La prensa argelina, entre logros profesionales,presiones y errores deontológicos

Con una tirada de un millón de ejemplares diarios, Argelia presume de tener una prensa más plural que sus vecinos.

Youssef Zerarka, periodista argelino

Salvo un resurgimiento cuyo secreto tiene la escena político-mediática argelina, la prensa argelina vivirá el paso de 2005 a 2006 con uno de los suyos, el director de un organismo, en prisión. Por segundo año consecutivo, Mohamed Benchicu, una de las mejores plumas de la historia de la prensa argelina, se verá privado de una pasión a la que no ha dejado de entregarse desde el lanzamiento, en plena crisis argelina, del periódico Le Matin. Sometido al régimen penitenciario desde junio de 2004 y desposeído de apoyos desde el cierre su diario, este periodista de talento no tendrá la posibilidad de volver a examinar, como tiene por costumbre, el año que termina. Una cotidianidad jalonada de coacciones, éxitos y fracasos profesionales. Una prensa que, según las épocas, pasa de la esperanza al desencanto.

A pesar de ser un asunto entre tantos otros de la actualidad argelina, el “asunto Benchicu”, como se le denomina en Argelia, no es por ello menos emblemático de lo que ha vivido la prensa argelina. Desde cualquier ángulo que se aborde, constituye, evidentemente, una muestra destacada de los debates que no deja de suscitar. Una prensa a la imagen de otros sectores de la vida nacional con su parte de “luces” y “sombras”. Una suma de páginas gloriosas que tanto envidian numerosos profesionales del mundo árabe. Una prensa orgullosa de sus numerosas conquistas profesionales, de su resistencia frente a todo tipo de adversidades (violencia islamista, represión del poder, fragilidad económica), pero también –difícil ocultarlo– una prensa con sus errores, sus excesos y otras infracciones de las normas deontológicas.

Errores atribuidos tan pronto a la pasión desbordante de la juventud como a las presiones insostenibles que pesan sobre ella o a sus relaciones reales o supuestas con camarillas de naturaleza y obediencia diversas. En el momento de entrar en su decimosexto año, ¿qué cuadro presenta la prensa argelina? Una amplia cuestión cuyas múltiples respuestas varían según las parrillas de lectura y, aún más, según las partes encargadas de responderla. El perfil que esbozan los periodistas argelinos –o una parte de ellos– de su prensa y su ejercicio profesional, no es el mismo que trazan algunos países extranjeros y algunas de las ONG activas en el ámbito de la prensa.

Al haberse encontrado –por elección o arrastrada a su pesar– en el corazón de la crisis de los años ochenta, la “experiencia argelina” no se aprecia y observa de la misma manera según se sea oficial argelino, actor de la oposición radical o próximo al poder, periodista de la prensa privada o pública, colega extranjero del Magreb o de Europa. Las observaciones de unos no corresponden forzosamente con las realizadas por otros, mucho más matizadas.

Una prensa cada vez más numerosa

A menos que se esboce un cuadro injustamente reductor, es difícil realizar el menor de los inventarios sin empezar por el principio. Se trata de un perfil físico de esta prensa. Sin embargo, en menos de dos décadas ha conseguido, en un contexto político y de seguridad, casi clandestinamente, dotarse de una trayectoria singular. Una trayectoria que nadie, incluidos los precursores de la prensa argelina, se imaginaba en vísperas de las sangrientas rebeliones de octubre de 1988, primeros enfrentamientos entre el ejército y los argelinos desde la independencia del país el 5 de julio de 1962.

En el ocaso de 2005, basta recorrer las calles de Argel o navegar por los sitios web relacionados con Argelia para hacerse una idea de su magnitud. Entre diarios y semanarios, una multitud de publicaciones se expone en los quioscos o se muestra a la mínima demanda de los internautas interesados por Argelia. Desde el principio de la “aventura intelectual”, fórmula del primer ministro reformador Mulud Hamruch (1989-91) al que los argelinos deben el paso de la prensa única a la prensa plural, el paisaje mediático nacional ha visto el nacimiento de más de un centenar de cabeceras. Publicaciones de distinta periodicidad y contenidos: diarios, semanarios, mensuales, generales, especializados, de partido, etcétera.

Algunos –y son muy numerosos– no han resistido la prueba de los hechos. Han sido irremediablemente vencidos, víctimas los unos de un fracaso profesional, los otros de conflictos de interés entre socios o de los violentos ataques del poder. En este último registro se puede citar, según el orden cronológico de los hechos, el semanario La Nation y el diario Le Matin. El primero se extinguió en 1995, menos de cinco años después de su nacimiento. Lanzado por iniciativa de un grupo de periodistas entre los más profesionales del país, se inscribió desde su salida en una línea editorial ferozmente opuesta a las decisiones políticas y de seguridad posteriores a las legislativas de diciembre de 1991.

Su forma de tratar la actualidad le valió estar en el punto de mira de las autoridades que, por medio de subterfugios, le obligaron a cerrar el negocio. Más recientemente tuvo lugar, en el contexto que todo el mundo conoce, la muerte de Le Matin: la encarcelación de su director por “infringir la legislación de cambios”, seguida por la suspensión del periódico por no pagar sus deudas con la sociedad de impresión y la administración fiscal y, por fin, la puesta a la venta de sus locales por parte de esta última. Los motivos de esta ofensiva sin precedentes desde la “circular Hamruch”: derecho común, alegan las autoridades. Ajuste de cuentas político, replican la familia de la prensa y varias caras del paisaje político, que ven en ello el precio pagado por Le Matin por su línea mordaz contra la política del jefe de Estado.

Por el contrario, otros periódicos han conseguido poner rumbo hacia “la aventura intelectual” caminando a través de un recorrido sembrado de trampas. Es el caso de El Watan, uno de los más considerados en el extranjero; de Liberté; de Le Soir d’Algérie; Al Jabar (árabe); o La Tribune; títulos nacidos en un corto intervalo, entre septiembre de 1990, fecha de la entrada en vigor de la circular del primer ministro Hamruch y 1994. Otras experiencias logradas vieron la luz más tarde, como Le Quotidien d’Oran, periódico lanzado precisamente a finales de la primera mitad de los ochenta. Publicación regional, acabó por imponerse entre los primeros medios de comunicación del país. Entre todos los tipos juntos (diarios, periódicos, nacionales y locales), la prensa escrita argelina tiene en su haber nada menos que una tirada diaria media de un millón de ejemplares, con un índice de penetración –el más importante del Magreb– de 40 publicaciones por cada 1.000, según una reciente auditoría realizada por una sociedad francesa especializada y dedicada esencialmente a la prensa marroquí.

El volumen de tirada de la prensa árabe, desde el Atlántico al Golfo Pérsico, es impresionante. A falta de un organismo independiente de justificación de la difusión (OJD) como el que existe en Europa, la evaluación de la importancia de unos y otros supone un ejercicio delicado. Esta cuestión ha sido, desde siempre, un asunto polémico y de controversia entre los periódicos, al menos entre los más importantes. La tirada reivindicada por uno es inmediatamente discutida por otro y viceversa. Según los indicadores más generalmente citados, el diario en árabe Al Jabar está a la cabeza con una tirada que supera ampliamente los 400.000 ejemplares y roza incluso los 500.000, según algunos.

En segundo lugar se encuentra Le Quotidien d’Oran, seguido de Liberté y luego de El Watan y Le Soir d’Algérie. Estos cuatro diarios –los de mayor tirada– son también los más vendidos de entre las cabeceras francófonas. Sus tiradas podrían oscilar entre los 170.000 ejemplares para el primero y los 80.000 para el último, indicadores difíciles de confirmar en ausencia de una OJD.

De una prensa única a una plural

A parte de los indicadores físicos, ¿qué hay del contenido de esta prensa? ¿Es “la prensa más libre del mundo árabe”, según se define ella misma y según la imagen que envían también algunos observadores occidentales e incluso árabes? Esta cuestión, más que otras, suscita un debate en Argelia. Aunque los periodistas argelinos se atribuyen, por lo demás con razón, numerosos méritos, algunos de ellos consideran que la “experiencia argelina” no está exenta de todo reproche. La prensa argelina ha pasado, en un tiempo casi récord, del estatus de “prensa única” al de “prensa plural”, una metamorfosis indiscutible.

Las redacciones de 2005 no tienen nada que ver con las de antes de 1988; redacciones en las que los márgenes de libertad eran en cierto modo limitados, por no decir nulos. Bien se tratara de política, economía o cultura, o incluso de deporte, todo estaba sometido a las líneas rojas, más allá de cuyos límites la más mínima audacia se exponía a sanciones de los censores que velaban, no sin celo, por la “línea”. El advenimiento de la prensa privada marcó el fin de los años de plomo, esos tristes años durante los cuales la opinión pública, por todo material de redacción, tenía derecho a una única versión de la realidad: el “TVB” o “todo va bien”, por retomar la denominación humorística atribuida por la calle argelina en los años sesenta y setenta al diario El Moudjahid.

En la actualidad, las columnas de la prensa privada ofrecen un amplio abanico de temas, algunos de los cuales tratan cuestiones que en otro tiempo estaban marcadas con el sello de prohibido: ataques en regla contra los responsables, papel del ejército en la vida nacional, corrupción, errores y otros factores menos gloriosos de la lucha de liberación nacional. En vista del contenido que a lo largo del periodo 1990- 2005 se imprime en las páginas de la prensa privada, es como si la prensa argelina gozara de una libertad sin par bajo otros cielos árabes. Del jefe del Estado al jefe de empresa económica pasando por el primer ministro, los jefes del ejército, los ministros y los prefectos, nada escapa a los adeptos de la pluma mordaz.

Uno es criticado por sus “veleidades autoritarias”, otro por sus “decisiones injustas”, un tercero por su gusto desmesurado por la manipulación, un cuarto por su predilección por los negocios. “Es la prueba de que hacemos un periodismo libre, a contracorriente de ese otro conformista, que ejercen los medios de comunicación públicos”, claman algunos periodistas argelinos apoyándose en estos ejemplos. Juicio cierto pero sólo en parte, rectifican otros que no quieren precipitarse. Estos últimos ven en ello no tanto la manifestación de un periodismo virtuoso como los efectos de una situación engendrada por factores diversos: maniobras políticas, manipulaciones, mezcla de género entre prensa y mercantilismo, etcétera. En contra de la prensa argelina se puede citar también una excesiva politización.

Esta forma de hacer las cosas la ha implicado en la política mucho más allá del umbral convenido, en detrimento de su vocación natural. En muchas ocasiones, en los momentos más tensos de la vida política nacional, se ha apoderado de un papel que no era el suyo. “Un papel que lógicamente corresponde a los partidos políticos”, observa un periodista francés buen conocedor de Argelia. Por muy pertinentes que sean, estas observaciones no ocultan los méritos de la prensa argelina, una corporación de la que nadie recordará nunca lo suficiente el terrible precio en sangre que pagó durante años. Entre periodistas, fotógrafos, cámaras y personal de apoyo (agentes de prensa, administrativos y conductores), fueron asesinados más de 70 de los suyos.

En la historia de los sufrimientos periodísticos en el mundo, pocas corporaciones han sufrido tanto como la comunidad periodística argelina. Igual que los peligros físicos, la “década roja” también ha pesado sobre la trayectoria de esta prensa. Nada más ponerse en marcha, se encontró en el centro de una situación inédita de inseguridad y amenazas, con todo lo que ello conlleva de constricciones a su trabajo. Se ralentizó su impulso en el momento mismo en que se lanzaba a la “aventura intelectual”.

Y sólo por haber sobrevivido a los años de fuego merece una buena nota. Una especie de “hazaña” que no la dispensa de hacer periódicamente examen de conciencia, como suele hacer a merced de las crisis. Así podrá tender a la búsqueda de los objetivos que se marcó en 1990. Incluso si, no hace falta recordarlo, ejerce con este marco reglamentario y penal considerado represivo por los profesionales y en un ambiente político aún reacio a la idea de una apertura total del campo mediático.