Malí: ¿un Afganistán en versión 2.0?

Es improbable que el norte de Malí se convierta en un Afganistán. Francia, por su parte, debe africanizar la seguridad y multilateralizar la formación militar lo más rápido posible.

Jean-Luc Marret

El éxito de las operaciones de movimiento y reconquista del norte de Malí por parte de la coalición internacional bajo mando francés (Operación Serval) no debe esconder una realidad que ya conoce todo el mundo: los grupos yihadistas han retrocedido en perfecto orden y se han refugiado fundamentalmente en el macizo de los Ifoghas, a la vez poco accesible y poco conocido, salvo para la población tuareg local. Pero resulta evidente que otros elementos se han diseminado por los países vecinos (Níger, Burkina Faso, Libia, e incluso Argelia y Mauritania), aunque las informaciones públicas sobre este punto no son muy numerosas en febrero de 2013. Esto tiene varias consecuencias:

– Al actuar así, los grupos yihadistas han elegido su terreno, los Ifoghas. ¿Quiere esto decir que este macizo montañoso se convertirá en el equivalente de las zonas tribales paquistaníes para los talibanes? Una comparación no prueba nada, y más adelante detallaremos muchos elementos que relativizarán esta comparación.

– Por tanto, desde un punto de vista militar, mencionaremos un triple movimiento de control urbano, de lucha contra los artefactos explosivos improvisados y otros atentados suicidas y, finalmente, de cerco estratégico del macizo de los Ifoghas por parte del ejército francés y sus aliados. Decimos “estratégico”, en contraposición con táctico, teniendo en cuenta el tamaño de la zona considerada.

Antes de ayer

La zona del norte de Malí nunca ha sido fácil de controlar. Entre 1880 y 1890, por ejemplo (pero podríamos remontarnos a los romanos que ya se quejaban de que algunos de sus adversarios bereberes en el Magreb encontraban refugio en el territorio de los tuaregs), tropas francesas destacadas a lo largo del río Níger empujaban a los sultanatos árabes locales hacia el Norte –concretamente, ya entonces, hacia los Ifoghas– lo que permitía poner fin a las incursiones esclavistas contra las poblaciones negras (bambara, malinké o songhai, soninké, etcétera). Es evidente que los acontecimientos actuales no solo tienen que ver con la seguridad, sino que se enmarcan en una problemática social y cultural que, por otra parte, está polarizada por la colonización, aunque no solo.

El famoso “invento tuareg” ideado por el colonizador, es decir, la instrumentalización/utilización de los tuaregs por parte de Francia, si bien estaba destinada a polarizar de forma duradera la vida local y a crear irredentismos entre los tuaregs, en parte también pretendía transformar algo ya existente en algo nuevo. Habría que realizar una historia sistemática de las yihad locales e incluso de la teología musulmana local (ver Baba en Tombuctú y sus opiniones sobre la legalidad de la captura de musulmanes por musulmanes), para ver que todo esto, como siempre, es el resultado de largos procesos históricos. Es más, el factor étnico, aunque a veces se subestime sistemáticamente, desempeña aquí un papel al igual que lo hace en otros conflictos africanos que se están produciendo en la línea de fractura entre el Sahel y el este subsahariano (Sudán, Chad), o en la década de los noventa en el noroeste de África entre los pueblos criollos costeros y los pueblos negros del interior (¿Angola, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil?).

Ayer

En un pasado más reciente, Malí ha sufrido sobresaltos destacados por razones estructurales preexistentes (marginación de los tuaregs, subdesarrollo crónico del Norte, problema del agua) y sus consecuencias (falta de ganado, emigración humana) y por políticas estructurales insuficientes o clientelares. Pero lo esencial fue la nueva polarización de la cuestión tuareg, que se dejó pendiente, “paralizada”, durante varios años, en virtud de unos armisticios y unos acuerdos políticos inciertos.

La guerra libia fue claramente y sin ninguna duda el detonante de la crisis actual en la medida en que favoreció el regreso al norte de Malí de hombres que antaño trabajaban para el régimen gadafista en su legión panafriacana en función de las aventuras que emprendía el régimen aquí y allá (en concreto en Chad). Estos hombres que habían huido de las condiciones socioeconómicas, pero también políticas, en las que vivían, se encontraron de repente, voluntariamente o por obligación, en el norte de Malí, y se convirtieron en posibles “emprendedores políticos”, pero esta vez con armas.

Desde ese punto de vista, consideramos que el calificativo de yihadista usado actualmente por algunos clanes tuaregs, en vez del recurso tradicional al irredentismo nacionalista, a imagen y semejanza del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MLNA), no es necesariamente esencial, sino que parece una especie de reclamo para una movilización eficaz de militantes. La evolución política de Ansar al Din y sus disensiones internas muestran hasta qué punto algunos militantes, o algunas redes de militantes, están dispuestos a firmar acuerdos, unos acuerdos que resultan fáciles, porque coinciden con la actual y oportuna manera de ver las cosas de los franceses.

¿Por qué intervenir?

Las razones para llevar a cabo la Operación Serval eran o son numerosas. A continuación, las mencionamos brevemente: los yihadistas amenazaban el sur de Malí donde residen cerca de 6.000 ciudadanos franceses, sin contar al resto de europeos; amenazaban también con apoderarse del único aeródromo del centro del país capaz de recibir aviones de transporte militares; enero es el mes más propicio para el combate debido a sus condiciones meteorológicas medianamente favorables; Francia tiene intereses económicos (incluidos los de prospección) y políticos en la región; nadie más quería intervenir, especialmente en Europa; el futuro de los rehenes franceses en poder de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) podía y puede ser todavía un precedente teniendo en cuenta el gran número de ciudadanos franceses en todo África subsahariana. A esto también se sumaba la llamada de las autoridades (no democráticamente elegidas) de Malí y, sin duda, la necesidad de realizar una contribución decisiva a la mejora de la seguridad y el funcionamiento político de Malí.

AQMI y otros

El auge de AQMI y de los grupos asociados (MUYAO, Ansar el Din, etcétera) era, además, un elemento dramático de la ecuación. Se diga lo que se diga, no es posible tener una idea exacta, y menos aún fija, de una organización como AQMI. Para ello hace falta modestia y escepticismo. ¿Cómo se puede tener, por ejemplo, una idea de sus efectivos y, al mismo tiempo, de su nivel operativo? ¿Cómo se pueden conocer los procesos de toma de decisiones internos, más allá de las elucubraciones habituales, que provienen todas de fuentes abiertas? (“Belmojtar es un hombre de negocios…

Las katibats son estructuras tácticas de base”, etcétera). Tradicionalmente, una organización así está determinada por su cultura y sus valores, los imperativos de seguridad, la demografía de sus partidarios y militantes, e incluso por el clima (estacionalidad de la movilización). AQMI cuenta con unas estructuras islámicas características del yihadismo (emires, consejo jurisprudencial religioso, comunicación, etcétera). En la práctica, tanto la amplitud de su actividad como los imperativos de seguridad, hacen que los efectivos de algunos de sus componentes sean a veces escasos o estén inactivos. El problema tampoco es nuevo en este caso. AQMI y sus predecesores se desarrollaron a partir de finales de la década de los ochenta en el sur de Argelia, y fuera de las diásporas en Europa y Norteamérica, en gran parte por su fracaso en el Norte, pero también por la necesidad que tenían los islamistas argelinos más radicales de encontrar un refugio fuera de Argelia. Estos militantes entablaron allí relaciones con las tribus comerciantes árabes y los traficantes que culminaron con unos matrimonios y una redistribución casi social y clientelista del dinero de los tráficos (y de los rescates), especialmente desde el macizo de los Ifoghas, en la confluencia entre Argelia y Malí.

La cierta omnipresencia de AQMI en la región de Tombuctú antes de la Operación Serval le daba acceso a toda la logística y la capacidad de esta ciudad, lo que le otorgaba la posibilidad de beneficiarse de un incremento del ámbito territorial de su acción política y de una población sedentaria controlada (¿un principio de “Tierra de AQMI”?). Y concretamente de acceso a: material militar maliense (y antes libio); estructuras bancarias y empresariales (oportunidades de confiscaciones, lavado y ennegrecimiento de dinero); estructuras sanitarias y medicinas; medios de comunicación (¿y de codificación?) alternativos a los que posee; capacidades logísticas y de transporte; medios de propaganda y de proselitismo (¿inducción al reclutamiento in situ?). Vemos hasta qué punto el statu quo, desde el punto de vista de la seguridad, era insostenible.

Malí # Afganistán

Sin embargo, resulta muy improbable que el norte de Malí, o en sentido más amplio, el Sahel, se convierta en una especie de Afganistán, o incluso de Irak, en lo relativo a la intensidad de la violencia o a capacidades terroristas diversas. Más allá del nivel de desarrollo socioeconómico, parece que las razones son:

– Siria, a día de hoy, sigue siendo el principal territorio de yihad en lo que se refiere a atracción simbólica y poder de movilización. Malí es secundario.

– A continuación, AQMI no tiene in situ, ni mucho menos, la capacidad y las competencias para ello. Sus producciones teológicas nunca han sido muy sofisticadas ni muy numerosas. Argelia no es, a diferencia de Bagdad o Pakistán, un lugar prestigioso del islam; en el islam subsahariano, que tuvo su momento de gloria hace varios siglos, se entremezclan el animismo, el sufismo (elementos ponderadores frente a cualquier prurito yihadista), e incluso lo que es peor para un salafista duro, el culto de santos.

– La comparación con Somalia, aunque resulte tentadora, no parece tampoco totalmente acertada: por ejemplo, por la presencia de materias primas (petróleo, uranio) y de numerosos expatriados de la antigua potencia colonial, para quien la seguridad de sus ciudadanos es fundamental.

– Tanto la demografía local, actual o previsible, como las infraestructuras de acceso a la zona en el mismo periodo tienen unos niveles que no son comparables con los dos otros territorios de yihad, incluido Afganistán.

– Sin embargo, la presencia, ya documentada desde hace algunos meses, de militantes originarios de Europa (Francia, Alemania) o de otros lugares, es poco significativa, pero resulta inquietante, especialmente en caso de que estos militantes regresen a su país de origen. Como para Irak en 2003-2005, las mismas causas producen los mismos efectos, pero a un nivel inferior a día de hoy. – Será así mientras Francia pretenda y declare que no desea quedarse a largo plazo. Cuanto más tiempo se quede, mayores dificultades y la posibilidad de que el lugar se convierta en una tierra de yihad.

¿Y después?

Por tanto, es importante, desde el punto de vista francés, africanizar la seguridad y “multilateralizar” la formación de militares lo más rápido posible. Los ejércitos africanos tienen que desempeñar un papel en el primer caso, especialmente bajo los auspicios de una fuerza de paz de la ONU, aunque el ejército francés tenga un nivel sin parangón sobre el terreno. En el segundo caso, la aportación europea (liderada, de hecho, por los franceses) tendría un interés claro que coincide con una cierta voluntad generacional en Francia de europeizar cualquier intervención en África para desmarcarse de un pasado poscolonial reciente (la famosa Françafrique). La salida política de la crisis parece todavía, a mediados de febrero de 2013, muy incierta. El sur de Malí quiere restablecer su dominio sobre el norte de Malí, pero no dispone de los medios para hacerlo sin el Ejército francés (lo que es una baza fundamental para Francia).

Las poblaciones del norte de Malí quieren tener una mayor influencia sobre el poder maliense, e incluso quieren compartirlo. No cabe duda de que solo con esta condición podrán desempeñar un papel decisivo en la gestión de la seguridad del Azawad (el norte de Malí). Hemos dicho “poblaciones del norte de Malí” porque sería un grave error y sería sobrestimar la cuestión tuareg si se considera que el norte de Malí es solo de población tuareg. Recordemos que el Azawad también está poblado por maures (oeste) y por subsaharianos (songhais, peuls, etcétera), en los alrededores del río Níger. Solo desde este punto de vista étnico (pero, una vez más, no es la única lectura de esta crisis), parece que la solución política tiene que tener en cuenta el conjunto de los irredentismos y particularismos locales, especialmente los que mejor se expresan. Desde este punto de vista, los tuaregs tienen –por el momento– la mayor repercusión.