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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Mujeres en situación de conflicto
En tiempos de guerra, las mujeres y los niños son siempre los más perjudicados: la guerra de Líbano, el conflicto kurdo o las revueltas en Egipto son sólo algunos ejemplos.
Sahar al Attar, Burcin Belge, Eman S. Morsi
Este artículo otorga la palabra a las mujeres en situación de conflicto o de peligro en el Mediterráneo: a las libanesas en tiempos de guerra y a las jóvenes kurdas de Turquía. Habla también del papel determinante que desempeñaron las mujeres en la ola de protestas que sacudió Egipto en 2006. Una serie de entrevistas realizadas con el apoyo de la Fundación Anna Lindh.
Las mujeres libanesas en primera línea en tiempos de guerra
Si las mujeres participaran plenamente en los procesos de paz, se facilitarían el mantenimiento y la promoción de la paz y de la seguridad internacional”, afirma la Resolución 1325 de la ONU, en la que se hace un llamamiento a los Estados miembro a reforzar el papel de la mujer en la toma de decisiones para la prevención, gestión y solución de los conflictos. Esta Resolución se votó en 2000. Seis años más tarde, bajo las bombas israelíes, las libanesas desempeñaron un papel protagonista, pero nunca en la toma de decisiones. La mayoría de ellas fueron doblemente víctimas. En primer lugar, porque, como civiles, se las tomó como blanco.
Y, en segundo lugar, porque sufrieron, y sufren aún, las consecuencias de decisiones ajenas a su voluntad. Julio de 2006. Hezbolá secuestra a un soldado israelí en la frontera, en nombre de los presos libaneses retenidos en Israel, y de una franja de terreno siempre ocupada. La reacción es inmediata. Durante más de un mes, el Estado hebreo bombardea, sin respiro y sin distinciones, las ciudades y los pueblos libaneses, provocando 1.191 muertos civiles y alrededor de 4.400 heridos, 70% de ellos mujeres y niños. Cerca de un cuarto de la población libanesa se ve desplazada. Las mujeres del sur de Beirut y de sus alrededores, principales objetivos de los ataques israelíes, no han olvidado esos 33 días de horror, aunque intentan rehacerse. No han olvidado el miedo, ni la humillación, ni esa sensación de inseguridad que persiste casi dos años después del drama. En el marco de WEPASS, un proyecto de refuerzo del papel de las mujeres en las regiones afectadas, la Comisión Nacional de las Mujeres Libanesas, ha recogido sus testimonios.
“Eran las diez y media de la mañana, y oímos un llamamiento a evacuar inmediatamente el pueblo. Pero no había coches suficientes. Fuimos con los niños en brazos, hasta encontrar un autobús que nos llevó a Beirut”, recuerda una de ellas. Otras permanecieron bajo las bombas: “Pasamos 16 días ocultas en un refugio subterráneo con otras 20 personas, entre ellas una mujer embarazada. Hacia el final, ya no teníamos víveres suficientes. Tuvimos que llevar a la embarazada a un hospital de un pueblo vecino en tractor”, dice Fayza. Lo peor es que muchas no pudieron elegir entre irse o quedarse. “Mi marido no me permitió dejar el pueblo”, cuenta Sane, cuyo bebé sólo tenía unos meses. Fátima, quería quedarse para “resistir al enemigo”, pero su padre se lo impidió. Apartadas de una decisión que, no obstante, comprometía su vida, las mujeres tuvieron que asumir inmediatamente las consecuencias y llevar una vida cotidiana en crisis.
“Durante la guerra de julio y después de ella, las mujeres garantizaron la mayor parte de las necesidades”, explica Zeina Mezher, responsable del proyecto. Con frecuencia, los maridos participaban en los combates y las mujeres se quedaban solas con los mayores. Algunas ni siquiera se atrevieron a dejar el pueblo, a la espera de las indicaciones del marido. Otras fueron muy valientes, organizando la salida de un convoy de varias decenas de personas. Pero incluso cuando los hombres estaban presentes, las mujeres tenían que ocuparse solas de los niños y de las personas mayores. Al final del conflicto, al haber perdido su empleo muchos hombres, ellas se pusieron a trabajar, a menudo en oficios artesanales, para asegurarse una renta mínima”. La situación era la misma para las familias desplazadas en los lugares de acogida. “Los hombres son demasiado orgullosos para hacer cola para obtener la ayuda humanitaria.
Tenían que hacerlo las mujeres, corriendo al mismo tiempo detrás de los niños. Los hombres se limitaban a seguir las noticias en la televisión”, señala Ghida Anani, miembro de KAFA, una ONG contra la violencia hacia las mujeres. De esta experiencia, muchas han guardado el recuerdo de la discriminación sufrida, pero también han descubierto el sabor de la independencia. “Después de haber vivido estos momentos, algunas mujeres comprendieron que podían apañárselas solas. En cierta medida, se han emancipado”, añade Anani. Por tanto, primero en la gestión de la crisis, y más tarde en la reconstrucción, las mujeres desempeñaron un papel fundamental, bien porque estuvieran directamente afectadas o a través de la participación en las ONG. Pero antes, las mujeres del sur de Beirut y de sus alrededores, en general las libanesas, estaban y siguen estando, completamente apartadas de la toma de decisiones. ¿Quién decidió dar a Israel (que ciertamente estaba al acecho) un pretexto para atacar Líbano?
Esta sensación de verse marginados la comparten muchos libaneses, hombres y mujeres, ciudadanos de un país democrático en el que el desencadenamiento de una guerra escapó a su control. Pero incluso en la escala de Hezbolá, ¿no representan también las mujeres un 50% de la comunidad chií que el partido pretende representar? Ahora bien, ¿cuántas mujeres hay en el mando del partido? Nadie lo sabe, pero nunca ninguna mujer se ha expresado políticamente en nombre del partido. Y cuando quisimos entrar en contacto con mujeres de Hezbolá, la dirección del partido nos denegó esta petición, sin ofrecer ninguna justificación. En el plano nacional, las libanesas ya no se implican en política. De los 128 diputados del Parlamento, seis son mujeres (4,7%), y más de la mitad de ellas son esposas o hermanas de políticos conocidos.
La única ministra es la mujer de un antiguo presidente asesinado. Pero, en el fondo, ¿que podrían aportar las mujeres al mundo de la política? “Las mujeres se preocupan más que los hombres por las cuestiones de desarrollo y tienen mucho que aportar a las políticas sociales”, afirma Zeina Mezher. “Conocen mejor las realidades del terreno, especialmente en situaciones de catástrofe. Por eso, su participación en las decisiones podría mejorar la eficacia de la ayuda humanitaria. Tienen también unas dotes para la comunicación que facilitarían la resolución de conflictos”. ¿Y en la prevención, por medio de la promoción de la cultura de la paz? “Trabajamos mucho con mujeres en el tema de la consolidación de la paz civil y de la apertura a otras comunidades”, responde Zeina.
En la actualidad, en un momento en el que el país atraviesa la peor crisis política desde que terminó la guerra civil, con las tensiones entre suníes y chiíes como telón de fondo, esta apertura es más necesaria que nunca. En cuanto a la paz con Israel, “es difícil hablar de ella a mujeres que han sufrido años de ocupación, y que han visto cómo sus pueblos quedaban devastados en cuestión de horas. Para ellas, Líbano no hace más que defenderse”. Por tanto, con el Estado hebreo se trata sobre todo de una paz justa que respete y preserve su derecho a vivir libre y dignamente. Pero sólo creen a medias en esta paz justa. Mientras la esperan, se preparan para cualquier eventualidad.
La violencia llama a la violencia…
La violencia contra las mujeres es un tema tabú en Líbano, hasta el punto de que no se dispone de ninguna estadística oficial. Según una investigación realizada en 2002 por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) entre 1.419 mujeres, el 33% dijo haber sido víctima de al menos alguna forma de violencia (verbal, física o sexual). “La violencia doméstica en Líbano afecta a todas las clases sociales, a todas las confesiones y a todas las regiones. Pero son pocas las mujeres que se atreven a hablar de ella”, puntualiza Ghina Anani, de la ONG KAFA que acoge cerca de 200 nuevos casos anuales. “Ante la falta de una ley que proteja a las mujeres contra esta violencia, y ante la persistencia de las mentalidades tradicionales, estas prácticas se perpetúan, al igual que los crímenes de honor”, añade. Este fenómeno se agrava en las situaciones de conflicto.
En efecto, la guerra proporciona un pretexto para la violencia familiar. “Durante la guerra, y a veces después, el cabeza de familia pierde momentáneamente su función productiva y entonces ejerce su virilidad y expresa su frustración maltratando a su mujer”, explica Ghida, que cita varios casos de violencia e incluso de violación en los campos de desplazados durante la guerra de 2006. Otra tendencia inducida por la guerra son los matrimonios precoces. “Traumatizadas, las muchachas jóvenes de las regiones afectadas desarrollan un sentimiento de inseguridad. Piensan que sólo la presencia de un marido puede proporcionales seguridad. Así pues, están dispuestas a aceptar los malos tratos y se casan a menudo con el primero que llega”, indica. Y para acabar de estropear las cosas, la tensión política que existe actualmente en el país entre las comunidades chiíes y suníes se refleja también en algunas parejas mixtas.
El lado silencioso del conflicto kurdo
No se oye hablar mucho de los que, en periodos de guerra, están atrapados entre dos fuegos: las mujeres y los niños. Soy uno de esos niños, nacida en medio de una guerra…”. Lawin tiene 23 años y es kurda. Sólo tenía un año cuando su pueblo, en la región de Diyarbakir, en el sureste de Turquía, fue evacuado. Su familia vive ahora en Estambul, donde la joven, cuando tiene suerte, trabaja como secretaria. En este momento, está en el paro. “El ejército evacuó nuestro pueblo. Nos mudamos a la subprefectura”, recuerda. “Todos los hombres de la familia fueron detenidos durante los enfrentamientos. Mi padre fue el primero al que soltaron.
Nos instalamos en Diyarbakir y luego en Estambul. Mi padre nunca ha conseguido superar su miedo”. Lawin vive en Estambul desde los nueve años, con su abuela, sus padres y sus tres hermanas. Su hermano mayor está refugiado en Alemania. “Soledad” es la palabra que define mejor su visión de la ciudad del Bósforo. “Mis primeros días en esta ciudad fueron muy difíciles. Yo no hablaba turco entonces. Y como el kurdo estaba prohibido en la escuela, ni siquiera podía tener amigos kurdos. Este periodo ha sido un profundo silencio. Todavía tengo sueños silenciosos por la noche”.
Desempleo de los padres, trabajo infantil
El padre de Lawin acabó encontrando trabajo. Sin embargo, “no habríamos podido sobrevivir sin el dinero que seguía enviándonos mi hermano desde el extranjero”, señala la joven. Su madre no habría podido encontrar empleo aunque lo hubiera querido. Al igual que su abuela y otras mujeres kurdas, no sabía leer y no hablaba turco. “Mi madre venía de un pueblo, ¿qué podía hacer en una ciudad? Además, los hombres temían perder su influencia sobre sus esposas y sus hijas. Las encerraron en casa. Al cabo de un tiempo, las mujeres se pusieron a coser y bordar en sus casas. Pero cuando los padres no tenían trabajo, la responsabilidad de ganar dinero recaía en los niños. Éstos comenzaron a trabajar en la calle o en talleres sin ningún tipo de seguridad. No podían ir a la escuela”. Según estadísticas no oficiales, 3.500 pueblos y aldeas fueron evacuados entre 1984 y 1999. El Ministerio de Interior calcula en 358.335 las personas obligadas a emigrar, mientras que las ONG las sitúan entre uno y cuatro millones. Los desplazados no recibieron ninguna ayuda financiera, ni asistencia para alimentación, alojamiento, educación, sanidad o empleo. Se unieron a las filas de los excluidos urbanos.
La guerra en la provincia de Diyarbakir, los prejuicios en Estambul
Lawin llama la atención sobre otro problema importante que encontró en Estambul. “Allí, la guerra que proseguía. Y aquí, los prejuicios. Si uno es kurdo, es primitivo, ignorante, es un traidor en potencia, tiene muchos hijos. El kurdo se come el pan del turco. Si una es una mujer kurda, es libre para ir a las montañas, pero su primer deber es quedarse en casa y tener hijos”.
¿Quién es la mujer kurda realmente?
“En los años ochenta, era la madre que lloraba. En los años noventa, era una combatiente en las montañas, una líder en la primera fila de las manifestaciones callejeras. En casa, honra a su marido perpetuando las tradiciones y es víctima de la violencia machista. Después de finales de los años noventa, desempeña un papel activo en las ONG y en los partidos políticos. Es el sujeto político capaz de enfrentarse al hombre cuando hace falta. Actualmente, de los 20 parlamentarios kurdos que se sientan en la Asamblea Nacional turca, ocho son mujeres”. Lawin cree que con la disminución de los enfrentamientos armados en 1998, el papel y las expectativas de las mujeres cambiaron. Las que habían salido a la calle para participar en el movimiento kurdo tuvieron que volver a su hogar. A continuación, comenzaron a formular sus reivindicaciones. Lawin considera que en el movimiento kurdo se aplica una “soberanía masculina”. “Las relaciones de clan, los vínculos familiares y la gobernanza se convirtieron en conceptos importantes. Los hombres siempre tenían la última palabra. Las mujeres no podían romper las cadenas de su hogar y superar la violencia doméstica”.
Las mujeres trabajan para sí mismas
Hace 11 años, unas mujeres kurdas fundaron Ka-Mer (el centro de mujeres), en Diyarbakir, para combatir la violencia contra las mujeres. En la actualidad, Ka-Mer lucha contra los crímenes de honor, la poligamia, los matrimonios forzosos y precoces, y las otras formas de violencia en 23 ciudades del este y sureste de Turquía, donde la población es mayoritariamente kurda. En total, la línea de urgencias de Ka-Mer Diyarbakir ha recibido ya demandas de 2.527 mujeres, todas víctimas de violencia psicológica, a la que siguen la violencia económica, física y sexual. Más de la mitad de los matrimonios son concertados, y a veces la petición de mano tiene lugar en la infancia. No es raro tampoco que cuando matan al marido, la viuda esté obligada a casarse con su cuñado.
Estos sistemas de matrimonio parecen haber disminuido durante estos últimos años, pero la poligamia perdura. En general, las bodas se celebran cuando las mujeres tienen entre 14 y 20 años. Otro punto que hay que señalar es que un 85% de las mujeres que requieren la ayuda de urgencia de Ka-Mer no tienen un trabajo remunerado. Ka-Mer es, sin duda, el más conocido de los centros para mujeres de la provincia. Sin embargo, no debe subestimarse el número de organizaciones que hacen un trabajo similar en la región o en las grandes metrópolis donde viven importantes poblaciones kurdas.
¿Está todavía lejos la paz?
Lawin resume la situación así: “Estoy desorientada. Antes estaba muy furiosa. Pero ahora puedo comprender que el dolor de una madre de un bando y de otro es el mismo. No quiero tomar partido”. “Queremos la paz”, clama. “Porque sabemos muy bien lo que es la guerra. La venganza sólo acarrea muerte. Es importante que hagamos frente a cualquier violencia”.
¿Qué ha pasado en Turquía?
El Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) entró en lucha armada contra el ejército turco en 1984, exigiendo el reconocimiento de la identidad y la lengua kurdas, así como el derecho a la autodeterminación. Se considera que entre 12 y 20 millones de kurdos viven en las provincias del este y del sureste de Turquía. Es difícil avanzar una cifra más exacta, ya que el censo no plantea la cuestión de la identidad étnica. Los enfrentamientos duraron años y afectaron a todo el país. En 24 años, entre 30.000 y 40.000 personas perdieron la vida: miembros del PKK, miembros de los servicios de seguridad, guardianes de pueblos kurdos, y civiles. Las armas callaron en 1999 cuando el dirigente del PKK Abdulá Ocalan fue detenido en Kenia y trasladado a Turquía para ser procesado.
Pero la tregua se rompió en 2004: el PKK reanudó su lucha, y en estos últimos años ha utilizado sus bases en el norte de Irak. El ejército turco ha hecho recientemente varias incursiones en Irak para atacar las bases del PKK. Las estadísticas oficiales y oficiosas y la historia de Lawin expresan en realidad una única e idéntica cuestión: en tiempos de guerra, las mujeres y los niños son todavía –y con mucho– la población más afectada. Son los primeros perdedores, los sacrificados, las víctimas. por eso la llamada de Lawin a favor de la paz adquiere todo su sentido.
Las obreras egipcias en la vanguardia de la lucha social
Las fábricas de Egipto son ahora la primera línea del movimiento de los trabajadores que comenzó en diciembre de 2006, cuando 10.000 obreros textiles se manifestaron en Mahalá Al Kobra, ciudad industrial del delta del Nilo. Esta movilización sin precedentes marcó el punto de partida de una oleada de huelgas, la más grande en el país desde los años cuarenta, según los especialistas. El origen del descontento es la política neoliberal del gobierno de Ahmad Nazif. Las privatizaciones hicieron perder su empleo a miles de trabajadores, mientras los precios subían. La inflación actual se calcula en torno a un 12%, cuando los salarios siguen sin cambiar desde los años setenta.
La mayoría de la población egipcia se hunde en la pobreza. “Teníamos la sensación de estar ya muertos y, por consiguiente, de no tener nada que perder al manifestarnos”, explica El Sayyed Habib, uno de los líderes del movimiento. Lo más sorprendente de estas protestas, además de la amplia participación, es el papel desempeñado por las mujeres. La mayoría de los movimientos los han iniciado o dirigido las mujeres. Estas últimas no solamente participaron en las actividades diurnas sino que también hicieron frente a las prohibiciones sociales para ocupar las fábricas durante la noche, en lugar de ir a dormir a sus casas como mujeres “respetables”. Aunque todas las cabecillas del movimiento son mujeres de mediana edad, una enorme proporción de las que simplemente han participado tienen menos de 30 años, o incluso menos de 20.
“Al principio, estas jóvenes solían estar demasiado indecisas o asustadas para unirse al movimiento, pero cuando la acción se concretaba, actuaban con más entusiasmo que los hombres”, dice con orgullo Amal, una de las líderes, que se acerca a los 40 años. Entonces, ¿qué es lo que impulsó a estas jóvenes a unirse al movimiento? Aunque sus mayores están dispuestas a expresarse en su nombre, ha sido difícil obtener directamente una respuesta de boca de las primeras afectadas. Las jóvenes obreras trabajan más de 12 horas diarias y no tienen tiempo de conceder entrevistas. Tienen miedo de los servicios de seguridad pues, una vez terminadas las manifestaciones y las huelgas, niegan haber desempeñado un papel en las protestas.
Constituyen la masa de los trabajadores peor pagados de la industria textil. En más de un 60% de los casos, están empleadas sin contrato de trabajo. La debilidad y la inestabilidad de su posición las exponen a riesgos mucho mayores que a los trabajadores de mayor edad, empleados con un contrato estable. Samar El Helw, ex obrera textil en Samannoud, participó en las manifestaciones de 2007 antes de dimitir para dedicarse a las labores del hogar. Actualmente, a los 20 años, se acuerda de que ella y sus colegas cobraban 40 libras egipcias (cinco euros) al mes. “Estábamos contentas de manifestarnos porque pensábamos que eso nos ayudaría a obtener un aumento. Ahora ya no trabajo, pero mis amigas que todavía están en la fábrica van a participar en la próxima manifestación porque las últimas movilizaciones sólo consiguieron elevar nuestros salarios a 120 libras (15 euros) al mes, lo cual sigue siendo muy poco”.
Al igual que Samar El Helw, la mayoría de las muchachas que trabajan en las fábricas de la industria textil lo hacen porque no tienen otra opción. Debido a la falta de cualificación –y de salidas profesionales– se ven obligadas trabajar en las fábricas de prendas de vestir, con el fin de ahorrar suficiente dinero para financiar su matrimonio. Algunas siguen trabajando después de casarse para mantener a sus padres. Otras, más numerosas, para ayudar a las necesidades de su familia. “Sólo el 1% de las obreras se casa y se queda en el hogar”, afirma Karim Al Beheiri, un militante trabajador de Mahalá que tiene un blog sobre los movimientos sociales del país. “Y como actualmente cada vez menos hombres y mujeres tienen medios para casarse, las mujeres que efectivamente lo hacen deben trabajar después del matrimonio para sufragar las necesidades de la familia y de los hijos”.
Al contrario que las obreras de más edad, casi todas con contrato, seguro de enfermedad y plan de jubilación (que hoy en día ya no cubren gran cosa), las mujeres jóvenes están explotadas. En la industria textil actual, sólo se contrata a las jóvenes en el turno de día, por ejemplo en las secciones de prendas de vestir. En estos servicios es en los que menos cobran los trabajadores. En concreto, se contrata a las jóvenes en puestos inferiores a su cualificación. En algunas fábricas, según Amal, deben firmar un documento en el que se comprometen a no presentarse nunca como candidatas a un puesto más alto, aunque estén cualificadas para ello.
Rara vez se asciende a las mujeres jóvenes, por no decir nunca. Esta situación contrasta con la de los jóvenes, a los que, con el mismo nivel de cualificación, se contrata como supervisores y tienen muchas más oportunidades de ascenso, aunque su salario sea casi igual de bajo. El papel fundamental desempeñado por las mujeres en el movimiento obrero podría prestarse fácilmente a una interpretación feminista, si no fuera porque las trabajadoras de todas las edades desafían a coro esta “acusación”. ¿Reivindicaciones feministas? “No pretendemos nada de ese tipo”, asegura Soad, de 29 años. “Sólo queremos un buen salario y una vida decente para todos, hombres y mujeres”.