afkar/ideas
Co-edition with Estudios de Política Exterior
Libia después del embargo
El régimen actual busca tranquilizar a los partidarios revolucionarios del panafricanismo y, al mismo tiempo, a los ‘reformadores’ prooccidentales.
Luis Martinez
En los comienzos del siglo XXI, el régimen de Muammar el Gaddafi tiene interés por situarse en el “bando adecuado”, el que forman Estados Unidos y sus aliados. Libia no debe repetir los errores del pasado, sino por el contrario, aprovechar sus ventajas comparativas y ofrecer a sus nuevos aliados el suministro energético que necesitan y su cooperación en los ámbitos de la seguridad y la emigración. Las nuevas élites que surgen en los campos del petróleo y de la seguridad, formadas en EE UU, marginan progresivamente a los “revolucionarios” educados en Europa del Este, para quienes África o el mundo árabe eran el futuro de Libia. En concordancia con la opinión libia, los reformadores miran a África con ojos despectivos o incluso racistas.
La política africana de Gaddafi se percibe como la causa principal de los males pasados del país. Ahora bien, en opinión de estas nuevas élites, Libia debe afianzarse con fuerza en el mundo occidental. El hijo de Gaddafi, Seif al Islam, representante de la corriente reformadora prooccidental, considera que desmantelar el régimen se ha convertido en una necesidad, como subrayó el 21 de agosto de 2007, cuando instó a poner fin a la era revolucionaria y a transformar la Revolución en un Estado constitucional. De hecho, se trata de modificar las estructuras de autoridad, pero sin que el poder deje de residir en la tribu Gaddafa. ¿Hacia qué tipo de régimen político se orienta este Estado petrolífero? Esta transformación va acompañada de un nuevo lenguaje adaptado a los estándares de la comunidad internacional, en el que afloran los términos transparencia, lucha contra la corrupción y democracia.
Pero, ¿cómo desarticular sin turbulencias el régimen revolucionario? Éste todavía dispone de “perros guardianes” que no aprecian los cambios del régimen. La apertura tiene lugar bajo el control preventivo del aparato de seguridad. Mientras que, gracias a Musa Kusa, jefe de los servicios secretos libios, la amenaza exterior es limitada, el descontento interno tiene posibilidades de acrecentarse. Por eso el nombramiento de Said el Gaddafi como responsable de las fuerzas especiales libias subraya la voluntad del régimen de prevenir cualquier contingencia interna. Los clanes que estructuran el poder están repartidos por una maquinaria de seguridad que constituye una de las bases del régimen. En la Libia posterior al embargo, el papel de Gaddafi consiste en mantener el equilibrio entre las corrientes divergentes que surcan el círculo de los dirigentes libios. Su discurso en el 37º aniversario de la Revolución se ajusta a la contradicción de un régimen revolucionario que pretende transformarse y al que, por esa misma razón, sus adversarios pueden considerar vulnerable.
Gaddafi también tiene que intentar tranquilizar a los partidarios revolucionarios del panafricanismo y, al mismo tiempo, a los “reformadores” prooccidentales que han permitido a Libia volver a formar parte de la comunidad internacional. El discurso es ambivalente: “Estad preparados en cualquier momento para aplastar a los enemigos internos que intenten oponerse al avance del pueblo… Cuando dirigimos la revolución, no queríamos el poder para nosotros, sino que lo asumimos para el pueblo; no permitiremos que nadie se lo robe”. El régimen especifica con mucha claridad que está dispuesto a “aplastar” a quienes pretendan aprovecharse de su apertura.
Reformas en infraestructuras petrolíferas, civiles y militares
En el plano económico, la tercera crisis del petróleo (2002-08) ha hecho posible el aumento vertiginoso de las rentas procedentes de la venta de los hidrocarburos. En 2008, las reservas que acumulaba Libia se evaluaron en unos 100.000 millones de dólares. En 2005, se diseñó una nueva “estrategia económica nacional”: el futuro de Libia se presentaba se explotara de manera racional. En julio de 2006, la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) enviada a Libia destacaba en sus debates con Tayeb al Safi, ministro de Economía, el papel de polo económico regional que su país podría desempeñar si se llevaban a cabo las reformas económicas. Hasta ahora, el gobierno se ha centrado en tres sectores: infraestructuras petrolíferas, civiles y militares. Libia se vislumbra como uno de los países mediterráneos más atractivos.
La creación de un Consejo para Asuntos Relacionados con el Petróleo y el Gas tiene por objeto elaborar una política estratégica en el ámbito energético. Libia aspira a producir tres millones de barriles diarios en 2012, frente a sólo 1,8 millones de barriles diarios en la actualidad. Se trata de volver a la producción anterior a 1970, cuando producía 3,3 millones de barriles diarios. Segura de su potencial energético, Libia ambiciona obtener categoría de potencia responsable en África. En su visita a Syrte, en septiembre de 2007, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon destacaba que Gaddafi “había contribuido en gran medida” a los esfuerzos diplomáticos para llegar a un alto el fuego en Darfur. Este reconocimiento como mediador entre la ONU y la Unión Africana suponía para Gaddafi uno de los primeros éxitos en su pretensión de reconocimiento internacional. En octubre de 2007, la organización de un encuentro internacional sobre Darfur consagró su papel como mediador.
En su pretensión de obtener un estatus de potencia regional responsable, Libia se esfuerza por convertirse en un Estado mediador en una crisis que desborda sus fronteras (Chad y África Central), y que se ha convertido en una de las preocupaciones de Naciones Unidas debido al drama humanitario. El 21 de noviembre, la minicumbre celebrada en Trípoli proporcionó a Ali Abdel Salam Triki, viceministro de Asuntos Exteriores de Libia, la oportunidad de reafirmar la capacidad de la Unión Africana para solucionar esta crisis. Esta cumbre permitió a Gaddafi demostrar a la ONU su capacidad para trabajar por la paz en África y, por tanto, recordarle que Libia es un “motor” del continente africano. Para Libia, la guerra en Darfur permite que “África” se acerque al poder.
En realidad, detrás del drama del Darfur, se reestructuran las redes del poder libio que no son partidarias de un acercamiento del país a Europa y EE UU sino, por el contrario, de un compromiso mayor de Libia en África, al lado de una China en plena expansión en el continente y muy presente ya en Sudán, por ejemplo en el sector petrolero. En 2003, la invasión de Irak por parte de EE UU acabó con la corriente revolucionaria africanista, y el entorno del Guía le convenció de que el interés estratégico del régimen se asentaba en el alineamiento de Libia con EE UU. Ahora bien, entre el hundimiento en Irak y el ascenso de China en el continente, la corriente panafricanista considera que Libia no debe renunciar a su proyecto africano, sobre todo si éste se construye en beneficio de la Unión Europea (UE).
Relaciones con la Unión Europea
El 27 de abril de 2004, la Comisión Europea invitó al coronel Gaddafi a Bruselas para una visita histórica. Desde 1992 el Guía no podía presentarse en un Estado occidental debido a las diligencias judiciales en su contra. Sin embargo, Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea, señalaba que “la UE no tiene relaciones formales con Libia, y la Comisión no tiene delegación en Trípoli. Pero Libia es un país clave de la orilla sur del Mediterráneo y desempeña, al mismo tiempo, un papel muy importante en el continente africano.
Libia es uno de los observadores del Proceso de Barcelona desde abril de 1999, después de que se la invitara por primera vez a la Conferencia Euromed en Stuttgart (abril de 1999). Desde entonces, se le ha invitado a convertirse en miembro de pleno derecho del Proceso. Esto requiere una petición formal, que el Consejo tendrá que examinar, en la que Libia se comprometa a aceptar todo el acervo”. (La Revue Parlementaire, junio 2005). La voluntad europea de integrar a Libia en el partenariado es antigua. En abril de 1999, apenas se suspendieron las sanciones de la ONU, Prodi invitó al coronel Gaddafi a Bruselas. El objetivo era inducirlo a negociar su adhesión al partenariado euromediterráneo. La invitación estuvo sometida a un intenso debate entre Chris Patten, comisario de Relaciones Exteriores, y Javier Solana, alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común. Estos últimos recordaron que aún no se había absuelto a Libia de los cargos presentados contra ella.
Esta torpeza europea acentuó el discurso crítico del coronel Gaddafi respecto al acuerdo de asociación con Europa: “La experiencia europea no nos sirve… Esta zona, a la que se llama África del Norte, tiene que africanizarse. O es africana, o es una excepción, y entonces no tendrá ningún futuro. Como residente en esta parte de África del Norte, siempre he rechazado el acuerdo de Barcelona, que ve a África del Norte como una parte de Oriente Próximo destinada a unirse a Europa. Es una conspiración contra la integridad territorial africana. Me dijeron que Libia se beneficiaría del acuerdo de Barcelona y de la cooperación con la UE… Es inaceptable que quieran atraernos y ayudarnos por medio del Proceso de Barcelona desmembrando el continente y apropiándose de África del Norte para anexionarla a la UE.
Por otra parte, fíjense en lo que se ha convertido actualmente el acuerdo de Barcelona: se encuentra en estado comatoso y bien podría desaparecer”. (Intervención de Gaddafi en julio de 2001 en Lusaka, cuando se creó la Unión Africana. Géopolitique africaine, n°4, noviembre 2001). Y, sin embargo, en cuanto se levantaron las sanciones, viajó a Bruselas. Libia mantiene una relación esquizofrénica en la que no deja de criticar y rechazar a su principal socio. No obstante, el acercamiento a Europa que ha tenido lugar en los últimos años no pone punto final a la política de Gaddafi en África. Libia ha conseguido en el continente africano una influencia diplomática y una posición económica que no está dispuesta a abandonar. Muy al contrario, el objetivo libio es que el partenariado euromed la reconozca como protagonista regional fundamental en las relaciones entre la UE y la Unión Africana; por esta razón rechaza la Unión por el Mediterráneo.
Para facilitar sus negociaciones, Libia dispone de un cheque en blanco, ya que vuelve a ser un cliente en potencia del mercado de armamento. Y en esto, sus necesidades también son inmensas: después de haber renunciado a las armas de destrucción masiva (ADM), Libia quiere reconstruir una potencia militar convencional. Ante esta demanda, las industrias rusas, británicas, francesas, alemanas e italianas se han lanzado a competir. Y no han olvidado que entre 1973 y 1983, Libia dedicó 28.000 millones a comprar armamento. El levantamiento de las sanciones europeas en octubre de 2004, y de las americanas en mayo de 2006, abre el mercado del armamento libio a las industrias internacionales. De momento, el mercado libio atañe a la modernización de las nueve fragatas de su marina, la vigilancia de las fronteras y la puesta a punto de los Mirage. Desde julio de 2006, Francia estudia un informe para la venta de helicópteros de combate Tigre y de aviones Rafale a Libia, más concretamente a las fuerzas especiales que dirige Said el Gaddafi.
Pero la Rusia de Putin ansía recuperar a Libia como socio comercial, tanto en el campo energético como en el militar. La instalación de una base naval rusa en el país africano acabaría con las esperanzas de las empresas europeas en el mercado libio. Así pues, parece que todo va a pedir de boca en la Libia de Gaddafi. Sólo la amenaza islamista baja un poco el tono de ese renacimiento triunfante. En noviembre de 2007, el Grupo Combatiente Islámico Libio (GCIL) se incorporó a la organización Al Qaeda en el Magreb Islámico. En un comunicado, Abu Laïth al Libi, un “comandante” de Al Qaeda en Afganistán, recalcaba: “Gaddafi es la tiranía de Libia. Después de muchos años, ha descubierto de repente que EE UU no es su enemigo, y transforma Libia en una nueva base para los cruzados”.