La agricultura, clave para la convergencia en el Mediterráneo

Los recursos, tanto los suelos y la biodiversidad como el agua, se han visto afectados por las dinámicas demográficas y económicas.

Sébastien Abis, Pierre Blanc

Desde hace algún tiempo, todo ocurre como si asistiéramos a un redescubrimiento de la agricultura: percibida antaño por muchos como un sector que pertenece al pasado, actualmente parece ser objeto de una atención cada vez mayor por parte de las instituciones internacionales, como el Banco Mundial, que hace de ella un imperativo de desarrollo y de una opinión pública más sensible que nunca a los desafíos alimentarios y medioambientales. Esta evolución consagra en realidad el trabajo de sensibilización llevado a cabo por los especialistas, que explican regularmente que la agricultura es estratégica para todas las sociedades, dado el vínculo complejo pero, sin embargo, directo que hay entre la granja y el tenedor.

Es lo que suele denominarse “sistema agroalimentario”, con el fin de explicar que todo –las alternativas de producción, los métodos de explotación, las normas comerciales, las campañas de comercialización, las prácticas alimentarias, la vigilancia ecológica, la ordenación del territorio y la situación sanitaria– es interdependiente. Hay que señalar que, actualmente, las coyunturas política y económica proporcionan la ocasión de examinar de nuevo la importancia vital de la agricultura. La Unión Europea (UE) prepara las reformas de su política agrícola común (PAC) y la ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se estanca porque las cuestiones agrícolas bloquean las negociaciones, mientras que los mercados financieros se disparan en torno a las materias primas y los precios de los alimentos están en alza. Por otra parte, este último punto es el que actualmente hace ineludible esta cuestión en las sociedades, mientras que, en los años noventa, quienes la implantaron fueron las crisis sanitarias.

En el Mediterráneo, las poblaciones parecen percibir mejor el carácter estratégico de la agricultura, ya que es un potente vector de identidad y, a la vez, una realidad económica y paisajística inevitable. Y la alimentación, acto final de cualquier recorrido agrícola, es un momento privilegiado en la vida diaria de las poblaciones mediterráneas, que sirve a la vez de tejido social y de elemento de la buena convivencia familiar. Ahora bien, con el rasero de las tendencias observadas desde finales del siglo XX, y a la vista de los cambios considerables que tienen lugar hoy en el mundo, la agricultura en el Mediterráneo no solo debe hacer frente a retos cada vez más delicados, sino que también debe responder a cuestiones determinantes para el futuro de la región en su totalidad.

Con este ánimo, el Centro de Altos Estudios Agronómicos del Mediterráneo (CIHEAM, siglas del francés) ha llevado a cabo un trabajo prospectivo para elaborar un panorama de la situación agrícola, alimentaria y rural en el Mediterráneo que permita identificar las acciones prioritarias que convendría llevar a cabo, entre los posibles escenarios que conciernen a la agricultura en el Mediterráneo para 2020, si se quiere elegir el que permitirá servir los intereses de la mayoría y de las generaciones futuras.

Dinámicas actuales

La zona mediterránea se caracteriza por el crecimiento demográfico en las orillas meridional y oriental, mientras que la población se estabiliza y envejece en el Norte. Este aumento global afecta a la demanda alimentaria (el Mediterráneo tendrá 530 millones de habitantes en 2020), tanto más si se tiene en cuenta que la urbanización conduce también a su aumento, así como a cambios en los hábitos de consumo.

Pero, si bien la población se urbaniza y se desplaza hacia el litoral (con los problemas de suministro de agua que eso plantea), el mundo rural no es abandonado, sobre todo en los países del sur y del este del Mediterráneo (PSEM), donde el aumento de la población rural y agrícola tiende a reducir la superficie agrícola media por explotación, lo que obliga a una diversificación de actividades en estas zonas y obstaculiza la capacidad de inversión y, en consecuencia, la capacidad productiva. Debido a que no se ha prestado una atención suficiente, los recursos –tanto los suelos y la biodiversidad, como el agua– se han visto afectados por las dinámicas demográficas y económicas. Los suelos se enfrentan al hormigón y a prácticas agrícolas erosivas, mientras que las explotaciones experimentan una parcelación territorial a voluntad de las herencias.

Presos ya de condiciones climáticas desfavorables, los países de la zona, sobre todo los PSEM, han visto también disminuir sus reservas de agua, a pesar de las grandes políticas de equipamientos hidráulicos. Así pues, el Mediterráneo concentra la mitad de la población del planeta con escasez de agua (menos de 1.000 metros cúbicos por habitante y año) y alrededor de 30 millones no tienen acceso al agua potable. En este contexto de gran precariedad hidráulica, el riego, que absorbe hasta un 80% de los recursos hidráulicos de algunos PSEM, está sometido a una gran presión, al aumentar las necesidades de agua potable y al pesar cada vez más las poblaciones urbanas en la política. Desde este punto de vista, la modernización del riego se presenta como una apuesta importante. Más en general, lo que debe consolidarse en la zona es toda una gestión de la demanda de agua, y en mayor medida si se tiene en cuenta que las previsiones climáticas hacen prever mayor irregularidad y aridez, al menos al sur y al este de la cuenca.

La fractura hidráulica y territorial en el Mediterráneo se acompaña también de una cierta fractura cognoscitiva y técnica. Las herramientas de investigación, los medios de formación y el acceso a las tecnologías del conocimiento se distribuyen de manera muy desequilibrada en el espacio mediterráneo y no parece que las diferencias vayan a superarse en el corto plazo. Este desequilibrio en el campo de la investigación y de la formación remite a una cuestión política, puesto que subraya en profundidad las diferencias en el apoyo de los Estados. La investigación y la formación no han sido objeto del mismo nivel de inversiones en el Norte que en el Sur, y esta diferencia afecta en mayor medida al sector agrícola.

En este sentido, si bien Europa ha implantado una política agraria común, con grandes refuerzos de las ayudas y de las orientaciones, los PSEM han tenido que cuestionar sus políticas agrarias (Egipto), hidráulicas y sociales (Túnez, Argelia, Turquía y Egipto, especialmente) ante la presión de los planes de ajuste estructural. Y este desequilibrio político no ha sido compensado con una mayor implicación de la sociedad civil en el desarrollo agrícola y rural. Sin embargo actualmente, en algunos PSEM, se advierte la aparición de nuevas organizaciones agrícolas y rurales (asociaciones de productores, de regantes, sindicatos) que pueden ser factores de cambio, a condición de que salgan de una cierta precariedad a menudo financiera y organizativa. Las fracturas territorial, hidráulica, demográfica, cognoscitiva y política tienen contrapartidas comerciales evidentes. Los PSEM se convirtieron en grandes importadores de productos agrícolas precisamente cuando tenían una balanza positiva, en los años sesenta. La UE es, con diferencia, su mayor proveedor y su principal salida.

En cambio, si bien la UE es importante para los PSEM, estos países tienen una escasa importancia para los europeos, tanto en sus exportaciones como importaciones. Así pues, el comercio euromediterráneo es profundamente asimétrico. Además, los PSEM se abren cada vez más al mercado mundial: dos tercios de sus suministros proceden de zonas extraeuropeas y la mitad de sus exportaciones se dirige fuera del mercado europeo. Así, solo el acceso al mercado agrícola mundial permite a estos países garantizar, no sin dificultades, la seguridad alimentaria para sus poblaciones. En cambio, la seguridad alimentaria cualitativa a menudo está en un estado lastimoso. En los PSEM se dan todavía muchas enfermedades de carácter alimentario (de origen microbiológico o nutricional) que supone un 55% de las muertes, sin contar con que la obesidad aumenta, en especial en el Magreb, donde estarían afectados un 20% de los menores de cinco años.

Esta obesidad refleja una evolución de los modos de vida que afecta más en general a las costumbres alimentarias mediterráneas. En efecto, la urbanización, el fin de la cohabitación familiar, el trabajo de la mujer y la ofensiva de las grandes distribuidoras tienden a hacer retroceder las prácticas alimentarias tradicionales en un momento en que, sin embargo, se reconocen a nivel internacional. Seguramente, detrás de este problema se perfilan importantes retos en lo relativo a la salud pública para los países del perímetro mediterráneo.

Escenarios posibles para el Mediterráneo

El informe Mediterra 2008, elaborado por el CIHEAM fruto de un trabajo que movilizó competencias multidisciplinares y a muchos expertos mediterráneos, definió cuatro grandes posibles escenarios para la agricultura del Mediterráneo, con vistas a 2020, que se describen aquí de manera muy breve. Un Mediterráneo sin convicciones es el primer supuesto que se podría calificar de tendencial, en el sentido de que prolonga en el tiempo las dinámicas actualmente en marcha. El medio ambiente se deteriora, las divisiones territoriales se endurecen y la producción agrícola se debilita, mientras que los hábitos de consumo se transforman y el crecimiento demográfico continúa.

Tal como ocurre con la economía en general, el sector agrícola mediterráneo se adapta difícilmente a las nuevas realidades, complejas y profundas, que la globalización de los intercambios provoca. Es hora de establecer corredores de librecambio agrícola entre la UE y algunos PSEM, sin que esté instaurado el armazón institucional capaz de encuadrar políticamente este proceso. Pero, los PSEM, ya afectados por contratiempos naturales exacerbados (falta de agua y pérdida de tierras agrícolas) ven estrecharse sus márgenes de exportación habida cuenta del desarrollo de la regularización sanitaria para comerciar. Por el contrario, la liberalización del comercio beneficiará considerablemente a las grandes industrias alimentarias europeas en los productos de los que los PSEM son deficitarios. La agricultura, cercada en los estrictos perímetros de la economía y la agronomía, sigue estando insuficientemente presente en los espacios de cooperación regional.

El segundo supuesto describe un Mediterráneo que concentra todas las tensiones que la globalización económica y la recomposición geopolítica generan. Aumenta la voracidad respecto a los recursos hídricos y al territorio, mientras que la seguridad alimentaria vuelve a ser estratégica en un contexto de encarecimiento de los productos agrícolas. El cambio climático pesa sobre la agricultura mediterránea: desertización de las tierras, sequías o inundaciones recurrentes, difusión de zoonosis… A eso se añaden una serie de factores que dificultan el desarrollo del Mediterráneo: desigualdades sociales exacerbadas, aumento de los comunitarismos, mayores movimientos migratorios, y un abismo creciente entre los espacios litorales globalizados y las zonas rurales pobres y aisladas. Ese paisaje mediterráneo no augura pues un futuro mejor para la cooperación regional. Mientras que en todo el mundo se organizan grandes polos regionales, Europa y el Mediterráneo optan por ignorarse.

Es el avance a trompicones del proyecto euromediterráneo. Con el fin de promover un modelo de desarrollo agroalimentario y rural más sostenible y responsable en el Mediterráneo, el estudio prospectivo del CIHEAM centró su atención en cinco medidas que podrían servir para modificar estos dos primeros supuestos. Por una parte, se trata de racionalizar la utilización de los recursos naturales (agua, suelos, biodiversidad), a la vez escasos y frágiles. Por otra, es importante promover la seguridad alimentaria cuantitativa y cualitativa. Esta tarea es considerable puesto que remite a la agricultura en sí misma, a la industria y también al comercio. Del mismo modo, los Estados son protagonistas esenciales de esta tarea, uno de cuyos objetivos es consolidar un modelo de consumo mediterráneo reconocido en el mundo que, al mismo tiempo, pueda ser un verdadero factor de identidad para el pueblo de la Cuenca.

Detrás de las producciones hay muchos productores cuya dificultad a menudo consiste en vender a precios rentables. Esto supone iniciativas organizativas pero también una asociación que agrupe a todos los personajes del sector, desde la producción hasta la distribución. Esta tercera medida de la estructuración de los sectores es tanto más importante cuanto que la globalización los expone a una competencia cada vez más fuerte. Pero favorecer los sectores de producción implica promover también los espacios que los sostienen. En territorios muy remotos o aislados, en los que la gama de actividades es pequeña, el desafío es más importante.

De forma más amplia, cuando las ciudades mediterráneas y las zonas costeras se saturan, los territorios rurales deben ser objeto de la mayor atención para prevenir un éxodo desestabilizador en el Sur o para acompañar armoniosamente un “ansia de campo” en el Norte. Por supuesto, estas cuatro medidas exigen que se refuercen recíprocamente las capacidades de formación e investigación en el sector agrícola y alimentario. En este ámbito, los PSEM tienen que llevar a cabo un esfuerzo aún más constante para subsanar, parcialmente al menos, la fractura cognoscitiva y tecnológica con la orilla norte. Pero en esta tarea, como en otras, la cooperación entre las dos orillas puede ser un factor evidente de confluencia. Aplicadas simultáneamente, estas medidas podrían desencadenar otros dos grandes escenarios sobre el futuro de la agricultura mediterránea. Un tercer supuesto, definido así por el CIHEAM, sería el de un Mediterráneo atomizado pero reactivo.

Según este supuesto, se desarrollaría la búsqueda de oportunidades de cooperación, con el objetivo de hacer frente a retos que se han convertido en demasiado globales como para pretender solucionarlos unilateralmente, o con el objetivo de asociarse en pequeños grupos, de forma que se maximicen los potenciales económicos, políticos o naturales. Es un futuro en el que el Mediterráneo se construye a la carta, a voluntad de las circunstancias y según lógicas políticas basadas en la primacía del interés bien entendido. Pero a pesar de las dinámicas esperanzadoras que pone en marcha, este supuesto es, sin embargo, apremiante en un sentido prospectivo, ya que reside sobre todo en lo reactivo. La diplomacia de circunstancias y las cooperaciones reforzadas tienen primacía. A pesar de una abundancia de buenas intenciones, traducidas de vez en cuando en resultados muy concretos, ese futuro no prevé ninguna integración en el Mediterráneo.

El resultado es que se corre el riesgo de que únicamente cuenten los espacios útiles globalizados, es decir, los centros urbanos de las ciudades costeras y los lugares turísticos. Así pues, es un futuro abierto a la concreción de varios Mediterráneos, complementarios unas veces y competitivos otras. Finalmente, puede dibujarse a medio plazo un cuarto supuesto, si nos preocupamos desde ahora en construirlo: el de un futuro de confianza, en el que Europa y el Mediterráneo apuestan por asociarse estratégicamente para no debilitarse por separado con el paso del tiempo. Y este supuesto de un Euromediterráneo reinventado se nutre de las fuentes de movilización que la región esconde, empezando por su potencial agroalimentario y territorial.

Una política agroalimentaria y medioambiental euromediterránea tendría por misión responder a los siguientes objetivos fundamentales: garantizar la independencia y la seguridad alimentaria de la zona euromediterránea, contribuir a la lucha contra el cambio climático, participar en la conservación del medio ambiente y de la biodiversidad y elaborar nuevos equilibrios socioeconómicos entre los territorios rurales y los mundos urbanos. Todo este contexto participaría en la proyección de la dieta mediterránea, que será objeto de una reapropiación por parte de los consumidores.

Gracias a este marco legislativo y político, inherente a una cooperación constante, se consolidaría un medio económico y organizativo, una asociación que animaría a las organizaciones de productores a estructurarse, a los transformadores a invertir y a los distribuidores a abastecerse en los territorios. Por otro lado, todas estas perspectivas combinadas permiten proponer un marco concreto para la cooperación regional entre Europa y el Mediterráneo, demostrando al mismo tiempo, con pruebas y hechos que conciernen a la vida diaria de los individuos, a la salud de las economías, al desarrollo de los territorios, a la seguridad alimentaria, en qué medida la cuestión agrícola da sentido al concepto de desarrollo sostenible.

Conclusión

En un momento en que parece haberse relanzado el debate político sobre el Mediterráneo, se debe plantear la problemática de la agricultura mediterránea como terreno propicio para concretar la solidaridad en la región. La seguridad alimentaria, la gestión sostenible de los recursos hídricos o el desarrollo responsable de los territorios rurales son pasos ciertamente estratégicos que convendría explorar, a través de la implantación de medidas federalistas capaces de influir en la vida cotidiana de las poblaciones.

Ahí está, en gran medida, el futuro de la convergencia o no de las dos orillas del Mediterráneo. A este respecto, el informe del CIHEAM no pretende predecir el futuro, sino simplemente proponer una reflexión transversal para poder construirlo y no sufrirlo. Esta ambición no tiene finalmente otro objetivo que el de plantear en nuevos términos la triple cuestión del futuro del Mediterráneo, su relación con Europa y el papel que la agricultura está en condiciones de desempeñar para articular estratégicamente estos dos conjuntos geográficos con un destino afín.