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Co-edition with Estudios de Política Exterior

En el corazón de Berbería: la ‘Kasbah’ del Tubkal
Francis Ghilès
La kasbah es tanto una obra de la naturaleza como una colmena u hormiguero, en cierto sentido. Solo un pueblo como el bereber, que únicamente sabe de naturaleza, siempre en compañía del sol, las rocas, el desierto, podía crearlas tal como son; si resultan tan perfectas es, sobre todo por ese aire como de haberse hecho inconscientemente… tal como funciona el genio animal, o el genio humano. Sin embargo, tampoco podrían haberse generado de no ser por tan espléndida tradición constructora…
Ahora bien: hay que reconocer que se trata de una creación ‘bárbara’, como las obras de Shakespeare: es de cánones románticos, los de la conveniencia, desarrollados en medio del caos social”. La descripción que hizo Wyndham Lewis de estas pinturas cubistas colgadas de rocas, que es a lo que las kasbah bereberes de la zona meridional del Gran Atlas, en Marraquech, recuerdan al visitante, sigue tan vigente hoy como cuando él las visitó en los años treinta (Journey into Barbary, C.J.Fox. Penguin Travel Books, 1983).
“Un bereber permanecerá quieto, o tumbado, solo con una condición: una vez que haya construido una fortaleza. Se trata de una regla absoluta para la totalidad del Magreb; Berbería es, sin duda, el bled el khouf, el país del miedo.” La Kasbah del Tubkal nació del encuentro entre un turoperador inglés enamorado del Atlas, Mike McHugo, y un monitor de senderismo de Imlil, Omar Ait Bahmed, conocido en el valle con el nombre de Hayy Maurice. Ellos convirtieron la residencia ancestral, renovada a partir de métodos de construcción tradicionales por los habitantes de Imlil del antiguo Caïd Suktani, en un albergue de trekking, un remanso de paz, un club de campo de aroma muy anglosajón, un lugar que, erigido sobre un pico en el fondo de un valle, sin salida, a 1.800 metros de altitud, ofrece una vista sin igual de la masa rocosa del Yebel Tubkal, la cima más alta del norte de África, que domina las aldeas de Imlil desde sus 4.000 metros.
Imlil se encuentra encajonada en un valle cerrado, a 65 kilómetros de Marraquech, ciudad de espectacular crecimiento, a raíz del aumento de la demanda turística europea, y a 15 kilómetros de Asni, una etapa de la ruta que conduce, por el puerto del Tizi n’Test, de la llanura del Hauz a los contrafuertes del sur del Atlas y la región de Suss. La Kasbah se yergue 200 metros por encima del pueblo: se accede por un camino rocoso, con mulas cargando el equipaje. Este establecimiento, que puede dar cobijo a 65 personas, distribuidas en 18 habitaciones, fue reconstruido entre 1995 y 2003 por los habitantes de Imlil, con la financiación de un crédito bancario inglés.
Los dos promotores del proyecto tuvieron suerte: pudieron localizar el título de propiedad, adquirirlo y recalificarlo para uso no agrícola. En 2002, el Estado transformó el camino que unía Asni con Imlil en carretera asfaltada, y trajo la electricidad. Los primeros turistas, sobre todo ingleses y americanos, empezaron a llegar, y el éxito no se hizo esperar. Este año, en Semana Santa, en el renacimiento rural, en este centro de excursionismo poco habitual, han colgado el cartel de “completo” hasta finales de mayo. Como bien reza el lema que hay grabado sobre la puerta de la entrada, “Dreams are the plans of the reasonable.” (Los sueños son los planes de quienes son razonables).
Entre los visitantes, son muchos los jóvenes ingleses y americanos que vienen a dar paseos por el monte de cinco o seis horas. Algunos pasan una noche en el refugio, ya que se encuentra a cinco horas de camino, por encima del pueblo de Id Issa, en el grandioso paraje del valle de Azzaden. Allí les aguardan tres habitaciones con baño incluido. También hay casas rurales que ofrecen un mínimo confort. Cada vez son más las familias enteras que se convierten en agencia: uno de los miembros tiene coche y va a recoger a los turistas a Marraquech, otro es guía, otro cocinero. La empresa Discover Ltd, fundada por Mike Mc Hugo, es la única que dispone de venta directa a domicilio a los turistas. Actualmente, las tres cuartas partes de los empleos del valle de Imlil provienen del turismo generado por la Kasbah del Tubkal, lo que no impide a los habitantes seguir ocupándose de sus negocios: el ganado bovino es de uso doméstico, así como el cultivo de la cebada.
El de las nueces y las almendras, especialidad de la región, podría estar más desarrollado, y cabría impulsar una pequeña industria del aceite de nueces, cuando se pueda conseguir el capital. Sin embargo, los cambios inducidos por este desarrollo profundamente respetuoso con la naturaleza, en un valle donde el rugido del agua de los torrentes y la voz de los pájaros son lo único que importuna al paseante, son palpables: el boom inmobiliario que está engullendo Marraquech ha llegado a Imlil, donde un solar junto a la carretera vale 7.000 dírhams el metro cuadrado. ¿Será capaz el hombre de respetar el espectáculo de una rara armonía que le ha pertenecido desde la noche de los tiempos, adoptando un plan territorial que permita, por lo menos, controlar la construcción de casas, si ésta se vuelve especulativa?
Paralelamente a la gestión de la Kasbah, estrictamente privada –hoy por hoy Hayy Maurice y su esposa Hayya Arkia supervisan un equipo de lo más agradable de jóvenes del pueblo, algunos con bastante buen inglés (el 90% de los visitantes son ingleses), con comidas deliciosas en la parte principal de la vieja morada fortificada–, una entidad con fines caritativos, la Asociación de la Cuenca de Imlil, tiene en su haber logros importantes: el primer baño turco de Imlil, inaugurado en 2005, dos ambulancias compradas en 1990 y 2005, una incineradora (de basura) en funcionamiento desde 2001, un criadero de truchas y el proyecto de construcción de un internado femenino en Asni, que permitirá a muchas jóvenes proseguir sus estudios.
Quienes han pasado unos cuantos días en la Kasbah del Tubkal –la estancia media es de cinco días, pagados por adelantado, lo que facilita la tarea de los promotores– no olvidarán con facilidad el ambiente que reina allí, sobre todo durante las cenas, a las que muchos viajeros contribuyen aportando su vino. La atmósfera recuerda a la de un club inglés, la de una casa rural, la de un cenáculo de conversación donde participan todos los bereberes que trabajan en el lugar. Impresiona comprobar hasta qué punto esta creación está transformando el valle de Imlil, aportando más bienestar, abriéndolo a un mundo exterior, que recibe una calurosa acogida. Impresiona igualmente comprobar que el Parque Nacional del Tubkal, nacido hace más de una década, un proyecto del Global Environment Fund, administrado por el Banco Mundial, está estancado y, a pesar de un presupuesto de cinco millones de dólares, no ha conseguido prácticamente nada.
Con un capital de 1,5 millones de dírhams y una superficie de una hectárea y media, la Kasbah del Tubkal ha conseguido cien veces más, y sin generar, a diferencia de su pretencioso vecino, ninguna plaza de funcionario. La Kasbah del Tubkal se inmortalizó cuando sirvió de marco del rodaje de la película Kundun de Martin Scorsese, cuya parte esencial se filmó en Uarzazate en 1996. Por eso algunos chóferes afirman que, a pocos kilómetros de Imlil, camino de Asni, se cruza la frontera entre el Tíbet (de lo que trata la película) y China. Con el canto del almuédano en Imlil, muchos turistas descubren un Islam que las pantallas de televisión occidentales no les muestran jamás: a las cinco de la mañana, la llamada de los almuédanos resuena en el valle, de pueblo en pueblo.
Como las estrellas, aquí la noche brilla con un resplandor incomparable, reflejada sobre la nieve que cubre las paredes del Tubkal. Al leer una estupenda biografía de Alexis de Tocqueville –Alexis de Tocqueville, Prophet of Democracy in an Age of Revolution de Hugo Brogan (Profile Books 2007), La democracia en América y El antiguo régimen y la revolución que cada vez son objeto de más debates y admiración–, en la terraza que corona la Kasbah y brinda una vista casi demasiado espectacular de esas viejas montañas, el que escribe estas líneas no pudo evitar pensar que los conceptos de libertad e igualdad evocados por el filósofo y político francés del siglo XIX tal vez parecieran encajar más en esta tierra secular de Berbería que en ciertas capitales europeas.