Argelia y sus relaciones con la Unión Europea

El comercio no es garantía para las relaciones Norte-Sur. Si hay que defender el espíritu de Barcelona, el partenariado debe basarse en la libre circulación de personas y en la transferencia de conocimiento.

ENTREVISTA con Abdelaziz Rahabi por Nourredine Azzouz

Antiguo embajador en España, ex ministro de Cultura y Comunicación (1998-1999), especialista en asuntos relacionados con el partenariado euromediterráneo y docente-investigador, Abdelaziz Rahabi hace balance del Proceso de Barcelona y da su punto de vista sobre el proyecto de Unión Mediterránea y las relaciones Norte/ Sur.

AFKAR/IDEAS: El partenariado euromediterráneo, también llamado Proceso de Barcelona, vio la luz en 1995. Trece años después, lo menos que puede decirse, desde este lado del Mediterráneo, es que falta mucho del entusiasmo que despertó al principio.

ABELAZIZ RAHABI: El Proceso de Barcelona nació en una coyuntura favorable, marcada por los acuerdos de Oslo, y representa el mayor éxito diplomático del ex presidente español, Felipe González, y de la nueva política árabe de España, formada por equilibrios sutiles entre un apoyo declarado a Yasir Arafat y un compromiso consecuente en la internacional socialista. Hay que reconocer a Barcelona el mérito de haber existido y haber evolucionado hasta el punto de que ahora todo el mundo habla de la necesidad de conceder nuevas oportunidades al Mediterráneo para convertirse en espacio de diálogo y acercamiento entre sus pueblos y culturas. Sin Barcelona, que se puso al frente de la dimensión económica en pro de unas relaciones globales entre Europa y el mundo árabe, no hablaríamos de la iniciativa francesa de Unión Mediterránea.

A/I: Sin embargo, no se ha renovado la relación entre las dos orillas contenida en el proyecto euromediterráneo, y la iniciativa de Unión Mediterránea emprendida por París parece sufrir los tropiezos del Proceso de Barcelona…

A.R: Barcelona no está exento de críticas. Para resumir, podría decirse que su mayor defecto reside en haber rezumado un mercantilismo al que los europeos no son ajenos en términos de responsabilidad y, en consecuencia, haber dejado de lado asuntos importantes, como la transferencia de conocimientos y la libre circulación de personas. Es cierto que contribuyó considerablemente a la implantación de medidas de confianza política entre los Estados implicados, y tímidamente a la modernización de las pequeñas y medianas empresas en el marco del programa MEDA. Sin embargo, aún queda mucho por hacer, pues la maquinaria administrativa de Bruselas es densa y los países del Sur sufren una falta grave de competencias a la hora de formular los asuntos que exigen los mecanismos de la UE. Para consolidar estos logros, el proyecto de Unión Mediterránea puede constituir un “Barcelona +”, cuyo futuro depende de los compromisos de cada una de las partes implicadas.

A/I: Argelia parece más vinculada al Proceso de Barcelona que al proyecto de Unión Mediterránea, con respecto al cual se muestra dubitativa. ¿Por qué?

A.R.: Sigue vinculada a Barcelona porque el perfil del proyecto francés aún no está claro. Además, esta iniciativa puede verse afectada por las divergencias de intereses en el seno de la UE y pagar los platos rotos de sus prioridades internas, como, por ejemplo, continuar defendiendo su nueva política de vecindad, hacia la que Argelia muestra grandes reservas. Desde esa perspectiva, para valorar mejor las propuestas francesas, creo que Argel quiere conocer la agenda de la presidencia gala, y así poder juzgar mejor la validez de la cita del próximo mes de julio. Dicho esto, es de esperar que, en lo sucesivo, los franceses formulen una serie de propuestas concretas, en particular sobre la energía nuclear para uso civil, las nuevas tecnologías, la cooperación y la transferencia de conocimiento… Según las declaraciones oficiales, el proyecto de Unión Mediterránea defenderá la misma necesidad que Barcelona: crear un espacio de prosperidad compartida, consolidar el diálogo político y reforzar los intercambios económicos.

A/I: Entonces, ¿por qué no quedarse con el Proceso de Barcelona?

A.R.: El proyecto de Unión Mediterránea introduce dos novedades: la colaboración en la lucha antiterrorista y la emigración clandestina y, sobre todo, una flexibilidad de mecanismos que otorga a los Estados miembros la libertad de sumarse o no a los proyectos propuestos. No impone límites, y aspira a superar –supongo– el problema que puede plantear a determinados países árabes la participación de Israel. Esos Estados serán libres de no participar en iniciativas multilaterales donde esté presente Israel. Del mismo modo que pueden no tomar parte en un proyecto porque simplemente no favorezca sus intereses. Es interesante como fórmula de geometría variable, pero, más allá de la fórmula, hay que dotar al proyecto de un marco, estructuras y medios.

Y ello conlleva el espinoso tema de la financiación. Los artífices del proyecto de Unión Mediterránea corren, efectivamente, el riesgo de encallarse en los estatutos del Banco Europeo de Inversiones (BEI), que no puede financiar proyectos dirigidos a los países del sur del Mediterráneo en condiciones concesionales. Ahora bien, sin unas tasas concesionales –entre el 1,5% y el 2% en 25 años, por ejemplo– no podemos emprender muchos proyectos. Si el día de mañana hay que plantearse la creación de un fondo para financiar estos proyectos, Alemania –cuya aportación se requerirá, por ser un gran contribuyente en el seno de la UE–, puede negarse a participar, consciente de que sus prioridades no están ahí, sino principalmente en Europa central. En cualquier caso, el tema de la financiación se planteará como uno de los más delicados de resolver, teniendo en cuenta que estamos al principio del proyecto…

A/I: Se cree que la cita de París, el verano que viene, no será sino una etapa de un largo recorrido. ¿De qué bazas se valdrá Argelia para procurarse un lugar?

A.R.: Para que goce de una buena acogida en el Sur, el proyecto de Unión Mediterránea debe ser concreto, dotarse de instrumentos comunes de representación, no solo oficial, sino también de la sociedad civil. Nuestros amigos españoles, que desempeñan un papel destacado en el partenariado euromediterráneo, se plantearían institucionalizar la Unión proponiendo la creación, en 2010, de una Comisión y de un Parlamento. Sin embargo, como usted dice, no será sino una etapa de un largo recorrido, durante el cual el capítulo institucional (cumbres de jefes de Estado y de ministros de Finanzas, agencias especializadas, observatorios…) deberá abordar audazmente los obstáculos que bloquean los grandes asuntos del Mediterráneo, el desarrollo y la paz. La ecuación es sencilla: sin desarrollo no hay paz, y viceversa. En ese marco, una de las bazas argelinas reside en el capítulo energético.

Argelia, que respeta todos sus contratos de suministro de energía a Europa, aporta un factor estructurante para la estabilidad del continente. Como tal, puede reivindicar el estatus de socio estratégico. Y lo mismo con la seguridad y la lucha contra la inmigración clandestina, un punto importante sobre el que debe relativizarse en gran medida la responsabilidad que se atribuye a Argelia. Y es que nosotros no somos proveedores de inmigración clandestina. La inmigración argelina en España, inferior a 50.000 personas, representa menos del 1,5% de la población extranjera global y apenas el 10% de la comunidad marroquí. Aunque la perjudique la onda expansiva del terrorismo de Argelia, para las autoridades argelinas sigue representando un capítulo importante de la cooperación con el extranjero. En este sentido, la parte europea debe tener en cuenta la importancia de las vertientes cultural y humana.

A/I: Según usted, el quid de la apuesta mediterránea reside en estas cuestiones.

A.R.: Inevitablemente, pues el capítulo comercial no es garantía de futuro para preservar y alimentar la relación entre el norte y el sur del Mediterráneo. Si hay que defender el espíritu de Barcelona, debe ser en el sentido de un partenariado equilibrado que, sin duda, se basaría en la libre circulación de capitales y mercancías, pero también de personas, en la transferencia de conocimientos del Norte al Sur. El acceso de los pueblos del sur del Mediterráneo a la modernidad en su idioma puede verse favorecido por la traducción y la colaboración científica y técnica. Reducir el partenariado euromediterráneo, a medio plazo, a su dimensión comercial es un riesgo. Tomemos el caso de Argelia, un Estado que dispone de medios de pago y contribuye al crecimiento de los países europeos importando cada año bienes de Europa por valor de casi 20.000 millones dólares.

No está obligada a hacer ahí las compras. Puede optar por los Emiratos, para administrar sus puertos; por Qatar o Kuwait, para desarrollar su mercado de la telefonía móvil; por Brasil o China, para proveerse de bienes de consumo y de equipo. De ahí que, como no haya iniciativas políticas acompañadas de instrumentos concretos para establecer un partenariado equilibrado con la orilla sur, el espíritu
euromediterráneo se verá absorbido por las convergencias que brinda la globalización.

A/I: El déficit democrático, el terrorismo, la inmigración ilegal… todo contribuye en gran medida a que los europeos lo vean todo bajo el prisma de la amenaza a la seguridad.

A.R.:No es por los atentados de Nueva York, Madrid y Londres por lo que hay que construirlo todo sobre la base
de la amenaza para la seguridad. No se erige una relación estratégica sobre los cimientos del miedo, y los
europeos cometen un grave error si creen que los 5+5 (incluida la versión defensa), el Proceso de Barcelona y la Unión Mediterránea pueden salir adelante sin que la esencia de sus relaciones radique en el ciudadano.
Deben darse a conocer, aprender a valorarse y ser de utilidad. ¿Por qué no iban a ayudarnos
a disponer de acceso gratuito a Internet en las escuelas y universidades? ¿Por qué no iban a ayudarnos a
traducir al árabe, idioma común entre nuestros jóvenes, su producción intelectual, técnica y científica? ¿Por qué no iban a esforzarse, cuando presentan el Sur en los libros de texto, por no demonizar a Oriente, como también nosotros debemos esforzarnos por no demonizar a Occidente? Me dirá que en España acaba de organizarse un encuentro internacional sobre el diálogo de civilizaciones. De acuerdo. Sin embargo, hay algo que relativiza el impacto de tal iniciativa, y es que inmediatamente se ha trasladado al más alto nivel, cuando aún no se han implantado los instrumentos prácticos que favorecen la comprensión entre los pueblos y el abandono de los antiguos malentendidos y los estereotipos.

A/I: Estados Unidos, con inquietudes distintas a las europeas, desea implicar a los países de la región en su lucha contra el terrorismo. A diferencia de otros Estados, Argelia rechaza su oferta de instalar en su territorio la sede del Africom. ¿Por qué?

A.R.: Aunque no conozco con exactitud la postura del gobierno argelino, sé que, a raíz de nuestra doctrina
de soberanía, Argelia no aceptará durante mucho más tiempo la presencia de bases extranjeras en su territorio. Sin embargo, no rechazará la colaboración internacional para hacer frente a un fenómeno que lo es por definición. Si otros países manifiestan su disponibilidad con respecto al Africom, es evidente que lo hacen con la segunda
intención de convertirse en aliados estratégicos de Washington. Dicho esto, no creo que haya que centrarse en el aspecto material de la sede del Africom: con las tecnologías de hoy en día, tanto da si se ubica en el sur de España, como en Marruecos o en otro lugar. Los americanos pueden seguir legítimamente desde Europa todo lo que ocurre en el Sahel. Creo que los argelinos deben evitar entrar en ese debate, atenerse a la doctrina en la materia e integrar en ella la dimensión de los hidrocarburos. Si el Africom se instala en Marruecos, tal vez sea porque Argelia se ha negado a acogerlo, pero también porque es su aliado tradicional y ello le acarreará grandes beneficios desde el punto de vista del apoyo norteamericano a sus tesis sobre el Sáhara occidental.