ello, es imprescindible acumular conocimiento. No podemos fiarnos de patrones establecidos que sirven para explicar acciones pasadas pero no siempre para prevenir las futuras. Es cierto que el perfil de los terroristas de Barcelona y Cambrils comparte variables con casos anteriores: hijos de familias inmigradas, nacidos o criados en Europa, algún flirteo con la delincuencia o paso por prisión (el imam), que se acercan a la religión tras una vida poco “piadosa”, un adoctrinamiento en un círculo muy cerrado, con una combinación del entorno online (directrices) y offline (en un método de secta, cara a cara y mediante un líder carismático).
Sin embargo, aparecen en la constelación yihadista ciudades secundarias, como objetivo u origen de los terroristas, cuyo perfil se desplaza de las zonas periurbanas a un entorno rural. Tampoco vemos en este caso a jóvenes inadaptados, víctimas de la exclusión social, económica o laboral. Se trata de adolescentes, mucho más jóvenes que en ocasiones anteriores, educados, con trabajo y futuro. ¿Qué brechas pudo encontrar el imam para transformarlos en máquinas de matar? A priori podríamos aventurar tres fracturas: identitaria, generacional y política.
Provocada por el racismo que persiste en nuestra sociedad, la fractura identitaria es la que se alimenta de la negativa percepción del “otro”. Saber quién eres, adónde perteneces y quiénes son tus referentes es esencial para construir tu propia identidad, sobre todo en la adolescencia. La ruptura generacional la causan unos jóvenes que conviven a caballo entre dos maneras de vivir y que ven en sus padres una religiosidad descafeinada, domesticada por la sociedad de acogida. ¿Qué relaciones se establecen entre unos chicos modernos, formados, con aspiraciones, acceso a la información y unos padres con dificultades para entender la revuelta generacional que viven sus hijos? ¿Están estos padres preparados para hacer frente a los desafíos que se les presentan? No se trata de una “radicalización” en un entorno religioso o salafista, sino de unos chicos en una delicada etapa de construcción identitaria que han encontrado en el yihadismo el paraguas ideológico que les permite identificarse con todos los musulmanes víctimas del mundo. Ésta es precisamente la tercera potencial ruptura, la política. La narrativa yihadista se sirve de la política (las víctimas palestinas, sirias, iraquíes, etc.) para movilizar, dando lugar a un proceso de identificación virtual entre los jóvenes adoctrinados y estas víctimas globales.
Es necesario combatir estas fracturas desde la responsabilidad y la coherencia, en política exterior, en cohesión social, en representatividad, en normalización de la diferencia. Las llamadas comunidades musulmanas necesitan empoderarse para hacer frente a los retos políticos, sociales y teológicos. Debemos saber más para prevenir mejor, para acertar con políticas que impidan que la bestia yihadista vuelva a mutar y seducir a nuestros jóvenes con su trampa de heroísmo y muerte.