La fábrica social del Internet árabe: ¿democratización de lo digital o por lo digital?

Es improbable que los blogs conduzcan a una revolución, pero abren la perspectiva de un espacio público diferente.

Yves Gonzalez-Quijano

El paso del segundo al tercer milenio no ha hecho más que reforzar la aceleración de una “globalización”, sin duda difícil de definir, pero sin embargo, cada vez más presente en todos los aspectos de la vida individual o colectiva. Los vectores de esta globalización, las tecnologías de la información y de la comunicación, a las que hace sólo unos años calificábamos de “nuevas”, constituyen la mejor ilustración posible de esos profundos cambios. Con unos avances cada vez más rápidos en la gestión y en la transmisión de datos, expresiones como “autopistas de la información” o “economías del conocimiento” se han incorporado al lenguaje habitual. Paralelamente, hemos asistido a la aparición de escenarios que asocian los desarrollos técnicos y políticos.

De una forma que puede parecer ingenua, debido a lo mucho que recuerda a las antiguas teorías que se desarrollaron tras la Segunda Guerra mundial en la gran época del auge de los medios de comunicación de masas y de la televisión, algunos quisieron imaginar que la “conexión en red del mundo” traería consigo, de manera mecánica o casi, el progreso de todo el planeta, en el plano económico, por supuesto, pero también político. La multiplicación de las posibilidades de comunicación instantánea a través de unas redes que burlan las fronteras hizo nacer en muchos la utopía de una democracia digital a escala planetaria… Dentro de un movimiento en apariencia inverso pero con el que está, paradójicamente, muy relacionado, hemos visto multiplicarse las profecías más opuestas.

Bajo la bandera del choque de civilizaciones, la transparente tecnicidad política de las sociedades posindustriales democráticas (por definición o casi, “occidentales”) se ha opuesto a la opacidad de las sociedades “tradicionales”, autoritarias a la par que reacias a las conversiones técnicas. Desde esta perspectiva, los países musulmanes en general, y las sociedades árabes en particular, han sido condenados en gran medida a permanecer al margen de la “marcha digital del mundo”, por la falta de un buen sistema de gobierno político, pero con más frecuencia porque imaginábamos que su legado cultural los incapacitaba por definición para semejantes transformaciones.

A partir de la muy objetiva constatación de que existe una “fractura digital” que crea una verdadera línea de separación entre las zonas del mundo, hemos extrapolado de manera natural el inmovilismo de unas sociedades irremediablemente atrasadas, ya que se encuentran, por definición, “bloqueadas” en su proceso histórico de desarrollo. Bajo los efectos de la onda expansiva creada por los atentados del 11 de septiembre, esos análisis han tomado un nuevo derrotero. Sin temor a contradecirse, los mismos que podían disertar sobre la incurable pereza tecnológica de unas sociedades abocadas al despotismo, se han puesto a agitar el fantasma de unos aprendices de brujo de la técnica capaces de provocar, desde el fondo de sus cavernas afganas, el apocalipsis planetario.

Mientras ellos comprobaban que toda la omnipotencia digital estaba evidentemente disponible en cualquier punto del planeta, otros esperaban que también funcionara como un incentivo: convertido en un fenómeno de masas gracias a la multiplicación de sus aplicaciones, Internet permitiría “recrear la política” al revitalizar el acceso de los actores al espacio público. Las esperanzas se renovaron otra vez con la entrada en el nuevo milenio y el desarrollo de una Web 2.0 más participativa y más horizontal, ilustrada por la explosión cuantitativa de los blogs y luego por la de las redes sociales como Facebook y Twitter. Si bien, para el gran público, lo que llamamos “Internet” –impropiamente además ya que se trata de un abanico de técnicas y de aplicaciones muy diversas– es una realidad tangible desde principios de los años noventa, los usuarios “corrientes” del mundo árabe tuvieron que esperar un poco más.

Desde este punto de vista, la entrada de Arabia Saudí en la red mundial en vísperas del nuevo milenio representa una fecha destacada, porque permitía la creación de un mercado importante, a juzgar por la población afectada y su poder adquisitivo y, sobre todo, porque constituía un giro decisivo en relación con el lugar que ocupan las nuevas tecnologías en la zona. A través de su decisión, las autoridades de esta monarquía de reputación conservadora, mostraban que el paso a lo digital era una realidad ineludible. Sin duda, tanto en Riad como en otras partes, han seguido esforzándose por mantener esa apertura bajo el mayor control posible, multiplicando los filtros e incluso con frecuencia las prohibiciones; pero se ha creado una dinámica.

De hecho, en una década, el número de usuarios árabes de Internet ha aumentado en un 300% con respecto al año 2000 (más de 53 millones de usuarios árabes a finales de 2009, Cf. Kh. ‘A. aql-Khalaf, Elaph, 10 de diciembre de 2009) hasta alcanzar hoy en día el 19% del conjunto de las poblaciones afectadas. La breve historia del Internet árabe ya puede analizarse en periodos. Por unas razones bastante evidentes, relacionadas con las características de unas técnicas que se encontraban en sus inicios, las primeras iniciativas árabes se hicieron en inglés. Sólo hacia mediados de los años noventa empezaron a estar disponibles unos contenidos nativos, en concreto los de los diarios panárabes (Al Sharq al awsat y Al Hayat en lo que se refiere a la prensa de capital saudí y Al Nahar y Al Safir, por ejemplo, en cuanto a los periódicos libaneses).

A pesar de la pesadez de los procedimientos de aquella época (los caracteres aparecían como imagen y, por consiguiente, sin posibilidad de búsquedas en texto íntegro), el poder disponer de contenidos árabes en la Red mundial dio lugar a una primera etapa significativa. La multiplicación en los años siguientes de los sitios de información accesibles en Internet suele comentarse menos que la aparición más espectacular, en la misma época, de las cadenas por satélite. Sin embargo, se trata de la misma revolución del sistema de información árabe, gracias a las nuevas aplicaciones digitales y a la “convergencia” de soportes de información. Lanzada en 1996, Al Yazira abrió dos años más tarde un sitio en Internet que sigue siendo uno de los más visitados por los internautas árabes.

El auge de los blogs y de las redes sociales

El grueso de la prensa árabe, en toda la diversidad de sus orientaciones, ya estaba disponible en la “red de redes” cuando ésta última sufrió una nueva transformación de sus usos con el auge de los blogs. A escala mundial, la plataforma Blogger.com proporciona una cómoda referencia: la pequeña e innovadora empresa lanzada en 1999 fue adquirida por Google en 2003 (la versión árabe se distribuyó en 2008). En el mundo árabe, la empresa pionera fue jordana. Maktoob, lanzada en el año 2000 como un servicio de mensajería especializado para la clientela árabe y un portal que visitan uno de cada tres internautas en esta zona según algunas estadísticas, fue adquirida por Yahoo en 2009 por una suma cercana a los 80 millones de dólares.

Los blogs, un fenómeno mundial, conocieron en el mundo árabe un crecimiento excepcional. Al coincidir con un uso simplificado para el internauta local que ya podía utilizar su propio idioma para realizar sus intercambios en la Red, la moda de los blogs se extendió rápidamente por todos los países de la zona. A menudo poco precisas e incluso poco fiables para todo lo relacionado con el uso de las nuevas tecnologías, las estadísticas son especialmente cuestionables a la hora de elaborar el mapa de una blogosfera con contornos difíciles de definir. Sin embargo, aunque se considere que son aproximados, los datos que circulan son impresionantes. Se calcula que en 2005 había cerca de 30.000 blogs en el conjunto de los países árabes. El año siguiente, se contaba al menos el mismo número sólo en Marruecos, aunque es verdad que es un país especialmente activo en este campo.

A mediados de 2008, los expertos locales, y en especial los de Google, calculaban que había cerca de medio millón de blogs árabes, una cifra que aumentó en 100.000 unidades más unos meses después (las cifras más recientes, de diciembre de 2009, arrojan un total de 600.000 blogs, la cuarta parte de ellos activos. The Arabic Network for Human Rights Information, One Social Network With a Rebelious Message, 2009: http://www.openarab. net/en/node/1612). Hoy, las prácticas digitales están marcadas por una nueva y significativa evolución: las redes sociales. El espectacular ascenso de la Red de la segunda generación que se inició con los blogs se comprueba en concreto con el éxito de aplicaciones como Facebook, desde hace algunos años, y Twitter, más recientemente.

El fenómeno mundial adquiere en el mundo árabe una dimensión especial, como si la entrada en circulación de esa clase de aplicación se produjese en consonancia con un entorno técnico-cultural especialmente favorable (algo parecido al teléfono móvil, que también conoce allí un éxito mucho mayor que en otras zonas del mundo). Aun con las precauciones habituales en cuanto a la fiabilidad de los datos estadísticos, resulta bastante significativo comprobar que los usuarios árabes de Facebook son actualmente más numerosos que los de la prensa escrita (15 millones frente a 14 millones). Más reciente, la comunidad de los que en árabe llaman los “twitteristas” (twitariyyun), parece que se desarrolla de acuerdo con unos parámetros igual de impresionantes (cerca de 12.000 usuarios de Twitter en el mundo árabe a mediados de 2009, aunque con unos índices de crecimiento muy elevados).

La incorporación al lenguaje habitual de palabras como twitariyyun o mudawwannat (blogs) refleja una realidad, la de la trivialización de Internet. En el espacio árabe, sin embargo, esta irrupción de las tecnologías digitales se suma a otros fenómenos sociales que refuerzan sus efectos. En primer lugar, por la demografía de los internautas quienes, como en cualquier otro lugar, se reclutan preferentemente entre las generaciones que por así decirlo nacieron en un mundo ya plagado de comunicaciones digitales y cuyo aprendizaje se ha convertido en una inclinación natural o casi. Pero, desde el momento en que los países árabes se caracterizan por una demografía especialmente dinámica (de ahí que la mitad de su población tenga en la actualidad menos de 25 años), se concibe fácilmente que las consecuencias de esta aculturación de las nuevas técnicas sean allí espectaculares. Además, debemos subrayar también las importantes transformaciones culturales relacionadas con los usos del idioma.

En la blogosfera árabe, los jóvenes usuarios están muy lejos de limitarse a usar el árabe llamado moderno (o “estándar”), derivado del idioma clásico. En realidad, los intercambios en los teclados de los teléfonos digitales o en las redes tipo Twitter vienen acompañados por la creación de nuevas formas de tomar la palabra, liberadas de las exigencias de la gramática y de los códigos lingüísticos, que restablecen en mayor medida las libertades y la inventiva del habla cotidiana. En estas sociedades en las que las élites a menudo han establecido su condición privilegiada sobre la base de su dominio del idioma (aunque sólo sea en el ámbito religioso), ese viento de libertad en los intercambios no carece de importancia, sobre todo cuando sopla para las generaciones más jóvenes y que, pese a que el analfabetismo sigue siendo una lacra social en numerosos países, se asocia a la posibilidad de tratar los mensajes tanto por imagen como por sonido (YouTube y Skype, por citar sólo un par de ejemplos).

¿Podría la democratización de Internet provocar una democratización por Internet?

Por consiguiente, en todos los lugares del mundo, tanto en los barrios más cosmopolitas de las grandes capitales como en las zonas rurales más desfavorecidas, se asiste a una evidente democratización de las prácticas digitales en general, y de Internet en concreto. ¿Se debe por ello ampliar la observación y afirmar que esta democratización de Internet podría provocar a su vez una democratización por Internet? La pregunta se plantea debido a que los usuarios de lo digital son objeto de discusión en todos los países de la zona cuando se trata de adaptar el código de la prensa a las nuevas condiciones técnicas, por ejemplo, o bien porque conviene dar una categoría a los actores agrupados en asociaciones o incluso en grupos de presión.

Aunque crucial por más de una razón para el conjunto del escenario regional, el caso de Internet en Egipto es posiblemente uno de los que ha suscitado mayor interés, precisamente porque quizás forma parte de aquellos en los que las nuevas formas de expresión procedentes del universo digital han irrumpido especialmente en la escena política. A este respecto, es sin duda revelador para el conjunto del mundo árabe, a pesar de las enormes diferencias entre los usos políticos de la Red dentro de los distintos países árabes. La intervención de los internautas egipcios en el debate público tuvo lugar pronto en comparación con el resto de la zona. Ya en 2004, un periodista-ciudadano como Wael Abbas denunciaba en su blog, Misr Digital, no sólo las exacciones policiales y la represión contra los partidos políticos de la oposición, sino también fenómenos sociales como el acoso sexual en las calles de la capital.

En 2007 y 2008, las protestas de la entonces llamada “generación Facebook” por los medios de comunicación, preocuparon lo suficiente al poder como para que éste diversificara su estrategia para completar las tradicionales medidas de control (o de represión) mediante una serie de decisiones que iban desde la simple vigilancia del espacio digital a través del reforzamiento de las normas administrativas que regulan los cibercafés, por ejemplo, hasta la creación de programas de estudios con el fin de comprender mejor –para controlarlo mejor– el nuevo fenómeno de las “movilizaciones electrónicas”. Y al parecer tuvo éxito, ya que la dinámica política que se hizo posible gracias al uso de las nuevas tecnologías parece que se ha perdido en gran medida, aunque el conjunto de los actores tradicionales, incluso los medios de oposición de inspiración religiosa, haya incorporado ahora a su manera de actuar un uso de Internet en cierta forma banalizado.

A pesar de que algunos rescoldos vuelven a encenderse, a menudo en la estela de innovaciones técnicas (como por ejemplo Twitter), y que vuelven a dar a los activistas de la Red una ventaja sobre los órganos de control, el ejemplo egipcio parece ofrecer una especie de paradigma generalizable al conjunto del mundo árabe, en virtud del cual la innovación política que se hizo posible mediante la multiplicación de los usos de las técnicas digitales mostraría sus limitaciones frente a la capacidad de las fuerzas en el poder de mantener su control sobre las dinámicas sociales, especialmente mediante una especie de “puesta al día” de sus técnicas represivas. Retomando una fórmula que se ha convertido en famosa, las redes de comunicación están abiertas, pero numerosos “regímenes” permanecen no solo “cerrados”, sino pendientes de que no se abra ninguna brecha en sus defensas (ver S. Kalathil, Shanthi y T. Boas, Open Networks, Closed Regimes, Washington DC: Carnegie Endowment for International Peace, 2003).

No hace falta nada más para tranquilizar a aquellos que siempre manifestaron sus dudas sobre la capacidad de las nuevas tecnologías digitales para modificar en profundidad las bases de la política. Nos recuerdan que, sea cual sea la importancia de las movilizaciones que permiten las aplicaciones abiertas en Internet, sólo existen en la virtualidad de los intercambios digitales y sólo se materializarán de manera concreta en función de las relaciones de fuerza reales. En otras palabras, en todos los discursos sobre la “generación Facebook”, que va camino de hacer la “revolución Twitter” en el mundo árabe, existen muchas exageraciones, e incluso fantasías, que no resistirían un análisis un poco serio.

Formuladas de esta guisa, semejantes aserciones son cuando menos refutables ya que se basan, de hecho, en realidades comprobables. Sin embargo, todos aquellos que cuentan con la capacidad de las tecnologías digitales para contribuir a una modificación en profundidad de los datos comprobables en las sociedades árabes no son lo suficientemente ingenuos como para pensar que la creación de una publicación en Internet o de un “grupo de amigos” en Facebook representa un indicio tangible de una revolución política.

Muy al contrario, los modelos explicativos más concluyentes son quizás los de la antropología política americana cuando considera, por ejemplo como Marc Lynch, que la verdadera cuestión se refiere a la capacidad de la muy activa blogosfera de “transformar las dinámicas de la opinión pública y del activismo político”, y que “aunque resulte improbable que los blogs políticos árabes conduzcan a una revolución, abren la perspectiva de un espacio público diferente que podría modificar la naturaleza de la política de las décadas venideras”. (M. Lynch, “Blogging the new Arab public”, Arab Media & Society, primavera de 2007 y D. Eickelman y J. Anderson, New media in the Muslim World. The Emerging Public Sphere, Bloomington: Indiana University Press, 2003). Estas consideraciones, que examinan con detenimiento los efectos movilizadores de Internet más a medio que a corto plazo, merecen ampliarse reflexionando sobre las transformaciones más soterradas, menos inmediatas, creadas por el juego de las relaciones individuales.

En efecto, los usos más recientes de Internet contribuyen, tanto en los productores de contenidos como en los usuarios, a una “fábrica social” que puede contribuir a una nueva dinámica política. En su inmensa mayoría, los mensajes que pone en circulación la juventud árabe en Internet no contienen un discurso reivindicativo; no llaman a la acción contra tal o cual injusticia, o bien lo hacen en formas muy alejadas de la reivindicación tradicional, y en la mayoría de los casos se conforman con reunir a unos círculos de semejantes, a veces hasta decenas de miles, que se reconocen en una palabra expresada públicamente relacionada con unos temas que les conciernen.

No se consideran unas plataformas de movilización, pero a pesar de todo son más portadoras de cambios que las formas de expresión, incluso en la Red, derivadas de una intervención en apariencia más clásicamente política. Además del hecho de que su proliferación y su forma de abordar la política, en cierta manera de soslayo, convierten en vano cualquier intento de control, se puede pensar también que los verdaderos cambios nacerán de las nuevas formas de comunicación electrónica que favorecen la constitución de “comunidades virtuales” en las que la afirmación individual se suma al rechazo de las jerarquías sociales heredadas.