El nuevo protagonismo de las mujeres en la política

Desde hace años, los poderes magrebíes, deseosos de responder a las presiones internacionales, han comenzado a aceptar a las mujeres en las esferas dirigentes.

Zakya Daoud, periodista y escritora, Francia

Ministras, diputadas, cargos comunales y municipales, miembros activos de las sociedades civiles y de la alta administración, empresarias y jefas de empresa, las mujeres magrebíes penetran cada vez más en las esferas del poder. Sin embargo, ¿tienen realmente poder? ¿Pueden influir sobre el desarrollo de las vidas políticas de sus naciones respectivas? En la situación actual del Magreb puede parecer paradójico nombrar como figuras políticas dominantes a una islamista por Marruecos, una trotskista por Argelia y una militante de los derechos humanos constantemente objeto de persecución por el poder en Túnez. Y, sin embargo, Nadia Yassin, Luiza Hannun y Radhia Nasraui son, en los tres casos, mujeres cuyas posiciones han actuado sobre los poderes y los han hecho en ocasiones retroceder.

La hija del jeque

De formas redondas, sonriente, bajo su pañuelo bien atado, con la boca tapada espectacularmente con una prenda ajustada negra y el brazo levantado en signo de victoria, la hija del jeque Yassin, líder incuestionado de un importante movimiento islamista que rechaza el juego político, al adl wal ihsane ( Justicia y Espiritualidad) ha vivido como un triunfo las persecuciones judiciales emprendidas contra ella a finales de junio de 2005, inmediatamente abandonadas después por haber sido tan contraproducentes, tanto más por cuanto Estados Unidos acudió en socorro de la rebelde. Para el semanario Le Journal Hebdomadaire, “El Estado marroquí logró la proeza de obligar a una superpotencia aliada, víctima del terrorismo islamista, a condenar su acción y a apoyar la libertad de expresión de un movimiento islamista de oposición”.

Nadia Yassin ha pues ganado –¿provisionalmente? Recibida en la universidad de Berkeley para una conferencia sobre “la democracia en el islam”, declaró a su regreso a Marruecos que “la monarquía no es adecuada para Marruecos y que está en vías de desaparición”. Crimen de lesa majestad que le valió una mediatización exacerbada pero que en realidad sólo consistió en decir abrupta y públicamente lo que se susurra en las salas de redacción, las columnas de los periódicos y los salones desde que hay libertad de expresión tras la muerte de Hassan II. En la hermosa cuarentena, esta madre de cuatro hijos, que estudió en el Liceo francés de Rabat, portavoz oficiosa del movimiento de su padre, se ha dado a conocer a los opositores, desde la apertura de los medios, por su dominio perfecto de la escenificación y de la comunicación política, a expensas de haber tenido éxito en un ensayo con un título, no obstante prometedor Toutes voiles dehors.

‘El único hombre de Argelia’

Igualmente “mediática”, pero menos provocadora, Luiza Hannun, antigua militante feminista de la corriente llamada de La Igualdad, es desde 1989 la única mujer jefe de un partido político en el Magreb. Esta jurista nacida en Annaba, que pasa ya de los 50 años y que se presenta como una “sindicalista obrera, socialista y demócrata”, era miembro del Partido de los Trabajadores en los años setenta, antes de dirigirlo, lo cual le valió la prisión en 1983 por su lucha constante por la igualdad y el laicismo.

De carácter firme y audaz, se la llamó “el único hombre de Argelia” cuando osó contradecir, en los años noventa, al jefe del Frente Islámico de Salvación (FIS) de entonces, Abbas Madani, lo cual no le impidió después ser la cabeza de fila de los dialoguistas durante todos los años negros de Argelia, preconizando el diálogo contra los “erradicadores” que, en línea con el ejército, querían matar a todos los islamistas. Hace poco, por cierto, ha logrado que el ex presidente Liamin Zerual, reconozca la existencia de “escuadrones de la muerte” argelinos. Hannun ha marcado asimismo el debate político presentándose en dos ocasiones, 1999 y 2004, a las elecciones presidenciales contra Abdelaziz Buteflika. Desde entonces interviene constantemente y toma posición contra las privatizaciones, las recientes leyes liberales sobre los hidrocarburos y el agua y naturalmente contra la reforma del Código de Familia argelino.

Las víctimas de las violencias de Estado

Más en las antípodas, Radhia Nasraui, de 51 años, abogada, madre de dos hijas y sobre todo mujer de Hamma Hammami, líder del Partido Comunista de los Trabajadores tunecino (POCT), quien desde hace 20 años sólo abandona la prisión para volver a entrar de nuevo, apareció en la escena política tunecina a favor de la defensa de los detenidos, incluidos los islamistas y los perseguidos, por haber sido constantemente hostigada por el poder del presidente Zin el Abidin Ben Ali. Nasrui franqueó la frontera de la vida política de su país en octubre de 2003 cuando inició una huelga de hambre de más de 50 días para “denunciar el hostigamiento y las violencias policiales de las que ella y sus próximos eran víctimas”, suscitando una amplia movilización internacional.

Presidenta de la asociación de lucha contra la tortura en Túnez, fue agredida en 2004 y sobre todo en marzo de 2005: le destrozaron la cara y rompieron la nariz por haber participado en manifestaciones de protesta. Esa actitud permite asociarla a las militantes marroquíes que, desde diciembre de 2004, durante las sesiones de la Instancia de Equidad y Reconciliación, como Fatima Ait Tayer llamada Muy Fatma, Jadiya el Malki, Fatema Amezian, y tantas otras, militantes y campesinas oscuras contaron con palabras justas y emotivas las torturas y los sufrimientos de los años de plomo.

¿Una visibilidad de apariencia?

La participación política de las mujeres en el Magreb no se limita, sin embargo, a esas figuras opositoras y víctimas. Desde hace una década, los poderes magrebíes, deseosos de responder a las presiones internacionales, comenzaron a dejar entrar a las mujeres, que antes habían condenado a los hornos, en las esferas dirigentes y ahí los tres poderes tuvieron actitudes extrañamente parecidas: dos mujeres ministras en Marruecos de 32, encargadas de los emigrantes y de lo social, tres en Argelia de 42 miembros del gobierno, titulares de las carteras de Cultura, Familia y Enseñanza Superior, cinco ministras en Túnez de 47, encargadas de un departamento de Asuntos Exteriores, Tecnologías, Equipamiento, Vivienda y Familia.

Las diputadas y las otras

En lo que a los parlamentos se refiere, el panorama es el siguiente: 12 diputadas en Túnez (es decir el 11,5%) de 189 diputados, y a modo de guinda del pastel la vicepresidencia de la Asamblea, 27 diputadas de 389 miembros de la Asamblea Popular Nacional argelina y tres senadoras de 144 miembros de la segunda cámara. Marruecos, hasta ahora a la cola, se ha colocado a la cabeza después de las legislativas de septiembre de 2002, ya que mediante la instauración de una cuota bajo forma de lista única nacional reservada a las mujeres, el número de diputadas, que oscilaba entre dos y cuatro, ha pasado bruscamente a 35, es decir el 10% de los parlamentarios. Las electas se reparten equitativamente entre todos los movimientos, desde islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) a militantes de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) o del Partido del Progreso y del Socialismo (PPS, ex comunista).

Nuzha Squalli, miembro del buró político de ese partido, dirige también su grupo parlamentario; feminista y animadora de la Asociación Democrática de Mujeres de Marruecos (ADFM), ha sido durante mucho tiempo concejal de Casablanca, donde centró su lucha por la limpieza de la ciudad. Hoy, después de una larga ausencia, sobre todo en Marruecos y Argelia, en los tres países, las electas municipales representan entre el 14% y el 20% de los electos. Esta participación política reciente, que parece a muchos una visibilidad de concesión, no permite ocultar que existe un problema fundamental de democracia común en los tres países y que los ciudadanos magrebíes, y a fortiori las ciudadanas, aparecen como singularmente desprovistos frente a la cosa política. Además, esta participación no ha permitido que aparezcan actitudes y discursos feministas portadores de otros paradigmas de autoridad y de otras formas de ver. En política, las mujeres magrebíes se han mostrado singularmente próximas a sus conciudadanos.

Las sociedades civiles

Más probatoria puede parecer la participación económica, la presencia de numerosas mujeres empresarias, jefas de empresa al mismo tiempo que de familia, 10.000 censadas en Túnez, algunos miles en Marruecos y Argelia, lo cual es también sinónimo de peso político. Al igual que la presencia en la alta administración: siete mujeres jefas de daira en Argelia, una wali, una presidenta del Consejo de Estado, una mujer gobernadora (aunque en la administración central) en Marruecos, una jefa de sector de los hidrocarburos, Amina Benjedra, apodada “la señorita de hierro”, Rahma Burquia, miembro de la Academia del Reino, 36 mujeres nombradas entre las instancias de los ulemas, sin olvidar las numerosas magistradas, presidentas de tribunales, consejeras de los tribunales supremos. Pero la vida política no se resume en las instituciones: las mujeres magrebíes son, sobre todo, activas en las ONG y otras organizaciones de la sociedad civil, y están especialmente presentes no solamente en las asociaciones de defensa de los derechos de la mujer sino también en las de los derechos humanos, contra la corrupción como Transparency, como Jadija Cherif en Túnez, en las asociaciones de defensa del medio ambiente y de desarrollo sostenible, que se multiplican.

Las periodistas a la vanguardia

Las mujeres se han vuelto muy importantes en los “medios”. Tres figuras en este ámbito: Siham Bensedrin, directora de Kalima en Túnez, antigua editora, premiada en 2001 por Reporteros sin Fronteras; Salima Ghezali en Argelia, antigua presidenta de la asociación femenina Emancipación, redactora jefe de la Nation, cercana a los reformadores argelinos, ha sido durante mucho tiempo bautizada como Señor Sajarov por haber obtenido el premio del mismo nombre; y en Marruecos, Samira Sitail, dirige la información de la segunda cadena de televisión. Las tres intervienen en el debate político y desempeñan un papel político.

Pero más allá de esta participación aún restringida, las disposiciones jurídicas incluidas en los códigos de familia parecen más importantes para el futuro de las nuevas generaciones de magrebíes. Sabemos hasta qué punto el código tunecino, que data de 1956, constantemente enmendado hasta 1992/93, va por delante en el mundo árabe, sabemos como el nuevo código marroquí, la Mudawana, ha recuperado, desde su promulgación en febrero de 2004, los retrasos durante largo tiempo acumulados por ese país. Sólo podemos deplorar la insignificancia de las enmiendas del código argelino cuyos decretos de aplicación datan de comienzos de 2005: mantenimiento de la poligamia bajo reserva del consentimiento de la primera esposa, mantenimiento del repudio, mantenimiento del divorcio mediante recompra, el khol’, mantenimiento, después de un largo y contradictorio debate, del tutor matrimonial, etcétera.

Ciertamente, algunas de las nuevas disposiciones demuestran un carácter más humano, como el derecho a la vivienda para la mujer divorciada, la supresión del matrimonio por poderes, los principios de igualdad en la pareja, la ampliación de las prerrogativas del juez para los derechos de custodia, visita y pensión alimenticia, el reconocimiento de la adquisición de la nacionalidad a través de la madre y la obligación del consentimiento para contraer matrimonio, así como la obligación de un contrato para hacerlo. Pero eso no impide que ese código, ligeramente enmendado, siga estando muy por detrás de los códigos tunecino y marroquí y, según argumentan las feministas que lo combaten, no es adecuado a las convenciones internacionales firmadas por Argelia. En ese plano pues, no son las tres ministras, las tres senadoras, las 27 diputadas y las siete gobernadoras de provincia las que cambian de verdad las coordenadas: independientemente de toda visibilidad aparente, Argelia sigue muy retrasada, lo cual sólo puede desfavorecer la participación de las mujeres en la evolución de ese país.