Musulmanes de Francia: ¿hasta aquí todo bien?

El modelo de integración pretende la inclusión de todos. Pero lleva aparejada la idea de que el otro no hace los suficientes esfuerzos para cumplir las expectativas de la República.

Valérie Amiraux

La irrupción de la violencia política en el corazón de París el pasado enero –con una matanza en la sede de Charlie Hebdo y después con una toma de rehenes en un hipermercado kosher, llevadas a cabo por tres franceses en nombre de Al Qaeda y de Daesh– es un acontecimiento cuyas consecuencias para la población musulmana resultan claramente imposibles de comprender de manera exhaustiva dos meses más tarde.

La primera consecuencia, de tipo emocional, es, sin duda, la que más ha llamado la atención de los observadores. Su importancia ya se apreciaba en las primeras horas tras el ataque, cuando en varios puntos del territorio nacional surgieron concentraciones, se organizaron vigilias y se inventaron lemas. Je suis Charlie nació en este estado de conmoción y, desde entonces, ha creado unos efectos discursivos y prácticos que perduran una vez que desaparece la emoción, a medida que nos alejamos de los hechos. Esta invitación a compartir el afecto provocado por la conmoción mediante lo que los políticos llamaron luego “unión nacional” derivaba, al principio, de la respuesta urgente que se dio al ataque.

Entre el hecho de “compartir socialmente unas emociones” (como garantía de un afecto recíproco, del mantenimiento de los vínculos afectivos y de la integración social de unos y de otros) y su “remanencia”, retomando los términos de Bernard Trimé, quisiéramos tratar de saber qué repercusiones pueden, o podrían, tener los atentados de enero para la población musulmana de Francia, partiendo de la idea de que no suponen nada realmente nuevo en lo que se refiere a la narrativa, pero contribuyen sin duda a la institucionalización de políticas de sospecha y desconfianza hacia dicha población.

La religiosidad de unos ante la mirada pública de los demás

En la Unión Europea (UE), Francia es, sin duda, el Estado miembro que ha dado importancia de forma más constante y sistemática a la necesidad de responder a los desafíos planteados por la “cuestión musulmana”. Desde la colonización a la regulación jurídica de los símbolos religiosos ostensibles, la fijación de la atención pública (especialmente la institucional y la mediática) en la alteridad confesional nunca se ha desmentido, en un contexto en el que las cifras sobre la población creyente siguen siendo muy aleatorias, por no decir inexistentes, lo que hace imposible cualquier traducción en hechos. Cuando el islam no es la religión mayoritaria o de Estado, esos datos se basan a menudo en deducciones extraídas del origen nacional o étnico de los primeros inmigrantes, y a veces de sus descendientes. Se trata, por tanto, de estimaciones.

En 2010, el Foro Pew sobre Religión y Vida Pública calculaba que el número de musulmanes en la UE era de 43 millones de personas, es decir, el 5,8% de la población de la UE, y el 2,7% de los musulmanes en el mundo. En Francia, la confesión religiosa no consta en el censo y casi nunca se investiga en las encuestas cuantitativas. El término “musulmán(es)” se usa, por tanto, de forma imprecisa, eliminando la complejidad y la diversidad (étnica, cultural, confesional) de las poblaciones designadas y de sus tipos de creencias. El término abarca a los musulmanes practicantes, “de origen” o “culturales” indistintamente. Estas rápidas pinceladas sobre la cuestión de las cifras son pertinentes porque la diferencia entre lo que se cree y los datos es a menudo enorme.

En octubre de 2014, un sondeo de percepción realizado por IPSOS-MORI revelaba que, en el conjunto de los Estados miembros de la UE, las personas entrevistadas sobrestiman en gran medida el número de musulmanes que viven en su país. En Francia, por ejemplo, consideran que los musulmanes representan el 31% de la población, mientras que se calcula que son entre el 7% y el 8%. En este contexto, ¿cómo se puede saber de qué manera han vivido los musulmanes de Francia las consecuencias de los atentados perpetrados en París? Aunque merezca la pena plantear la pregunta, para responderla habrá que realizar más un ejercicio de estilo que un análisis documentado. Por tanto, la reflexión sobre las repercusiones de los ataques de enero para los musulmanes empieza por el repaso del marco de las manifestaciones públicas sobre el tema.

Los comentarios que rodearon los ataques contra los periodistas de Charlie Hebdo, policías y clientes de un hipermercado kosher se enmarcaron, de hecho, en un debate público anterior sobre el islam y los musulmanes que, en Francia, nunca se ha interrumpido desde finales de la década de los ochenta. Además de los desafíos de la representación del culto musulmán (el primer Consejo Francés del Culto Musulmán fue elegido en mayo de 2003), este debate público sobre el “problema musulmán” se ha centrado especialmente en las medidas legislativas restrictivas que prohíben que se lleven símbolos religiosos en los colegios públicos (marzo de 2004) y la ocultación del rostro en los espacios públicos (octubre de 2010). Los atentados de París son un acontecimiento que polariza y separa. Vuelven a poner de relieve en los medios de comunicación una visión política un tanto dual, que deja menos espacio a los dilemas y a la manifestación de desacuerdos, porque el conjunto de los temas planteados por la violencia (desde sus causas hasta su ejercicio) encaja perfectamente en el discurso extremo en materia de seguridad en el que, desde 2001, la lucha contra el terrorismo se ha convertido en la seña de identidad occidental más compartida, y en el que la radicalización es el principal punto de inicio.

Según A. Kundnani, desde 2001 el público occidental tiene dos propuestas de interpretación de la radicalización islamista a su alcance (The Muslims Are Coming! Islamophobia, Extremism and The Domestic War on Terror, Nueva York, Verso, 2014). Surgen muy rápido después de los atentados de enero en París. En la primera, el islam es, como culto y como cultura, la causa de todos los males. El extremismo y la radicalización, por razones históricas y teológicas, están intrínsecamente más vinculados al islam que a cualquier otra religión. La segunda consiste en considerar el extremismo y el islamismo como una perversión del mensaje religioso inicial. En el islam habría una necesidad urgente de reforma. En ambos casos, los musulmanes de Francia y de otros lugares tienen que dar muestras de su aceptación incondicional de los valores liberales occidentales para diferenciarse de “los malos” (en este caso, los “yihadistas” autores de los atentados), a través del reconocimiento de una incompatibilidad estructural o histórica del islam con –elijan lo que crean conveniente– Francia, sus valores, su historia, la modernidad, etcétera.

Por tanto, la participación en el debate político parece limitada a la alternativa entre callarse (y ser acusado tácitamente de apoyar la violencia política) o alinearse. En un artículo de opinión publicado el 9 de enero de 2015 en Le Monde, Olivier Roy expresaba con acierto las dos insoportables imposiciones que se adivinan tras estas conminaciones más o menos tácitas: “A los musulmanes se les reprocha que vivan en comunidades separadas, pero se les pide que reaccionen contra el terrorismo como comunidad”. Es lo que se les pide en Francia con el lema de #JesuisCharlie, al igual que el #Notinmyname que surgió a principios de otoño de 2014, especialmente en los países anglosajones, y que destacaba las voces musulmanas que no apoyaban al grupo Estado Islámico. El debate público de hoy hace referencia a las propuestas de Kundnani en varios puntos. Los ataques se enmarcan, en primer lugar, en el centro del discurso en materia de seguridad: la guerra no ha terminado, la amenaza se reconfigura en unos frentes ya no solo lejanos y extranjeros, sino internos y más difíciles de identificar porque los que se marchan de Francia al frente sirio presentan unos perfiles extremadamente diversos y, sin duda, heterogéneos. Las incertidumbres en cuanto a su identificación previa a su eventual paso a la acción vuelven a poner de actualidad la justificación del mantenimiento del miedo y de la preocupación como principios de la gobernanza.

La situación que se inició con los atentados de Madrid en 2004 y de Londres en 2005, y la forma de actuar de la figura del homegrown terrorist (el terrorista del interior, que actúa en el territorio de su nacionalidad y de su socialización) cambian con los hermanos Kouachi y Amedi Coulibaly, que introducen una nueva variante. Estas biografías complejas, de personas nacidas y criadas en Francia que se mueven entre espacios de socialización diferentes y que son vigiladas por el Estado en varios momentos, justifican el argumento de una lucha contra el terrorismo que se libra tanto en el frente internacional como nacional y que difumina sus fronteras. Desde enero también se plantea una serie de preguntas sobre los desafíos de la representación de la población musulmana, por ejemplo, cuando se trata de pedir “voces musulmanas” para comentar los acontecimientos junto a los expertos y los políticos invitados a los platós televisivos.

¿Quién puede hablar en nombre de los musulmanes de Francia en un contexto en el que los líderes comunitarios no existen: los imanes, los representantes del Consejo Francés del Culto Musulmán, universitarios, intelectuales, artistas, deportistas? ¿Con qué tipo de liderazgo pueden plantearse las autoridades francesas crear unas formas de colaboración para luchar eficazmente contra la radicalización y el yihadismo, tal y como defiende el Ministerio del Interior desde febrero (www.stop-djihadisme.gouv.fr)?

El objetivo de la actuación pública: los ámbitos de vigilancia y de intervención

En el plano de la política interior, el gobierno ha identificado tres ámbitos prioritarios en las actuaciones públicas dentro del dispositivo de lucha contra el terrorismo y de prevención de la radicalización de los musulmanes. El primero se incluye dentro del apartado de justicia y policía, y se refiere prioritariamente a la cárcel (identificada por el ministerio competente como el lugar por excelencia de la radicalización) y a las medidas relativas a la aplicación de la ley antiterrorista aprobada en noviembre de 2014 (cuyos principales puntos son las prohibiciones administrativas de entrada y de salida del territorio aplicadas mediante la retirada del carné de identidad y del pasaporte y la vigilancia de determinados lugares).

El segundo es el relativo a la educación. El plan de movilización de los colegios por la República, anunciado el 22 de enero por la ministra de Educación, enumeraba 16 medidas dirigidas a reforzar la ciudadanía y la enseñanza de la laicidad en el colegio con un presupuesto de más de 250 millones de euros a lo largo de tres años. El tercer ámbito es territorial, y en él se trata de luchar contra lo que el primer ministro, Manuel Valls, llamó primero “situación de apartheid” antes de presentar el 6 de marzo de 2015 un conjunto de medidas importantes para la política urbana y de población, que tendrá un coste, se calcula, de 1.000 millones de euros repartidos en tres años. Existe la preocupación, justificada, de que en estos tres ámbitos de actuación prioritarios, se llegue a identificar a largo plazo a esos espacios e instituciones públicas como zonas sospechosas o, en cualquier caso, a establecer una estrecha relación entre la laicidad, la segregación territorial y el terrorismo.

Por otra parte, la idea de prohibir el uso del pañuelo en la universidad y de extender el principio de laicidad a los centros públicos de enseñanza superior resurgió en febrero de 2015 por iniciativa de un diputado de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y luego, en marzo, a raíz de las palabras de la secretaria de Estado para los Derechos de las Mujeres. Para entender mejor la situación en el ámbito educativo, habría que mencionar también la elaboración de un proyecto de ley (cuyo estudio está previsto para mayo de 2015) que prohíbe que se lleven símbolos religiosos en las guarderías privadas que reciban subvenciones públicas, es decir, la mayoría. En este contexto, la prohibición del uso del pañuelo reviste importancia.

Estas normativas califican comportamientos y códigos de conducta específicos bien como excesivos, bien como razonables. Debido a las prohibiciones, la realidad de la presencia física de una convicción, representada por un gesto (cubrirse) se legaliza o se rechaza simultáneamente. Desde hace más de 10 años, la carga de la neutralidad, pilar de la laicidad, ha pasado de las instituciones públicas del Estado a las personas físicas. En cierta manera, al tener que descubrirse para entrar en el colegio público, se insta a las alumnas a dar muestras de neutralidad, modificando el sentido histórico del principio de laicidad. La presencia social de los pañuelos, que tienen varios significados (estético, sensorial, simbólico, político, íntimo), se convierte en algo público cuya visibilidad es inversamente proporcional al reconocimiento político de las que lo llevan. Ahora bien, en las democracias liberales, la visibilidad se asocia directamente a la participación ciudadana y el reconocimiento. De hecho, pone de manifiesto la posibilidad de dotarse de una “voz”.

El hecho de acceder a los lugares de visibilidad (colegio, universidad, lugar de trabajo) también consiste en hacerse un lugar en la escena pública y política, y hacer que sea posible la evaluación por los demás, es decir, el reconocimiento.

Conclusión

Desde enero de 2015, las habladurías forman parte de las conversaciones públicas, cuyo tema principal es el islam y los musulmanes. Las habladurías, una forma de comunicación personal informal en la que se alude a personas ausentes o tratadas como tales, se desarrollan, en general, en unas conversaciones entre personas que se conocen y que se tienen confianza, hasta convertirse en una verdad, independientemente de la fuente emisora inicial.

Cumplen varias funciones: nos familiarizan con un tema que nos resulta lejano; también permiten establecer conexiones y vincular acontecimientos y lugares con independencia de su distancia temporal o de su alejamiento geográfico; contribuyen a hacer circular unas afirmaciones que, a medida que se alejan de la fuente emisora y del momento en que se realizaron, son como unas autoridades confirmadoras y certificadoras, y facilitan la imposición, sin hacer ruido, de ideas dominantes que posteriormente serán difíciles de cuestionar. Resulta fundamental aquí destacar hasta qué punto todos los niveles de conocimiento, de competencias y de cargos participan en las habladurías: los rumores circulan con independencia del nivel cultural y simbólico de los que los crean y los difunden. Y, por último, la rumorología se asemeja a la idea de una conversación cara a cara en ausencia de la persona concernida: es disimétrica y, la mayoría de las veces, reduce al silencio a las personas de las que hablamos.

Los debates públicos posteriores a enero de 2015 vuelven a poner de actualidad toda la paradoja del llamado modelo de integración republicana: el objetivo de la inclusión de todo el mundo, independientemente de los orígenes y de las situaciones, nunca dejó de llevar aparejada la idea de que el otro no hace los suficientes esfuerzos para cumplir las expectativas de la República. Estos debates recuperan esta paradoja en un contexto en el que, desde 2001, se difunden profusamente ideas erróneas sobre los musulmanes, que también se ven directamente afectados por las consecuencias prácticas de unas políticas de vigilancia que se intensifican, o que están a punto de intensificarse, como la identificación por perfil racial, la política de la sospecha, la circulación de representaciones sociales que describen negativamente a la población vigilada, las discriminaciones o el racismo.

En los días posteriores a los atentados, se produjeron varias expresiones de islamofobia: ataques a mezquitas, profanación de lugares de culto existentes o en construcción, agresiones a personas e inscripciones de tipo racista en establecimientos de comidas o viviendas, a los que conviene añadir, a diario y de forma menos mediática, los insultos, los empujones, las agresiones (físicas o verbales) a mujeres con velo, la identificación por perfil racial y la discriminación por el color de la piel y el trato discriminatorio. Aparte de algunas declaraciones de principio y de una mención de la islamofobia en un discurso del presidente François Hollande en enero, parece que, efectivamente, en este frente, los musulmanes de Francia solo pueden contar con ellos mismos.