Música y movilización sociopolítica

Sea cual sea su estilo, la música es una forma de expresión, de construcción de identidad y de contestación política para los jóvenes descendientes de trabajadores inmigrantes en Europa.

Marco Martiniello

Hoy en día, los debates políticos y mediáticos sobre los descendientes de los trabajadores inmigrantes en Europa se centran sobre todo en su radicalización religiosa, la participación de una parte de ellos en los movimientos yihadistas, su implicación directa en los actos terroristas en los países y ciudades donde la mayoría de ellos han nacido y crecido, su marginación social y, también, en el comportamiento racista, antisemita y homofóbico del que hacen gala. A estos descendientes, a los que se considera enemigos del interior que infunden temor, sobre todo los chicos y los jóvenes, se les analiza básicamente desde el punto de vista de la seguridad. Es verdad que una parte de los descendientes de los trabajadores inmigrantes va, sin duda, por mal camino. El abandono escolar y los malos resultados en el colegio de algunos son una realidad incuestionable. Los problemas que sufren algunos para incorporarse al mercado laboral son evidentes, especialmente –pero no solo– por razones de discriminación étnica que ahora están bien documentadas. A veces, su presencia en las cárceles es excesiva, lo que puede ser consecuencia tanto de su paso por la delincuencia, como también del ethnic profiling y de las discriminaciones sistemáticas por parte del sistema judicial. En definitiva, el número de jóvenes que descienden de trabajadores inmigrantes atraídos por las tesis yihadistas sigue siendo preocupante, así como su rechazo por la sociedad que, según ellos, no los reconoce como miembros de pleno derecho.

Pero ceñirse a esta imagen negativa de los descendientes de los trabajadores inmigrantes sería engañoso y simplista porque, además de las numerosas historias de fracasos y problemas, también existe una realidad más positiva con trayectorias de éxito social, económico, político y cultural. De hecho, numerosos descendientes de los trabajadores inmigrantes destacan ya desde hace décadas en la creación artística urbana, tanto en la música, como en la danza, el teatro, el cine y también la moda. La creación, más allá de su aspecto puramente artístico, está a menudo relacionada con unas formas atípicas y no institucionalizadas de movilización política y social que pueden ser localmente significativas, aunque en ocasiones los medios de comunicación y el público en general las ignoren o desconozcan. Así, los jóvenes descendientes de inmigrantes son a menudo actores fundamentales en la renovación y el enriquecimiento de las culturas urbanas y, al mismo tiempo, actores sociopolíticos conscientes que a veces hallan respuestas a su compleja situación en unos movimientos culturales más o menos politizados.

Por tanto, es importante, e indispensable, interesarse por la posible pertinencia política y social de las prácticas artísticas en general, y por las formas de expresión musical de los artistas enraizados directa y objetivamente en la historia migratoria, en particular. Dicho de otra manera, resulta útil analizar la forma en que las expresiones artísticas, en general, y las expresiones musicales, en particular, pueden permitir, en determinadas condiciones espaciotemporales, a unas poblaciones minoritarias expresar posturas políticas y opiniones sobre la sociedad, y movilizarse política y socialmente. El objetivo principal de este breve ensayo es convencer de ello al lector.

Varias razones justifican que nos centremos en la música como forma de expresión política y social y como medio de movilización de los grupos minoritarios. En primer lugar, entre todas las formas de expresión artística, la música es probablemente la que tiene un mayor efecto sobre nosotros, porque produce emociones fuertes en los seres humanos, y puede conmovernos hasta las lágrimas o llevarnos a un estado indescriptible de alegría o de tristeza. Los especialistas de las neurociencias y los filósofos han debatido mucho tiempo sobre esta especificidad de la música, que más que cualquier otra disciplina artística, puede llegarnos al alma y, en determinadas condiciones, provocar cambios, efímeros o duraderos, en nuestros comportamientos sociales. En segundo lugar, la música es universal. Los estilos y los géneros musicales varían enormemente de un lugar a otro y de un periodo a otro. Los estilos musicales se desplazan, se exportan y se importan según las reglas establecidas por la industria musical, y los inmigrantes son a menudo “transmisores” de música de una región a otra. Aunque pueda parecer ingenuo considerar que la música es un lenguaje único y universal que permite que todos los seres humanos se comprendan y se unan, observamos que no hay prácticamente ninguna sociedad humana sin una forma u otra de música, salvo cuando la censura ha logrado acallar momentáneamente a los cantantes y músicos, como por ejemplo en Afganistán con los talibanes. Por tanto, la universalidad del hecho musical permite tener un enfoque global y realizar comparaciones de las relaciones entre las formas de expresión musical y la movilización sociopolítica, especialmente de los grupos minoritarios procedentes de realidades migratorias. En tercer lugar, las minorías étnicas y raciales recurren con mucha frecuencia a la música para existir política y socialmente. Incluso podríamos decir que la música ha sido a menudo uno de los principales modos de expresión para numerosas poblaciones minoritarias en todo el mundo. Por consiguiente, no podemos excluir a la música si queremos entender sus procesos de movilización política y social.

La música, motor de movilización política y social

Después de haber justificado por qué se hace hincapié en la música en este ensayo, hay que definir este término sencillo y a la vez muy complejo: la música. Utilizamos una definición que va mucho más allá de las composiciones musicales escritas con partitura, que generalmente estudian los musicólogos. En una perspectiva sociológica abierta al diálogo interdisciplinar, definimos la música como el conjunto de las acciones de producción, difusión, circulación y consumo de sonidos organizados, eventualmente de las letras cantadas o declamadas, de las imágenes, de los objetos y de las representaciones multimedia que les acompañan, relacionado con los actores sociales y artísticos descendientes de los trabajadores inmigrantes. Estos artistas actúan y aparecen en diferentes espacios físicos (salas de conciertos, discotecas, estadios, calles, parques, transportes públicos) y cada vez más en espacios digitales (sitios web, foros, YouTube y redes sociales). Las obras musicales como tales son menos importantes que las acciones y las interacciones humanas de distintos tipos que generan a su alrededor.

Históricamente, el movimiento de los beurs en la década de los ochenta es el primer ejemplo significativo de gran movilización política y social de jóvenes descendientes de inmigrantes norteafricanos en Francia en el que la música ha desempeñado un papel fundamental. El grupo de “punk-rock orientalizado” Carte de Séjour, formado en los suburbios de Lyon por unos jóvenes de la segunda generación de inmigrantes, como se decía por aquel entonces, y con un nombre lejos de haber sido elegido al azar, se convirtió, en cierta manera, en la banda sonora del primer movimiento beur, que alcanzó su máximo apogeo con la llegada de la “Marcha de los beurs” y el gran concierto organizado en la Bastilla, en París. En Gran Bretaña, la música ha desempeñado un rol importante en la lucha contra el racismo y los partidos de extrema derecha a partir de los años setenta. En esta década y en la siguiente se produjo el apogeo del ska, con grupos multirraciales como los Specials o The Selecter, y del reggae británico, con artistas como Linton Kwezi Johnson y también UB40. En aquella época, la música ayudaba a estructurar movimientos sociales, culturales y políticos que desempeñaban varias funciones públicas. La música permitía a los jóvenes descendientes de inmigrantes, a menudo junto a jóvenes de la clase obrera “local”, contar su experiencia del racismo, de las discriminaciones y de la exclusión en las sociedades británica y francesa. También era un instrumento para enfrentarse a la derecha recalcitrante de Margaret Thatcher y al Partido Nacional Británico en Gran Bretaña y al Frente Nacional racista de Jean-Marie Le Pen, que conseguía sus primeras victorias electorales importantes. La música, además, servía para deliberar, construir, negociar y afirmar unas identidades colectivas propias. Los jóvenes descendientes de los trabajadores norteafricanos de Francia rechazaban la etiqueta de “jóvenes inmigrantes”, así como el discurso predominante sobre la integración, para definirse como franceses de origen árabe o como árabes de Francia y, por tanto, como elementos endógenos de la sociedad francesa. Los descendientes de los inmigrantes coloniales en Gran Bretaña, por su parte, se definían como Black British y rechazaban también la marginación de su identidad en la sociedad británica. Y, por último, la música desempeñaba un papel fundamental en acontecimientos pragmáticos como los festivales que ponían de manifiesto la existencia pública de estos elementos ignorados de la sociedad que eran los jóvenes descendientes de los inmigrantes, y que estaban organizados para conseguir cambios directos en la manera en que eran tratados. En algunos casos, su objetivo era fomentar la participación electoral de los jóvenes descendientes de trabajadores inmigrantes para frenar el ascenso de las formaciones políticas de extrema derecha. Los festivales musicales como el Rock against Racism en Gran Bretaña o el gran concierto ya mencionado de la Bastilla en París al final de la “Marcha de los beurs” en 1983 son ejemplos históricos de ello.

Desde la década de los ochenta, el movimiento hiphop y, por tanto, el rap, se han convertido progresivamente en instrumentos predominantes de expresión de enfrentamiento político y de disquisición identitaria para los jóvenes urbanos descendientes de inmigrantes, mientras que los grandes festivales político-humanitarios se han ido transformando en máquinas comerciales impulsadas por las industrias culturales globalizadas. Algunas corrientes musicales que mezclan las músicas de inspiración anglo-estadounidense y las músicas de inspiración oriental o africana se han hecho un hueco, junto al rap, en la nueva industria de la world music, o música del mundo, y también han contribuido a reflejar las virtudes de la diversidad cultural y de la sociedad multicultural. Más recientemente, las referencias religiosas islámicas han aparecido en las músicas llamadas populares de los jóvenes descendientes de trabajadores inmigrantes con el relativo auge del rap musulmán y de las músicas sacras, más o menos modernizadas, en las cuales la afirmación de la identidad musulmana sustituye a las afirmaciones étnicas o raciales del pasado.

Por otra parte, aunque la época de las grandes movilizaciones políticas clásicas de los jóvenes descendientes de trabajadores inmigrantes parece que ha terminado, las nuevas tecnologías, por ejemplo YouTube, ofrecen unas posibilidades prácticamente ilimitadas para transmitir mensajes, a veces políticos, con rapidez, especialmente mediante los vídeos musicales autoproducidos. Gil Scott Heron decía que la revolución no se televisaría. ¿Diría hoy que se hará en Internet? Nada permite afirmarlo. No obstante, la música, cualquiera que sea el estilo, y cualquiera que sea el modo de difusión y de producción, sigue siendo un medio importante de expresión, de construcción de una identidad, de enfrentamiento político y de acción pragmática –a través de eventos musicales, a menudo más pequeños que en el pasado, en beneficio de diferentes causas– para las poblaciones minoritarias, de las que los jóvenes descendientes de trabajadores inmigrantes siguen formando parte con frecuencia.

Además, las actividades artísticas en torno a la música y la danza también permiten a los jóvenes urbanos, y a los no tan jóvenes, de diferentes confesiones, de diferentes orígenes étnicos, de diferentes ámbitos sociales, de diferentes religiones y, a veces, de diferentes orientaciones sexuales, asociarse en torno a un proyecto artístico común. Así, desarrollan prácticas multiculturales en su vida cotidiana que, aunque no lo pretendan, tienen un significado político muy determinado en un clima marcado por los repliegues de las identidades y la fragmentación social, étnica y religiosa. El Proyecto Nouévou (como “nosotros y vosotros” en francés, pero también “¡Uníos!”) realizado en Bruselas por el rapero de origen marroquí Rival Capone (Yussef el Ajmi), el beatboxer de origen turco Serdi Alici y la violinista judía klezmer Joëlle Strauss es un ejemplo de este multiculturalismo diario que, más allá del ecumenismo acordado habitual, es una respuesta coherente frente a la lógica de la pureza comunitaria que va en aumento en las ciudades.

Este breve ensayo no pretendía analizar todos los aspectos de un tema espinoso, sino simplemente convencer del interés de plantear el tema de la importancia de las prácticas artísticas en nuestras sociedades migratorias y posmigratorias tomando como punto de inicio las expresiones musicales. Por encima de la creación artística en sí, numerosos artistas urbanos, sea cual sea su origen y su historia migratoria, realizan una profunda reflexión sobre las transformaciones sociales que se están produciendo y desarrollan unas formas de cooperación interesantes más allá de las fronteras étnicas, culturales, religiosas o sociales. Así, cuestionan más o menos conscientemente la opinión generalizada actual sobre el fracaso de la integración y del multiculturalismo mostrando que, en realidad, y a pesar de los numerosos problemas que hay que resolver, la sociedad multicultural se ha convertido, sin duda, en una realidad que forma parte de nuestras sociedades. De este modo, sin utilizar necesariamente métodos reivindicativos antiguos, y cambiando las cosas en cuanto a las representaciones sociales, sus prácticas creadoras tienen un elemento político inevitable, y subjetivamente diría que beneficioso, para luchar contra todos los extremismos.