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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Un seísmo benigno: el triunfo de Hamás
Dirigir la lucha nacional palestina en un escenario institucional y gestionar el proyecto de Estado, principales desafíos a los que se enfrenta Hamás.
Enrique Vázquez, periodista. España
El 25 de enero de 2006 se celebraron elecciones legislativas en Palestina y el gran partido islamista, Hamás (acrónimo de Movimiento de la Resistencia Islámica) ganó con una holgada mayoría: 76 diputados de un total de 132, contra 46 de Al Fatah, media docena de escaños repartidos entre dos listas liberales (Mustafa Barghuti y Salam Fayyad) y cuatro formalmente independientes y, de hecho, en la órbita de Hamás, en particular en el caso del influyente Ziyab Abu Amr. Definido internacionalmente como un seísmo, el hecho provocó una emoción considerable porque no solo acababa con el liderazgo histórico de Al Fatah, el tronco central de la resistencia nacional palestina, sino porque parecía probar que, sometido a la prueba inapelable y libre de las urnas, el islam político también ganaba.
Nótese que lo sucedido tuvo lugar menos de dos meses después del éxito de los islamistas egipcios, los Hermanos Musulmanes, que aceptaron presentarse como independientes en las legislativas perfectamente controladas por el régimen y lograron 88 escaños, lo que, muy lejos de ser suficientes para hacer inviable la gestión del Partido Nacional Democrático (PND) de Hosni Mubarak, se consideró un éxito sin precedentes.
El caso palestino remite, pues, a dos registros distintos, aunque paralelos: el del propio biotopo local, específico como pocos, porque se trata de un territorio ocupado con vocación de ser un Estado, y su significado como triunfo del islamismo y su potencial condición de caso paradigmático de lo que sucedería en otras latitudes si los gobiernos fomentaran elecciones genuinas e imparciales. Hamás, pues, se enfrenta a un doble y extraordinario desafío: dirigir la lucha nacional palestina en un escenario que, por la fuerza de las cosas, será también institucional –y no meramente clandestino y militar– y gestionar su yishuv (nombre que los colonos judíos daban al pre-Estado de Israel antes de su fundación formal en 1948) particular, el proyecto de Estado que es la llamada Autoridad Nacional Palestina.
Aunque queda por superar la prueba de la realidad, lo anunciado o hecho hasta ahora autoriza a creer que el islamismo político palestino ha optado perspicazmente por la tesis del aterrizaje suave, que le ha permitido primero hacer digerible el choque que supuso su gran éxito electoral y ganar tiempo para asentarse en su nuevo papel. Algunos datos lo acreditan:
– El rápido desplazamiento de su dirección (incluyendo el buró político dirigido desde el exilio por Jaled Meshaal) a El Cairo, siguiendo así la tradición de contar con Egipto como despensa estratégica y vía de comunicación con Washington o Israel.
– La reafirmación de que, salvo que fuera atacado sin motivo, mantendrá la tregua que está cumpliendo desde hace un año y que Hamás ha respetado (los atentados en ese tiempo fueron obra de la Yihad Islámica o los Mártires de al Aqsa).
– La aparente decisión de formar un gobierno palestino de corte tecnocrático y moderado y las conversaciones y consultas sostenidas al respecto como personalidades como Yamal al-Judairi o Mazen Sonnoqrot, sin excluir siquiera en las primeras quinielas a Salam Fayyad, el acreditado ex-ministro palestino de Hacienda, literalmente impuesto en su día desde Washington a Yasir Arafat.
– La asunción de que, siendo Mahmud Abbas el presidente elegido y, por tanto, sin que se produzca técnicamente un cambio de régimen, debe aceptar los acuerdos suscritos hasta ahora en el marco del proceso de paz. Este hecho es capital y supone una fuerte concesión porque todo el diálogo con Israel se origina en el acuerdo de Oslo que Hamás repudió siempre porque implicaba el reconocimiento jurídico del Estado de Israel.
– La confirmación abierta –por primera vez abierta– de que Hamás se une al consenso árabe de que la paz es posible con la restitución por Israel de los territorios ocupados en 1967.
Llegar para durar
Los medios competentes y los observadores iniciados han alabado esta conducta y la describen como propia de la destreza táctica de que Hamás había hecho gala a menudo en el pasado y que se evidenció, por ejemplo, en su entrada en la vida política convencional a través de las elecciones locales, donde hizo campañas modélicas, anudó coaliciones inteligentes y obtuvo, como es sabido, grandes éxitos que le permitieron gobernar ciudades de Cisjordania y un triunfo aplastante en Gaza. Un testigo presencial comentó a mediados de febrero, citando al joven editor del diario Al Risalat (el mensaje), Ghazi Hamas, que Hamás ha venido para quedarse y ha ganado para durar.
Su ejecutiva no pasará el tiempo en una exhibición confesional del tipo my-God-is-bigger-than-your-God, sino intentando gestionar, reordenar las azacaneadas filas de la resistencia palestina y hacer política práctica sin renunciar inicialmente a su programa que, si se remite a sus fundamentos, pide la extinción del Estado de Israel, descrito, aunque cada vez menos y eso es indicativo, como la entidad judía. Este punto es literalmente insoslayable y acerca la nueva situación al proceso que sufrió a su vez y en su día Al Fatah y, más al fondo, el conjunto de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), de la que no forma parte Hamás aunque sopesa la conveniencia de hacerlo, porque instrumentalmente le facilitaría mucho las cosas: la carta fundacional de la OLP fue enmendada en su día para aceptar, en definitiva, la partición de 1947 y un Estado judío allí.
Una conducta testimonialista, de literal aplicación de los principios conduciría al aislamiento y, por tanto, a un cierto fracaso social, aunque Hamás sea un partido particularmente apto para arreglárselas con poco, gestionar la pobreza y practicar la solidaridad, armas favoritas de los islamistas en todas las latitudes (El islam político, Nazih Ayubi, Barcelona, 1991). Pero sabe que tiene muchos votos prestados (como todos los islamistas políticos ahora) emitidos como castigo al gobierno saliente y que ha de satisfacer ciertas demandas sociales más allá del servicio a la causa nacional. En este orden, Hamás sabe que deberá hacer compatibles ambas cosas. La reacción inicial de lo que se denomina impropiamente comunidad internacional es conocida: no se tratará con Hamás si no reconoce a Israel, renuncia al terrorismo y se desarma.
Desde el primer momento, sin embargo, se advirtieron matices de interés poco sorprendentes: al rigor estricto de Washington (ni un dólar para un gobierno terrorista) le puso su primer bemol la propia secretaria de Estado, Condoleezza Rice, que en pocos días añadió que se podrían estudiar, caso por caso, ciertos programas humanitarios. La Unión Europea (UE) fue mucho más cautelosa, dio un plazo de tres meses para el aterrizaje y emitió un comunicado útil y polivalente: “seguiremos financiando el desarrollo económico e institucional de Palestina si el nuevo gobierno se compromete a buscar una solución pacífica y negociada al conflicto con Israel”. Modélico… Israel, siempre Israel… tal es, para no andar con más circunloquios, el centro de la cuestión y no podrá ser ignorada indefinidamente.
El gobierno palestino formado por Hamás en el seno de un régimen interino presidido por Abbas y que se dice comprometido por los acuerdos firmados, deberá enfrentarse al reto de aceptar a Israel. Convertir un eventual reconocimiento del Estado de Israel en condición sine qua non, en cambio, sería un error capital… que poca gente parece dispuesta a cometer, fuera de algunos círculos norteamericanos, que están fomentando una legislación que declare eventualmente a Palestina como centro internacional terrorista, la versión cruda del Hamastán, el juego de palabras popularizado por el ex primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. En esto, como en todo, es posible afinar y, lo primero, matizar desde la presunción borgiana de que, en realidad, todas las palabras son polisémicas.
No es lo mismo exigir el reconocimiento de Israel, el reconocimiento del Estado de Israel o el reconocimiento del derecho de Israel a existir. El lector dispone, para el futuro, de una guía de campo al respecto y podrá juzgar las intenciones de cada quién según qué fórmula utilice. En lo que nos concierne en tanto que UE y, por tanto, socios de pleno derecho del Cuarteto (con EE UU, Rusia y la ONU) que debe aportar la anhelada solución justa al conflicto, éste ha optado por la tercera. En su comunicado del 30 de enero en Londres, expresó la necesidad de que el nuevo gobierno reconozca “el derecho de Israel a existir”.
La reunión de los cuatro poderes, que no fue la amable sesión que parecía traslucir el comunicado conjunto (ver el artículo de Amira Haas en Haaretz, 12 febrero 2006) optó por la tercera, la más blanda y fácil de abordar en términos políticos y dialécticos. El presidente Abbas y lo que él representa ya han reconocido a Israel y por eso negocian con él. Hamás ha mostrado ya su disposición a hablar con Israel por la fuerza de las cosas, por imperativas razones técnicas y de orden práctico: “no olviden que a veces tenemos que pedirles permiso para movernos”, observaba con humor un portavoz palestino ante la prensa ansiosa por saber cómo procederá el movimiento.
Hay en este proceso un tempo que convendría respetar: primero hace falta saber si Hamás entrará por fin en la OLP y, segundo, si, en tanto que entidad pre-estatal con el estatuto de observador en la ONU con voz aunque sin voto y habiendo asumido los acuerdos suscritos por Abbas, no ha reconocido ya de facto a Israel como Estado creado literalmente por una decisión de esa misma ONU, es decir, la misma fuente de legalidad que, por ejemplo, estableció con la resolución 242 la evacuación por Israel de la tierra ocupada en junio de 1967.
De la tregua a la oferta de Moscú
Hamás ha sido explícito al respecto: si Israel ejecutara esa resolución, observaría una larga tregua, de muchos años con el vecino. Es, actualizada, la conocida como tesis del armisticio, expresada nada menos que por el fundador en 1988 y líder espiritual de Hamás, el jeque Ahmed Yassin, asesinado por Israel en marzo de 2004: si se produjera la evacuación de la tierra ocupada, esta generación habría cumplido de sobra su obligación de luchar y se impondría un armisticio.
El lector conoce la diferencia entre tregua, armisticio y tratado de paz (como los firmados por Egipto y Jordania con Israel) y entiende, pues, que Hamás se autopropone en una posición intermedia que, en todo caso, garantiza la ausencia de violencia por tiempo indefinido. Adicionalmente, por esta vía, el gobierno palestino versión Hamás se acercaba también, en plena continuidad, a la célebre fórmula de completo reconocimiento contra completa retirada, conocida también como Iniciativa saudí, enunciada por la Liga Árabe, de la que Palestina es miembro de pleno derecho, en su cumbre de Beirut en marzo de 2002.
La mejor y más clara propuesta nunca hecha por los árabes y que Israel ha ignorado paladinamente (aunque el documento fundacional del Cuarteto la menciona como parte del corpus documental que debería tenerse en cuenta con vistas a un arreglo final). Este proceso de moderación y cambio había durado más de dos años y fue parte de la reelaboración de la plataforma política de Hamás en lo más duro de la segunda Intifada y se aceleró bruscamente –y perspicazmente– tras su victoria electoral. Por si el giro no era suficientemente explícito, Meshaal dio un paso nuevo en una entrevista con un periódico ruso.
En el párrafo clave dijo: “Si Israel reconoce nuestros derechos y se compromete a retirarse de todos los territorios ocupados, Hamás y, con él, el conjunto del pueblo palestino decidirán poner término a la resistencia armada”. Una declaración sin precedentes y de un valor político extraordinario que pasó con más pena que gloria. Las palabras están cuidadosamente elegidas y, asumiendo que la traducción desde el árabe al ruso y del ruso al inglés o francés sea perfecta, son el compendio más claro y razonable de la nueva posición militante.
El reconocimiento de los derechos palestinos es un hecho desde que Israel asumió la legitimidad de un Estado palestino junto al israelí; no se pide una retirada ya, sino el compromiso para efectuarla, es decir, se dan facilidades y tiempo; se mencionan todos los territorios ocupados, lo que comprende los Altos del Golán sirios, generalmente olvidados y la comarca de las granjas de Chebaa, en suelo libanés o sirio, según las versiones. Y, en fin, estima que el conjunto del pueblo palestino abandonará la lucha armada y no exagera, pues Al Fatah, que es casi la otra mitad, está comprometido hace años con esa salida.
¿Radical Hamás? Su programa, por así decirlo, acaba de unirse abruptamente al consenso internacional imperante según el cual solo la aplicación de las resoluciones de la ONU, incluyendo la poco mencionada 672 sobre Jerusalén, también territorio ocupado, puede ser la base de una solución sensata. Frente a ese giro aparatoso y la promesa de un cambio estratégico fundamental, Israel –el Israel post-Sharon– confirma lo que era una hipótesis plausible: el muro (“valla de seguridad” en la jerga oficial israelí) es la frontera política permanente que el gobierno de Ehud Olmert, una alianza Kadima-Labor, se dispone a fijar unilateralmente tras su victoria en las elecciones legislativas.
Lo dijo con detalle y firmeza el propio primer ministro en una declaración a la TV-2 israelí el 6 de febrero de 2006, tras inspeccionar el muro en la vecindad de Jerusalén. Solo fue impreciso en lo relativo a las fronteras sobre el valle del Jordán del que dijo que es “imposible perder el control de seguridad en la frontera este del Estado”, sin detalles sobre cómo lo hará. ¿Radical Israel?