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Co-edition with Estudios de Política Exterior
El Proceso de Barcelona: las esperanzas del Sur
Hay que optar por una política mediterránea de proximidad para que el partenariado Norte-Sur sea más visible y accesible para las sociedades.
Aicha Belarbi, profesora e investigadora de la Universidad Mohamed V Souissi-Rabat, Marruecos
El conjunto geopolítico económico y cultural que constituye el Mediterráneo es muy antiguo. A lo largo de la historia, las dos orillas han mantenido unas relaciones a veces pacíficas y otras conflictivas. El centro y la periferia han experimentado cambios constantes. Hubo un tiempo en que Europa era la periferia del mundo árabe y del Mediterráneo (Samir Amin), pero desde la expansión de la economía capitalista, las posiciones se han invertido.
Las profundas mutaciones relacionadas con la posición estratégica de la región, desencadenadas por la globalización de las economías, la expansión de las tecnologías de la información y la extensión del proceso de democratización, si bien han reforzado las desigualdades entre las naciones y los grupos sociales y han aumentado la tendencia a la homogeneización de las culturas a la vez que han exacerbado las identidades, también han dado, por consiguiente, un mayor impulso a los países mediterráneos para situarse dentro del nuevo orden mundial, construyendo una estrategia de colaboración basada en el diálogo político, la cooperación económica y el intercambio entre culturas.
El Proceso de Barcelona iniciado en 1995 es la viva expresión de los vínculos históricos y políticos que han caracterizado ambas orillas del Mediterráneo. Se presenta como una política global tan necesaria para Europa como para los países del Sur. La nueva política de vecindad europea adoptada en 2003, la asamblea parlamentaria euromediterránea constituida en 2004, la Fundación Euromediterránea Anna Lindh para el Diálogo entre las Culturas y la plataforma no gubernamental euromediterránea para el foro civil, que celebró su primera reunión en abril de 2005 en Luxemburgo, son el testimonio de la estrecha cooperación Norte-Sur en diferentes ámbitos y expresan la consolidación institucional del proceso mediterráneo.
Esta iniciativa única y ambiciosa, pese a las dificultades que ha encontrado con la instauración lenta y laboriosa de dicha colaboración, a la vez compleja y multiforme, ha conseguido sentar las bases de un conjunto regional que en la actualidad representa un marco de cooperación real entre las dos orillas y que se consolida y adquiere un nuevo alcance tras la ampliación de la Unión Europea (UE).
Balance del Proceso
En efecto, los resultados obtenidos a lo largo de estos 10 años, aunque reciban apreciaciones de signo dispar, no son desdeñables. La firma de acuerdos de asociación con los diferentes países mediterráneos, las múltiples reuniones para negociarlos o ponerlos en marcha y la participación de alto nivel en las conferencias euromediterráneas anuales han permitido instaurar de forma progresiva un clima de confianza entre los gobiernos, las sociedades civiles y los sectores privados de ambas orillas. Asimismo, y pese a la persistencia del conflicto israelo- palestino y las distorsiones sufridas por el proceso de paz, el diálogo político se ha mantenido y las reuniones euromediterráneas a diferentes niveles han constituido, por un lado, una plataforma de intercambio, de información y de toma de posición sobre el proceso de paz y, por otro, han ejercido una presión sobre los países del Sur para poner en marcha el proceso de democratización de las instituciones, así como la protección y el respeto de los derechos humanos.
En el plano económico, la mayoría de los socios han lanzado programas de transición, iniciando reformas estructurales importantes para la inserción de sus economías en las de la UE, el fomento y desarrollo del sector privado y de las inversiones. El programa MEDA, pese a unos avances muy lentos y sus sucesivas reestructuraciones, ha contribuido en gran medida a ello. La cooperación cultural puede considerarse el pariente pobre del Proceso de Barcelona. Los programas puestos en marcha no podían responder a los resultados previstos, es decir instaurar un diálogo entre las culturas y promover la comprensión y el entendimiento entre los pueblos.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 han dado la vuelta a la situación, en especial con el aumento del racismo, la xenofobia y la intolerancia, y la multiplicación de amalgamas sin fundamento que, sin embargo, expresaban la falta de información e incluso el etnocentrismo que sigue reinando en gran parte de Europa. Sin embargo, transcurridos 10 años desde la puesta en marcha del Proceso de Barcelona, la división política, económica, social y cultural sigue siendo grande entre los países del norte y del sur del Mediterráneo. El despegue económico tan deseado ha quedado suspendido, el crecimiento sigue siendo insuficiente y la integración de los países del Sur está todavía en estado embrionario.
En primer lugar, el espíritu de colaboración no ha conducido a un diálogo franco y transparente sobre las cuestiones relativas a los derechos humanos y la democracia. Muchos países vinculados a Europa por acuerdos de asociación siguen violando los derechos de sus pueblos con el conocimiento del socio del Norte. La brecha económica entre el Norte y el Sur sigue siendo flagrante. Por ejemplo, el PIB del conjunto de países árabes, de los cuales casi la totalidad son miembros del Proceso de Barcelona (a excepción de los países del Golfo), alcanzaba en 1999 los 531.200 millones de dólares, menos que el de un país europeo como España (595.500 millones de dólares).
A nivel cultural, el analfabetismo sigue siendo una enorme plaga; 65 millones de analfabetos en la orilla Sur en 2001, de los cuales dos tercios eran mujeres. El acceso a Internet representa menos del 2% de la población y las subvenciones para la investigación no superan el 0,2%. El programa MEDA ha tropezado con numerosas dificultades a la hora de llevarse a la práctica. Aunque las sumas asignadas han sido muy importantes (3.450 millones de dólares para la programación 1995-99 y 5.350 millones de dólares para la de 2000-06), la parte desembolsada sólo representa 3.260 millones de dólares, tres cuartas partes para el periodo 2000-04.
Del mismo modo, se ha puesto el acento en la cuestión bilateral sobre todo, marginando la cooperación regional, lo cual ha constituido en parte un impedimento para la cooperación Sur-Sur. Esta situación ha incitado a muchos jóvenes a emigrar al exterior, a ver en Europa el ElDorado donde todas sus expectativas y aspiraciones van a hacerse realidad, pero donde se enfrentan a una amarga realidad: la expulsión para los irregulares, o su inserción en sectores de actividad donde a menudo se ven sometidos a trabajos que no corresponden con su formación, a unos sueldos bajos, e incluso a diversas formas de explotación que ni siquiera pueden denunciar por temor a ser objeto de condenas arbitrarias y de exclusión. La atracción y la recuperación de jóvenes con alta cualificación sigue siendo predominante. Europa necesita algunos especialistas en diferentes disciplinas y los encuentra plenamente preparados y disponibles en la región sur.
Revitalizar el Proceso, imperativo para sobrevivir
La necesidad de revitalizar el Proceso de Barcelona se convierte en un imperativo para la supervivencia de la región. Conscientes de la importancia estratégica de sus relaciones, los socios del Norte y Sur deben reforzar de forma decidida este proceso y consolidarlo en sus tres dimensiones, sin privilegiar el aspecto mercantil con la construcción de la zona de librecambio, como prevaleció en la primera cumbre de Barcelona, sino integrar la dimensión humana, cultural y de civilización como parte integrante de este proceso. Reforzar el diálogo político es una primera tarea que se impone en los próximos años.
Europa no puede seguir siendo el gran contribuidor en la construcción de Palestina sin participar firmemente junto con los dos bandos y los demás protagonistas en la construcción de la paz en la región. La cultura de la ocupación, de la expansión y del terror sigue causando estragos en esta parte oriental del Mediterráneo. Ponerle fin exige un diálogo multilateral, dinámico y activo que acerque los puntos de vista y desemboque en un resultado proyectado y solicitado, es decir, la creación de dos Estados vecinos (israelí y palestino), democráticos, donde reine el espíritu de tolerancia y de respeto.
La paz en la región depende asimismo de que se pueda acabar con la oleada de violencia en Irak centrándose en los motivos, que a menudo están relacionados con la ocupación y la explotación de los recursos de dicho país. Instaurar un diálogo permanente sobre las cuestiones relativas a la seguridad en la región, sobre todo en el ámbito de la lucha contra el terrorismo, este azote del siglo XXI del que no se libran ni los países del Norte ni los del Sur, es otra exigencia que requiere una cooperación reforzada con consultas frecuentes y proyectos apropiados para las dos orillas, y así eliminar de forma progresiva los focos de pobreza y lo que los alimentan. En el plano económico, hoy más que nunca es importante relanzar esta colaboración, ofreciendo las respuestas adecuadas a las múltiples preguntas que plantea la zona de librecambio en el marco de la creación de un espacio económico de prosperidad compartida, tal como estipula la Declaración de Barcelona.
La orientación adoptada por la política de vecindad es juiciosa, pero hay que darle los medios financieros y humanos necesarios y unos programas adecuados para responder a las expectativas de los pueblos de ambas orillas. La integración de la dimensión agrícola sigue siendo una prioridad para un buen número de países del Sur: se trata de establecer una gestión concertada del espacio agrícola mediterráneo y así permitir a los países de la región disfrutar de algunas ventajas para sacar un beneficio real del librecambio con la UE. El diálogo en sus dimensiones humana y cultural es la fórmula más eficaz para solucionar los conflictos y neutralizar las crisis que hacen estragos en algunas zonas del Mediterráneo.
El reforzamiento de la cooperación cultural en el espacio mediterráneo tenderá a intensificar en el futuro el tejido de relaciones entre las culturas y las civilizaciones de ambas orillas, reducirá las desigualdades que aumentan la división social y consolidará la solidaridad entre los pueblos. Reforzar los programas Euromed Juventud, Tempus y Erasmus debería considerarse una de las prioridades para una acción conjunta de entendimiento y comprensión dirigida a la nueva generación.
Al instituir un diálogo intercultural e interreligioso a través de la Fundación Anna Lindh para el Diálogo entre las Culturas y otras instituciones, el Proceso de Barcelona entrará en una nueva fase, ofreciendo los contenidos reales de las religiones monoteístas que a menudo son desviados de sus trayectorias por quienes quieren convertir la religión en un instrumento político. Es necesario dedicar especial atención a las mujeres de ambas orillas del Mediterráneo, tanto en los planes de acción de la política de vecindad como en la financiación de los proyectos o la participación en su elaboración.
La creación de un espacio de intercambio y de diálogo específico para las cuestiones relativas a la mujer ayudaría ciertamente a reducir los déficit de comunicación existentes entre ellas, a hacer desaparecer los estereotipos y los juicios de valor que se transmiten sobre unas y otras y a permitirles preparar unos programas comunes dirigidos a la promoción de la mujer y la consolidación de su condición, así como a atenuar el impacto del patriarcado que sigue existiendo en diferentes grados en los países de ambas orillas. Las mujeres del Mediterráneo no necesitan tutores: es urgente que participen en todos los niveles de dicho proceso, contribuyan de forma efectiva a su puesta en marcha y sean parte interesada de su evolución.
Idear una nueva política migratoria que no esté centrada sobre todo en el aspecto de la seguridad y la firma de unos acuerdos de readmisión es una necesidad imperiosa. Los gobiernos del Norte y del Sur están llamados a trabajar conjuntamente, a sumar sus esfuerzos para encontrar soluciones a estas corrientes de emigrantes que transitan por el Sur, y sobre todo el Magreb, para alcanzar Europa y a mostrarse plenamente vigilantes para preservar su integridad y su dignidad. Es necesario poner en marcha una política de integración adecuada de los emigrantes en las sociedades de acogida con la participación de la sociedad civil y de los implicados o sus representantes.
Diez años de vida del Proceso de Barcelona han reavivado la toma de conciencia de la existencia de un destino común que, desarrollado sobre el terreno, demuestra ser un proyecto elitista, patrimonio exclusivo de los gobiernos, de algunos grupos de la sociedad civil y de determinados círculos académicos. Por ello, y para que esta colaboración esté en sintonía con las expectativas y las aspiraciones de los pueblos del Mediterráneo, corresponde a los responsables políticos, los académicos, los medios de comunicación y la sociedad civil elaborar una política mediterránea de proximidad para hacer que esta colaboración sea más visible y accesible para las poblaciones del Norte y Sur.
De hecho, cuando éstas tengan los medios de hacerla suya, defenderla y, llegado el caso, criticarla, reforzarán sus posibilidades de arraigo y aumentarán sus oportunidades de éxito. Hay que realizar un esfuerzo colectivo, que incluya a todos los socios y todos los ámbitos, para percibir el Mediterráneo como un espacio de paz y estabilidad, un polo económico incipiente con enormes potenciales humanos y naturales, capaz de situar nuestra región en la escena internacional. Un espacio de intercambio, de comunicación y de diálogo entre las culturas, las religiones y las civilizaciones que, de este modo, derribe los muros y las fronteras que separan y, al mismo tiempo, señale los caminos que unen. Lo esencial es no encontrarnos en un callejón sin salida.