Mujer magrebí, joven, licenciada… y sin empleo

En el Magreb existe una auténtica división sexual del trabajo: sólo una de cada cuatro mujeres en edad de trabajar está empleada.

Iván Martín

La situación jurídica de la mujer en los países del Magreb parece avanzar, aunque lentamente, hacia la igualdad. Pero esta situación de jure dista mucho de traducirse en una igualdad de facto. Aunque en el sistema educativo son ya mayoría en casi todos los niveles (en Argelia y en Túnez, no en Marruecos) y especialmente en la universidad, el síntoma más revelador de esta desigualdad que persiste es la exclusión de más de tres cuartas partes de las mujeres en edad de trabajar del mercado de trabajo. Tal vez el mejor indicador del grado de emancipación económica de la mujer sea la tasa de participación en la población activa o tasa de actividad (porcentaje de población activa femenina sobre mujeres en edad de trabajar).

Más allá de las deficiencias de los datos estadísticos, que tienen que ver con la delimitación siempre problemática entre trabajo doméstico de las mujeres, actividad informal, inactividad y desempleo femeninos, en los tres países la tasa de actividad para las mujeres es entre dos y tres veces inferior a la de los hombres: según datos del Banco Mundial, 28,4% de las mujeres en edad de trabajar en Marruecos, 38% en Argelia (aunque las cifras varían enormemente en función de la fuente, y hay fuentes estadísticas oficiales que la sitúan en poco más del 20%) y 31% en Túnez. Aunque han aumentado significativamente en las últimas décadas, siguen por debajo de las tasas de actividad femenina de cualquier otra región del mundo, y mantienen casi 50 puntos porcentuales de diferencia con la tasa de actividad de los hombres.

Como muestra el gráfico 1, mientras que en el resto del mundo las tasas de actividad de las mujeres se mantienen elevadas entre los 25 y los 50 años, en el Magreb parecen abandonar el mercado de trabajo al casarse (en Túnez) o al tener hijos (en Marruecos y Argelia), aunque tanto el matrimonio como la maternidad tienden a retrasarse en todos estos países. Mientras que en Argelia y en Túnez la tasa de participación femenina ha aumentado tres puntos porcentuales durante la primera mitad de esta década, paradójicamente en el caso de Marruecos, donde mayores avances parece haber registrado el estatuto jurídico de la mujer (con la aprobación del nuevo Código de la Familia en 2003), la tasa de actividad femenina, que había experimentado un aumento lento pero sostenido desde los años ochenta, llegó a un máximo del 30,4% de las mujeres en edad de trabajar en 1999, para descender de nuevo hasta el 28,4% en 2004.

Esta evolución tiene su origen, por un lado, en la fluctuación de la actividad agrícola, especialmente importante en Marruecos, y, por otro, en el descenso del trabajo femenino en la industria (especialmente en la industria textil como consecuencia del desmantelamiento del Acuerdo Multifibras de la Organización Mundial del Comercio) y la consiguiente retirada de muchas mujeres del mercado de trabajo; el mismo efecto se ha producido en Túnez, donde existe un alto grado de feminización de la industria textil. En cualquier caso, pone en evidencia que las mujeres en general, y el empleo femenino en particular, son las más directamente afectadas por los efectos negativos de la globalización y la liberalización económica.

Las consecuencias sociales de esta escasa participación de la mujer en el mercado de trabajo son difíciles de exagerar. Si la estructura demográfica (con más de un 30% de la población con menos de 15 años) y las altas tasas de desempleo hacen que la tasa de dependencia sea ya alta en todos los países del Magreb, la escasa participación de la mujer implica que por cada trabajador empleado haya entre dos (en Túnez) y tres (en Argelia) personas dependientes a su cargo (ver el gráfico 2), unas tasas de dependencia sólo igualadas, en todo el mundo, en África subsahariana.

Educación, ¿para qué?

Esta baja tasa de actividad de las mujeres implica que la región está perdiendo una buena parte de la rentabilidad social que debería generar la inversión que está haciendo en la educación de las mujeres. Mientras que la tasa de escolarización en la enseñanza secundaria ha pasado de algo más del 40% al principio de los años ochenta a cerca del 70% en 2005 en Argelia y Túnez (dos o tres puntos porcentuales más que entre los hombres), la tasa de actividad ha aumentado en menos de 10 puntos durante ese mismo periodo. En Marruecos, la tasa de escolarización secundaria aún no llega al 50%.

De hecho, sólo en Argelia ha aumentado significativamente el porcentaje de mujeres en edad de trabajar que ocupan un empleo en el sector no agrícola entre 1990 y 2003, pasando del 8% al 16% (en el sector agrícola, una gran parte del empleo consiste en realidad en ayuda familiar no remunerada, hasta el punto de que el 56% de las mujeres empleadas en Marruecos se inscriben dentro de esta categoría, que no se tiene en cuenta en las estadísticas de los otros dos países). En cambio, en Marruecos y en Túnez este porcentaje prácticamente se ha estancado en torno al 25-26%.

Es más, esta discriminación de la mujer a la hora de acceder al mercado de trabajo se ve agravada por la mayor tasa de paro que deben soportar las que lo consiguen con respecto a los hombres: 32,2% de paro femenino frente al 26,5% de paro masculino en Argelia, 11,4% frente a 10,6% en Marruecos (pero casi tres veces más para los jóvenes de 25 a 34 años en el medio urbano) y 16,7% frente a 12,9% en Túnez (datos del informe Status and Progress of Women in the Middle East and North Africa, publicado en 2007 por el Banco Mundial). Esta diferencia afecta particularmente a las mujeres más jóvenes (especialmente entre 25 y 34 años), que sufren una tasa de paro casi dos veces más alta que las mujeres en general. Y, dentro de las mujeres jóvenes, a la categoría de mujeres que más afecta el paro es a las licenciadas universitarias.

En Túnez, el 33% de las mujeres llegan a la universidad, frente a sólo el 24% de los hombres, en Marruecos 10% de las mujeres y 11% de los hombres y en Argelia el 20% de las mujeres y el 19% de los hombres. Ahora bien, esta feminización de la escolarización universitaria y de la población activa se está traduciendo en una feminización del desempleo más que en la feminización del empleo. Tal como pone de manifiesto el gráfico 3, tanto en Túnez como en Marruecos y en Argelia cuanto mayor es el nivel de instrucción de la mujer mayor es la tasa de desempleo, algo que también sucede en el caso de los hombres, pero en menor medida.

Y no se trata de un “desempleo de inserción”: el desempleo de larga duración no cesa de aumentar (en Marruecos, casi tres cuartas partes de las mujeres desempleadas llevan más de un año buscando trabajo, frente a dos de cada tres hombres), y muchas mujeres acaban retirándose del mercado de trabajo sin haber llegado nunca a tener un empleo formal. La única salida que esta situación del mercado laboral parece dejar a las mujeres que pretendan obtener la emancipación económica es la administración pública (que cada vez crea menos empleos) o la emigración.

Choque de expectativas

Una de las causas que explica la mayor tasa de desempleo entre las mujeres licenciadas es lo que podría llamarse el “choque de expectativas”: mientras que las mujeres perciben su inversión en educación como un medio para integrarse en el mercado de trabajo y conseguir la emancipación económica (lo que tiene su reflejo en el hecho de que la tasa de actividad entre las mujeres licenciadas sea mayor que entre las no cualificadas), los roles que la sociedad sigue atribuyendo a las mujeres se limitan, fuera de la condición de amas de casa, a los trabajos tradicionales en las administraciones públicas (educación, sistema de salud y puestos administrativos, fundamentalmente) y a empleos de baja cualificación.

Por otra parte, todos los estudios realizados sobre este tema ponen de manifiesto que las mujeres son particularmente vulnerables a la precariedad en el empleo y a la economía informal (en parte por la escasa disposición del sector privado a soportar los costes sociales legalmente derivados de la maternidad y en parte por las percepciones sociales sobre la subsidiariedad del empleo femenino en la familia), y que el empleo femenino actúa como auténtica variable de ajuste ante las fluctuaciones económicas que sufren estos países, lo que acaba por hacer a muchas mujeres renunciar a buscar un empleo (véase Figures de la précariété. Genre et exclusion économique au Maroc, Larbi Jaidi y Mekki Zouaoui, GTZ, Marruecos, pp. 113-219).

Paradójicamente, frente a esta situación, las políticas activas de empleo que aplican los Estados del Magreb para facilitar la inserción laboral de los jóvenes no cuentan con programas específicos dirigidos a las mujeres jóvenes cualificadas (como pone de manifiesto el informe Le travail des maghrébins. L’autre enjeu, GTZ y el Collectif Maghreb- Egalite, 2006, pp. 50-57). Y eso pese a la importancia que tiene el gasto en estas políticas: nada menos que un 1,5% del PIB en Túnez, 0,5% del PIB en Marruecos y 0,6% en Argelia.

Es decir, la discriminación de facto con que se topan en el mercado de trabajo se ve agravada por una discriminación concomitante en las políticas públicas de lucha contra el desempleo, que parecen venir a reforzar esta auténtica división sexual del trabajo en los países del Magreb que, a su vez, es uno de los principales mecanismos de subordinación de las mujeres. Está claro que dar educación a las mujeres y reconocer la igualdad de derechos civiles y políticos no basta para garantizar su integración en la vida económica.