
Ser caricaturista en tu tierra
El mundo de la caricatura se niega a volver a la censura gubernamental o mediática. Occidente debería apoyar esta lucha y no intentar imponer sus parámetros de libertad.
Pedro Rojo
Los atentados contra Charlie Hebdo han puesto de relieve la fragilidad de las vidas de artistas que se han convertido en un elemento de la lucha de grupos oscurantistas por sembrar el terror e imponer su censura por la vía militar. Es todavía pronto para calibrar el efecto real que van a tener estos atentados para coaccionar la libertad del mundo de la viñeta. Una vez transcurrida la euforia del primer número de Charlie Hebdo tras la masacre habrá que esperar a la nueva etapa de la revista para ver las verdaderas secuelas. Los límites en los que cada autor se mueve a la hora de crear los conforman no solo las leyes de cada país sino también las tradiciones plasmadas en presiones sociales de todo tipo, entre ellas las religiosas. A estos factores hay que sumar a partir de ahora el condicionante de los grupos terroristas que quieren imponer sus líneas rojas a la libertad de expresión.
Ser caricaturista en el mundo árabe
La labor que realizan las caricaturas en cuanto a la transformación social está muy presente en los caricaturistas árabes. Para el egipcio Majluf, el papel del caricaturista no solo es dibujar sobre un suceso sino también intentar transformar consideraciones sobre la censura, la forma de entender la realidad de la gente. En el mundo árabe esa labor de plasmar la realidad aportando una visión crítica a través del dibujo, en la mayoría de las ocasiones con muy poco texto, tiene un valor más importante si cabe dado el alto grado de analfabetismo real y funcional que existe en muchas de estas sociedades. Los caricaturistas son un punto de contacto, un puente entre los intelectuales y sus ideas, que normalmente están más alejados de la sociedad y de la gente a la que se dirigen. Se trata de un producto híbrido: sencillo pero con mensaje.
El idioma es muy importante, como recuerda desde Casablanca el marroquí Jaled Guedar, antiguo colaborador de Charlie Hebdo: “Mis caricaturas en francés tienen mucho menos impacto que las que hago en árabe. Unas las lee la élite, las otras el pueblo en general”. Pero no es ya solo la decisión del uso de la lengua de la antigua metrópoli o el árabe, sino la apuesta mayoritaria por los dialectos locales para escribir las viñetas. Una decisión que, sin duda, ha acercado sobremanera a los caricaturistas con los ciudadanos de a pie, y que es otro grado más de cercanía con su público frente a los intelectuales que siguen expresándose en árabe clásico.
Pero, como hemos dicho, cada sociedad, cada colectivo y cada autor, tiene sus límites con los que trabaja. Los caricaturistas árabes tienen muy claro que se mueven dentro de un corsé más ajustado que el de Occidente por la censura del poder, pero también por la presión social y religiosa. Pero al mismo tiempo denuncian la hipocresía y el doble rasero de Occidente al respecto. Se menta la libertad de expresión para mofarse del profeta Mahoma, pero se prohíbe hacer lo propio con el Holocausto o temas como el atentado contra Charlie Hebdo que le costó al humorista Dieudonné una noche en comisaría y un juicio por tuitear “Yo me siento Charlie Coulibaly”. Pero las líneas rojas no son inamovibles, y muchos de los caricaturistas entienden que parte de su labor es ir empujando esos límites hasta poder dibujar con total libertad.
Un factor que ha dado la vuelta a muchas de estas limitaciones han sido las revoluciones árabes. Aunque, desgraciadamente, el marco de libertad de expresión dentro de los regímenes no es mayor ahora que antes de las primaveras árabes. Incluso ha retrocedido, como denuncia Gueddar, para quien las buenas palabras impresas en la reforma constitucional de su país no sirven más que para levantar una cortina de humo en forma de aparente apertura, mientras el sistema sigue cerrando periódicos como Lakome. De hecho, una caricatura suya de un miembro de la familia real le costó una condena de dos años y medio, de modo que todavía está lejos el día en que en Marruecos se pueda hacer una caricatura del rey. Las cosas tampoco han ido a mejor para los dos ganadores del premio Cartooning for Peace de 2014.
El sirio de origen palestino, Hani Abbas, reconoce que con el estallido de la revolución siria ya no pudo seguir tratando solo temas sociales o económicos, obviando el tabú de mofarse del régimen, y se tuvo que posicionar. Sus críticas a Bashar al Assad le han llevado a exiliarse en Ginebra, desde donde comenta: “¿Más libertad tras las primaveras árabes? Ni hablar, cuando podamos dibujar lo que queramos sin temer por nuestras vidas hablaremos de libertad”. Y es que el régimen sirio ha sido implacable con sus críticos: desde 2012 el caricaturista Akram Raslán se encuentra en paradero desconocido y los matones vinculados al gobierno son los responsables de la paliza recibida por Ali Ferzat (premio Sajarov 2011).
Hani Abbas comparte el premio con la dibujante egipcia Doaa al Adel, que ha asumido el compromiso de luchar mediante el humor contra las corrientes islamistas más extremistas que han florecido tras la revolución egipcia y que intentan imponer su visión del mundo con su retrógrada interpretación del papel de la mujer. Los partidos de corte religioso aprovechan el consenso social que existe sobre el tabú de criticar el islam para tratar de impedir cualquier crítica política a su gestión. Ese fue el caso de una caricatura en la que Doaa se mofaba de los comentarios de algunos hombres de religión que aseguraban que quien votase “sí” en el referéndum constitucional de 2012 iría al paraíso y quien votase “no” al infierno. Doaa hizo un paralelismo dibujando a Adán y Eva bajo el manzano en el paraíso con esa misma pregunta.
El caso fue archivado tras la destitución del presidente Mohamed Morsi en julio de 2013, pero todavía sigue recibiendo amenazas por sus dibujos. “Ya antes de las primaveras árabes los islamistas intentaban adueñarse de todo el ámbito de la religión, pero después de la revolución se han ampliado sus espacios de control y han secuestrado todo lo referente al islam, ya sea en la faceta de la práctica privada de cada individuo como del entorno del islam político. Mezclan ambos conceptos para intentar situar sus visiones políticas al mismo nivel de cualquier concepto religioso” asegura Mohamed Sabaaneh desde Ramala.
La censura social
La capacidad de influencia de estos grupos islamistas es tal que las autoridades actúan preventivamente contra cualquier dibujo que pueda ser utilizado por los extremistas que se atribuyen la labor de garantes de la fe. Siguiendo esta lógica, las autoridades palestinas abrieron una investigación en febrero de 2015 por la publicación de una viñeta de Mohamed Sabaaneh donde se hacía referencia, positiva, al profeta Mahoma.
El propio Sabaaneh es consciente de los límites de la sociedad a la que se dirige, pero, como la mayor parte de los dibujantes, cree en hablar, paulatinamente, de los temas socialmente sensibles como la religión, pero los filtros de censura social saltan al más mínimo intento. Naser al Yaafari, caricaturista del jordano Al Gad, opina que “dibujar algo que va a crear una división o un efecto negativo en la sociedad no tiene sentido, es mejor no hacerlo. Si no va a aportar algo positivo, no merece la pena”. También es partidario de ir abriendo esos espacios de trabajo poco a poco, primero los políticos islamistas y, quizá algún día, las instituciones religiosas y quién sabe si finalmente la religión en sí. Además, es consciente de que hoy en día “hacer dibujos sobre la religión solo alimentaría a los grupos extremistas, ellos serían los primeros beneficiados”.
En este punto volvemos a la vieja discusión de la responsabilidad social del dibujante enfrentada a su labor de acicate de la realidad, la tarea de no solo criticar determinadas situaciones, sino intentar ir más allá proponiendo alternativas. Hani Abbas defiende que su labor “no es chocar con la sociedad, quieres hacerla cambiar, sorprenderla, pero no crear un cisma”. La complicidad entre el dibujante y la sociedad es fundamental para que su trabajo funcione, para que tenga el efecto deseado.
Perspectivas de futuro
La actual situación de los caricaturistas árabes es extremadamente delicada. Su afán natural por romper estereotipos y provocar a la sociedad se ha convertido en una labor cada vez más peligrosa. Hace unos años el peligro estaba claramente identificado: los regímenes con todo su aparato represor tanto legal como paramilitar. La presión de los grupos extremistas que usan el islam como excusa para limitar cualquier tipo de crítica a su visión de la realidad les ha colocado ante una nueva vía de presión mal entendida por ciertos sectores de la población, que amenazan a los dibujantes cuando piensan que su dibujo es ofensivo para la religión.
Estas reacciones provocan situaciones esperpénticas como las amenazas recibidas por Emad Hayyach por llamar Abu Mohamed (como el Profeta) al personaje gordito y tontón de sus viñetas sociales. Las redes sociales, que han sido muy positivas a la hora de crear redes de conocimiento y solidaridad entre caricaturistas árabes e internacionales, también se han convertido en una vía para formular estas amenazas, comentarios agresivos e insultos. Naser al Yaafari ha recibido recientemente comentarios en facebook recordándole lo sucedido en París por una caricatura aparentemente inofensiva que un lector entendió ofensiva para el islam.
Estos artistas viven con el temor de que estas amenazas verbales pasen a la acción, estén vinculadas o no a un grupo armado. Por supuesto, el temor ha crecido tras los atentados de Charlie Hebdo, lo cual ha hecho que tengan que modificar sus hábitos de vida diaria, como comenta Guedar. El cambio que han sufrido las sociedades árabes tras las revoluciones y contrarrevoluciones tiene su reflejo en el mundo de la caricatura que claramente se niega a dar un paso atrás y volver a los tiempos de la censura gubernamental o mediática que ahora se saltan a través de las redes sociales y la conexión con el exterior que les brinda Internet.
La valiente reacción ante los atentados de París de buena parte del sector humorístico árabe viene a refrendar este empecinamiento por seguir empujando los límites de libertad. Este sentir generalizado que transmiten las caricaturas árabes actuales se resume en estas palabras de Naser al Yaafari: “Hemos elegido este trabajo, sabíamos los peligros. No podemos rendirnos ante los grupos de presión que nos dictan lo que podemos o no dibujar, ante aquellos que quieren mandar este mundo al tiempo de las cavernas”. Desde el exterior más valdría apoyar esta labor haciendo un mayor esfuerzo por entender la realidad en la que se desenvuelven los caricaturistas árabes, respaldarles en su lucha por ampliar sus espacios concretos de libertad y no intentar imponerles nuestros particulares parámetros de libertad.