El Magreb, zona de tránsito

Una población cada vez más numerosa y una pobreza que se agrava convierten al África subsahariana en el punto de origen de los emigrantes irregulares hacia el Norte.

Mehdi Lahlou, profesor del INSEA (Instituto Nacional de Estadística y Economía Aplicada), Rabat

La expansión sumamente rápida de las emigraciones de “clandestinos” o de personas en “situación irregular” registrada a las afueras –y en el interior– de África desde principios de los años noventa puede estar relacionada con la atracción cada vez más fuerte que ejercen el estilo y el nivel de vida de las poblaciones de Europa occidental y de América del Norte, principalmente. Gracias a la globalización, el desarrollo de las nuevas tecnologías y la penetración de las imágenes en lugares todavía inaccesibles hace menos de dos décadas, esta atracción se desarrolla hoy de una forma muy poderosa, sobre todo entre los jóvenes.

Para éstos, especialmente, Europa y América del Norte representan “lo mejor” en términos de condiciones de vida, libertad, garantía de los derechos, ocio… Son todo aquello que sus países no tienen, todo aquello a lo que aspiran sobre todo en lo que se refiere a “posibilidades de salir adelante”. La generalización de los visados en el conjunto de los países ricos de posible acogida ha contribuido en gran medida a incrementar los movimientos realizados en la clandestinidad, al limitar singularmente las emigraciones legales y los simples desplazamientos de las personas. Sin embargo, estos dos factores no son los únicos que deben tenerse en cuenta para explicar las tendencias migratorias recientes (leer a este respecto el artículo de Saskia Sassen “Mais pourquoi émigrent-ils?

Le Monde diplomatique, noviembre de 2000). En efecto, África interpreta desde hace algunos años un papel cada vez más repulsivo para una parte creciente de su población, cuya esperanza de una vida mejor en su lugar de nacimiento disminuye a medida que se incrementan la pobreza y la “angustia existencial” a su alrededor. La evolución de la situación en África –en especial en el sur del Sáhara– desde mediados de los años sesenta y, más claramente, durante las dos últimas décadas, está marcada en general por cuatro elementos principales que resumen la amplitud y la profundidad del dilema africano en estos comienzos de siglo: África en su conjunto –con la notable excepción de, sobre todo, Túnez, Marruecos y, en menor grado, Argelia– sigue conociendo una era de exuberancia demográfica; la pobreza se extiende como en ninguna otra parte del mundo; los recursos naturales a disposición de sus habitantes –en especial el agua, pero también los bosques y los recursos pesqueros– son cada vez menos abundantes; y, como consecuencia de multitud de razones –entre ellas las tres causas que acabamos de citar y las múltiples injerencias externas tanto políticas, en la época de la guerra fría, como económicas, en la era actual de la globalización– los conflictos y las guerras de todo tipo son cada vez más numerosos, y reducen asimismo las posibilidades de cambiar las tendencias, sobre todo en lo que respecta a la economía, dado que la inseguridad es un factor importante de repulsión tanto para los inversores locales (cuyo número es, a priori, reducido) como para los inversores extranjeros en potencia.

A este respecto, deben destacarse dos factores determinantes directos: el crecimiento demográfico que prosigue a un ritmo elevado, y la pobreza, que está relacionada con él a la vez que lo refuerza, y que es cada vez más generalizada, más marcada. Con la excepción aquí también del Magreb que, sin embargo, todavía no parece estar en condiciones de ser una zona de acogida significativa de emigrantes procedentes del África subsahariana.

Una población cada vez más numerosa

Teniendo en cuenta la evolución de los diferentes componentes de su población, África es actualmente el continente que acumula un mayor retraso, aunque su situación no es homogénea, dependiendo de si uno está en el Norte, el Sur o el centro, o de si forma parte de los países predominantemente arabófonos, anglófonos o francófonos (sin que la lengua o la religión sean, evidentemente, elementos que justifiquen nada por sí solos).

Por otro lado, son las regiones más pobres, aquellas que tienen un nivel de formación más bajo, las que presentan la esperanza de vida al nacer más baja y las que conocen los niveles de crecimiento de población más altos. En efecto, en su conjunto, los países africanos registran la tasa de natalidad (38 por mil para una media de 22,1 por mil) y la tasa de crecimiento demográfico (2,4% frente a 1,3% a escala mundial) más elevadas del mundo. En consecuencia, conocen las tasas de crecimiento natural de la población más rápidas, entre el 2,6% y más del 3% de crecimiento anual medio, para una tasa media de crecimiento del 1,7%, incluyendo todos los continentes.

La tasa de crecimiento natural de la población africana en su conjunto es cerca del doble de la media mundial y cerca de cinco veces mayor que la norteamericana, mientras que la tasa de natalidad en África central (y oriental) es el doble de su equivalente a escala mundial. De modo que África, que tenía 221 millones de habitantes en 1950 y el 8,7% de la población mundial, cuenta hoy con cerca de 800 millones (es decir, cerca del 13,5% de la población mundial) y debería sumar 1.300 millones de habitantes en 2025.

Una pobreza que se agrava y se generaliza

La situación económica y social en África se inscribe desde mediados de los años ochenta en una dinámica de regresión que se manifiesta claramente en el descenso a gran escala de las tasas de crecimiento del producto interior bruto (PIB) y de los ingresos por habitante. Por otro lado, esta dinámica no parece haberse beneficiado en absoluto de los efectos positivos de la globalización que se extiende desde finales de los años ochenta. Muy al contrario, el lugar de África en el comercio mundial así como su proporción en las inversiones extranjeras directas ha disminuido fuertemente, lo que se ha traducido en un importante descenso de la tasa de crecimiento del PIB por habitante registrado en la mayoría de los países africanos.

Así, para el conjunto de África, la tasa de crecimiento del PIB, que se situaba en torno al 6% anual entre 1965 y 1970, cayó hasta cerca del 0% a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, aunque con grandes diferencias entre los países del norte de África, Suráfrica y el resto del continente, en especial África occidental y el Sahel. En lo que respecta al comienzo de la década actual, el último informe anual sobre los países menos avanzados publicado por la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) en 2002 indicaba, en concreto, que la proporción de la población que vive en “la extrema pobreza”, es decir, aquella que gasta menos de un dólar al día, pasó en los países africanos menos avanzados del 56% durante el periodo de 1965-1969 al 65% en el periodo de 1995-1999. La UNCTAD, que calcula el número de países menos avanzados en 48, considera que 32 de ellos son africanos.

Entre estos últimos se encuentran todos los países limítrofes o muy próximos a las fronteras argelino-libias: Malí, Níger, Chad, Burkina Faso o Benín (este conjunto de cinco países reúne a cerca de 50 millones de habitantes que disponen cada uno de cerca de 200 dólares anuales de media, lo que corresponde a cerca de 60 céntimos diarios y registran una tasa media de crecimiento demográfico de entre el 2,7% y el 3,4% anual), así como la República Democrática del Congo o Sierra Leona, cuyos emigrantes están muy presentes en África y Europa. Sin embargo, no figura Nigeria que, con al menos 124 millones de habitantes y un PIB medio por habitante inferior a 300 dólares, es hoy uno de los países de partida, efectivo y en potencia, de primera fila a escala del continente africano.

Paralelamente a esto, y en parte causa y consecuencia importante de ello, el África subsahariana conoce un endeudamiento exterior que crece rápidamente. La deuda exterior de la región se ha multiplicado más de 3,3 veces en 20 años, pasando de 60.600 millones de dólares en 1980 a 206.100 millones de dólares en 2000, lo que representaba ese mismo año el 12,8% de los ingresos en exportaciones de la región frente al 7,2% registrado 20 años antes, y ha reducido de forma similar los ingresos disponibles para los hogares y los recursos para posibles inversiones públicas o privadas.

De todo ello podemos extraer, en especial en el caso del África subsahariana –pero también válido en algunos aspectos para los países del norte de África– tres conclusiones principales:

– A precios constantes, la pobreza de los más pobres, a comienzos del siglo XXI, está mucho más acentuada que hace 40 años.

– Los más pobres son asimismo cada vez más numerosos y forman ya un verdadero cinturón en los límites meridionales del conjunto de países del Magreb (de Sudán, al Este, hasta Mauritania y Senegal, al Oeste). Es decir, las regiones desde donde parten hoy más emigrantes irregulares tanto hacia los países de África del Norte (entre ellos Libia, Argelia y Marruecos) como hacia Europa.

– La situación en la que hoy se encuentra África, sobre todo su parte subsahariana, es de subdesarrollo y regresión, y si no se hace algo significativo en un breve plazo, en los planos de la lucha contra la pobreza y del desarrollo económico (enviando allí más recursos de los que produce), y en los planos institucional y político interno, para crear un mínimo de calma y estabilidad –sin las cuales las inversiones que generan riqueza y empleos no son posibles– la región en su conjunto se enfrenta a la amenaza de una verdadera catástrofe humana y medioambiental, lo que representa el camino más seguro para que la propensión a las emigraciones sea más fuerte a medio y largo plazo.

Posible lugar y papel del Magreb en materia de emigración

El Magreb central, que en la actualidad abarca básicamente a Argelia y Marruecos, ve pasar anualmente entre 10.000 y 15.000 emigrantes irregulares subsaharianos hacia Europa, y entre 10.000 y 15.000 emigrantes argelinos y sobre todo marroquíes que se encuentran en la misma situación de irregularidad (Libia debe considerarse un caso aparte, ya que los varios cientos de miles de subsaharianos que se encuentran en su territorio lo están sobre todo en el marco de la “política africana” del presidente Muammar el Gadafi de los años ochenta y noventa, y también para trabajar en un país muy rico en petróleo, extenso y poco poblado).

De modo que esta parte del Magreb sigue siendo tanto una región de partida como de tránsito, incluso si una parte cada vez menos desdeñable de emigrantes subsaharianos (sin incluir los trasfronterizos, entre Argelia y Malí, y Argelia y Níger) tiende a instalarse durante periodos más o menos largos, aunque en la mayoría de los casos para financiar el coste de la travesía del Mediterráneo o de las aguas territoriales entre El Aaiún y las islas Canarias. En líneas generales, si se califica la situación y las posibilidades del Magreb en relación con las emigraciones subsaharianas, se puede decir que:

– El Magreb central no es todavía un espacio de riqueza, es decir, una zona que esté ya en condiciones de recibir a una población extranjera en proporciones significativas.

– Sigue siendo en gran medida una zona de relativa pobreza y sobre todo de paro, es decir, es todavía una región importante de emigración. De este modo, la cuestión de la acogida definitiva de los emigrantes extranjeros, sobre todo subsaharianos, se planteará cuando las economías magrebíes permitan la creación de suficientes empleos para sus propias poblaciones y también de riquezas más importantes.

– En cambio, el Magreb puede desde ya aumentar progresivamente su capacidad para acoger a un número más importante de estudiantes y demás jóvenes del África subsahariana para formarles en sus universidades y sus centros de formación profesional, incluidos los privados.

– En la actualidad ya hay bastantes ciudadanos subsaharianos que ejercen actividades comerciales privadas, trabajan como periodistas o son contratados en equipos deportivos, sobre todo de fútbol y baloncesto, a semejanza de lo que ocurre en Europa. De este modo, en esta orilla del Mediterráneo, los únicos elementos de integración parecen ser también el aprendizaje y la cualificación profesional que actualmente son, de hecho, los principales factores que eliminan, en todas partes, los efectos negativos, incluidas las migraciones irregulares.

– Por otro lado, la cooperación en materia de emigración irregular podría ser posible y útil a medio y largo plazo, a condición de que el planteamiento sea global, es decir, que aborde las cuestiones económicas, sociales y humanas (además de las consideraciones exclusivamente de seguridad), e integre a la vez un apartado de cooperación política y económica más importante en relación con los diferentes países del sur del Sáhara. Todos los países de partida deben estar implicados en las acciones múltiples de cooperación previstas a este respecto y, sobre todo, ninguno debe considerar que las medidas de seguridad que tomen unos u otros estén dirigidas contra sus ciudadanos.