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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La pasión africana de China
Además de satisfacer sus necesidades energéticas, China quiere abrir mercados a sus multinacionales y extender su influencia política.
Xulio Ríos
Apesar de su lejanía geográfica y de la ausencia de rasgos culturales comunes, en los últimos años, China ha revalorizado de forma significativa su política africana. La promulgación el año pasado de su Libro Blanco sobre África, ha servido para confirmar que este continente constituye una de sus prioridades diplomáticas. Sus cartas de presentación no solo exhiben el éxito de su actual desarrollo sino que recuerdan su implicación en las luchas contra la colonización de algunos países, su militancia tercermundista y a favor del no alineamiento, y la defensa de principios como la no injerencia en los asuntos internos, referencias todas ellas muy valoradas por el conjunto de los países africanos, y que establecen un marco de respeto mutuo imposible de tener en su relación con las potencias occidentales.
China se presenta en África como el “gran hermano” de los países del Sur que anhela y postula un desarrollo compartido y el progreso mutuo. Para hacer creíble su diplomacia, argumentada como una opción alternativa a la promovida por los países occidentales, ha estructurado e institucionalizado diferentes medios de intervención privilegiando la dimensión económica, pero sin descuidar otros aspectos, como los relacionados con la cultura o la seguridad. Al final de la cumbre ChinaÁfrica celebrada en Pekín en noviembre de 2006, el presidente argelino Abdelaziz Buteflika señaló que China y África pueden establecer una asociación de nuevo tipo, mutuamente ventajosa, alejada de las consecuencias de la historia colonial y de una concepción paternalista de la ayuda al desarrollo.
La compatibilidad sino-africana es casi natural, reiteran los dirigentes chinos, destacando su necesidad de materias primas y la disponibilidad de capital, especialmente ahora que cuenta con el mayor volumen de reservas del planeta y con una sociedad estatal específica (la China Investment Corporation, recientemente creada) para gestionar esa cartera con claros fines no solo económicos sino también geoestratégicos. No todos creen en las buenas intenciones de China, pero su política gana adeptos entre quienes no se conforman con la perspectiva de un subdesarrollo crónico y la observan como la última oportunidad para facilitar el despegue económico del continente africano.
A pesar de ello, el presidente sudafricano, Tabo Mbeki, por ejemplo, ha apelado a la cautela en las relaciones con China para no caer en una nueva “relación colonial”. El peligro de afianzar una relación desigual basada en la exportación de materias primas a cambio de bienes manufacturados es una posibilidad real. Todos son conscientes de que la razón principal por la que China está interesada en África es su necesidad de materias primas, en especial de petróleo y gas, pero la imposibilidad de competir en determinados sectores (el textil, por ejemplo) supone una amenaza difícil de vencer ante el carácter masivo de su producción, que complica los esfuerzos de África por industrializarse.
A juzgar por la dimensión y envergadura de los medios empleados, China parece haber elegido a África como el continente donde hacer visibles sus capacidades de gran potencia y afirmar su expansión estratégica. Ese empeño se ve favorecido por su búsqueda de la seguridad energética, hoy una de sus principales preocupaciones. No obstante, además de satisfacer sus necesidades de aprovisionamiento, China anhela abrir mercados a sus multinacionales y extender su influencia política.
Las visitas al más alto nivel, las cumbres bilaterales y multilaterales, dan cuenta del aumento de la significación de la presencia china en el continente, donde recaba adhesiones importantes (el apoyo diplomático de los países africanos equivale al 25% de votos en Naciones Unidas) a sus estrategias globales. La diplomacia petrolera es la clave de la estrategia africana. Ello explica que conceda tanta importancia a países como Sudán, Angola o Nigeria, entre otros. Todos ellos ofrecen una valiosa oportunidad para diversificar sus fuentes de aprovisionamiento, si bien a cada caso aplica una estrategia específica en función de sus circunstancias concretas (apoyo político a Sudán, económico a Angola o de ambos tipos a Nigeria) y buscando no una rentabilidad inmediata sino concentrándose en las oportunidades que pudieran existir a más largo plazo.
En el Magreb
En el norte de África, China realiza fuertes apuestas. Empresarios marroquíes y chinos se han reunido en numerosos encuentros y las autoridades de ambos países estudian la creación de asociaciones en diferentes dominios, en particular en el sector industrial, con el fin de desarrollar las relaciones bilaterales. Después del Egipto de Naser, Marruecos fue el segundo país africano que reconoció diplomáticamente la Nueva China, circunstancia que en Pekín se recuerda y valora.
Por otra parte, China busca una posición y una base de producción en el sur del Mediterráneo que pueda servir de puente hacia Europa y Estados Unidos. Rabat quiere convencer a las autoridades chinas de que Marruecos posee todas las potencialidades y representa la mejor plataforma de la región. Su posición geográfica y la ausencia de restricciones de derechos aduaneros ni de cuotas, le permitiría a China aprovechar las ventajas derivadas de los acuerdos de libre comercio suscritos por Rabat. El reforzamiento de la posición de China en el Magreb pasa inexcusablemente por afianzar su relación con Marruecos, quien ofrece condiciones atractivas para facilitar inversiones y establecer fábricas que aliviarían la presión existente en materia de empleo y el descontento generado por la entrada masiva de productos chinos que ha provocado algunos conflictos y afectado a no pocas pequeñas y medianas empresas.
El crecimiento del comercio bilateral ha superado el 35% en los últimos cinco años, afirmándose como dominios de mayor potencialidad la pesca, la agricultura, el gas y el petróleo, además de la participación china en el desarrollo de infraestructuras de todo tipo. A mayores, a diferencia de Libia, que ha titubeado en sus relaciones con Taiwán consintiendo una escala técnica del líder de la isla Chen Shui-bian, en mayo del año pasado, las simpatías de Rabat y Pekín en orden a la unificación (Sáhara a un lado y Taiwán a otro) cimientan un entendimiento político que se ha visto reforzado con el apoyo sin fisuras de Hu Jintao al plan de autonomía sugerido por Rabat durante su visita de abril de 2006 y ahora con el desempeño del mando de la Minurso por un oficial del Ejército Popular de Liberación.
En dicha visita, Hu firmó acuerdos relacionados con la compra de fosfatos y en numerosas otras materias (desde el turismo, la cultura, la sanidad o la investigación científica). En 2002, Mohamed VI se convirtió en el primer rey de Marruecos que visitó China desde el establecimiento de relaciones diplomáticas. En cuanto a Argelia, en su última visita a este país, Hu Jintao señaló el interés de China por desarrollar la asociación estratégica entre ambos países y profundizar en la cooperación bilateral. La colaboración en infraestructuras, agricultura y recursos humanos es una realidad. Argel agradece las inversiones chinas en el país y su participación activa en la construcción de vías férreas, autopistas, edificios civiles y, por supuesto, la explotación petrolera.
La China State Construction and Engineering Corporation se lleva gran parte de los contratos de obra pública. Recientemente, la sociedad pública argelina de hidrocarburos Sonatrach recibía en los astilleros sino-japoneses de Nantong, China, su primer navío supertanque destinado al transporte de petróleo bruto.
Desafíos y expectativas
Hu Jintao ha dado un gran impulso a las relaciones sino-africanas. En tres años ha llevado a cabo tres giras por el continente. Solo en 2006 visitó 17 países africanos, convirtiéndose en el más visitante de todos los jefes de Estado y de gobierno del mundo. En sus giras, los líderes chinos llevan sus valijas llenas de acuerdos comerciales y promesas de donativos y préstamos preferenciales para crear empresas mixtas, desarrollar infraestructuras o la energía.
En la cumbre China-África de 2006, se fijó el objetivo de elevar el comercio bilateral a los 100.000 millones de dólares en 2010, lo que supondría más que duplicar el nivel de 2005 (39.700 millones de dólares). En 2006 ascendió a 55.400 millones de dólares. China se ha comprometido a doblar en 2009 la cantidad de ayuda al desarrollo, hoy con Japón a la cabeza en la zona. Y ha dejado exentos de derechos de aduana a casi 400 productos africanos. Préstamos preferenciales, ayudas a la exportación, cancelación de deuda, fondos especiales para que las empresas chinas (la mayor parte estatales) inviertan en África, constituyen piezas de su engranaje en el continente.
No obstante, su comercio es aún dos veces inferior al de Estados Unidos y tres veces al de la Unión Europea (UE) y está muy condicionado por el petróleo, que representa las dos terceras partes de sus compras, junto a minerales como cobre, cobalto…, además de madera o algodón. El mercado petrolero de África es marginal, pero no por ello menos importante (de cada ocho barriles que se producen en el mundo, solo uno procede de África y el continente tiene menos reservas que Arabia Saudí, concentradas en un 65% en Libia y Nigeria). Su importancia estratégica es grande, ya que su porcentaje de abastecimiento del primer consumidor mundial, EE UU, ronda el 20% (y quizás por ello Washington promueve la creación de un mando militar específico para el continente, iniciativa, por otra parte, bastante impopular).
Tres de los 10 más importantes suministradores americanos son africanos (entre ellos, Argelia). A China, el continente africano le proporciona más de la tercera parte de sus importaciones de petróleo, aumentando cada año en torno a un 30%, según fuentes del Banco Mundial (Angola representa la mitad de sus compras y ya va por delante de Arabia Saudí). La CNOOC (China National Offshore Oil Corporation) ha convertido África en un ámbito privilegiado de atención. La estrategia china, que es multidimensional, consiste en tomar posiciones en sectores poco atractivos, pero vitales en términos de desarrollo, ya sea la agricultura, la telefonía móvil o la renovación de refinerías, para obtener más tarde el acceso a la explotación de otros recursos como el petróleo, hoy muy dominado, en general, por las grandes compañías occidentales.
A la par, efectúa un reconocimiento de la identidad cultural del continente e invita regularmente a grupos y entidades de los países africanos a festivales culturales en China. Ese diálogo cultural incluye la apertura de Institutos Confucio y otras iniciativas, que se apoyan en una diáspora cada vez más numerosa y en la promoción de su propio turismo. No pocos consideran que la cooperación pragmática que China propone a África puede tener efectos desastrosos. En primer lugar, porque su inhibición en asuntos políticos internos puede derivar en retrocesos del Estado de Derecho en África, muy frágil en la mayor parte de los casos, y descuidar la preocupación por el buen gobierno promovida por los países occidentales.
En segundo lugar, porque puede afectar de forma grave a aquellas economías con un sector manufacturero muy vulnerable, incapaz de competir con la invasión de productos chinos de bajo coste. En tercer lugar, porque su inversión no siempre es sinónimo de creación de riqueza y rentabilidad ya que, incluso las infraestructuras que financia o ejecuta están ligadas a comunicaciones útiles para la extracción y transporte de materias primas y carecen de una visión global de la integración económica. En cuarto lugar, porque impone de facto una división entre países petroleros y no petroleros que dificulta la agenda de la integración política africana, que recibió un fuerte impulso en 2002 con la creación de la Unión Africana. Pekín rebate todos estos temores asegurando que son infundados y que los problemas existentes se resolverán basándose en el diálogo en pie de igualdad.
La dependencia de los recursos africanos ya plantea a China problemas nuevos como la seguridad de los empleados de sus empresas o sus comerciantes, víctimas de asesinatos (Etiopía), acciones guerrilleras (Sudán o Nigeria) o campañas de descrédito (Malawi). Unas 1.000 entidades están implantadas en el continente y sus nacionales podrían rondar las 100.000 personas, ampliando su presencia en países como Argelia o Marruecos, despertando sentimientos contradictorios en la población autóctona: esperanza por lo que supone de ayuda, pero temor a sus efectos. ¿Tiene China una agenda secreta o disimula una voluntad hegemónica? Al ritmo que van las cosas, pronto lo sabremos.