Retratos de jóvenes marroquíes: una vuelta en taxi

La juventud marroquí sólo quiere vivir en libertad y sin presiones sociales ni tradiciones, una juventud que sólo pide poder expresarse y que se la escuche.

Amel Abou el Aazm, estudiante de Ciencias Políticas, París

En Casablanca se cruzan y entrecruzan jóvenes con aspectos diferentes (cintura baja, hiyb o hip hop): diferentes estilos para una población marroquí constituida en un 70% por jóvenes, todos ellos con una misma preocupación: el empleo. La realidad marroquí no es evidente para los jóvenes de entre 15 y 30 años. Las reacciones difieren en una generación atrapada entre tradición y modernidad. Dar una vuelta en taxi y pasar de los barrios populares a los más acomodados, prestar atención a los retazos de conversación de unos y otros permite captar la variedad de esta juventud.

Durante su ruta, en su taxi, Jalid observa que las terrazas de los cafés están abarrotadas: “Los jóvenes no tienen nada mejor que hacer que tomarse un café… fumar… y ligar…”. El negocio de los cafés, salones de té y cibercafés prospera tan rápidamente como la sensación de aburrimiento de los jóvenes. Los cafés se convierten en lugares de reunión y de ligue. Por otra parte, éste se ha convertido en el deporte número uno, tanto para los chicos como para las chicas que intercambian fácilmente sus números de teléfono porque aunque el ligue, del que son víctimas la mayor parte de los marroquíes, irrita a algunos, otros ceden y aceptan fácilmente las proposiciones.

Es el caso de Malika, de 24 años, que conoció a su marido en la calle. “Yo iba andando y un bonito coche se paró a mi lado; el hombre que lo conducía iba bien vestido, empezó a hablarme, insistió y fuimos a tomar un café a un restaurante elegante”. Unas semanas después Malika se casó. Durante los meses anteriores a este encuentro había estado buscando trabajo. Acababa de obtener su título de maestra. Para el único empleo que había encontrado, el sueldo era de 600 dirhams (55 euros), que no habrían podido proporcionarle ninguna independencia económica. Para una joven marroquí, aunque haya estudiado, tener los medios para ganarse la vida no es nada evidente, así que es más fácil ceder a la tentación de encontrar un buen partido y casarse.

Nezha, por el contrario, no soporta que la acosen constantemente por la calle. Por eso, desde hace algunos meses, ha decidido llevar velo. Sin embargo, no por ello se siente forzosamente más musulmana que antes, sino que es para protegerse y evitar que se le acerquen por la calle. Porque en Marruecos la mentalidad machista aún perdura. Esta mentalidad arrincona a la mujer en una relación de fuerza que le es desfavorable. La mujer, desde su nacimiento, es educada para ser madre de familia y ama de casa. En la mente de la sociedad marroquí, el papel de la mujer no es estudiar para trabajar y ser independiente. Sin embargo, desde que lleva el velo, Nezha liga siempre. Porque pase lo que pase, la sociedad está organizada en torno a esta desigualdad y los cambios de mentalidad son lentos…

Cada vez más a menudo hombres jóvenes suben al taxi de Jalid y hacen observaciones sobre la evolución de las costumbres y la relajación de la sociedad. Este discurso moralizante es el de los partidos islamistas, que progresan porque son los únicos sobre el terreno. Sus actividades sociales les permiten estar cerca del pueblo. Abdelhak, de 27años, que vota al Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) explica: “Ellos nos proponen soluciones concretas y, sobre todo, no son corruptos”. Estos partidos reclutan a sus miembros entre los jóvenes que han perdido toda esperanza, sobre todo los licenciados en paro, que se sienten afectados por la actualidad internacional: individuos sensibles y apenados por Palestina, Irak o Afganistán.

Hacia las cinco de la tarde, Jalid se da cuenta de que sólo ha hecho carreras hacia los consulados de la ciudad: francés, español, canadiense…: “¡Se diría que todo el mundo quiere dejar este país, nadie quiere quedarse!”. Irse parece estar en boca de todos los jóvenes. Irse allí donde se ofrecen más oportunidades, donde se puede construir un porvenir y cumplir los sueños. Emigración de jóvenes ejecutivos que no se conforman con un mercado de trabajo sin perspectivas reales, o emigración clandestina en masa por el estrecho de Gibraltar en pateras, todos hablan de marcharse definitivamente para huir de una situación bloqueada. “Saltar o morir”: el aumento de los intentos de atravesar el estrecho es proporcional al aumento del índice de paro, que supera el 15% y afecta en particular a los jóvenes.

Para ellos es difícil imponerse en un mercado de trabajo dominado por el enchufe, la corrupción y las desigualdades sociales. “Yo he hecho una carrera de cuatro años, pero tendría que poder sobornar a alguien o poner en marcha relaciones que no tengo para poder encontrar un empleo”, explica Driss. Pero la realidad de la juventud y la sociedad marroquí no la constituyen sólo los que se van o los que alimentan el sueño de partir. Son también, y sobre todo, los que se quedan. Los que creen en ella a pesar de todo. Karima forma parte de esos jóvenes que han decidido comprometerse y actuar. ¿En qué partido político? “¡En ninguno! No creo en los partidos políticos, los políticos son todos corruptos, nos han decepcionado. Prefiero militar a mi manera”.

Sin embargo, sus padres creyeron en los partidos políticos… en su época… en los años setenta. El desinterés de los jóvenes de entre 15 y 30 años por la política llama la atención. Los jóvenes ya no tienen confianza. Junto a esto, el sector de las asociaciones está en plena expansión desde principios de los años noventa. Organizaciones no gubernamentales, asociaciones y colectivos están sobre el terreno y abarcan diferentes ámbitos: sanidad, educación, cultura… Hoy los jóvenes se implican más fácilmente en las asociaciones, fuera de las estructuras políticas. “Hay que moverse, hay que hacer algo concreto”, concluye Karima. Anas estudia letras y le gustaría continuar sus estudios en el extranjero. Pero sabe bien que no tiene medios, y se niega a pasar al otro lado de forma ilegal. “Sigo yendo a clase, cuando vienen los profesores. Vivo mi vida. Y además, sobre todo, tengo la música que me ayuda a aguantar”.

Anas ha montado un pequeño grupo de música: “No es nada excepcional, nos reunimos una vez a la semana con tres o cuatro compañeros y nos dejamos llevar”. Dar vía libre a la imaginación ya es algo. La música es una forma de expresión y los jóvenes marroquíes lo han comprendido. Nuevos vientos soplan sobre la escena cultural marroquí con grupos como Darga o H-Kayne que aúnan ritmos, palabras y melodías para expresarse, con un nuevo espíritu de creación y mestizaje. Bloqueado en los atascos, Jalid echa pestes contra el tráfico del sábado por la tarde. Las grandes avenidas de Casablanca están llenas, igual que las tiendas como Zara, Mango o Diesel. Meriem, joven ejecutiva, se dedica a mirar escaparates: “El sábado es sagrado, es el día para ir de compras, y por la noche salimos a cenar con los amigos a algún restaurante”.

La política de liberalización de Marruecos explica en parte la expansión de las franquicias. Los sectores del prêt-à-porter y de la comida rápida se desarrollan rápidamente. Las marcas extranjeras, conscientes del poder adquisitivo de una parte favorecida de la clientela joven, ya están implantadas en Marruecos, para gran alegría de esta generación que adopta nuevos estilos de vida y formas de consumo. La evolución del consumo femenino ilustra igualmente los cambios graduales de mentalidad.

Meriem es un ejemplo de esas pocas jóvenes marroquíes que consiguen independencia, poco a poco, y que se aseguran un futuro profesional antes de pensar en el matrimonio. Pero aunque esos centros comerciales dan la idea de un Marruecos moderno, estos jóvenes que realizan sus compras en los mega-almacenes no constituyen más que un porcentaje mínimo de la población juvenil. Porque Marruecos es ante todo un país rural en un 50%. En el campo la vida es dura, las escuelas y los centros de salud son escasos y los jóvenes dejan los pueblos por la ciudad.

Por otra parte, Jalid aparca su taxi delante de un centro comercial y piensa en los regalos que quiere enviar a su familia, al pueblo que dejó hace ya cinco años para venir a ganarse la vida a Casablanca. Marruecos, un país a dos velocidades. Entre diferencias y frustraciones, el éxodo rural llena los suburbios de grandes aglomeraciones, la emigración clandestina alimenta las redes de las mafias y la emigración de los ejecutivos vacía el país de sus cerebros. Si para la juventud marroquí se trata sobre todo de marcharse, habría que darle motivos para quedarse. Asegurarle una igualdad de oportunidades, el acceso a los servicios públicos, la educación y la sanidad, para que tenga los medios de construir su porvenir con dignidad.

Porque la juventud marroquí, por muy variada que sea, sólo pide vivir, expresarse y liberarse de la presión social y del peso de las tradiciones. Estos diferentes retratos de la juventud marroquí son sólo simples retazos de vida, que muestran un deseo de vivir sin presión y una necesidad de libertad. Una juventud que sólo pide que se la escuche.