Unión por el Mediterráneo: ¿el mito de Sísifo?

Si la propuesta de un “Barcelona +” se basa más en la voluntad política y tiene unas instituciones paritarias, se podría conceder el beneficio de la duda.

Hassan Abouyoub

Las declaraciones del presidente de la República francesa, Nicolas Sarkozy, en Tulón, en plena campaña presidencial, y sobre todo en Tánger, en noviembre de 2007, sacudieron el escenario mediterráneo. Desencallaron el Proceso de Barcelona, cuya celebración del X aniversario había sido despreciada por los jefes de Estado de la orilla Sur. Disipada la curiosidad, la reacción de las cancillerías europeas frente a la iniciativa francesa llegó cargada de matices. Del “sí pero” a un “no” apenas camuflado, se echó mano de todo el registro del vocabulario diplomático para expresar unas veces el bochorno, otras la adhesión condicional o sencillamente el rechazo diplomático de un proyecto no exento de audacia y voluntarismo. Esta actitud encaja con las dificultades de la Unión Europea (UE) para adoptar posturas comunes sobre las cuestiones esenciales de la agenda de su política exterior.

A pesar de acusar cierto lirismo, las propuestas presidenciales se habían elaborado en torno a posturas nacidas de “la audacia, el valor y la necesidad de llevar a cabo una ruptura e incluso arriesgarse”. Encarnaban una perspectiva que, en su base, venía a sumarse al llamamiento que, en noviembre de 2005, hizo un grupo de políticos, intelectuales y representantes de la sociedad civil euromediterránea en favor de una Unión Mediterránea. Sin embargo, las inquietudes y reservas expresadas por Alemania, Gran Bretaña y otros miembros de la UE tuvieron un efecto inmediato: la revisión a la baja de las ambiciones francesas iniciales. El discurso de Sarkozy en Tánger, un paso atrás con respecto a la declaración de la Plaza de la Concordia, la noche de su victoria, pretendía ser tranquilizador, saliendo al encuentro de las reticencias alemanas: la propuesta francesa no va a reemplazar en absoluto las iniciativas existentes o en curso; no es solo un proyecto de Francia; se contará enseguida con la Comisión Europea; la Unión Mediterránea no se construirá sobre el modelo europeo, con sus instituciones, su grado elevado de integración política…

Tantas precauciones dan a entender, para empezar, que el capítulo técnico, los estudios de viabilidad, aún no están cerrados y que las ideas de base en que se sustentará la arquitectura del proyecto aún están por madurar. El debate que acaloró la esfera política de la orilla norte no desencadenó el entusiasmo de la opinión pública europea y aún menos de la del Sur. Probablemente Marruecos sea la única excepción. El rey Mohamed VI, en su discurso en Marraquech, en honor al presidente francés, declaró: “Estamos decididos a explorar con vosotros todas las oportunidades para fomentar un enfoque inédito y progresivo del partenariado desde ese punto de vista y un abordaje innovador y solidario de los múltiples retos de nuestro espacio mediterráneo”. El presidente de Túnez, Zin el Abidin Ben Ali, matizó más sus declaraciones, hablando de una “acogida favorable del proyecto que debe abarcar a todas las partes implicadas basándose en las prioridades de unos y otros, para completar y enriquecer los logros de Barcelona”.

Las observaciones del guía designado por Francia, el embajador Alain Le Roy en este caso, supusieron la exégesis del llamamiento de Roma (20 de diciembre de 2007). La Unión por el Mediterráneo será, pues, un “Barcelona +”, según palabras textuales del ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos. Es más: el primer párrafo de este llamamiento resume fielmente el preámbulo de la Declaración de Barcelona de 1995. Haciéndose eco de las declaraciones de Le Roy y del llamamiento de Roma, los ministros de Asuntos Exteriores del “5+5”, reunidos en Rabat, se felicitaron por aquel, calificando la Unión por el Mediterráneo de “iniciativa regional basada en el principio de la apropiación común”. ¿Hasta qué punto es coherente esta definición con el principio abanderado por la Cumbre de Roma de una “Unión basada en la cooperación y no en la integración” y con la idea de proyectos de geometría variable por la que aboga Francia?

Olvidamos que la orilla sur del Mediterráneo es plural

A ningún observador consciente de la larga evolución de la cuestión mediterránea –sin necesidad de remontarse hasta la Pax Romana y limitándose a lo ocurrido tras el primer conflicto petrolero (guerra del Yom Kipur)– le costará darse cuenta de que ni los discursos ni las posturas han variado gran cosa. Los preliminares implícitos que sostienen la adhesión a todo proyecto de cooperación, asociación e integración entre las dos riberas del Mare Nostrum siguen siendo recurrentes (la crisis de Oriente Próximo, la no injerencia en los gobiernos soberanos, el pasado colonial, el Islam…) La incoherencia que caracteriza los comentarios y las reacciones suscitados por la iniciativa francesa no son sino el reflejo de la complejidad política, geopolítica y cultural de la cuna de la humanidad. La orilla sur del Mediterráneo es plural. La diferenciación comúnmente admitida entre el Magreb y el Mashreq se basa en el postulado de que ambos subconjuntos son homogéneos.

Nada más lejos de la realidad. La caída del muro de Berlín y los efectos colaterales del 11 de septiembre de 2001 extremaron las posturas de unos y otros y demostraron lo difícil que era pretender reformar los gobiernos de una región a partir de imposiciones exteriores o de programas impuestos. El Gran Oriente Medio ha pasado a mejor vida. Los objetivos del Proceso de Barcelona pasan a situarse en la órbita de la retórica. Es más: la presión, sobre todo americana, para intensificar la lucha contra el terrorismo ha tenido efectos negativos, recortando, en algunos casos los logros exiguos de una frágil transición democrática. La evolución de las sociedades de la orilla sur, aprovechando los progresos precarios de transiciones democráticas más o menos sustanciales hacia un enfrentamiento cada vez más visible entre los paladines de una modernidad inspirada en Occidente y los de un islamismo político más o menos rigorista, reduce considerablemente el margen de maniobra de los gobernantes.

El empeoramiento de la situación humanitaria en Gaza y la implosión institucional de Líbano, sin olvidar los otros focos de tensión de la región, tendrán un impacto directo en las posturas de negociación de los actores gubernamentales de la Unión por el Mediterráneo. La única posible actitud que le quedará a la mayoría de negociadores del Sur será la ambigüedad constructiva. En aras de no complicar el análisis, no voy a mencionar la amenaza del Frente Polisario de retomar las armas contra Marruecos ni lo delicado de la relación hispano-marroquí con respecto a la cuestión de los presidios coloniales del norte (Ceuta y Melilla) aprovechando la próxima cita electoral española… En otras palabras, los ingredientes del statu quo que, durante las tres últimas décadas, paralizó toda iniciativa en la región euromediterránea siguen sobre o debajo de la mesa de negociación. Con las mismas causas y efectos, es muy probable que, tras los fuegos artificiales, las aguas vuelvan a su cauce.

Es decir, que todos los programas y mecanismos inventados en el contexto de Barcelona, o la política europea de vecindad, seguirán ahí, produciendo sus efectos correspondientes. Su multiplicidad y redundancia, su distribución entre instrumentos bilaterales y regionales y la persistencia de políticas nacionales de ayuda al desarrollo se revelarán como el mal necesario para abarcar la heterogeneidad del Sur y las doctrinas plurales de Europa con respecto a su flanco meridional. Con un nuevo marco, ya sea basado en proyectos o en políticas comunes o de geometría variable, no cambiará el contexto político actual. Los hechos no engañan: los límites financieros del presupuesto europeo para la política de vecindad, las resistencias residuales frente a la apertura del mercado europeo a los productos agrícolas del Sur, el protagonismo del capítulo energético en la nueva doctrina de seguridad europea, las presiones crecientes en favor de una política más restrictiva de los flujos migratorios y no pocos factores más que serían largos de mencionar, dejan poco margen a un ejercicio orientado a la ruptura preconizada por el presidente galo.

La realidad también se empeña en recordarnos los retos a los que se enfrenta el Sur. 20 millones de empleos por crear en el Magreb durante las dos próximas décadas, la desertificación y las penurias relacionadas con el agua, por citar solo algunos.La ruptura es imperativa y, en primer lugar, debe llevarse a cabo en el ámbito de la metodología de trabajo aceptada. Con todo el respeto, confiar a los guías encargados de Barcelona las negociaciones bilaterales de la política de vecindad, el 5+5, equivale a reproducir los esquemas que mantienen el statu quo. Ignorar las condiciones perjudiciales que desbloquearán las voluntades políticas de los actores gubernamentales es ir por delante del rechazo popular de un proyecto, no obstante, prometedor. Si Barcelona está paralizado es, entre otras razones, porque no ha gozado del apoyo popular ni del de los actores no gubernamentales. ¿Qué puede hacerse en tales circunstancias?

Algunas propuestas

Aunque ya haya salido el tren y ya se hayan fijado las fechas de la cumbre fundadora de la futura Unión por el Mediterráneo para julio, yo propondría lo siguiente:

– La constitución de un comité paritario de sabios para evaluar los logros en cuanto a políticas, programas e instrumentos de cooperación. Éste sugeriría un esquema y una arquitectura para la Unión, un modelo de financiación de políticas comunes cuya elección estaría debidamente motivada y reflejaría las necesidades expresadas por los distintos atores. Dicho comité organizaría consultas con los gobiernos y sus componentes locales, el mundo empresarial, la sociedad civil…

– El comité sometería a la evaluación de los guías un informe global que serviría de base para unas negociaciones en vista a la adopción de acuerdos, cartas o proyectos para la cumbre prevista. En sus propuestas, el comité se aseguraría de identificar el marco de coherencia que permita la coexistencia de todos los acuerdos y mecanismos en vigor o, en su defecto, sugerir la fusión, la integración de unos (con o en) los otros.

– En mi opinión, hay tres asuntos que deben imponerse a la hora de diseñar las políticas o proyectos comunes del futuro conjunto euromediterráneo: el espacio común del conocimiento, la agricultura y el desarrollo sostenible.

– En cuanto a la financiación del nuevo proyecto, un enfoque radicalmente distinto de los mecanismos en vigor. Se basaría principalmente en la participación de la orilla sur en la movilización de fondos, también en la moneda local, a partir de una asignación competitiva de recursos por medio de un fondo nacional que se beneficiaría en todos los frentes de los efectos palanca y del uso de instrumentos modernos (mercados hipotecarios, becas, capital riesgo…).

– A la hora de abordar las condiciones perjudiciales y crear el entorno favorable al nacimiento del proyecto audaz e innovador donde Sarkozy tiene depositadas sus esperanzas, ¿por qué no arriesgarse a organizar una cumbre única el próximo 13 de julio dedicada únicamente a la paz y la seguridad en el Mediterráneo? De este modo, todo el mundo se enfrentaría a su responsabilidad histórica y, llegado el caso, recordaríamos lo que proclamó el cardenal de Retz: “Solo se abandona la ambigüedad en detrimento propio”

Estas propuestas aspiran a fomentar la idea de que un “Barcelona +” no está en condiciones de diseñar el horizonte capaz de movilizar las energías del Sur y proyectar un rayo de esperanza entre las impacientes sociedades que sueñan con El Dorado europeo.

Sin embargo, si “Barcelona +” tiene más que ver con la voluntad política, un líder que encabece esta iniciativa e instituciones paritarias que la guíen, podríamos concedernos el beneficio de la duda y adoptar la filosofía que Albert Camus supo extraer del mito de Sísifo.