Las regiones y los poderes locales, nuevos actores del Proceso de Barcelona

Las autoridades locales y regionales tienen un alto potencial para movilizar los sectores más dinámicos de las sociedades.

Helena Oliván y Pau Solanilla

El Mediterráneo es algo más que geografía. Es una idea compleja que contiene en su interior dimensiones diversas que sobrepasan un espacio físico homogéneo, continuo o diverso a través de su activo cultural –valores, actitudes, políticas, religiones, comportamientos–, y de sus diferentes identidades. El Mediterráneo como espacio de referencia es algo más que una simple pertenencia, y no se puede reducir a la expresión de las culturas nacionales. Nos encontramos ante un espacio que debe hacer frente al crecimiento de la interdependencia de un mundo globalizado donde la complejidad aparece como el elemento intrínseco de los procesos políticos.

Debemos encontrar el camino del diálogo y la cooperación en un escenario de sociedades con alto grado de fragmentación, complejidad y multiplicidad de valores e intereses. En este contexto, la cooperación y el liderazgo de gobiernos y elites políticas estatales no son ya suficientes para abarcar toda esta nueva complejidad y dar respuestas adecuadas a la gran cantidad de retos que aparecen ante nosotros. Es necesario abrir espacios para la participación de nuevos actores que complementen y acompañen la acción de los gobiernos. Una nueva gobernanza que capitalice todo el potencial de la riqueza de la diversidad.

Las regiones en la agenda mediterránea

La emergencia de la acción de los gobiernos locales y regionales, con el telón de fondo de la celebración del décimo aniversario del Proceso de Barcelona, son experiencias de gran interés para consolidar las reformas políticas, sociales y económicas, enraizar la democracia y desarrollar todo el potencial del capital humano de la región. La Generalitat de Catalunya, en colaboración con la Conferencia de Regiones Periféricas y Marítimas (CRPM), prepara la celebración de una conferencia de regiones euromediterráneas con la voluntad de implicar a los entes subestatales del norte, sur y este del Mediterráneo, en el partenariado euromediterráneo.

La implicación de las regiones en la agenda euromediterránea no es nueva. Hay que destacar la experiencia de cooperación llevada a cabo por lo que se denomina región MEDOCC (Mediterráneo occidental), unidad geográfica concebida por la Unión Europea (UE) y que incluye las siguientes regiones: España (Andalucía, Murcia, Valencia, Cataluña, Baleares, Aragón, Ceuta y Melilla), Portugal (Algarve y Alentejo), Francia (Languedoc-Roussillon, Provence-Alpes-Côte d’Azur, Rhône-Alpes y Córcega), Italia (Piamonte, Lombardía, Liguria, Toscana, Umbría, Lazio, Campania, Cerdeña, Basilicata, Calabria, Sicilia, Valle de Aosta y Emilia Romagna), Gibraltar, todo el territorio de Grecia desde 2002 y Malta desde 2004.

La región MEDOCC como instrumento para la cooperación, se inscribe en el marco del programa europeo Interreg, iniciativa comunitaria del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) a favor de la cooperación entre regiones de la UE. El objetivo de dicho programa es aumentar la cohesión económica y social en la UE fomentando la cooperación transfronteriza, así como transnacional e interregional, y el desarrollo equilibrado del territorio. En concreto, el programa Interreg IIIB, dedicado a la cooperación transnacional, se ha mostrado como un instrumento útil para la cooperación con los países del Sur.

Y es que los proyectos de Interreg IIIB debían incluir, en la medida de lo posible, los países asociados y los países MEDA (Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Siria, Autoridad Nacional Palestina, Túnez, Turquía), a fin de extender el desarrollo territorial a la totalidad del Mediterráneo. La mayoría de evaluaciones sobre la experiencia de incorporación de socios del Sur durante el periodo 2000-06, indica la importancia que ha supuesto esta colaboración, así como la necesidad de consolidarla con el objetivo de contribuir a la creación de un nuevo instrumento de vecindad.

El reto es, pues, hacer pedagogía de los beneficios de la cooperación descentralizada y de los intercambios y cooperación entre las autoridades regionales, extendiendo las experiencias y buenas prácticas de la cooperación regional europea como recogen las conclusiones de la VII Conferencia Euromediterránea de ministros de Asuntos Exteriores de Luxemburgo. En ellas, los gobiernos de los 35 socios que participan del partenariado euromediterráneo reconocen la necesidad de desarrollar una nueva metodología de la cooperación, aplicando el modelo de la política regional de la UE a los países mediterráneos, atendiendo también a la cooperación Sur-Sur, a través del apoyo a la cooperación transfronteriza y entre regiones.

Así pues, las regiones pueden desempeñar un papel decisivo en la definición de un modelo flexible y dinámico en el acercamiento de las sociedades del norte y sur del Mediterráneo. Las administraciones locales y regionales incorporan a sus agendas cuestiones emergentes (educación, sostenibilidad, cooperación, gestión de la diversidad, promoción económica, etcétera) que revalorizan la comunidad como espacio y referente de identidad. Nos encontramos ante nuevas formas de relacionarse y de cooperar basadas en las redes –policéntricas, interdependientes y con cierto grado de institucionalización–, que requieren un renovado esfuerzo para el desarrollo y la consolidación de estructuras subestatales eficientes, estables y democráticas, a partir de una agenda común, para hacer realidad que el Mediterráneo sea un espacio cada vez más social que geográfico.

Las nuevas iniciativas en la agenda europea y mediterránea ofrecen ventanas de oportunidad que hay que aprovechar: la nueva política europea de vecindad, la creación de la Fundación Euromediterránea Anna Lindh para el diálogo entre culturas, el establecimiento de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea, son espacios e instrumentos con quien las regiones y otros actores descentralizados deben interactuar y cooperar. Reforzar la cooperación y el diálogo frente a la fragmentación y fragilidad, para poner el territorio al servicio de ciertas finalidades: la cohesión y el desarrollo. Uno de los capítulos donde las regiones y la cooperación descentralizada pueden aportar un valor añadido al trabajo de gobiernos e instituciones es la creación de un espacio sociocultural euromediterráneo.

La Declaración de Barcelona establece el objetivo general de convertir la cuenca mediterránea en una zona de diálogo, de intercambios y de cooperación que requiere “la promoción de una mejor comprensión entra las culturas”. Las regiones pueden promover un concepto dinámico del diálogo entre culturas y civilizaciones a través de la cooperación multilateral entre actores locales y de la sociedad civil, haciendo de la educación un vehículo para el aprendizaje de la diversidad y la transmisión del conocimiento del otro, promocionando la movilidad y los intercambios de capacidades, el respeto de lenguas y culturas y la defensa activa del patrimonio cultural común como base de convivencia y ciudadanía.

Las autoridades locales y regionales son, pues, un actor emergente en la cooperación euromediterránea con un alto potencial para movilizar y dinamizar aquellos segmentos de población más dinámicos de nuestras sociedades, los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes. El reto de la próxima cumbre de jefes de Estado y de gobiernos de noviembre de Barcelona es garantizar que se movilicen las voluntades políticas y los recursos para hacerlo realidad.