Varias etapas en el Sur argelino

A pesar de las promesas gubernamentales de impulsar el turismo, la región está abandonada por el Estado y por los empresarios, y no recibe casi visitantes.

Francis Ghilès

El tiempo se ha detenido en Timimun, famoso y antiguo oasis rojo del sur argelino que los turistas extranjeros abandonaron, como el resto de Argelia, a raíz de los años “negros”, pero también debido a que Air Algérie suprimió sus vuelos hace unos años. Hay que calcular siete horas de ruta desde Guerdaia o tres desde Adrar, otra ciudad del sur argelino que Air Algérie finge comunicar dos o tres veces a la semana. Timimun (Ti mimun, “perteneciente a Mimun”, un nombre bereber), los bereberes cenetes que ahí viven y su hotel Gurara son tristes: más de dos tercios de los jóvenes menores de 30 años están en paro, dejados de la mano de Dios.

El palmeral está muy maltrecho, y la belleza mineral de esta sebka (depresión) en pleno desierto, engastada en un collar de ksurs (alcázares), abandonados como tantas otras escalas, recuerdo de unas épocas antaño brillantes, en la ruta de las caravanas, no consigue hacer olvidar el estado lamentable en que se encuentran esos lugares. Sin embargo, en este caso, roja es la arcilla, roja la arena, rojas las construcciones… El viejo ksar, encerrado entre sus murallas, ofreciendo la frescura del laberinto de sus callejones, es una maravilla. Las fiestas de la Achura, como las del Mulud, que aquí se prolongan durante siete días, siguen siendo hermosas, pero ya no hay visitantes, desde que se fue a pique la compañía Khalifa Airways, que, a principios del milenio, organizaba vuelos que salían de Argel y, sobre todo, de París. Los turistas se habían prodigado, y su dispendio y presencia contribuyeron a reimpulsar la actividad de una región que Argel parecía tener olvidada.

En las mezquitas de Timimun, a principios de enero de 2007, rezaron por Abdelmumen Khalifa, cuyo proceso se iniciaba en Blida, el proceso del siglo, el proceso de este principio de siglo, que trató de arrojar, con poco éxito, algo de luz sobre la mayor estafa financiera desde su independencia en 1962. Una estafa que vio cómo se esfumaban miles de dólares, cómo una compañía aérea y un banco privados se inauguraban y se venían abajo sin que se condenara a uno solo de los comanditarios importantes de esa colosal malversación de fondos, ya fuera presidente, ministro, autoridad superior u otro. Este juicio presenció, como en el caso de otro banco que quebró en Orán, salpicando a parte de la nomenclatura de esa ciudad –el Banco Comercial e industrial de Argelia, BCIA–, cómo miles de pequeños ahorradores perdían el dinero que habían estado apartando durante años.

Ese proceso pone punto final el poco glorioso capítulo del lanzamiento de una decena de bancos privados, a finales de los años noventa, y su total desaparición del actual panorama bancario. Estos procesos subrayan hasta qué punto actuaron con ligereza las autoridades, hasta qué punto el Banco Central concedió licencias bancarias a “aficionados” que no reunían las cualidades profesionales requeridas para tomar el relevo de los grandes bancos estatales que siguen dominando la economía. Dicho proceso plantea un buen número de preguntas: en 2001, Mumen Khalifa estuvo a punto de obtener una licencia bancaria para abrir una sucursal de su entidad en París. Dado que la realidad supera la ficción, vale la pena leer la novela policíaca L’Envol du Faucon Vert (Amid Lartane, Editions Métaillé 2007), que nos adentra un poco en el perfume, en el ambiente de esas malversaciones de fondos a gran escala.

El resultado de ese fiasco está claro: todos acaban esperando el milagro y nadie se esfuerza. Pero volvamos al Sur, a Adrar: el hotel donde me inscribo, a las dos de la mañana, después de que el vuelo de Air Algérie haya sufrido un retraso de cinco horas, está vacío. Lo construyó un industrial oranés hace años, alentado por las promesas gubernamentales de potenciar el desarrollo del turismo en la región. El establecimiento está bien llevado; me dispensan una acogida agradable pero triste. El estado del hotel de Timimun es tan ruinoso que podría servir de escenario para rodar una película policíaca mala.

Sin embargo, la gente se muestra siempre cortés, sonriendo a los extranjeros de paso, ávida de noticias de Europa, viviendo por lo pronto con resignación su abandono por parte de la capital. Contrasta fuertemente con lo que sucede tanto al oeste como al este de Argelia. Marruecos y Túnez acogen cada año a millones de turistas. Pero en ese país el Estado se niega a entender que debe ceder sus hoteles a empresarios, aunque sea por el precio simbólico de un dinar, puesto que hay que reconstruir completamente edificios de los años setenta y ochenta que están casi en ruinas. Tampoco entiende que esa clase de política, aunque se ejerciera con rigor, no podría triunfar a menos que se liberara el cielo argelino, a menos que se aboliera el monopolio de Air Algérie sobre los vuelos domésticos e internacionales. Asimismo, la compañía nacional trata a sus pasajeros, sobre todo los autóctonos, como si fueran esclavos a los que pudiera malear y manejar a su antojo.

Air Algérie constituye un complot contra el desarrollo del Sur. Su divisa podría ser Imposible tratar con mayor desprecio a nuestros pasajeros: vuelos retrasados, cancelados sin la más mínima explicación, lo que obliga a los pasajeros a esperar durante horas o días enteros en una terminal de Argel, que más bien parece un hangar, sin calefacción, con unas condiciones de higiene mínima, bajo la mirada despectiva de azafatas cuya menor preocupación es velar por el confort de quienes, sin embargo, han pagado sus billetes. Las altas esferas han indicado que es imposible liberar el cielo argelino antes de 2009.

¿Por qué se ha escogido esta fecha arbitraria? Habrá que armarse de paciencia. A siete horas de camino, en el noreste de Timimoun, la ciudad de Guerdaia recibe dos vuelos semanales procedentes de Argel y ninguno de París. No obstante, harían falta dos vuelos diarios desde Argel y un buen servicio de transporte con las ciudades francesas, puesto que la comunidad mozabita –habitantes del valle de M’Zab, musulmanes de rito ibadita, descendientes de los rostémidas, que reinaron en el Magreb central entre el siglo VIII y el X– se encuentra dispersada por el mundo, pero conserva vínculos sólidos con la región.

El número de turistas ha descendido notablemente en el M’Zab, aunque cuente con magníficas casas de huéspedes donde acogerlos. Los argelinos, incluidos cuerpo diplomático y ministros, bullen de actividad en viejas casas perfectamente conservadas, sobre todo en el palmeral de Beni Isguen. El cambio de aires es total, la paz infinita y la acogida más que agradable. Como bien dijo el arquitecto francés André Ravéreau, el M’Zab es “una lección de arquitectura”. El egipcio Hassan Fatay, de la misma profesión, escribe sobre el M’Zab: “La belleza de una forma radica en las fuerzas que se aúnan para generarla.

En el M’Zab, las formas aúnan todas las fuerzas: las sociales y las técnicas. El equilibrio de la propia sociedad se expresa en ellas; la unidad, la igualdad social, religiosa, dependiendo del rito. Todas las casas tienen la misma altura, similar a la de la mezquita. La forma expresa la verdad en los medios, la forma estructural”. Los soportales de las cinco ciudades de la pentápolis –Guerdaia, Beni Isguen, Melika, Bu-Nura y El Ateuf–, están hechas de ramas de palmeras; como sucede con el hormigón, el armazón permanece oculto. “Aquí todo se reduce a la expresión más sencilla, muestra de una fe religiosa que ha excluido lo superfluo y ha convertido la arquitectura de esas ciudades, construidas hace mil años, en algo totalmente moderno.

En el caso de las bóvedas y las cúpulas, la forma aúna las fuerzas, exactamente, y en este caso, pues, la forma es implícita, y bella, porque siempre aúna todas sus fuerzas”. Lo que aún resulta más notable es la solución encontrada para acomodar a los nuevos habitantes, construyendo sobre una colina cercana una nueva ciudad, Talifalet Taydet, que es el primer nombre con que se bautizó Beni Isguen. La construcción de 880 casas, iniciada en 1997 y financiada en su totalidad con fondos privados, se acabó en 2004, con un coste de un tercio de la media nacional argelina. Aquí todas las clases sociales se entremezclan, sin admitirse signo exterior alguno de riqueza en las calles, muchas de ellas peatonales. Solo se utilizan materiales locales, y la forma de las calles está pensada para aislarlas del viento y, así, crear un microclima. Los habitantes se ocupan de la limpieza y el mantenimiento de su “oasis de propiedades”, que agrupa varias calles, sembradas de plazas.

El resultado es espectacular y, vista desde Beni Isguen, la nueva ciudad se parece a la vieja, como dos gotas de agua. Se la ve casi tan antigua como las cinco ciudades de la pentápolis, cada una construida en una colina, en esas depresiones del desierto que explican que no se descubran las ciudades del M’Zab hasta que, al llegar de Argel, la carretera “cae” literalmente sobre ellas. Este proyecto se emprendió para evitar la invasión del hormigón y de las construcciones salvajes, ya muy avanzada por entonces en el M’- Zab, del palmeral de Beni Isguen. En los nuevos barrios que se construyeron desordenadamente entre las cinco ciudades tradicionales, una serie de intervenciones arquitectónicas intempestivas han contado con el aliento de un Estado poco amigo de las distintas culturas y, más concretamente, de la cultura secular de los mozabitas.

La mayoría de los recién llegados no tiene cultura ciudadana, sus barrios nada tienen de urbanos, ninguna elegancia arquitectónica, poca limpieza. Esos habitantes desean, aquí, que el minarete de su mezquita sea tan alto como el que domina la ciudad de Guerdaia, aunque ésta se construyera sobre una colina y la suya al fondo de un pequeño valle. ¿Qué sentido tiene erigir un minarete más alto que el actual, instalar un castillo por encima de un lugar memorable como “Meyless ‘Ammi Saïd”, sin faltar colinas y terrenos alrededor de la pentápolis, para competir con una arquitectura considerada patrimonio de la humanidad?

Se trata de la absurda pretensión de nuevos ricos, funcionarios y empresarios, de poco calado cultural. Finalmente, existe un lugar en Guerdaia infinitamente evocador: el cementerio judío. Está perfectamente conservado; alberga varias tumbas de centenares de años. La paz que aquí reina, entre dos colinas pedregosas, es a la vez espiritual y mineral, testigo valiosísimo del pasado y de un presente tolerante en estos oasis que merecen conocerse mejor.