Ibn Jaldún: lucha o unidad de los contrarios

Seis siglos después, este intelectual sigue suscitando debates y controversias sobre su vida, su obra, su pensamiento, su método, su aportación y su oportunidad.

Tahar Hammami, Universidad de Manuba. Túnez

Antes de nada hay que decir que la vida y la obra de Ibn Jaldún están estrechamente ligadas. Su vida social, pública y privada, constituían la base de su reflexión, una fuente esencial para la formación de sus ideas y la elaboración de su pensamiento. Además, este intelectual no dejaba de debatirse entre el conocimiento y la práctica política, y en repetidas ocasiones quiso poner fin a la segunda para evitar sus peligros y dedicarse al estudio, a la enseñanza y a la composición científica. Al-Ta’rif constituye una fuente única en su género, a pesar del grado de subjetividad que impregna todo escrito autobiográfico, a la hora de discutir la vida y obra de este hombre. Al-Ta’rif fue el origen, y desde el principio un anexo de los ‘Ibar.

El autor usó más de un título durante la composición de la obra. Hoy en día, Al-Ta’- rif (presentación) y Al-rihla (viaje) son los que aparecen por turno en las ediciones de esta biografía. Nosotros nos referimos a la edición Al-Tandji (Cairo 1951). Es cierto que éste es un tema ya trillado. Al presentar los hechos, nos interesamos por la dinámica de esta dialéctica entre el amor por la ciencia y el peso de los cargos políticos que en ocasiones aceptaba muy a su pesar. Nuestro objetivo es comprender mejor sus prácticas y sus tomas de posición, que algunos han tildado de oportunistas y “traidoras”. Ibn Jaldún ejerció su actividad política, según algunos, “con la moral de un oportunista, de un aprovechado cuyas tendencias son siempre inestables…”. Otros han llegado a hablar incluso de una “falta de patriotismo”. Juicios que no resisten una reflexión profunda basada en los datos de Ibn Jaldún y en los criterios de su época.

Ibn Jaldún en el Magreb

Wali al Din Abderrahman Ibn Muhammad (…) Ibn Jaldún, nació en Túnez el día 1 del mes de ramadán del año 732 (27 de mayo de 1332), en el seno de una familia árabe de Hadhramawt, Yemen, instalada desde el principio de la conquista musulmana en Sevilla, donde ejerció funciones administrativas y políticas y conoció las vicisitudes del poder. Abandonó esta ciudad justo antes de la “Reconquista” y regresó a Túnez, durante el reinado del Hafsid Abu Zakariya (625-47 / 1128- 49), para asentarse allí finalmente.

De joven, recibió una cultura tradicional y racional (naqliyya y ‘aqliyya) y asistió a las clases de los maestros más reputados de Túnez. Ansioso por aprender, sintió la tentación de abandonar su país natal para unirse a los sabios marinidas que llegaron con el sultán Abul Hasan durante la invasión marroquí. A partir de ese momento, Ibn Jaldún no paró quieto en un espacio geográfico que se extiende del Magreb al Mashreq, de España al Hiyaz. Las actividades más o menos relacionadas con la política fueron el campo principal de su práctica social y el factor determinante en su visión de la Historia, del Estado, del Poder y de los hombres, en resumen, en el conjunto de su reflexión sobre el ‘Umran. Estando todavía en Túnez, Abu Muhammad Ibn Tafrakin le confió en nombre del sultán Abu Isaac el cargo de la’alama (escribano público).

En cuanto pudo, el joven emprendió la fuga a Biskra, en el Magreb central, donde ofreció sus servicios a los marinidas. El sultán Abu ‘Inan lo llamó a la corte de Fez (755 / 135), donde formó parte sin gran entusiasmo de su secretariado (kitabatuh). Sin embargo, esto le permitió adquirir experiencia sobre los caprichos de la política y el precio de codearse con sultanes. El sultán, enfermo y acosado por la duda, lo encarceló durante dos años (758-759 / 1357-58). El ministro Al- Hassan Ibn ‘Umar le puso en libertad y le restituyó en el ejercicio de sus funciones al día siguiente de la muerte de su amo. Ibn Jaldún participó en los disturbios y en las sangrientas disputas en torno al trono que estallaron a continuación.

Ayudó al sultán Abu Salim, que había regresado de Al-Andalus, a recuperar su trono y a quitarse de encima al ministro Al-Hassan. Le pusieron al mando del secretariado de la cancillería (760 / 1359). Incluso llegó a componer panegíricos de la corte, sin duda alguna para consolidar su posición. Dos años más tarde dejó la cancillería para ocupar un cargo judicial (los madhalim). No sin dificultades, obtuvo una autorización para regresar a Granada (764 / 1362), donde fue bien recibido por el emir nazarí, Muhammad Ibn Al-Ahmar, y por su visir Ibn Al-Jatib, y pasó a formar parte de su círculo íntimo (maylisuh).

Incluso se le encargó una misión de mediación ante Pedro el Cruel, que le dispensó un caluroso recibimiento y le propuso quedarse en Sevilla, prometiéndole que le devolvería los bienes de sus antepasados. Al volver al Magreb central, su amigo de Bejaia, Abu-‘Abdallah Muhammad, que volvía a su reino, le recibió con grandes honores y le nombró hayib (chambelán), el cargo más importante del Estado, nombró visir a su hermano menor Yahya, y al mismo tiempo le eligió para la jataba y para enseñar en la mezquita de Al-Qasaba. Tras ser derrocado por su primo Abul- Abbas, emir de Constantina, Abu-‘Abdallah fue abandonado por sus súbditos, que sufrían las consecuencias de su política, considerada demasiado severa por Ibn Jaldún, y murió. Ibn Jaldún se negó a seguir luchando y a proclamar sultán a uno de los hijos menores de edad del difunto. Se puso al servicio del vencedor, al que saludó y “entregó su país” (767 / 1366).

A cambio, el nuevo sultán mantuvo todos sus privilegios (Ta’rif, 99). Ibn Jaldún, sintiéndose una vez más objeto de intrigas, prefirió retirarse a tiempo para refugiarse con los árabes dawawida, antes de emprender el camino a Biskra, donde estaban sus amigos Banu Muzni, mientras que su hermano Yahya fue arrestado. Eran sospechosos de esconder municiones y una fortuna, y su domicilio fue sometido a un registro (Ta’rif 99). Abu Hammu, sultán de Tlemcen, horrorizado por la muerte de su yerno el sultán de Bejaia, atacó la ciudad y propuso a Ibn Jaldún, en una carta del 17 de rayabdel año 769 (8 de marzo de 1368), asumir el cargo de hayib (Ta’rif, 101-102).

Ibn Jaldún justificó su actitud aduciendo que las cosas se estaban volviendo “ambiguas” y que rechazaba el nombramiento “para evitar sucumbir bajo el peso de sus atrocidades”, y como –decía– “ya estaba curado de la seducción de las dignidades (ghiwaiat al-rutab) y además había dejado demasiado de lado la ciencia, dejé de verme involucrado en los asuntos de los reyes y dediqué toda mi energía a la lectura (al-mutala’a) y a la enseñanza”, (Ta’rif, 103). Desde Biskra, donde intentó llevar la vida de un hombre de letras, intercambió una extensa correspondencia, en ocasiones poética, con su amigo Ibn Al-Jatib, que suplicaba a Dios que les salvara de la warta (Ta’rif, 122).

La marejada política en este periodo transitorio y tumultuoso no tardó en arrastrar al allama de nuevo. Pasó a estar al servicio de Abdalaziz, contra Abu Hammu, y le encomendaron una misión ante Riah y los dawawida. Tras regresar de nuevo a Biskra, prefirió retirarse para dedicarse al saber, antes de que se le encargase una nueva misión ante un grupo en cuyo seno se ocultaba uno de los enemigos del sultán Abdelaziz, tenido en muy alta estima por los reyes marinidas más eminentes porque había reforzado y rejuvenecido al Estado.

Ibn Jaldún le dedicó su Muqaddima. Entonces, Muhammad Al-Talbi vio en estos movimientos incesantes de Ibn Jaldún un intento infructuoso de construir a partir del polvo de las tribus una fuerza capaz de sostener un poder realmente fuerte. Al no encontrar caballo ganador en este contexto de los siglos VIII a XIV, los hechos trastornaban continuamente sus cálculos. Ibn Jaldún dejó Biskra para dirigirse a Tlemcen. De camino fue notificado de la muerte del sultán de Tlemcen y de la captura de la ciudad por su antiguo sultán, Abu Hammu, que instó a los bandidos a que saqueasen el convoy en el que viajaba. Tras ser bien recibido en Fez, se dedicó al estudio y a la enseñanza de la ciencia (qira’at il ‘ilm wa tadrish).

Fue arrestado y puesto otra vez en libertad, como siempre debido a intrigas basadas en sus actividades “sospechosas”. Se le ocurrió ir a Al-Andalus, donde deseaba “instalarse definitivamente, retirarse del mundo, y dedicarse al estudio de la ciencia” (Ta’rif, 226). Tras la muerte de su amigo Ibn Al-Jatib, estrangulado en la prisión de Fez tras su huída de Granada, Ibn Jaldún dejó Al-Andalus para instalarse con su familia en Tlemcen (776 / 1375) y retomar la “difusión de la ciencia” (bath th al’ilm) (Ta’rif, 227).

El sultán Abu Hammu, queriendo explotar de nuevo a Ibn Jaldún, que en ocasiones había estado de su lado y en ocasiones contra él, le encargó una misión ante los dawawida. Hizo como si la aceptase y puso rumbo a los awlad’Arif que le recibieron con los brazos abiertos e intervinieron ante el sultán de Tlemcen para que liberara a su familia. Le instalaron en la fortaleza de Ibn Salama, en Orania (Ta’rif, 228). Tranquilo, tuvo tiempo durante cuatro años (776-80 / 1375-9) para elaborar la Muqaddima. Deseando terminar su documentación y proseguir su trabajo, soñaba con volver a ver Túnez, donde fue objeto de un recibimiento excepcional por parte del sultán Hafsid (780 / 1378), que le abordó y le apremió para que acabase sus ‘Ibar.

Jaldún le ofreció el primer ejemplar, acompañado de un largo panegírico como dictaban las circunstancias (Ta’rif, 233-4). Llevó a cabo una labor de enseñanza extensa y que algunos encontraban subversiva. Este éxito y los favores causaron la envidia del célebre Ibn ‘Arafa, imán de la Gran Mezquita y jeque Al Futiya. Ibn Jaldún, para evitar lo peor, decidió abandonar el Occidente musulmán. El pretexto fue una peregrinación. Embarcó en un navío mercante con destino a Alejandría (784 / 1382).

Ibn Jaldún en el Mashreq

Cuando llegó a El Cairo, capital de los mamelucos, no disimuló su admiración. Le dedicó pasajes descriptivos en su autobiografía. Fue nombrado profesor en Al-Azhar y en poco tiempo ocupó el puesto de fiqh malaquita, antes de ser nombrado gran qadhimalaquita (786 / 1384). Como qadhi, Ibn Jaldún no dejaba de vanagloriarse, de imponer justicia y derecho y de poner freno a las tendencias caprichosas e ignorantes (Ta’rif, 257).

Ante los rencores que generó, prefirió dimitir para volver a la enseñanza, la lectura y la escritura, sobre todo tras perder a su familia (que venía a unirse a él) cerca de Alejandría. Ibn Jaldún realizó una peregrinación al Hiyaz. A su regreso, siguió retirado y se dedicó a la ciencia y a la enseñanza (789 / 1387). Desde Egipto envió un ejemplar de los ‘Ibar para uso de los estudiantes de la biblioteca de Yami’ Al Qarawiyyin (799 / 1397). Tras 14 años dedicados a la enseñanza, se le ofreció una vez más el puesto de qadhi.

Fue destituido y restituido en su puesto en repetidas ocasiones. Su último nombramiento fue en el sha’ban de 808 (enero-febrero de 1406), apenas unas semanas antes de su muerte, el 26 de ramadán de 808 (17 de marzo de 1406). Sin lugar a dudas el acontecimiento más memorable de esta estancia en el Oriente musulmán fue su encuentro con Tamerlán, que asedió Damasco tras conquistar Alepo. Ibn Jaldún acompañó a Al-Nasir Barquq, que iba a ayudar a Damasco, pero que se dio la vuelta por miedo a ser derrocado.

Abandonado por su sultán, Jaldún tuvo que negociar con el líder de los mongoles la rendición de la ciudad. Pasó 35 días con él, tras los cuales le agradeció a Dios el haber “escapado a los engranajes de la vida” (Ta’- rif, 381). Durante su estancia en Oriente, Ibn Jaldún conservó sus múltiples relaciones con el Occidente musulmán. Envió un ejemplar de sus ‘Ibar al sultán marinida Abu Faris. La fama de Ibn Jaldún se debe principalmente a su Muqaddima y a sus ‘Ibar. Hay citas de otras obras dominadas por una tendencia más bien teológica-filosófica tradicional y que él ni siquiera menciona en su Ta’rif.

“La eclosión del genio tiene lugar en el castillo de Ibn Salama, en el punto de fusión de las disciplinas tradicionales que habían contribuido a formar su espíritu, y del rico acopio de experiencias políticas que, mediante la amarga acumulación de fracasos y callejones sin salida, le hicieron tomar conciencia del sentido, del significado (‘Ibar) profundo de la historia (…) El banal faqihque después de todo podría haber sido Ibn Jaldún, se había convertido en un historiador brillante, incluso en el creador de algunas disciplinas que acabarían siendo unas de las más fructuosas de las humanidades modernas”. En esta cita, M. Talbi habla de sentido y de significado profundo para traducir ‘Ibar, que también significa lecciones aprendidas a través de acontecimientos importantes y de experiencias dolorosas.

La Muqaddima –obra maestra– contiene la visión jalduniana de la Historia, basada en una crítica de los historiadores del pasado y con una tendencia a descubrir las verdaderas leyes que rigen, según él, la evolución, y explican el auge y la caída de los Estados, de los imperios y de las civilizaciones. Una “nueva ciencia” (‘Ilm mustanbat alnash’a) vio la luz, la del ‘Umran. A Ibn Jaldún le debemos la elaboración de unos cuantos conceptos operativos nuevos, como ‘umran y ‘asabiyya. [Dicha ciencia] tiene por objeto la civilización humana (al-‘umran al bashari) y el conjunto de los hechos sociales. La Muqaddima, al presentar esta aportación de tipo epistemológico, es considerada por algunos una “introducción al oficio de historiador”.

En cuanto a kitab al-‘Ibar, se le reprocha generalmente el no haber cumplido las promesas de la Muqaddima, a pesar de seguir siendo “una incomparable herramienta de trabajo”, especialmente para los dos siglos más cercanos a nuestro autor, los siglos XIII y XIV. Sin embargo, se puede perdonar a Ibn Jaldún si se tienen en cuenta los límites objetivos a los que se enfrenta un hombre que aspira a escribir él solo una Historia Universal. La vida y la obra de Ibn Jaldún están estrechamente ligadas.

La obra fue el fruto de una vida rica en acontecimientos y experiencias. La vida fue una oscilación permanente entre conocimiento y acción, sabiduría y política, dos polos de atracción que eran la base de otros dos: el embarque y el desembarque. El intelectual fue repetidamente maltratado, saqueado e incluso desvalijado por bandidos. Los valores y los ideales fueron ridiculizados ante sus ojos, hiriendo su orgullo. ¿Llegó Ibn Jaldún a comprender que solo una conducta pragmática o incluso “oportunista” –en este contexto caótico– podía mantenerle a salvo para salvaguardar lo esencial, es decir, acabar su obra y cumplir su misión como sabio?

Después de seis siglos, Ibn Jaldún no deja de suscitar debates y controversias sobre su vida, su obra, su pensamiento, su método, su aportación y su oportunidad. Creemos que su vida es un ejemplo vivo de la conducta de un intelectual de ese calibre inmerso de lleno en las turbulencias de unos siglos transitorios y tumultuosos de la historia árabe-musulmana, frente a otro mundo en plena transformación que dará paso al Renacimiento. Despertó el interés de turcos otomanos y europeos, sobre todo franceses, a partir del siglo XVII. A ellos les corresponde el mérito de haber empezado a editar, a traducir y a estudiar su obra.