Los silencios de una peligrosa política de equilibrio

En relación con el Sáhara, Francia opta por una política pragmática tendente a agradar a cada uno de los Estados con los que mantiene relaciones.

Laurent Pointier, doctorando de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias de París y codirector del grupo de estudios saharauis (GES) en la Maison des Sciences de l’Homme

Puede parecer paradójico que un doctorando francés que prepara una tesis sobre el Sáhara Occidental esté en mejores condiciones de informar con precisión sobre las posturas políticas y económicas de los gobiernos marroquí, argelino y español en el contexto del Sáhara que sobre las de su propio país. Además, cuando me propusieron presentar la postura de Francia sobre este delicado asunto, me di cuenta, no sin cierta perplejidad, de que tenía nada o muy poco que decir. De hecho, en Francia este problema sigue siendo desconocido por el gran público; en efecto, nunca ha aparecido en los titulares de los medios de comunicación.

¿Por qué este desconocimiento y este relativo desinterés sobre una cuestión de descolonización que dura ya cuatro décadas? (La primera resolución de la Asamblea general de la ONU sobre el Sáhara español se adoptó el 16 de diciembre de 1965). Aunque la falta de testigos mediáticos y la debilidad de la diáspora saharaui en Francia están innegablemente en tela de juicio, la razón principal de la ausencia de la cuestión saharaui del escenario mediático francés seguramente se debe más al mutismo y al malestar de nuestros gobiernos sucesivos, hayan sido de izquierdas, o de derechas como hoy.

Ahora bien, en el contexto preciso del contencioso del Sáhara Occidental es quizá precisamente en la suma de esos silencios y esas dificultades donde hay que comprender los verdaderos propósitos de Francia. Dividida entre sus compromisos ideológicos que la incitan a apoyar la autodeterminación de los pueblos, por una parte y, por otra, su realismo político que la empuja a abrazar la idea de la integridad territorial marroquí, Francia ha terminado por integrar simultáneamente dos lógicas antagónicas, como son las tesis nacionalistas del Frente Polisario y la del reino marroquí.

Las recientes visitas y declaraciones hechas en Rabat, y más aún en Argel, por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, además de la alocución sin concesiones del diplomático peruano Álvaro de Soto, nuevo representante especial de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, se han percibido como signos precursores de una nueva promesa de resolución. En Francia, por el contrario, casi no han tenido repercusiones mediáticas y no han suscitado ninguna reacción de las autoridades políticas. Sólo el reconocimiento de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) por parte del gobierno de Sudáfrica el 15 de septiembre de 2004 fue de naturaleza tal que exhumó ligeramente el contencioso durante largo tiempo sepultado por la prensa francesa en lo más profundo de las arenas del Sáhara. (Esta decisión llega en el momento mismo en que la nueva Unión Africana inaugura su Parlamento panafricano en Midrand, en Suráfrica).

Pero, desde luego, no serán estos pocos breves periodísticos los que permitan revelar al ciudadano francés que uno de los conflictos más antiguos del planeta sigue sin estar resuelto, y está lejos de estarlo. Muchos especialistas, militantes y algunas de las partes en conflicto reprochan a Francia su actitud ambigua en este asunto. Esta aserción puede parecer fundada, puesto que se basa en silencios cuanto menos equívocos. Sin embargo, estos silencios son políticamente reveladores y traducen el malestar patente de la diplomacia francesa.

Para captar toda la ambigüedad de la política sahariana de Francia, hay que tener presente el delicado equilibrio que ésta desea mantener en sus relaciones con los Estados de la región, y más concretamente con Marruecos y Argelia, que son los verdaderos protagonistas de este conflicto. Así, París no condiciona el desarrollo de sus relaciones con dos de sus principales socios en el mundo árabemusulmán a la solución de la cuestión del Sáhara y por lo tanto no apremia a ninguno de los dos gobiernos para que revise su posición.

No hay que esperar medidas coercitivas por parte de Francia, que no quiere arriesgarse a jugar la baza marroquí a expensas de la argelina, porque el primero forma parte de sus fieles aliados y no hay que despreciar los petrodólares de la segunda. Los sucesivos gobiernos franceses se obligan, por lo tanto, a una peligrosa política de equilibrio para preservar de la mejor manera posible un statu quo entre Marruecos y Argelia. Concretamente, y en el contexto espinoso del contencioso del Sáhara, Francia calca su posición de las propuestas de la ONU. Su ministro de Asuntos Exteriores, Michel Barnier, se refugia tras una verborrea diplomática de circunstancias y se limita a una línea política monolítica cuyas palabras clave son neutralidad, imparcialidad, solución política realista y duradera, solución aceptable mutuamente, apoyo a los esfuerzos diplomáticos desplegados por la ONU…

Alianza franco-marroquí

Preocupado por las repercusiones que tendría para la región la independencia del Sáhara Occidental o el reconocimiento oficial de la incorporación del territorio a Marruecos, el gobierno francés se prohíbe comprometerse en una política arriesgada que podría interpretarse como otra de tantas promesas y desaires del otro lado del Mediterráneo. Como la reserva obliga, la retórica oficial francesa es de una prudencia extrema, aunque se ve claramente que Francia y la monarquía alauí mantienen una amistad indefectible que se acentuó aún más después de la guerra civil y la consolidación de la dictadura de los generales en Argelia.

Desde entonces, los gestos claros no han dejado de multiplicarse. Privilegio poco frecuente, con ocasión de la fiesta nacional francesa y poco antes de su muerte, Hassán II podía enorgullecerse al lado de Jacques Chirac al ver a su guardia real abrir el tradicional desfile del 14 de julio de 1999 en los Campos Elíseos. Tras la muerte del monarca jerifiano, la antigua amistad que le unía al actual presidente de la República francesa se trasladó naturalmente hacia el príncipe heredero y nuevo rey Mohamed VI. Como viejo hombre político aguerrido, grandilocuente, paternalista, Jacques Chirac llegó a calificar a su protegido marroquí de “hijo espiritual”, arrogándose con estas palabras un papel de “padre espiritual” y considerando a Francia, con razón, la madre que alimenta y protege a Marruecos. ¿Sería Marruecos una sucursal de Francia?

En el ámbito económico, la cooperación bilateral se ha consolidado con una presencia importante de súbditos de un país en el otro. Marruecos es un destino turístico apreciado por los franceses y Francia es el primer socio comercial y el mayor inversor cultural en Marruecos. En el ámbito político, el primer país que visitó Chirac para inaugurar sus dos mandatos presidenciales fue Marruecos, lo que significa que este último puede dar por hecho legítimamente un apoyo específico.

Desde luego, Francia no ha reconocido jamás la soberanía marroquí sobre el Sáhara, pero Chirac ha acabado por admitir el hecho consumado utilizando hace poco la terminología marroquí “Provincias del sur de Marruecos” para designar al Sáhara Occidental. Fueran cuáles fueran los motivos, estas palabras dicen mucho sobre la alianza franco-marroquí respecto al Sáhara. Las tres antiguas posesiones norteafricanas de Francia constituyen aún hoy uno de los trampolines más fiables de la “francáfrica”, la turbia política específica de Francia hacia el continente. Bajo la presidencia de centro- derecha de Valéry Giscard d’Estaing, la Argelia socialbumedienista era percibida como el enlace indispensable para inmiscuirse económica y militarmente en el Tercer mundo, mientras que Marruecos y Túnez debían servirle de intermediarios con las monarquías, las repúblicas y otros emiratos árabes productores de petróleo.

Los tres Estados eran y siguen siendo considerados como los puentes de una nueva penetración francesa en África. Sin embargo, las relaciones peligrosas y algunas veces maniqueas, mezcla de amor y odio, de ruptura y reconciliación que mantienen Francia y Argelia, no han permitido casi establecer un clima favorable a un acercamiento político sereno. En estas circunstancias Marruecos se convirtió en un “interlocutor irreemplazable para Francia” (declaración de Giscard d’Estaing con ocasión de la visita de Hassán II a París, en Le Matin du Sáhara del 24 de noviembre de 1976). Más que una relación de Estado a Estado, se trata de una relación basada en lazos personales entre dos políticos: ¿No era Hassán II “el compañero de Giscard d’Estaing”?

A cambio de esta categoría preferente, Francia se abstenía de votar las resoluciones de la ONU relativas al Sáhara Occidental, objetaba al Frente Polisario su vocación de movimiento de liberación, lo que inducía a que reconociera tácitamente la legitimidad de las aspiraciones marroquíes sobre el Sáhara Occidental. Participaba activamente en el esfuerzo de guerra marroquí exportando a precio de coste sus cazas Mirage F- 1, sus helicópteros Puma y otros misiles Exocet. Francia materializó su apoyo en 1977 y 1978 al aliarse con Marruecos y Mauritania para hacer frente a los repetidos ataques del Frente Polisario contra la cuenca minera de Zuerat para proteger sus intereses económicos en la región y oponerse a los secuestros de cooperantes franceses que trabajaban para la Sociedad nacional industrial y minera.

Esta operación militar conjunta no puede sino recordar la operación Ecouvillon de febrero de 1958, que unió a las tropas francesas y españolas con las marroquíes para eliminar a los rebeldes del Ejército de Liberación Nacional del Sur, que se percibía como una amenaza para los intereses de Marruecos, España y Francia. La llegada al poder de los socialistas franceses en 1981 corresponde a un recrudecimiento de las simpatías internacionales por el Frente Polisario que se tradujo en las filas neoyorquinas de la ONU en un apoyo explícito al principio de autoderminación de los pueblos saharauis y en París en la inauguración oficial en 1982 de una oficina del Frente Polisario. El giro es total; los partidos de izquierdas estaban tradicionalmente ligados a Argelia, y las relaciones con Marruecos se fueron degradando.

La solidaridad ideológica y tercermundista, anticolonial y política demostrada por Francia elevó súbitamente el prestigio respectivo de Argelia y el Frente Polisario, pero también apoyó a la oposición legal marroquí de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) contra la monarquía marroquí. El Partido Comunista francés se había pronunciado a favor de la independencia, mientras que el Partido Socialista apoyaba la autodeterminación del pueblo saharaui y no condenaba la admisión de la RASD en el seno de la Organización para la Unidad Africana (OUA). Finalmente, después de la aceptación sorprendente de Hassán II en junio de 1981 del principio del referéndum y con ocasión de una visita de François Mitterand a Marraquech, el brusco giro político, emprendido con el entusiasmo de los principios del socialismo gubernamental se difuminó en beneficio de la reactivación de una Realpolitik más favorable a Marruecos.

Francia declaró su nueva neutralidad, aprobó la iniciativa de Hassán II y puso de nuevo en tela de juicio la admisión de la RASD en la OUA. La cohabitación política entre Mitterand y el Parlamento de derechas desde 1986 hasta 1988 reforzó esta nueva tendencia que se acentuó durante los años noventa. La interrupción del proceso democrático, el empuje islamista radical y el desarrollo del terrorismo en el vecino argelino confirmaron el acercamiento a Marruecos. Aunque Francia no se resume sólo en sus dirigentes políticos, es obligado señalar que en la medida en que el conflicto del Sáhara es poco conocido por la mayoría de mis compatriotas, prácticamente el único aspecto de las relaciones franco-marroquíes en el que se implica la sociedad civil hasta el punto de perturbarlas es el de los derechos humanos.

Por muy confidenciales que sean, hay que citar, sin embargo, los escasos intentos de apoyo emprendidos por algunas asociaciones militantes y otros movimientos de solidaridad con la causa saharaui: la Fundación France-Libertés presidida por Danielle Mitterand se mantuvo muy alerta en los primeros tiempos respecto a la cuestión y más bien en sintonía con el Polisario. Pero las relaciones entre ellos se relajaron después de las conclusiones de una misión de investigación que condenaba los malos tratos a los prisioneros militares marroquíes encarcelados en los campos de Tinduf. Menos visible, la Asociación de Amigos de la República árabe saharaui democrática (AARASD) publicó después de la Marcha Verde organizada por Marruecos en noviembre de 1975 un boletín titulado Sáhara info e interpeló a los nuevos poderes políticos.

En 1998 se creó el Grupo de estudios de la Asamblea nacional sobre el Sáhara Occidental, más institucional, y que reúne a unos cuarenta diputados procedentes de grupos políticos distintos. Se propuso ser un enlace activo entre el medio asociativo y las personalidades políticas y se encargó de sensibilizar regularmente al gobierno sobre esta cuestión. Pero fue sobre todo la aparición en 1990 del libro Notre ami le roi de Gilles Perrault (Gallimard, París), la que perjudicó seriamente las relaciones franco-marroquíes. Verdadera acusación anti-Hassán II, la obra condena los múltiples atentados contra los derechos humanos perpetrados en Marruecos, pero destaca igualmente la afrenta de los silencios cómplices de Francia.

El autor evoca aquí la suerte de las familias de los desaparecidos saharauis, el trágico destino de la familia de Ufkir, la de los prisioneros políticos marroquíes “olvidados” en presidios sórdidos, entre ellos el tristemente famoso Tazmamart… Ironías de la historia, fue finalmente con el acceso a la jefatura del gobierno marroquí en 1998 de uno de los antiguos adversarios políticos cuando las relaciones con Francia acabaron por alcanzar su plenitud. Una vez entró en la esfera de influencia de palacio, Abderramán Yusufi, del USFP, multiplicó a través de la Internacional socialista los contactos con los partidos políticos europeos de izquierdas para convencerles de la condición marroquí del Sáhara Occidental.

Arriesgándose a comprometerse con el informe sobre derechos humanos y para que prevaleciera el interés del Estado, los socialistas y luego la derecha de Chirac se amoldaron de buena o mala gana a la monarquía marroquí. El gobierno francés optó por una política oportunista y pragmática, tendente a agradar a cada uno de los Estados de la región con los que mantiene relaciones estrechas y a menudo privilegiadas. Para Francia, se trata de tomar una posición en apariencia tan neutra como sus intereses con los beligerantes exigen.

Partidaria de la solución “ni vencedores ni vencidos”, actualmente garantiza, aunque de forma implícita, el plan de autonomía del Sáhara Occidental en el seno de un Estado federal marroquí. Sin embargo, insiste en no inmiscuirse en la resolución del contencioso para propiciar una reactivación del diálogo entre Marruecos y Argelia en el marco de las propuestas de la ONU.