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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La vertiente económica del Proceso de Barcelona
Los países del Sur no han logrado avanzar en las reformas económicas y no han sido capaces de atraer nuevas inversiones del Norte.
Alejandro Lorca Corróns y Martin Jerch
Los geógrafos suelen admitir que existen tres Mediterráneos que estarían formados por tres zonas marítimas: la primera comprendería el mar de China y el mar de Japón, la segunda la zona del Caribe y la tercera, el mar Mediterráneo propiamente dicho. Estas tres zonas marítimas forman mares internos donde las comunicaciones son fáciles y eficientes. Hoy día estos tres mares forman las zonas limítrofes a los tres grandes centros industriales en el mundo: Japón, Estados Unidos y la Unión Europea (UE): los triones, como solemos llamarlos en el doctorado de Economía y Relaciones Internacionales (DERI).
Cada uno de estos triones está situado en un continente distinto ya que para sobrevivir económicamente necesitan espacio y estar en contacto con una frontera formada por un gran mercado compuesto de distintos Estados. La literatura económica ha bautizado estas relaciones con nombres peculiares. En el Mediterráneo asiático las relaciones económicas del trión con su periferia se las denomina “el modelo de las ocas voladoras”, nombre poético y muy japonés. Las inversiones desarrolladas en la zona son cuantiosas y la actividad económica intensa, habiendo crecido las rentas de manera significativa. En el Mediterráneo americano, las relaciones económicas se han dado en la frontera terrestre entre EE UU y México; la literatura económica llama a estas relaciones económicas “el modelo Maquila”.
De nuevo inversiones y crecimiento económico han sido significativos. Sin embargo, la literatura no ha dado ningún nombre a las relaciones económicas del trión europeo, la UE con su frontera sur, que ahora llama “vecinos”, ya que el vocablo frontera parece que separa. Más aún, las inversiones extranjeras directas (IED) que han atraído a los países terceros mediterráneos (países no pertenecientes a la UE) están muy por debajo de la media mundial: no llegan al 0,7% de su PIB, cuando en los otros mediterráneos están por encima del 3%. La literatura no ha bautizado con un nombre a estas relaciones económicas porque no han promovido crecimiento en los países árabes vecinos. ¿Por qué? Porque la IED no ha ido al Mediterráneo.
Porque el Mediterráneo no ha sido capaz de atraer esa inversión que precisaba para su desarrollo. ¿Fue la UE la que no tuvo interés en desarrollar a sus vecinos? Todo lo contrario, desde la firma del tratado de Roma, países como Francia e Italia mostraron un gran interés,polític y económico, por la zona. Posteriormente con la entrada de Grecia, Portugal y España, el interés por el Mediterráneo se incrementó. Esto no fue pura retórica política, se transformó en hechos y se mostró en los apoyos financieros de la UE, prueba de fuego para cualquier voluntad política: la inclusión en el presupuesto.
La política europea hacia el Magreb
La UE desarrolló entre 1960 y 1995 toda una serie de políticas de apoyo a la zona: asociaciones bilaterales, política global mediterránea, política mediterránea renovada, aprobadas por el Consejo Europeo para regular privilegios otorgados y ordenar el comercio con sus vecinos del Sur que, para algunos países como Marruecos, representa el 72% del total de su comercio exterior. La política de la UE en esta época está basada en lo que podríamos llamar el silogismo económico, es decir, en la creencia de que el desarrollo económico de su frontera sur frenaría la emigración, estabilizaría social y políticamente la zona, formando una clase media que terminaría por reclamar el poder político y, por tanto, iniciar la reforma política.
Primero, pues se abriría el sistema económico con el crecimiento y, posteriormente, se abriría el sistema político, democratizando sus instituciones. Si reflexionamos un poco vendría a ser el modelo español de transición. Un régimen dictatorial que pretende legitimarse con el crecimiento económico y que después de su desaparición daría paso a la transición a la democracia. La estrategia comunitaria impone un excesivo coste político y social para estos países. Lo que sucede es que la política internacional estaba dominada por el espíritu de la guerra fría.
Occidente no quería ninguna fuente de inestabilidad en el Mediterráneo, un mar que dominaba la VI Flota Americana, por tanto, la estrategia era mantener regímenes autoritarios pero favorables a Occidente en la orilla sur del Mediterráneo ayudando a su desarrollo económico y dejando para más tarde los cambios políticos que podrían introducir inestabilidad. La estrategia funcionó con algunos altibajos en Libia y Egipto, pero no hay duda de que la zona permaneció tranquila. El precio de esta política es que se mantuvieron en el poder regímenes autocráticos que no tuvieron la voluntad política para introducir las reformas económicas y políticas necesarias e integrar sus economías en el proceso de globalización que empezaba a nacer en el mundo. Todo cambio, y más aún económico, supone pérdida de poder para las elites.
Si no existe presión interna por parte de los actores sociales, como clase media, difícilmente se llevarán a cabo estas reformas por quienes sustentan el poder. La presión externa tan necesaria tampoco se dio por parte de la UE por miedo a que los cambios introducidos generasen inestabilidad en una zona que se necesitaba tranquila. La oposición a los regímenes autocráticos árabes durante la guerra fría era laica y con matiz marxista. Occidente no quería esta oposición en el poder.
La Declaración de Barcelona significa un cambio importante en el diálogo de la UE con sus vecinos. Es el comienzo de una nueva era en las relaciones con el Mediterráneo y está marcada por la etapa del fin de la guerra fría y la intensificación de las tensiones en el diálogo atlántico entre EE UU y la UE. La Declaración de Barcelona es una iniciativa italo-española, cuyo “padre conceptual” fue un equipo de diplomáticos españoles (Gabriel Busquets, Alvaro Iranzo) dirigidos por Miguel Ángel Moratinos. Es el principio del silogismo político, es decir, el diálogo que introduce los asuntos de política internacional entre las dos orillas del Mediterráneo.
La Declaración de Barcelona es un proceso, que como todos, tiene altibajos y necesita tiempo para madurar. Por tanto, se puede criticar, pero hay una cosa clara, si la Declaración de Barcelona no existiera habría que inventarla. Su mayor activo son las instituciones que se han creado, lo que permite que alrededor de diversas mesas de reunión los representantes de los países signatarios, entre ellos Israel y todos los árabes mediterráneos, a excepción de Libia, dialoguen. La Asamblea Parlamentaria Mediterránea es otro lugar de diálogo que puede ser de extraordinaria utilidad en el futuro para facilitar la resolución de problemas.
La Declaración de Barcelona tiene tres pilares. El económico, que se centra en la creación de un área de libre comercio entre todos los signatarios para 2010. Este objetivo es criticable ya que deja fuera la agricultura y no ofrece suficientes compensaciones al Sur. Una buena parte de estas críticas están fundamentadas, pero no hay que olvidar que la creación de esta zona modernizará la administración económica de los países del Sur, elevando su capacidad técnica a niveles europeos y creando la infraestructura necesaria para la intensificación de las relaciones económicas. Tampoco se puede olvidar que Barcelona es un proceso, por lo que hay que tener paciencia en los pasos que se den.
El segundo pilar es el político, quizá donde menos se ha avanzado, de lo que siempre se culpa al conflicto israelo- palestino, aunque en no pocas ocasiones éste es una mera excusa utilizada por los regímenes autoritarios del Sur para no realizar las reformas políticas internas necesarias. El tercer pilar es el cultural, donde se pretende abrir un diálogo sincero entre ambas orillas del Mediterráneo, para lo que se ha creado la Fundación Anna Lindh, con sede en Alejandría.
¿Por qué el Magreb no atrae las inversiones?
Pero ¿qué pasó con la IED después de la Declaración de Barcelona? La respuesta es que el Mediterráneo fue incapaz de atraerla. Dado que las ayudas públicas están disminuyendo en todo el mundo y que la globalización exige que las economías se integren en los circuitos internacionales, la IED se hace imprescindible para el desarrollo. Los países del sur del Mediterráneo tienen que sustituir la iniciativa pública que utilizaron en los años sesenta por la privada. Además, necesitan la nueva tecnología que acompaña a estas inversiones. Por tanto, es necesario reformar las estructuras económicas.
De nuevo, los gobiernos del Sur no lo hicieron en la última década y si lo hicieron, como Túnez y Marruecos, las reformas fueron muy tímidas. En realidad, como había pasado antes de la Declaración de Barcelona, no hubo voluntad política de cambio por parte de las elites gobernantes. Ahora la oposición a estos gobiernos ya no es marxista, sino islamista y con una ideología religiosa. La UE se pone nerviosa cuando oye la retórica política a esta oposición y las elites árabes en el poder saben explotar este nerviosismo transmitiendo en Bruselas el mensaje: “o yo o el caos islamista”. Con ese mensaje las elites dominantes han paralizado cualquier presión por parte de la UE hacia las reformas.
La presión interna sigue sin existir porque la elite y los regímenes autoritarios que apoya la UE han hecho imposible la existencia de una oposición, de sindicatos y organizaciones libres. Hay que reconocer que el proceso de reformas se inició en los años noventa, pero nunca se llegó a terminar; despertó la ilusión de la sociedad del sur del Mediterráneo, coincidiendo también con un cambio generacional en el poder, para terminar en una gran frustración a consecuencia de las promesas incumplidas. Es cierto que la región ha tenido crecimientos importantes en los dos últimos años, pero se han dado en unos pocos países (Túnez, Marruecos, Jordania). Es necesario que alcancen un crecimiento del 10% para que el mercado de trabajo pueda absorber el paro actual y las futuras entradas en el mercado de trabajo de una población joven. Por el momento los datos de los últimos años apenas superan el 5%.
Este ritmo del 10% no podrá conseguirse sin reformas. Más aún, la subida de los precios del petróleo va a retrasar las reformas ya que los gobiernos no resistirán la tentación de ralentizarlas y así evitar los costes y problemas que, sin duda, les produciría el avance hacia la democratización. La experiencia muestra que los gobiernos sólo llevan a cabo estas reformas cuando no tienen otra alternativa y se enfrentan a crisis profundas y largas. La financiación adicional que les ofrecen los altos precios del petróleo les dará la posibilidad de subsistir en una economía que no puede competir en los mercados globales. Y es precisamente en estos momentos de bonanza cuando se podría aprovechar para realizar las reformas y financiarlas con los ingresos extras del petróleo. En la cumbre de Barcelona (27 y 28 de noviembre de 2005) se ha aprobado una iniciativa franco-española para firmar un acuerdo de asociación “especial” con Marruecos.
La UE se ha decidido por una “política bilateral de geometría variable” con sus vecinos. Esta decisión es difícil de evaluar hasta que no se conozcan los términos del acuerdo. No obstante, podría convertirse en “un premio” compuesto de privilegios económicos y que estimularía a las elites a realizar las reformas. La UE tendría otra alternativa de la que se habla poco que es la apertura de diálogo con la oposición islamista en los países del sur del Mediterráneo. Partidos islamistas que en Turquía han demostrado la voluntad de reforma y las han llevado a cabo y están profundizando en ellas, muestran que el pensamiento islamista ha sufrido una metamorfosis importante en el mundo árabe, al aparecer un claro rechazo a la violencia y una defensa de la democracia.
Sin embargo, la UE ve dificultades en establecer contactos en países en los que estos partidos están prohibidos por las elites gobernantes. En Marruecos y Jordania, los partidos islamistas están representados en el Parlamento, con un amplio apoyo social. En muchas ocasiones, estos partidos son los grandes desconocidos en la UE, tanto en su línea de pensamiento como en el carácter de sus líderes, además sus portavoces no están habituados a dialogar con la prensa occidental, al contrario de las elites en el poder que tienen una larga experiencia y habilidad en la manipulación de los medios europeos.
Entre la opinión pública europea existe una confusión entre partidos islamistas –políticamente moderados, que defienden la democracia y aceptan sus reglas–, y el islamismo político violento, mal llamado por algunos “terrorismo yihadista”, rechazado tajantemente por los partidos islamistas y que hacen público este rechazo con frecuencia. Lo que sucede es que existen intereses en mantener la separación en estas dos actividades confusas. La cuestión es si la historia va a esperar a la decisión de reforma de las elites gobernantes del Sur sin problemas de estabilidad interna. La UE ha trabajado en favor de desarrollar en el sur del Mediterráneo una zona de paz y estabilidad y también, por qué no decirlo, para disminuir los flujos migratorios, pero por ahora ha fracasado; aunque se han conseguidos algunos objetivos.
Lo cierto es que las migraciones no han disminuido y la tensión social en el Sur es fuerte, aunque existe tranquilidad social, lograda con cierta represión. La culpa no es toda de la UE, es también en su mayoría de las elites gobernantes del Sur que no han hecho las reformas necesarias. Las revueltas de noviembre de Francia recuerdan que existe otra frontera entre “los que tienen y los que no”, una frontera de marginación que no existe tan sólo en Francia, sino en todos los países miembros de la UE con emigración, y que ésta se acerca al 10% de su población.
Está en el interior de la UE, en los barrios marginales de las ciudades, éstos son los vecinos, los conciudadanos que tienen nacionalidad europea, ya no son “vecinos políticos”, son vecinos reales. Esta frontera no puede tratarse en el Proceso de Barcelona porque es política nacional, pero está íntimamente relacionada con Barcelona. Estas dos fronteras van a interactuar y la UE tendrá que hacer frente a la interior con políticas nacionales decididas. Europa debe dialogar con el islam europeo y es de esperar que sea de forma sincera y rápida, porque si no los costes serán muy altos.