Probablemente estamos ante uno de los acontecimientos de más carga emotiva y simbólica de la historia de las relaciones hispano-marroquíes: la visita de los dos reyes, de Marruecos y de España, al lugar que recuerda los atentados del 11 de marzo, hace ahora un año. La llegada a Madrid de Mohamed VI es más que un gesto. El gesto debe agradecerse, aunque sea un deber de ambos reyes comparecer en este homenaje a las víctimas. El rey de Marruecos, por decirlo llanamente, juega muy fuerte en esta apuesta. Y vuelca toda su autoridad, simbólica y fáctica, del lado de la respuesta más enérgica contra las redes del terror.
No vamos a tratar, en una publicación destinada en parte a lectores no españoles, del concepto de AFKAR/IDEAS sobre la Comisión Parlamentaria encargada de investigar el 11-M 2004. Aunque rechacemos toda idea nacional cerrada, infranqueable. Vivimos abiertos al Mediterráneo y al mundo. Las barreras fronterizas, lingüísticas, no desaparecen, pero pierden relieve. En nombre de esa apertura de las mentes, constatamos que los representantes de las víctimas y también la mayoría de los españoles esperaban de sus representantes el coraje suficiente y la valentía necesaria para abordar lo sucedido y apuntar propuestas concretas para impedir que tal horror pueda repetirse. Conclusiones como las de la Comisión 11-9 creada por George W. Bush, quizá a su pesar, en Estados Unidos. Y lo decimos desde esta tribuna mediterránea, que ha defendido, para Marruecos, para Argelia, también para España y para los países de la Unión Europea, un sistema que se ha mostrado eficaz, probado a lo largo de 200 años: la democracia en tanto que corriente opuesta a los regímenes autocráticos. Y seamos humildes, España tuvo un régimen autocrático hasta 1975.
La democracia es inviable sin grandes y arraigados partidos políticos, sin verdaderos parlamentos, nacidos exclusivamente de la voluntad universal, libre, no manipulada, secreta y periódicamente expresada por una colectividad. Hay un espíritu monstruoso que caracteriza a estas muertes: la condición de sus autores. Sea en Nueva York, Estambul, Casablanca, Bali, o Madrid, el asesinato de centenares o millares de víctimas elegidas al azar, nos deja atónitos y al tiempo resueltos a la lucha, sobre todo a la lucha por saber, por conocer. La democracia es ante todo el derecho de cada ciudadano a vivir informado. Es su gran diferencia con el antiguo régimen. Los procedimientos han de ser legítimos. Porque éstos son eficaces frente al terror. Los medios ilegales privan de toda autoridad moral al Estado que los utiliza. El carácter perfectamente cobarde de los atentados es útil también para identificar su origen. Y para demostrar que no todos los terrorismos son iguales. Todos son miserables, todos tienen en común la muerte, pero no son iguales.
Los cinco ejemplos citados son, sin embargo, exactos entre sí. El político que no siente como propio un hecho que afecta a la colectividad que gobierna, no merece su puesto. Este axioma, sencillo y complejo a un tiempo, es el que los reyes de Marruecos y España parecen confirmar. Juan Carlos I y Mohamed VI representan a sus Estados, a sus sociedades. Unas sociedades que han sabido sobreponerse a una etapa en que los estereotipos y las visiones simplistas amenazaban el clima de convivencia y diálogo. Si la visita de los reyes de España a Marruecos tuvo un amplio calado en las relaciones entre los dos países, este homenaje colectivo subraya solemnemente este hecho. Ambos monarcas encabezan los dos Estados. Quieren mostrarse juntos, en silencio, e inclinarse ante 191 muertos y dos millares de heridos. Muertos y heridos que claman por su dignidad.