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Co-edition with Estudios de Política Exterior
España en la prensa marroquí en árabe
Algunas noticias varían mucho de un periódico a otro, pero hay asuntos monolíticos, como la política exterior y las relaciones con España.
Pedro Rojo, arabista, dirige desde Rabat los boletines de prensa árabe de Al Fanar (www.boletin.org)
Las complicadas y rumiadas relaciones entre España y Marruecos viven cíclicos altibajos, unos más graves que otros, pero todos reflejados en sus medios de comunicación. El difícil entramado de poder, opaco y nada dado a la información directa que gobierna Marruecos hace más valioso el seguimiento de las señales que se lanzan, se filtran o directamente se imponen en prensa. Nada parece surgir por casualidad en las portadas de los periódicos, ni en las columnas de los articulistas. Tampoco parece aleatorio el silencio que rodea algunos asuntos antaño cruciales y que ahora no merecen atención.
Todos estos signos tienen que leerse dentro del peculiar sistema de información que rige en Marruecos, y la prensa árabe, como medio escrito más difundido. Es innegable que la presión sobre lo que se publica y se escribe desde Rabat y Casablanca ha disminuido con la llegada al trono de Mohamed VI en 1999. Ya sea una decisión calculada o un signo de los tiempos en los que la información ya no respeta muros ni censura gracias a Internet, la televisión por satélite y la información que envían los marroquíes residentes en el extranjero. El aumento de los contenidos críticos en la prensa árabe es un hecho sorprendente, pues esta mayor libertad no parece que vaya acompañada de una mayor democratización de los mecanismos de toma de poder, ni del desmantelamiento de un sistema jerárquico muy rígido, que en más de una ocasión no ha sabido tolerar críticas frontales, por lo que ha encarcelado a varios periodistas en estos años al amparo de la Ley Antiterrorista o el opresivo Código de Prensa.
Determinadas noticias varían mucho de un periódico a otro, pero hay algunos asuntos monolíticos, como la política exterior y, en concreto, las relaciones con España. La prensa marroquí se puede dividir en tres categorías: la oficialista, cuyo mejor exponente es Al Sahara al Magrebiya (El Sáhara Marroquí) que podría pasar por el boletín oficial de las actividades gubernamentales en general y reales en particular. En segundo lugar, la prensa de partidos, más moderada en sus críticas al poder desde que en 1998 Abderramán Yussufi, líder del opositor partido Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), accediera al gobierno que se llamó de Alternancia, en el que también participaron otros partidos que históricamente habían intentado hacer la labor de control a los excesos de la monarquía.
El tercer grupo lo compone la prensa independiente, en auge gracias a la libertad que poco a poco han horadado en el muro de las líneas rojas mediante la valentía de ir tensando algunos de los temas tabúes, como el presupuesto de la Casa Real, o denuncias en casos de derechos humanos, artículos que en algunos casos han supuesto el cierre de revistas y periódicos. A finales de 2000, el gobierno cerró de forma definitiva Demain, Le Journal y Al Sahifa, las tres revistas más críticas con el sistema, junto con Al Ayam. Pero las tres volvieron a salir. Más recientemente el caso del periodista Ali Lmrabet puso de nuevo en tela de juicio el progreso que a trompicones está viviendo la libertad de prensa al ser condenado en 2003 a cuatro años de cárcel (en la actualidad en libertad tras ser indultado) por ultraje al rey y el cierre de sus publicaciones Demain, en francés, y Doumane, en árabe.
Además de estos casos existen otros denunciados por Reporteros Sin Fronteras que hacen que todavía no se pueda hablar de total libertad de expresión en Marruecos. Pero hay asuntos como el que nos atañe de las relaciones con España, y la política exterior en general, en los que las diferencias son mínimas entre un tipo de prensa u otra, pues éste junto con la cuestión del Sáhara Occidental, o precisamente por eso, y la figura del rey, siguen siendo intocables.
La inmigración
Entre los asuntos nuevos que aparecen en los rotativos marroquíes hay un interés especial por España. Más allá de la relación puramente política ha aparecido otro filón informativo: la inmigración. En los últimos cuatro años, la imagen de España se ha concretado en el imaginario marroquí a través de reportajes en los que periodistas cruzan el estrecho de Gibraltar para contar cómo viven sus compatriotas inmigrantes. Se habla tanto de los que tienen permisos de residencia como de los que malviven con el miedo a ser expulsados. Con estos reportajes se ha levantado un pesado telón en el que se proyectaba lo idílico de esta vida transmitida por los que vuelven en verano con el coche lleno de regalos.
Ahora todo el mundo conoce las verdaderas condiciones en las que viven los inmigrantes marroquíes. Este tipo de información junto con las noticias de hundimientos de pateras que se cubren con rigurosa puntualidad, y las detenciones y posteriores deportaciones de los que logran llegar al otro lado, acercan la realidad del proceso migratorio a España a todos los que esperan su oportunidad de cruzar el Estrecho. Esta información, aunque limitada a un aspecto tan concreto, ayuda a ampliar el espectro de la imagen de España tan focalizada en la relación política y de una manera especialmente intensa durante la crisis bilateral que se vivió en el último mandato del ex presidente, José María Aznar.
Crisis en la cual la prensa desempeñó un papel destacado pues se rompieron las vías de comunicación diplomáticas habituales y muchos de los intercambios de información se llevaban a cabo desde ambos lados a través de los medios de comunicación (España desde la orilla sur. La relación hispano-marroquí: opiniones e ideas, Carla Fibla García- Sala, Icaria, Barcelona, 2005). Las directrices marcadas desde Palacio en este sentido son claras. Tomando como ejemplo el periódico Al Alam, del partido nacionalista conservador Istiqlal, se puede seguir la evolución de la postura alauí en el conflicto.
El 7 de mayo de 2002 publicó un duro editorial bajo el título “España acusada”; cuando la crisis ya había amainado, de nuevo en su editorial (29 de enero de 2003) hablaba más reposadamente de la importancia de mantener unas buenas relaciones con el vecino del Norte. Este ejemplo es uno de los muchos que hay de lo que fue una pauta clara y unificada, sin margen para análisis autocríticos. Con el cambio de gobierno español, las relaciones han cambiado y así su reflejo en la prensa marroquí. La diferente acogida de la personalidad de cada presidente español en los medios marroquíes es obvia.
De Aznar se llegó a decir que la crisis fue causada “por un hombre que no se sentía cómodo con los marroquíes, ni con los árabes, ni con los musulmanes”. Esta personalización de la crisis en la arrogancia y menosprecio en el trato a Marruecos de la figura del ex presidente limitó en la prensa la posibilidad del análisis de fondo de las cíclicas tensiones, y abordar los asuntos que se mantienen irresolutos.
La prensa marroquí desde la llegada de Zapatero
El mismo análisis se puede aplicar a las actuales relaciones pero desde el extremo opuesto. La “buena química” y el diálogo fluido que marcan las actuales relaciones (en el periódico independiente Al Sabah, del 24 de abril de 2004, se califica a José Luís Rodríguez Zapatero como “el hombre al que le gusta Marruecos”) parecen obviar análisis más críticos y profundos sobre las relaciones hispano-marroquíes. La normalización de las relaciones ha traído consigo también la marginación del papel protagonista que tuvo la prensa durante la crisis de Perejil, limitándose a seguir la actualidad sin ningún afán crítico. Este tono sosegado es especialmente sorprendente en tres aspectos concretos.
El primero es el asunto del Sáhara Occidental y las declaraciones, a veces contradictorias, de los máximos responsables del Ministerio de Asuntos Exteriores español. La fuerza con la que se implicó públicamente el gobierno Zapatero en sus inicios en el Sáhara parecía augurar un cambio sustancial, no sólo en la postura de España respecto al conflicto, sino en el conflicto en sí. Pero tras un año y medio, la cuestión del Sáhara a nivel diplomático ha vuelto a su ritmo cansino con el agravante, que aunque no se refleje en los medios se palpa en Marruecos, de la sensación de haber perdido una nueva oportunidad para desatascar el conflicto. Pero las alarmas no han saltado en la prensa marroquí como venía siendo costumbre hasta hace poco, ni siquiera con visitas como la del secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Bernardino León, a los campamentos de Tinduf en junio de 2005.
Tampoco los repetidos intentos de delegaciones políticas de viajar a El Aaiún para comprobar la situación de los derechos humanos han desatado la previsible campaña mediática contra las autoridades españolas por permitir este tipo de “provocaciones”. Y es que, al igual que pasa ahora respecto a los medios de comunicación españoles, parece que las autoridades marroquíes ya han asumido que el gobierno español no puede ni amordazar periodistas, ni impedir viajes de personas. El segundo silencio sorprendente se enmarca en septiembre de 2005 cuando numerosos emigrantes africanos intentaron entrar de forma masiva en Ceuta y Melilla. La espinosa situación de estas dos ciudades, acompañadas siempre en la prensa marroquí con calificativos como “ocupadas” o “usurpadas”, se sumó al problema de la inmigración y más de 10 muertos entre los emigrantes.
El hecho en sí de defender “las fronteras artificiales de las ciudades ocupadas” parecía que creaba un conflicto en sus términos. Pero no se utilizó el conflicto para pedir orquestadamente la devolución de las dos ciudades, se usó el lenguaje pertinente, e incluso se mantuvieron vigilantes, como el editorial del joven periódico independiente Al Nahar al Magrebiya (3 de octubre de 2005), que habla del “error del primer ministro” cuando Driss JettYettu dijo ante Zapatero en la última Reunión de Alto Nivel (octubre 2005): “Si algunos cientos de inmigrantes han asaltado en los últimos días Melilla y Ceuta, miles o decenas de miles están en las ciudades del norte y el sur del reino”. El editorialista apunta: “el primer ministro debería, por lo menos, controlar su lengua o calificar las ciudades con sus calificativos conocidos”. Éste es un ejemplo concreto en el que se puede apreciar claramente que no es que se haya bajado la guardia por parte de los periodistas marroquíes, sino que más bien se mantienen contenidos.
El tercer aspecto es la anunciada visita de Zapatero a Ceuta y Melilla. Si tal como se ha dicho la visita se lleva a cabo en enero de 2006, se tratará de un hecho histórico, puesto que ningún presidente de gobierno, ni el rey de España, han viajado nunca a las ciudades autónomas desde la transición. Ni siquiera Aznar se atrevió a viajar en calidad de presidente de gobierno y así romper el pacto no escrito acordado entre Rabat y Madrid, según el cual ningún jefe de Estado o de gobierno visitaría las delicadas ciudades africanas. Pero lo más sorprendente no es la visita en sí, sino la casi nula repercusión que ha tenido en la prensa marroquí. Apenas unas noticias breves en las que se reprocha que “la visita a las dos ciudades usurpadas es una afrenta a la confianza que ha depositado Marruecos en este hombre capaz de devolver las aguas al cauce de la buena vecindad” (Al Nahar al Magrebiya, 15 de noviembre de 2005).
Sin duda, durante la visita se publicarán artículos sobre la “afrenta” pero ¿por qué se ha reprimido a los columnistas que tan bien han demostrado saber atacar el espíritu colonizador de España? ¿Por qué se permite que el gobierno español atribuya todos los muertos en las vallas de Ceuta y Melilla a las fuerzas de seguridad marroquíes sin lanzar las afiladas plumas hispanófobas a escribir? ¿Por qué los responsables marroquíes ya no hacen ofendidas declaraciones a la prensa cuando cargos españoles hablan en público de visiones para el Sáhara contrarias a las que sostiene Rabat? ¿Es un resultado lógico de las buenas relaciones actuales o se ha acordado algo concreto al más alto nivel para que estos asuntos, antes motivo de alharacas y algarabías en los medios marroquíes, pasen discretamente por las páginas de los periódicos embutidos en un halo de optimismo en todo lo relativo a las relaciones hispano-marroquíes?