Oriente traducido: nuevas perspectivas

Las traducciones orientalistas son recuperables, a pesar de que muchas se desarrollaron en un clima ideológicamente marcado y con el paternalismo propio de la época colonial.

Mourad Zarrouk

Al mustashriqun, los orientalistas. Pronunciado en árabe, este término se asocia automáticamente con una trama más o menos académica que actuó a la sombra de varios proyectos coloniales en países árabo- musulmanes. Esta definición desprovista de matices y muchas veces paranoica, parte de una serie de elementos que resulta difícil detallar en este reducido espacio. Se trata de una exageración justificable. Para explicarla conviene resaltar, sobre todo, las secuelas de la antropología colonial, las teorías ultramontanas de los lingüistas coloniales, convertidos en ideólogos de la superioridad de la lengua de la metrópoli, especialmente la francesa y, cómo no, una serie de traducciones que, en muchas ocasiones, carecen del rigor necesario en el oficio del traductor debido a problemas relativos a la competencia lingüística o a otros menos remediables.

A esta situación hay que añadir la polivalencia de muchos arabistas que consiguieron compaginar su actividad científica con cargos en la administración colonial o en el marco de una misión religiosa. Hace poco, se ha publicado otra versión árabe de Orientalismo, el libro que Edward Said escribió en inglés hace 30 años. Después de la traducción siria de Kamal Abu Dib pedante y sobrecargada de notas al pie de página, el egipcio Mohamed Anani, publica una nueva. Lo cual quiere decir que la obra de Said no está desfasada, todo lo contrario: la nueva traducción se publica en un nuevo contexto neocolonial y también de colonialismo directo, en presencia de las mismas dictaduras árabes de siempre, y en pleno proceso de reciclaje y recuperación de las ideas políticamente incorrectas que se deslizaron bajo el manto cientifista de los diferentes círculos arabistas al espacio universitario. Este deslizamiento se ha efectuado en dos etapas.

Primero en el marco de lo que Said llama “intercambio entre el académico y el más o menos imaginativo del orientalismo”, una relación que se ha estrechado más a finales del siglo XVIII y luego con la proliferación de departamentos de estudios árabes, islámicos, orientales o semíticos, según las preferencias. Lo más fácil sería unirse al coro de los que creen en la teoría de la conspiración orientalista contra el mundo árabe e islámico, pero la realidad es mucho más compleja. Es difícil hablar de una estrategia bien elaborada para mantener los prejuicios que planean sobre la imagen del árabe o del musulmán desde los diferentes círculos del arabismo académico. El orientalismo no funciona como un cuerpo único y bien estructurado.

Es legítimo preguntarse por el interés coyuntural de determinados sectores en la orilla norte del Mediterráneo por la lengua y la cultura de los indígenas cada vez que había un descubrimiento o una acción colonial por emprender. Pero también hay que buscar las razones del continuismo, y de la lealtad a los padres del arabismo europeo en lo que a ideas y metodología de investigación se refiere, lo cual se nota claramente en el seno de los departamentos de estudios árabes y tiene una repercusión directa sobre las traducciones orientalistas. Si el arabismo europeo, y a escala menor el español, está vinculado con el fenómeno colonial, también la importancia concedida a la traducción y a la interpretación del árabe a las lenguas vernáculas se remonta al interés por las colonias árabes.

Así pues, cuando Napoleón Bonaparte emprendió la Campaña de Egipto (1798-1801) no descuidó en ningún momento la necesidad de comunicar con los egipcios. Le acompañó el arabista Jean-Michel Venture de Paradis (1739-1799): fue uno de sus intérpretes, nombrado secretario intérprete en 1785, y tomó parte en la Campaña de Egipto en su calidad de primer intérprete del Ejército de Oriente, pero falleció durante la campaña y fue sustituido por Jaubert. Asimismo Bonaparte llevó con él una imprenta dotada de caracteres árabes, y decidió crear una especie de academia o instituto superior en virtud de una orden que emitió el 22 de agosto de 1798.

Esta institución tenía como objetivo promover las ciencias y el conocimiento en Egipto y estudiar varios temas relativos a este país. Por ello contaba con comités encargados de la traducción y otros de la edición. Treinta años después de la Campaña de Egipto, Francia ocupó Argelia. Silvestre de Sacy, el ilustre arabista y maestro de l’Ecole des Langues Orientales recomendó a las autoridades francesas sus mejores alumnos para que pasasen a formar parte de los intérpretes del Ejército de África. En Marruecos, un año después de la celebración de la Conferencia de Algeciras durante la cual se decidió el reparto colonial de ese país, Michaux Bellaire presenta el proyecto de la Misión Científica Francesa en Marruecos y propone reclutar titulados de l’Ecole des Langues Orientales en calidad de auxiliares y de alumnos-intérpretes.

El interés de los arabistas más africanistas de España por Marruecos

En España, y debido al volumen del legado andalusí que esperaba las plumas de nuevos traductores para verterlo al castellano, el arabismo universitario se volcó en una ardua labor de traducción, edición y estudio de un corpus bastante diversificado y complejo. La relación entre el arabismo español y la acción colonial de España en Marruecos es incomparable con la intrínseca relación que unía en general el orientalismo europeo con el colonialismo, teniendo en cuenta la superficialidad de la experiencia colonial española en África y la falta de interés de los arabistas españoles, algo librescos y monásticos, por lo que pasaba en Marruecos.

Dicho esto, hay que resaltar el interés de los arabistas más africanistas de España por Marruecos, especialmente Francisco Javier Simonet en el siglo XIX y Julián Ribera a finales del XIX y principios del XX. El primero se contentó con aportar sus ideas racistas y exaltadas al heterogéneo grupo de africanistas y el segundo llegó a proponer la creación de un taller de arabistas en el cual se iban a formar, entre otros, funcionarios del protectorado, traductores también. Al final, este proyecto no salió a la luz. En cuanto a otros arabistas universitarios como Miguel Asín Palacios y Emilio García Gómez, abandonaron momentáneamente su torre de marfil andalusista después de la victoria final del bando franquista en la guerra civil.

Asín Palacios, sacerdote además de arabista, se encargó de justificar la participación de los regulares marroquíes en el ejército franquista, esencialmente católico, inventándose un frente cristiano- musulmán para derrocar a los sin Dios y Emilio García Gómez no privó al régimen recién instaurado de sus conocimientos sobre Oriente ya que se encargó de la Embajada de España en Bagdad, Beirut, Ankara, amen de las gestiones realizadas ante los países árabes para que se derogase la Resolución condenatoria de la ONU y se admitiese a España en la organización internacional en 1955.

En el Marruecos español había un grupo de traductores- intérpretes de árabe que, aunque eran de origen español, dominaban el árabe y a pesar de haber dejado publicaciones y traducciones que encajarían perfectamente en la biblioteca arabista, pasaron a nutrir las filas de los arabistas marginales debido a que el círculo de arabistas universitarios era excluyente. Se trata de traductores a los que las interminables labores dentro de la administración colonial no acabó aniquilando su curiosidad científica.

Aquí cabe destacar a Clemente Cerdeira, Emilio Álvarez Sanz y Tubau y Reginaldo Ruiz Orsatti. En resumen, se puede decir que las traducciones orientalistas son recuperables, a pesar de que muchas de ellas se hayan desarrollado, en general, en un clima ideológicamente muy marcado y que el tono paternalista, rasgo característico de la época colonial, planee sobre sus prólogos, introducciones y sus notas al pie de página, lo cual los convierte en elementos sugestivos dentro del texto y condiciona su recepción. Para conseguir tal fin, hay que proceder a una labor de revisión profunda de los textos que circulan, no solo para eliminar los añadidos innecesarios, y los reflejos subjetivos, sino para subsanar los errores de traducción que pululan en textos supuestamente traducidos por arabistas de supuesto renombre.

La conversión de los departamentos de estudios árabes en departamentos de filología árabe sería un cambio positivo, ya que supondría la sustitución de programas basados en una serie de conocimientos sobre el mundo árabe e islámico en lenguas vernáculas por la didáctica activa de la lengua árabe. Lo cual permitiría el acceso directo de los alumnos europeos a todo tipo de conocimientos gracias a su conocimiento del árabe, que todavía no es un requisito para licenciarse en un departamento de estudios árabes. De esta forma se producirá también un alejamiento de los recursos ideológicos del arabismo. La profesionalización de la traducción, por último, permitiría manejar textos de calidad traducidos por especialistas que proceden de facultades, escuelas o departamentos especializados en la enseñanza de la traducción.