Una paz sin paz en Gaza

n.76

Editorial

Una paz sin paz

El otoño de 2025 ha estado marcado por la iniciativa diplomática de la administración estadounidense en Gaza. El llamado “plan de paz”, tal y como lo presen­ta Donald Trump, si bien está aliviando la cotidianidad de la ciudadanía de la Franja, se ha revelado extrema­damente frágil, como demuestran las violaciones por ambas partes. Asimismo, si por un lado los bombardeos han disminuido drásticamente, por otro, Israel sigue ocupando parte del territorio gazatí. Al mismo tiempo, a las puertas del invierno, las condiciones de vida en Gaza siguen siendo muy duras y las ayudas y suministros, en especial alimentos, que Israel deja entrar, insuficientes. Aun así, Gaza está cada vez menos presente en las agen­das mediáticas internacionales. En este contexto, au­menta, además, el riesgo de que Cisjordania se convierta en un nuevo frente: Israel prosigue con su colonización, endurece los controles y se intensifican las acciones vio­lentas de los colonos hacia la población palestina cisjor­dana. La exclusión de la ANP de las negociaciones para el Plan Trump y la ausencia de un plan específico para Cisjordania revelan que la pauta sigue siendo la lógica de lo inmediato, evitando soluciones globales y pragmá­ticas para el conflicto israelo-palestino. Es evidente que Estados Unidos ha sido el único ac­tor con la fuerza suficiente para lograr un alto el fuego en Gaza, con la colaboración de las monarquías del Gol­fo y de Egipto. Sin embargo, la administración Trump parece decidida a avanzar hacia un mundo unipolar: una diplomacia que vehicula las peticiones de Netan­yahu, coquetea con Putin y, al mismo tiempo, aparta a las representaciones palestinas y a Zelenski, a las orga­nizaciones internacionales y a Europa. Un unilateralis­mo que entierra el siglo XX. Europa, por su parte, abandonada por Trump frente a Rusia, se ve obligada a asumir las riendas de su polí­tica, de su diplomacia y de su defensa. En este sentido, una vez que el conflicto en Gaza ha disminuido de in­tensidad, la Unión Europea podría desempeñar un pa­pel clave en la implementación del plan, dejar de ser un mero donante de ayuda humanitaria, asumir un papel político de mayor peso y relanzar el multilateralismo, en un escenario internacional cada vez más dominado por agendas unilaterales.

Para abordar ese desafío –y los muchos otros que acechan la región y que van desde la transición siria, al autoritarismo de los gobiernos del Sur y a las narrativas iliberales que se abren camino también en Europa– la UE debería dar un giro a su política. Sin embargo, vencer las profundas divisiones dentro de la UE es una quime­ra. Así, superar los mecanismos, tediosos e ineficaces, de toma de decisiones que hacen que la Unión parezca un actor poco determinado y poco resolutivo, ampliando el uso de las mayorías cualificadas, se está convirtiendo en una cuestión casi existencial. Es un camino arduo, pero necesario si la UE quiere seguir teniendo voz y evitar la disgregación que intentan sembrar las guerras híbridas. En el 30º aniversario del Proceso de Barcelona es esencial reconstruir la confianza de los países del Sur del Mediterráneo hacia Europa, sobre todo de sus ciu­dadanías, de sus juventudes. En este sentido, el nuevo Pacto por el Mediterráneo presentado por la Comisión Europea es una buena noticia. Cabe destacar el gran protagonismo que el texto, aprobado el 28 de noviem­bre en Barcelona por los países de la UE y los países socios mediterráneos, otorga a la sociedad civil del Sur. Pese a su enfoque pragmático y su fijación en la gestión de migraciones, el Pacto queda lejos de abordar los te­mas estructurales y las grandes ambiciones inherentes el Proceso de Barcelona. Además, pone de relieve que la Comisión Europea es consciente de que es necesario un trabajo profundo para recuperar credibilidad ante la ciudadanía del Sur y que la construcción de una región euromediterránea segura y próspera requiere confianza mutua. La misma confianza que algunas potencias com­petidoras no dudan en minar, sin escrúpulos. Ya sea en el frente mediterráneo o en el global, la UE va acercándose a un dilema que apremia: tomar medidas contundentes para ser un actor con influencia internacional o seguir deslizándose por la pendiente de la irrelevancia. El mundo de ayer, pese a las elecciones parlamentarias en Israel y de medio mandato en Esta­dos Unidos de 2026, no va a volver./

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