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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Ayuda humanitaria en contextos islámicos
Ante las tensiones alimentadas por los entusiastas del choque de civilizaciones, la acción humanitaria pierde espacio: es necesario el diálogo entre todos los actores implicados.
Aitor Zabalgogeazkoa
Hablar, a estas alturas, del impacto de la guerra internacional contra el terrorismo en el entendimiento entre el mundo islámico y el mundo judeo- cristiano no es sino volver a argumentos de sobra conocidos por todos y desmenuzados hasta la saciedad en el análisis político, socioeconómico, polemológico, geoestratégico, cultural… Pero ¿qué hay del impacto en la esfera humanitaria? Aunque la diversidad de culturas y sociedades en las que se practica el Islam, o en las que éste tiene un peso significativo, hace que no se pueda hablar del mundo musulmán como un escenario único, es obvio que las diferencias existentes con el llamado “Occidente” se han profundizado y los sectores más beligerantes se han radicalizado.
Estamos, si se permite la expresión, ante una “religionalización” del escenario que antes o después tenía que impactar en el día a día de la ayuda humanitaria. ¿Cómo afecta el agravamiento del factor religioso en el análisis y desarrollo de las intervenciones humanitarias en un escenario marcado por las viejas ideas y realidades del choque cultural? ¿Cómo puede la ayuda humanitaria, si es que puede, adaptarse a condicionantes externos fuera de su control, y tan fácilmente manipulables?
En los contextos donde la cultura islámica es mayoritaria, Médicos Sin Fronteras (MSF) y otras organizaciones humanitarias tratan de explicar los principios de neutralidad, independencia e imparcialidad que caracterizan su acción a los actores con los que trabajan y conviven. Debemos reconocer que los esfuerzos por hacerse entender han sido limitados: las organizaciones humanitarias hemos tenido la corteza de miras de asumir que nuestra versión y explicación de lo que hacíamos era lógica y entendible para todos los posos culturales, y no siempre es así. Con frecuencia es erróneamente percibida, los mensajes no generan confianza o son malinterpretados.
Y eso que la idea de humanitarismo comparte cierta sintonía con todas las religiones. Los principios de compasión y caridad están consagrados en el Corán y por tanto impregnan las creencias y costumbres islámicas. El Islam, como otras religiones, defiende conceptos cercanos al humanitarismo, como la justicia social, la caridad, la generosidad, la ayuda a los más desfavorecidos. Ese deber de asistencia (que en muchos contextos se combina con la fuerza tradicional de la familia) está a menudo mucho más implantado que en Occidente.
Es el zakat, y su máximo exponente actual lo constituye la potente implantación de las organizaciones caritativas islámicas que tantas suspicacias levantan en Occidente. Muchos de estos conceptos heredados del ámbito religioso han estado también de hecho en el origen de la ayuda humanitaria, aunque ésta más tarde se acercó al principio de independencia, y se apartó de los actos de caridad para asentarse en una concepción neutral y profesionalizada de restauración de la dignidad en momentos de crisis, independientemente de la fe y de las obligaciones marcadas por la misma.
Los esfuerzos por tender puentes entre dos concepciones que iban diferenciándose han sido variados. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), por ejemplo, ha intentado explicar el Derecho Internacional Humanitario ligándolo al código moral del Islam, ya que en esta religión, como en otras, a veces es más lógico ligar las cuestiones humanitarias a deberes que se han de ejercer que no a derechos, tal y como se hace en la cultura occidental. Esta labor de adaptación y comprensión mutua ha generado un trabajo conjunto en terreno con numerosas organizaciones islámicas de todo tipo, desde la época de la guerra de Afganistán en los años ochenta hasta conflictos más recientes como Kosovo o Irak, este último ya plenamente incrustado en el escenario post 11-S.
En esta compatibilidad de argumentos entre lo humanitario y lo religioso, organizaciones como CICR o MSF han buscado la aprobación de las máximas autoridades religiosas del Islam para el uso de imágenes y logotipos, consultando por ejemplo con los ulemas de la Universidad Al-Azhar de El Cairo. Sin embargo, la laicidad que caracteriza a la ayuda humanitaria, esa “neutralidad religiosa” que creíamos una ventaja, a veces se ha erigido en barrera a la hora de explicar nuestros objetivos, ya que, al estar la asistencia a los desfavorecidos tan vinculada a la fe, el mismo hecho de definirnos como laicas a veces nos ha dejado fuera del mismo concepto de “humanitarismo” tal y como allí se entiende, para colocarnos en un limbo indefinido que es el caldo perfecto para malentendidos y suspicacias.
Así, establecer un diálogo con un consejo de ancianos en un lugar remoto de Afganistán, ante el que hay que explicar las razones por las que un equipo de extranjeros, con muy buenas intenciones, pretende desplegar un programa de ayuda humanitaria, es harto difícil, ya que el Islam impregna toda la argumentación. Si no eres musulmán, aquello que ofreces no es zakat. Es otra cosa… algo que nos resulta difícil de explicar, porque la ayuda humanitaria puede, desde ese mismo momento, confundirse con otros intereses: como portadora de los valores occidentales, como ejecutora de los intereses de las grandes potencias, como un mero afán de conversión religiosa.
El caldo… y la cuchara
Estas tensiones, llamémoslas culturales, religiosas, ideológicas, son más difíciles de superar cuando entran en juego otras intenciones, cuando el caldo de cultivo es removido por cucharas con verdaderos intereses en manipular la verdadera naturaleza de la ayuda humanitaria y ponerla de uno u otro bando. Ha habido y hay actores interesados, en todos los escenarios donde se desarrolla la acción humanitaria, en deformar, manipular o utilizar como arma arrojadiza nuestra acción y simplificarla para que encaje en argumentaciones ajenas.
Ahí está, la manida imagen del trabajador humanitario visto como moderno misionero o cruzado con intereses paralelos, lo que automáticamente asimila a las organizaciones a valores que chocan o que podríamos (según unos) o pretenderíamos (según otros) imponer a los preceptos del Islam. Dice David Rieff que “el movimiento humanitario es, hoy en día, parte integral de la ideología oficial de Occidente”. Se trata de un Occidente en el sentido político del término, lo que convierte a la ayuda humanitaria en una exportación imperialista más y, como muchas otras de orden político, susceptible de tener motivaciones ocultas.
A esta errónea imagen ha contribuido, por una parte, la estrategia de confusión militar-humanitaria, cuyo máximo exponente fue la propaganda americana en las guerras de Afganistán e Irak, y que ha comprometido la capacidad de organizaciones como MSF a la hora de explicar sus posicionamientos cuando llega a terreno, cuando busca el espacio mediante el diálogo con los responsables comunitarios o religiosos. También son factores evidentes la preponderancia de personal y sedes occidentales en el sector, así como la errónea percepción de las organizaciones internacionales como un sector compacto y coherente: se confunden, entre otras, la ayuda humanitaria con la defensa de los Derechos Humanos, las entidades eminentemente privadas con las financiadas por fondos estatales y por supuesto las religiosas con las laicas… y los enfoques integrados impulsados por la ONU no ayudan a superar este equivocado análisis del sector.
Cuando el ámbito de trabajo es el médico o sanitario, se añaden además otros choques de orden culturalcientífico relacionados con los preceptos de la medicina occidental, que prioriza los síntomas físicos, y que es sin duda la más extendida actualmente en los ámbitos profesionales en todo el mundo. Pero en numerosos contextos persiste la crítica y la desconfianza, lo que se traduce en el choque con los tratamientos de la medicina tradicional. Esta lista de confusiones y desencuentros, inherentes o provocados, son aprovechados en su propio beneficio por todos los bandos en conflicto en estas modernas guerras de religión (o de excusa religiosa). De nuevo, peligrosas armas arrojadizas con las que atacar la labor de las organizaciones independientes o utilizarlas como un instrumento más de ataque al contrario.
En Dinsor (Somalia), tras la toma de la ciudad por el ejército etíope en diciembre de 2006, representantes de la nueva autoridad militar irrumpieron en el hospital de MSF y confiscaron y, a punta de pistola, obligaron a los trabajadores de MSF a manipular los expedientes médicos de los heridos allí ingresados, con el fin de demostrar, según ellos, que las nacionalidades de los combatientes de los Tribunales Islámicos confirmaban la infiltración de Al Qaeda en los mismos. Es quizás una de las manipulaciones más groseras que MSF ha presenciado en terreno. Lo que emana de todas ellas es lo que algunos definen como “el riesgo de condicionalidad política”: al aniquilarse la independencia de lo humanitario, las decisiones no se toman en función de las necesidades de las poblaciones, sino de los intereses políticos. Aparece entonces el riesgo de división entre las víctimas “buenas” y las víctimas “malas”, siendo obviamente las primeras merecedoras de ayuda y las segundas, no.
Un blanco fácil
Los actores humanitarios civiles deben ser neutrales, imparciales e independientes para asegurar que no son una amenaza para las partes en conflicto, y así poder intervenir cruzando fronteras y frentes, con el fin de ayudar a quienes lo necesitan. Es así como lo vemos en MSF y lo tenemos interiorizado. Nos encontramos, sin embargo, con que en estos contextos altamente radicalizados, en la práctica a las organizaciones humanitarias ya no las protege su neutralidad. A MSF al menos no la ha protegido ni en Irak (donde trabajamos desde Jordania y desde el Kurdistán) ni en Afganistán ni en Somalia donde hemos sufrido ataques directos y asesinatos de compañeros.
Así, tras la masacre de Ghazni (Afganistán) en la que murieron cinco trabajadores de MSF, la organización fue acusada por los talibanes de gestionar una agenda paralela favorable a Occidente, para luego reconocer, en privado, que eran conscientes de que llevábamos años trabajando sin mayores problemas, desde la época de ocupación soviética, y que nunca habíamos sido vehículo de mensajes o intenciones que ellos consideraran censurables. Pero era sencillo atacar, ya que el entonces secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, había sentado las bases de esa confusión intencionada al incluir las causas humanitarias en el discurso oficial de justificaciones para la guerra. Los unos nos pusieron en el punto de mira, y los otros apretaron el gatillo.
En resumen, en el contexto internacional actual, la ayuda humanitaria se convierte en un blanco aún más fácil: su neutralidad, en un escenario en el que nadie lo es, ni quiere que los demás lo sean, la convierte en un actor incómodo al que es fácil atacar cuando estas percepciones, que pueden ser más o menos inherentes a las diferencias culturales o religiosas, son manipuladas de cara a la población. Este problema no es nuevo, pero desde 2001 ha tenido un gravísimo impacto en la capacidad de intervención de MSF y otras organizaciones humanitarias, ya que se ha convertido en una causa o en un pretexto para el ataque directo contra ellas. Los expatriados occidentales siguen siendo la cabeza más visible de las organizaciones humanitarias en terreno. Y el objetivo más sencillo, más accesible y menos arriesgado, dado que en la mayoría de los lugares –a excepción de Somalia–, los trabajadores humanitarios están mezclados con la sociedad civil, y están desarmados.
El discurso neutral de las organizaciones humanitarias poco les protege ante el poder y la inmediatez de la comunicación global, y ahí están, para demostrarlo, los preparativos ante posibles brotes violentos que MSF tuvo que hacer tras la publicación de las viñetas sobre Mahoma en Dinamarca en 2006, y este mismo año tras el estreno del vídeo Fitna del diputado holandés Geert Wilders. ¿Supone todo ello que resulta más peligroso para las organizaciones humanitarias trabajar en contextos musulmanes? ¿Estamos avanzando hacia un escenario en el que sólo las organizaciones islámicas podrán trabajar en estos contextos? Podemos decir, sin miedo a exagerar, que la ayuda humanitaria está perdiendo espacio.
Ya lo ha perdido en algunos de los escenarios más críticos. ¿A quién benefician estas barreras impuestas por ambos bandos a las organizaciones independientes? Desde luego, no a las víctimas. En el contexto actual, donde las tensiones alimentadas por los entusiastas de la teoría del choque de civilizaciones están en su punto álgido, el entendimiento y el diálogo entre los diferentes actores del sistema de ayuda humanitaria es más necesario que nunca para lograr revertir esta peligrosa tendencia. Ni las viejas ideas del desencuentro religioso, ni las más nuevas del escenario post 11-S, pueden ser excusa para quedarnos en un análisis derrotista, pues las responsabilidades atañen a todos.
Por nuestra parte, los actores humanitarios estamos obligados a explicar de una manera entendible nuestro mensaje, y a ejecutar nuestras intervenciones en la más estricta neutralidad e imparcialidad, por muy incómodas que éstas sean, incluso para la opinión pública de nuestras sociedades. Y a los actores de los conflictos debe exigírseles el respeto sin condiciones de las leyes de la guerra y del Derecho Internacional Humanitario, y en especial el respeto de la misión médica, última opción para muchas de las víctimas de estos conflictos.