Las Jornadas Cinematográficas de Cartago

Esta manifestación, basada en la proyección de películas y los encuentros entre cineastas, tiene como objetivo promover el cine nacional en los países árabes y africanos.

Zeyneb Farhat, directora de programación de Elteatro, Túnez

Desde 1966 y, más exactamente, desde diciembre de 1966, Túnez vive cada dos años y durante 10 días al ritmo realmente loco del cine. Una animación desenfrenada se apodera entonces de todas las zonas de la capital, con colas delante de las taquillas de las salas, cafés repletos de humo, de decibelios y de aficionados al cine y discusiones sobre cine en cualquier rincón de la calle, de una sala o de una terraza. Las entradas tienen un precio irrisorio y accesible a todas las clases sociales que se reúnen y se recomiendan “la película favorita” del momento. Una audiencia fiel “que ama la vida y, por lo tanto, va al cine”. Y durante 10 días, Túnez se pone guapa como sólo el arte puede engalanar una ciudad.

Las Jornadas Cinematográficas de Cartago (JCC), organizadas por el Ministerio de Cultura, fueron durante muchos años la única manifestación cinematográfica en el mundo árabe y africano, bastante antes del nacimiento del Festival Panafricano de Cine de Uagadugu (Fespaco) en 1972, especializado en el cine africano y, desde hace poco, también en cine negro (Burkina Faso); el Festival del Cine de El Cairo (Egipto) en 1988; y el Festival de Cine de Marraquech 2001 (Marruecos), que no empezó con buen pie ya que en su segunda edición fue boicoteado por los cineastas árabes y africanos y calificado de “neocolonialista”. Hoy, casi cuadragenaria, tras celebrar su vigésima edición del 1 al 9 de octubre de 2004, esta decana de los dos continentes es el único acontecimiento del cine tunecino impulsado por una dimensión árabe y africana.

De la historia clásica de un encuentro entre dos hombres

Fue el encuentro clásico entre dos hombres: Tahar Chriaa, conocido como “Don Cine” y el ministro de Cultura de la época, un visionario y amante de las Artes y las Letras que tenía el proyecto de un Festival de Cine Tunecino, Chedli Klibi, escéptico con motivo de la primera edición de las JCC en 1966, pero que más tarde las impulsó con el mismo entusiasmo que su fundador. Al leer el palmarés de la primera edición, de las nueve películas premiadas sólo hay una obra africana La noire de Usman Sembène (Senegal) –gran sorpresa para todo el público de las JCC al descubrir esta película y a su autor– y una única obra árabe, Le faucon, de Jaled Essedick (Kuwait). Los otros siete premiados eran artistas de Checoslovaquia, Italia, Turquía, Irán, Hungría, Polonia y la República Democrática Alemana.

Esta dimensión euroárabe sólo duró una edición; la dimensión árabe y africana figura específicamente en el reglamento de las JCC, que se convierten en “una manifestación bienal bajo la tutela del Ministerio de Cultura, fundamentada en la proyección pública de películas y la organización de encuentros entre sus autores, realizadores, productores, artistas y otros. Tiene como objetivo contribuir a promover una cinematografía nacional en cada uno de los países árabes y africanos. Cualquier película que participe en las JCC –fuera de las secciones Homenajes y de las proyecciones especiales– debe haber sido producida en los 24 meses anteriores a las JCC”.

De la historia clásica de medallas y sus otras caras

Siempre se ha concedido una atención especial al cine palestino en las diferentes ediciones. Y Michel Khleifi –cineasta político palestino premiado por primera vez en su carrera en las JCC de 1988– no es el único en haber sido galardonado en las JCC, antes de ser reconocido en otros lugares: ése fue el caso de Sembène en 1966; de Yussef Chahine (Egipto) en 1970; de Mufida Tlatli (Túnez) en 1984; de Nuri Buzid (Túnez) en 1986; y de Férid Bughédir (Túnez) en 1990. Sin embargo, hay que señalar que estos autores árabes y africanos, impulsados fundamentalmente por las JCC y el Fespaco, reconocidos ya en el Norte, son invitados por los festivales europeos para que estrenen sus películas.

De ahí la falta de interés de la prensa extranjera para cubrir y descubrir las JCC y los nuevos talentos árabe- musulmanes. Pero esto no es más que el esquema clásico de la medalla –o Tanits (diosa adoptada por Cartago, fundada en el 814 a.C.)– y su reverso …Entre 1970 y 1990, este espacio supo crear un frente común Sur/Sur para la supervivencia de sus obras, reflejando sus condiciones y realidades socioculturales, impulsadas por exigencias de una alta calidad artística para difundirlas a escala mundial.

Y la Federación Panafricana de Cineastas (Fepaci) fue creada durante las JCC de 1970 para concretar todo este sueño: establecer las condiciones para una supervivencia económica de este cine escapando al control de los distribuidores de películas extranjeros en el espacio árabe y africano. Pero desde los años noventa, la cooperación Sur/Sur ha dejado poco a poco su sitio a una cooperación Norte/Norte de la que casi todo el cine árabe y africano depende hoy.

De la historia clásica de fidelidad

Indiferente a todos estos altibajos que han vivido las JCC durante más de 30 años, su público local sigue fiel y leal a este espacio propio de las JCC; confía en “sus” JCC, y llena las salas y corre a ver cine árabe, cine africano, las diferentes secciones “Panorama” que ofrecen apuestas diferentes en cada ocasión: panorama del cine latinoamericano, del cine húngaro, del cine iraní, la última de Almodóvar…

Y emotivas conversaciones sobre la dignidad del cine surafricano durante la última edición de 2004, que recompensó a la película Lettre d’amour zoulou de Ramadan Suleman. Pero este mismo público, empachado de vídeos y satélites, está condicionado por estos encuentros cíclicos a las que las JCC le han acostumbrado desde 1966, sin faltar nunca –ni siquiera una vez– a su cita. Sabe que saldrá de fiesta cada dos años para ver aquello que los vídeos y los canales por satélite no le ofrecerán nunca: una oportunidad festiva para ver un cine diferente y vivir un ritual inenarrable; conquistar el espacio público por el mero placer de ver películas, esas mismas películas a las que haría ascos fuera de este acontecimiento. Incluso pregona alto y fuerte las películas que ha elegido asegurándose de consumir “producto tunecino también”.

¿Es ésta la “excepción cultural” a la tunecina? La red de cineclubes en Túnez es primordial para hacer que los jóvenes, el público adulto y las élites del mañana amen el cine. Desde 1950, la Federación Tunecina de Cineclubes no deja de implantarse en todo el territorio, creando este público excepcional de cine de arte y ensayo: fue el vivero de la generación actual de cineastas tunecinos. Sus miembros –militantes voluntarios– conservan la frescura y el entusiasmo del compromiso artístico.

E incluso del compromiso político, como cuando, en las JCC de 2002, se opusieron a la decisión de prohibir la proyección al público de una película tunecina, Fatma, mostrada en el Festival de Cine de Jerusalén, rompiendo de este modo el boicot de los árabe-africanos a este festival. Hoy, el cineclub es un vivero de aficionados al cine y, por lo tanto, de pensamiento crítico y de actividad intelectual libre. Se extiende por todas partes ya que es la única actividad artística en Túnez que escapa al control abrumador del papeleo y a las autorizaciones previas que acaban con toda iniciativa. Pero hoy también, cuantos más clubes se crean, más salas de cine se cierran. El parque de salas de cine se reduce a ojos vista.

El último caso ocurrió hace una semana, con el cierre del cine Najma de Sousa, amputando al Gran Sahel tres salas de proyección que albergaban un cineclub y el Festival de Cine para la Infancia y la Juventud (FIJEJ). Una situación paradójica en un país como Túnez, donde más de la mitad de sus 10 millones de habitantes tienen menos de 20 años y están escolarizados, “parabolizado” hasta el último rincón rural del territorio y en el que se “sataniza” a los islamistas y a los modernistas, pero que no ofrece –a su juventud, sobre todo– ninguna alternativa valiosa para establecer de forma duradera unos mecanismos culturales y artísticos de diálogo con el Otro, y por lo tanto, con uno mismo.