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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Editorial
El año 2019 ha sido testigo de una reemergencia de la calle árabe, empezando por Argelia, donde la ciudadanía lleva al cierre de este número más de 40 semanas consecutivas saliendo a la calle para exigir un cambio político que no se materializa. Los sudaneses lograron deponer a Omar al Bachir y el país vive ahora un proceso político en el que el ejército aún tiene mucho que decir. Egipto sorprendió con una protesta motivada por las acusaciones de corrupción llegadas a través de las redes sociales por parte de un exiliado en España. A pesar de lo controvertido que resulta el denunciante, los egipcios desafiaron a la cúpula militar y lo pagaron con una dura represión no solo contra los manifestantes, sino también contra activistas de la sociedad civil y medios de comunicación.
Y en medio de la peor crisis económica de su historia, Líbano ha dado una lección de persistencia y coraje reivindicando en la calle un sistema político más justo en el que la política no quede solo en manos de los pocos de siempre. A pesar de los augurios de una fractura sectaria que parecía ser la norma que dominaría cualquier acontecimiento en la región, los libaneses –y sobre todo libanesas– han contravenido los pronósticos posicionándose claramente contra el confesionalismo y la fractura identitaria de su sistema político y de la economía de clanes que dominan el país.
Diez años después del Movimiento Verde contra la elección de Ahmadineyad, también los iraníes, a pesar de la feroz represión y el cierre de internet y los espacios de comunicación, han manifestado su descontento ante la pauperidad económica y el liderazgo político. Mientras, en el vecino Irak las protestas se suceden desde hace meses contra el fracaso de un gobierno incapaz de dar respuesta a las necesidades de la población. La brutal respuesta no ha logrado hacer desistir a los jóvenes iraquíes, que han pasado de enarbolar unas protestas eminentemente pacíficas a una forma de contestación más violenta.
¿Estamos ante una nueva Primavera Árabe o es este un nuevo episodio de lo que ya empezó en 2010-2011? Aunque sea un debate que apasiona a los académicos, lo relevante es que tanto la ciudadanía como los gobernantes han aprendido del pasado, por lo que será difícil romper el empate técnico entre ellos. Por un lado, los manifestantes son conscientes de la necesidad de mantener la revuelta pacífica, de esquivar las tentaciones de sectarización o militarización de sus movimientos de protesta y de perseverar en sus demandas, pues la experiencia demuestra que no es suficiente con decapitar al líder para deshacerse del sistema. Por otro, los dirigentes reaccionan de forma más sofisticada y diversa en un contexto de inestabilidad regional creciente, en el que el autoritarismo resiliente parece una mejor garantía a ojos de una comunidad internacional reactiva, que actúa en la región con un cortoplacismo preocupante.
Más allá de la incongruencia o falta de visión política y estratégica de los grandes actores internacionales, la ciudadanía global se erige empoderada como dueña de si misma. No solo en Oriente Medio y Norte de África. Desde Hong Kong hasta Chile, las movilizaciones ciudadanas comparten estrategias, demandas y referencias. En el caso de la calle árabe, las protestas dan fe de que el contrato social entre gobernantes y gobernados, en muchos casos fruto del orden regional poscolonial, está extinguido. La población exige una nueva forma de ciudadanía y no duda en acusar, usando las armas de la creatividad, el arte, el simbolismo y el compromiso, a unas élites políticas en las que ya no cree.
Es un fenómeno de repolitización fuera de las estructuras políticas formales sin precedentes. Como en 2011, algunas de las protestas siguen sin estar lideradas, dificultando la visualización de alternativas claras a las élites tradicionales. Además, los líderes de la sociedad civil que encabezan las protestas se arriesgan a ser cooptados o erradicados para así desactivar la capacidad organizativa de los manifestantes. Ni estos ni las élites dominantes están dispuestos a dar su brazo a torcer y no parece que la salida vaya a ser rápida ni fácil. El año 2020 nos deparará seguramente más movilización social y desafíos ciudadanos en el contexto de un sistema regional en constante reformulación. El pulso en la calle está echado. Quién tendrá la última palabra es difícil de saber. Continuará.