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Co-edition with Estudios de Política Exterior

Sidi El Huari, Orán: una renovación muy necesaria
Solo si se atreven a transmitir a sus hijos la verdad sobre su pasado tumultuoso y diverso, Argelia logrará mejorar su imagen en el exterior.
Francis Ghilès
Universitarios de mucha reputación, llegados de todos los países del Magreb, de Turquía y de Estados Unidos, contemplan el maravilloso espectáculo de la base militar de Mers El Kebir (Mazalquivir) y de la Bahía de Orán desde las terrazas del Fuerte de Santa Cruz, una construcción militar española de los siglos XVII y XVIII cuyas potentes murallas están prácticamente incrustadas en la roca. El Mediterráneo tiene un azul insolente; Orán, ese desorden urbano tan lleno de vida, se extiende a los pies del monte Muryayo que domina la capital del oeste argelino, un lugar que los españoles no abandonaron hasta 1792. Cervantes, que la visitó en 1581, menciona esta ciudad, que las tropas españolas tomaron en 1509, en El gallardo español, y Lope de Vega en El cerco de Orán; tres siglos y medio después, Albert Camus hablaba también de este Pequeño París de la época colonial francesa, que está enfrente de Almería y al que los romanos llamaban ya Portus Divinus.
Orán se engloba en un paisaje sin igual, ante una bahía con un trazado perfecto
Orán es un centro de asentamientos de población desde la prehistoria: para entender el interés estratégico del lugar, no hay más que ver el paraje del monte Muryayo, que apunta sus 375 metros hacia el cielo entre la incomparable bahía de Orán y la de Mers El Kebir. Fundada, según la leyenda, en el año 902 por el Príncipe Yafar que huía de una disputa familiar en Andalucía, la ciudad de Wahrân –que significa leones, en bereber (Iher/Ihrane)– fue quemada, despojada y saqueada en varias ocasiones, cambió 20 veces de mano, y fue, por turnos, omeya, almorávide, fatimí, meriní, hafsí, ziyaní, española, francesa y por fin, en 1962, argelina. A pesar de ello, existen algo más que vestigios de este pasado tumultuoso.
Las instalaciones un poco rudimentarias de esta espléndida construcción militar, restaurada a mediados del siglo XIX por la ingeniería militar francesa, acogen por primera vez un encuentro internacional de alto nivel, organizado por el Instituto Americano de Estudios Magrebíes, como acto inaugural del Centro de Estudios Magrebíes de Argelia, abierto en marzo de 2007, su tercer centro en ultramar; los otros dos están en Tánger y Túnez. El instituto, fundado en 1984 por universitarios americanos, sirve para fomentar la cooperación intelectual transatlántica e intermagrebí. Ofrece becas de investigación, pone a disposición de los investigadores tres centros de documentación en lengua inglesa y organiza coloquios internacionales y anuales, así como conferencias durante todo el año.
El tema, Las influencias otomanas en el Magreb, es inusual en estos lugares, y las primeras intervenciones son dignas de un gran coloquio internacional. Las universidades americanas que apoyan este proyecto son Harvard, Yale y Princeton. Estamos bien acompañados. Desde la fortaleza, el visitante tiene una vista que domina la basílica de Nuestra Señora de la Santa Cruz y, más abajo, el viejo barrio de Sidi El Huari, cuyas calles en las laderas de la montaña son todo lo que queda de la antigua ciudad española y otomana. Allí se codea la mezquita del Pachá, un magnífico edificio construido en el siglo XVII, cuyo minarete octogonal simboliza el rito hanafí, el de los otomanos, señal de que Orán antes de la conquista francesa estaba gobernado por un bey, con la mezquita de rito malekí, llamada de la Perla, con un minarete cuadrado.
Los dos minaretes merecen ser restaurados pero, desde mi última visita hace 25 años, el barrio sigue deteriorándose. Cerca de allí se encuentra un gran caserón que fue el principal hospital de Orán durante décadas, el hospital Baudens. Aquí se desarrollan varias escenas de La Peste de Albert Camus, pero el edificio parece abandonado a su suerte. La casa donde Camus residió en Ain Turk, cerca de Orán, está en manos privadas pero ahogada por el cinturón de hormigón en que se ha convertido la Corniche del oeste de la ciudad; los hoteles, las casas, los restaurantes y las discotecas crecen en la misma costa, sin la menor preocupación por el medio ambiente, y sin el menor esfuerzo por plantar árboles y flores.
Se puede apostar sobre seguro que la invasión de hormigón que caracteriza a la Argelia de estos últimos años saldrá cara, y que se darán cuenta, aquí como en Túnez, de que playas enteras han desaparecido como consecuencia de grandes construcciones de hormigón, aunque sean ligeras como una terraza de bar, literalmente sobre la arena de las playas. ¿Pero qué funcionario o promotor inmobiliario se va a preocupar de lo que pudieron aportar unas rutas turísticas tras los pasos de Camus, uno de los hijos más célebres de Argelia?
Sidi El Huari
Actualmente, el barrio de Sidi El Huari tiene mala reputación; dicen los oraneses que es una guarida de truhanes, de ladrones, y es cierto que la miseria y el paro son a menudo el destino habitual. Pero estas callejuelas colgadas en las laderas de la montaña conservan su encanto. Podrían restaurarse las casas coloniales y más antiguas, pero aún así sería necesario que el Estado se interesara por ello y evitara la destrucción de lo que queda del patrimonio histórico. Las asociaciones de protección se movilizan, trabajan, hacen lo que pueden.
Una en particular, la Asociación Bel Horizon de Santa Cruz (contact@oran-belhorizon.com), presidida por Kuider Metair, lucha por salvar lo queda. La asociación –beneficiaria desde 2003 de una subvención de la Unión Europea que le ha permitido formar una veintena de jóvenes como guías de los monumentos históricos y crear un fondo documental del Viejo Orán– advierte de que en estos últimos años muchos monumentos históricos han desaparecido, algunos declarados de interés artístico, sin contar calles enteras, con lo que eso supone como estructura y riqueza arquitectónicas. ¿No es un disparate ver salir todos los días de la gran base de hidrocarburos de Arzew, al este de Orán, barcos de gas licuado que transportan hacia Europa y Estados Unidos una riqueza mineral que reporta miles de millones de euros al año?
Una pequeña parte de lo que estas inmensas riquezas suponen para el Estado argelino podría ayudar a restaurar este barrio de Sidi El Huari, testigo de glorias y de guerras seculares, y devolver a los oraneses el orgullo, un lugar para pasear y divertirse. Hace unos 15 años, un enorme escándalo estalló en Orán: en el recinto del fuerte español de Rozalcasar, al pie del barrio y justo sobre el mar surgió de la tierra una torre de hormigón, fruto de una inversión estatal argelina en un lugar de interés artístico.
Este innoble armazón se paró en el piso 17º, y los importantes conflictos de intereses financieros que subsisten impiden destruir esa mole que constituye un insulto para Sidi El Huari. A sus pies yace el antiguo palacio construido por el bey Mohamed Ben Uthman, entonces bey de Mascara, que liberó la ciudad en 1792, y que, convertido en bey Mohamed El Kebir, devolvió a Orán su título de capital del beylicato del Oeste. El palacio está casi abandonado, mientras que, a principios del siglo XIX, era uno de los ornamentos más bellos de una ciudad en la que estudió el joven Abdelkader Ben Mahiedin, que se haría famoso como Emir Abdelkader en la lucha contra el invasor francés a partir de 1830. El único monumento que el Estado argelino ha restaurado recientemente, con un arquitecto y empresas argelinos, es el teatro de Orán, magnífico edificio barroco colonial cuyo estilo recuerda a Andalucía: efectivamente, durante el periodo colonial la mayoría de la población europea era de origen español. Esta operación dista mucho de ser un éxito y tiene muchos defectos.
Por otra parte, como visitante, me pregunto por qué se restaura una reliquia colonial antes de recuperar monumentos cuya importancia histórica y valor arquitectónico son infinitamente más importantes para comprender la historia de esta ciudad. La fachada del Ayuntamiento fue retocada recientemente por el nuevo alcalde, que hizo un gran esfuerzo para limpiarla, aunque 460 inmuebles están en ruina en el centro de Orán. Seguramente, y por primera vez, gracias al hermanamiento de Burdeos y Orán se restaurará un edificio con fondos franceses. Nos imaginamos el empaque que podría tener un museo del Viejo Orán en la fortaleza de Santa Cruz, el maravilloso instrumento que constituiría para enseñar la historia a los jóvenes de la ciudad.
Pero lo fundamental está sin hacer. Después de los difíciles años noventa –aunque en general la ciudad de Orán se salvó de la violencia–, sería inconcebible que el Estado argelino y sus representantes no salvaran un barrio que, por su arquitectura que refleja siglos, por la posición geográfica excepcional que ocupa entre el Muryayo y el mar, simboliza todo lo que constituye la Argelia actual: un mestizaje de lo árabe, lo bereber, lo africano –el Village nègre que se ha convertido actualmente en un barrio chino, tan numerosos son en proporción los ciudadanos del antiguo imperio (al menos 100.000 de ellos viven por todo el país)– lo judío, lo español y lo francés.
Por supuesto, siempre habrá agoreros, por citar a Sidi Ahmed Ben Yussef El Miliani, un santo varón que murió en 1524 y que solía decir “Constantina estudia, Argel fabrica, Orán estropea”. Es cierto que Orán es la capital del raï, esa música que ha conquistado el mundo, y también es cierto que aquí un joven empresario no tiene ningún problema para lanzar este año un nuevo vino llamado Santa Cruz. Es tan cierto como que los locales nocturnos de la Corniche y de la playa de los Andaluces del oeste de Orán no tienen nada que envidiar a sus equivalentes madrileños o londinenses: subsiste el recuerdo de los cantantes del pasado, Balui El Huari o Cheb Hasni, este último caído bajo las balas de asesinos que invocaban un Islam puro y duro. Hoy, todo el mundo conoce a Cheb Khaled y Chab Hasni, al extravagante Cheb Abdu y a Huari El Delfín que cantan en el cabaret Dauphin en Ain El Turk.
Pero Orán también sabe trabajar, como demuestra el dinamismo de muchos de sus jóvenes empresarios. Estaría bien que pudiera recordar, reencontrarse con su historia, igual que supieron hacerlo los universitarios reunidos en el seminario del fuerte de Santa Cruz, como intenta hacer la Asociación Bel Horizon de Santa Cruz. Las mezquitas, un palacio beylical y un barrio, Sidi El Huari, restaurados serían un motivo de orgullo para los oraneses, ofrecerían un marco espléndido para su expansión y proporcionarían más riqueza para redescubrir su cultura, alejándola de los discursos nacionalistas que traicionan demasiado a menudo la auténtica historia de esta región. Cualquier enamorado de Orán no puede sino desear un plan de protección y una declaración de patrimonio de la humanidad para la ciudad antigua de Orán.
Cada vez más, los pieds noirs franceses vuelven a Orán por primera vez desde su brutal y dolorosa partida en el verano de 1962; sus hijos y ellos mismos se dan cuenta, con emoción y sorpresa, de la calurosa acogida que les reservan los propietarios, a menudo humildes, de las casas o de los pisos que perdieron hace medio siglo. Argelia no se parece apenas a las imágenes que nos ofrece la televisión en Europa, me confía un hijo de un pieds noirs que encontré durante mi visita al barrio. Ahora más que nunca, este país necesita reconciliarse con su historia, con sus múltiples raíces, con sus culturas tan diversas. ¿Qué costaría la restauración del barrio de Sidi El Huari, en relación con los 75.000 millones de dólares de reservas en divisas que están depositados actualmente en el Banco Central?
¿Qué sentido tiene declarar Argel Capital de la cultura árabe 2007 y gastar 250 millones de dólares para ofrecer unos escasos actos interesantes, mientras que el patrimonio histórico queda demasiado a menudo en el abandono? ¿Qué sentido tiene hacer que una autopista pase por el centro del parque nacional de El Kala, cerca de la frontera tunecina, cuya fauna y flora, especialmente la marina, hacen de él uno de los más importantes centros de biodiversidad de África septentrional? Argelia solo podrá mejorar la imagen que tienen de ella los extranjeros si sabe preservar El Kala y sus 850 especies vegetales, un tercio de la flora de África septentrional; si fomenta la restauración de las mezquitas de la Perla y del Pachá y del palacio del Bey en Orán; si evoca la auténtica memoria de su cultura musical, literaria e histórica; y si se atreve a transmitir a sus hijos la verdad respecto a su pasado tumultuoso y diverso, a menudo encubierto por razones ideológicas.