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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Inmigración asiática en el Magreb
En su mayoría chinos, los inmigrantes de origen asiático trabajan en el sector de la construcción y el comercio, ante cierto ‘recelo’ de la población local.
Baya Gacemi (Argelia), Karim Douichi (Marruecos)
Cuando se habla de inmigración en Argelia, se piensa sobre todo en esos nigerios, nigerianos, malienses, ghaneses y otros, que cruzan las fronteras meridionales del país y se quedan allí el tiempo de reunir dinero suficiente, desempeñando algunos pequeños trabajos, para poder proseguir su viaje hasta Europa, que sigue siendo su destino preferente. Mal vistos por la población, con frecuencia son víctimas de comportamientos racistas. Pero hay otra categoría de inmigrantes que es mucho más visible, y sobre todo más aceptada por la población, ya que tiene fama de seria y trabajadora; son los asiáticos.
Entre ellos se encuentran centenares de japoneses. Básicamente ejecutivos que están presentes, sobre todo, en la industria y en la importación de productos electrónicos. Son muy pocos como para incluirlos realmente en el panorama. A diferencia de su homólogo chino, el grupo japonés COOJAL, que se llevó el contrato de una parte de la autopista que atravesará Argelia de Este a Oeste, no exigió traer su propia mano de obra. Hay igualmente unos cuantos centenares de filipinos, presentes también en el comercio.
Son menos de mil, y en la calle se les suele confundir con los chinos. En cuanto a los indios, su número no sobrepasa los 700, según la embajada de India en Argel. Se encuentran sobre todo en las industrias petrolíferas, del gas, eléctricas y en la construcción de ferrocarriles. Su presencia es casi invisible, aunque en el registro de comercio están inscritas 25 empresas indias. En realidad, los chinos son los únicos asiáticos cuya presencia es realmente notable en Argelia.
Cuando en 1995, mientras todos los extranjeros huían de Argelia debido a los atentados terroristas, algunos argelinos afortunados vieron que se abría un restaurante chino en pleno centro de Argel, comprendieron que estaban frente a un negocio, en un proceso que iba a tener continuidad en el tiempo. Este restaurante, dirigido por una joven pareja venida de Shangai, en la que la mujer hablaba apenas algunas palabras de francés y el hombre solo se expresaba en inglés, fue el primero de una larga cadena. En efecto, justo después se abría otro restaurante chino, de gama alta, en un gran hotel de la ciudad. Luego fueron varios más en Argel y en otras grandes ciudades de Argelia.
En cuanto a los argelinos, veían este fenómeno más bien como una buena señal. En primer lugar, significaba que se podía seguir teniendo esperanza y que no todo estaba perdido, puesto que jóvenes extranjeros venían de muy lejos para instalarse entre ellos y emprendían actividades. Las cosas cambiaron mucho después y la presencia china en Argelia no se limita ya a algunos individuos. Se pueden contar por miles.
Pero, ¿se puede hablar realmente de inmigración? En realidad, después del periodo de relaciones puramente diplomáticas entre países “amigos” –incluso había una cátedra de lengua china en la Universidad de Argel–, en el que se veían sobre todo misiones médicas chinas populares por su acupuntura, a partir de los años noventa China comenzó a interesarse por el mercado argelino. De este modo, la empresa que construyó el hotel Sheraton de Argel, en 1998, es China State Construction and Engineering Corporation (CSCEC), la misma que está encargada actualmente de construir el estadio olímpico de Pekín para los juegos de 2008.
Desde entonces, ha tenido otros muchos negocios, incluidos un programa de 35.000 viviendas, el nuevo aeropuerto de Argel y una parte de la autopista Este-Oeste. Según Ling Jun, consejero de la embajada de la República Popular de China en Argel, actualmente hay entre 15.000 y 20.000 residentes chinos en Argelia (eran en torno a 8.000 en 2006) registrados en la embajada. Entre ellos, 15.000 llegaron por intermediación de empresas públicas, en el marco de contratos firmados entre los gobiernos chino y argelino.
En ese contexto, están forzosamente obligados a volver a su país, una vez terminado su trabajo. Por lo tanto, no se trata de inmigración en el verdadero sentido del término. Eso no impide que la presencia de los chinos sea muy visible. Realmente, deben de ser mucho más numerosos. Según Ling Jun, “es imposible saber su número real, porque la embajada solo se ocupa de los que vienen en el marco de intercambios económicos intergubernamentales”. Al llegar, se ven obligados a entregar sus pasaportes a su jefe, que se los devuelve una vez terminado su contrato y se encarga, además, de garantizar su vuelta a su país.
Otros, alrededor de 5.000, según Ling Jun, vienen por sí mismos y crean pequeñas empresas privadas en el sector de la construcción o en otros, y son conocidos por el personal de la embajada. Pero, según cifras extraoficiales basadas en las estadísticas de la policía nacional o del Centro Nacional del Registro Mercantil, otros vienen solamente para comerciar, e instalan tiendas o empresas de importación. Actualmente, hay 278 empresas chinas censadas. Esto las sitúa en tercera posición después de las francesas y las americanas, y trabajan sobre todo en el sector textil y de la ropa de confección, los sectores electrodoméstico y de la electrónica, e incluso en la agricultura. Es lo que explica que algunos chinos se hayan casado con argelinas y hayan preferido por tanto quedarse en Argelia una vez expirado su contrato de trabajo.
Entonces, su estatus cambia y ya no están registrados en la embajada. Ésta no sabe cuántos son, pero parece un número insignificante. Al principio, los argelinos, acostumbrados desde los años sesenta a ver gente de todas las nacionalidades y de todos los orígenes ocupar puestos directivos en las empresas con el pretexto de la cooperación técnica, se sorprendían mucho al ver a extranjeros encargados de tareas menos cualificadas. En realidad, las grandes empresas públicas chinas (alrededor de una treintena) que actualmente ejercen su actividad en Argelia, exigen tener su propia mano de obra, con el fin de garantizar una buena ejecución de su trabajo y, sobre todo, costes que desafían cualquier competencia.
La reputación de estos obreros o estos albañiles como trabajadores competentes y disciplinados se ha extendido rápidamente, hasta el punto de que son solicitados por particulares que desean efectuar trabajos de construcción o renovación en sus domicilios. Pero lo más asombroso es verlos fundirse cada vez más con la población argelina y dedicarse a las mismas actividades, como vendedores ambulantes no autorizados, por ejemplo. Cuando ven a la policía, hacen como los demás: se escapan.
La inmigración asiática en Marruecos: un fenómeno no tan nuevo
Los hábiles comerciantes de Deb Omar, auténtico pulmón económico de Casablanca y, en consecuencia, de Marruecos, no salen todavía de su asombro. En los primeros meses del año 2004, una ola amarilla se abatió repentinamente sobre su animadísimo barrio. Decenas de chinos, que no hablan ni árabe (lengua oficial de Marruecos) ni francés (lengua habitual), alquilan o compraban locales donde instalan galerías comerciales, surtidas de distintas mercancías que vienen directamente de Shangai, Shenzen o de Chengdu, y a precios que desafían cualquier competencia. Es el mismo fenómeno que se produce también en Agadir, Marraquech y Rabat.
Unos mini Chinatown aparecen aquí y allá en torno a algunos kissaryat (centros comerciales locales). Según las autoridades marroquíes, alrededor de 800 chinos han elegido instalarse en Marruecos estos últimos años, irrumpiendo en un entorno que tenía un desconocimiento total de estos asiáticos de “ojos rasgados”. Aunque su reputación de trabajadores incansables les había precedido ampliamente, desde su llegada al territorio marroquí los nuevos inmigrantes suscitaron mucha curiosidad, impregnada generalmente de recelo. “Los primeros días, no se sabía si la gente venía a observarlos a ellos o si eran ellos los que se interesaban más por su clientela” confiesa, medio celoso, medio inquieto, un viejo comerciante de Deb Omar. Es cierto que los almacenes chinos experimentaron tanta animación que no dejaron indiferente a nadie.
Por otra parte, la prensa sucumbió rápidamente al catastrofismo y vaticinaba el “peligro amarillo” que en adelante amenazaría el tejido económico marroquí. Otros periódicos locales no dudaron en ir más lejos, anunciando una reorganización en el norte de África de las temibles mafias chinas que aprovecharían la proximidad geográfica de Marruecos con Europa para asentar su negocio más allá del Mediterráneo…
Pero, aparte de estas primeras reacciones “sensacionalistas” de una prensa escasa de primicias, la permanencia de estos “nuevos inmigrantes” más bien tuvo buena aceptación. Lejos de encerrarse en guetos, los chinos de Marruecos optaron por vivir alejados de su lugar de trabajo, en distintos barrios de las ciudades, y fundiéndose prácticamente con el pueblo, ayudados en eso por una discreción casi legendaria y un absoluto respeto por las costumbres locales. La admiración que los marroquíes profesan hacia el milagro económico chino tampoco es ajena a esta fácil integración.
La posición política “tercermundista” y pro árabe de los dirigentes de la República Popular China influyó también en la actitud amistosa adoptada por la población marroquí hacia los recién llegados chinos. Dicho esto, no es la primera vez que los comerciantes de origen asiático se establecen en Marruecos. Un poco antes de la independencia y durante los años sesenta, decenas de comerciantes indios se instalaron en Casablanca, Tánger y Rabat, en donde abrieron tiendas de electrónica y de industria textil.
La población marroquí les aprecia por su savoir faire y por su seriedad. Al cabo de poco tiempo, algunos de ellos disfrutan de un lugar prestigioso entre la elite político- económica nacional, debido especialmente al aura de su madre-patria, India… Otros incluso obtienen la nacionalidad marroquí, algo prácticamente imposible para los otros inmigrantes originarios de los países árabes. En 1972, se instalaron en Marruecos otros asiáticos. Están detrás de la red vietnamita de restauración que se estableció en las grandes ciudades marroquíes.
Su historia es un poco extraña. Se trata de las mujeres e hijos de un centenar de soldados marroquíes que reclutaron las tropas vietnamitas en la guerra de Indochina, que enfrentó a Francia, entonces potencia colonizadora de Marruecos, con los ejércitos comunistas del Vietminh. Después de pasar varios años en granjas del Estado como agricultores, manifestaron el deseo de volver a Marruecos. Tras muchas gestiones ante la embajada de Marruecos en Pekín, consiguieron incorporarse a un país cuyas costumbres e historia la mayoría desconoce. La población marroquí percibe a estas “mujeres e hijos de marroquíes” como inmigrantes vietnamitas, ciertamente respetados e integrados, pero ignoran el drama que los ha conducido hasta un país que es el suyo.
¿Son una amenaza para la seguridad los inmigrantes clandestinos?
En la actualidad, aparte de la reciente y muy limitada inmigración “comercial” china, la inmigración asiática en Marruecos se limita a la sección de “Varios” de los periódicos. En 2002, 72 hinchas del equipo nacional paquistaní de criquet no regresan a su país y prefieren quedarse en Tánger, al acecho de una oportunidad para pasar a España. Este asunto pone en evidencia una verdadera red de inmigración clandestina cuyo eje es Dubai. Esta red tiene por objetivo hacer pasar a Europa, a través de Marruecos, a paquistaníes, esrilanqueses y a bengalíes.
Algunos, abandonados por los encargados de hacerles pasar la frontera, no llegan a su destino final. Luego vagan por las zonas fronterizas desprovistos de cualquier medio de subsistencia. Además, al tratarse de campesinos que generalmente no hablan ninguna lengua internacional, están de hecho fuera de la carrera para encontrar un trabajo. Las autoridades marroquíes vigilan más este tipo de inmigración por venir de regiones donde prospera Al Qaeda, el monstruo terrorista que en varias ocasiones ha amenazado al poder con atentados sangrientos.
Estos inmigrantes, la mayoría originarios de la península india, se encuentran entonces con que son rehenes de una situación internacional confusa, que los obliga a sobrevivir en condiciones difíciles, a la espera de un aleatorio “ábrete sésamo” hacia el Eldorado europeo.