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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Entre la percepción y la política: las relaciones de Estados Unidos con el mundo islámico
La forma de percibir una política es clave en las relaciones, como lo demuestra el caso de americanos y musulmanes.
Lawrence Pintak, director del Centro Adham para el Periodismo Electrónico, Universidad Americana de El Cairo
Durante un viaje relámpago por Asia en otoño de 2003, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se reunió con líderes musulmanes indonesios en la isla de Bali. Al terminar, Bush se dirigió a sus asistentes y expresó su asombro por que sus anfitriones parecieran creer que los americanos veían a todos los musulmanes como terroristas. “Le inquietó igualmente”, informaba The New York Times, “oír que EE UU era tan pro-israelí que no le interesaba la creación de un Estado palestino que conviva con Israel, a pesar de las frecuentes declaraciones que él ha hecho pidiendo exactamente eso” (Sanger, David. “On High-Speed Trip, Bush Glimpses a Perception Gap.” The New York Times, 25 de octubre de 2003).
Era un momento que reflejaba la enorme brecha en la visión del mundo, en la percepción y en la comunicación que ha alimentado el ascenso del antiamericanismo en la etapa posterior al 11 de septiembre de 2001. El encuentro no fue tan revelador por que los musulmanes indonesios pensaran de esa manera, sino porque esto sorprendiera a Bush. Él creía de verdad que sus políticas eran justas y equilibradas; la idea de que otros pudieran percibir las cosas de diferente manera no parecía entrarle en la cabeza. De vuelta a EE UU, en el Air Force One, Bush dijo a los periodistas que había intentado explicar a los indonesios que su política en Oriente Próximo no era antimusulmana, pero “realmente no había tenido tiempo para pasar de ahí”. EE UU había perdido otra batalla en la guerra de las ideas.
Oportunidades perdidas
Hay dos tragedias en el 11-S: la muerte de más de 3.000 seres humanos inocentes ese mismo día, y haber desperdiciado en los meses y años siguientes una oportunidad única, lo cual contribuyó a la pérdida de incontables vidas adicionales. Nunca en tiempos modernos se había sentido tanta simpatía hacia EE UU en el mundo islámico. Aparte de las celebraciones relativamente aisladas por el dolor americano y de un cierto grado de satisfacción silenciosa entre los musulmanes corrientes por que se hubiese demostrado que EE UU era vulnerable, la mayoría del mundo islámico condenó los atentados.
Los musulmanes “moderados” reconocieron asimismo que las fuerzas extremistas suponían también una amenaza para ellos. “Condenamos inequívocamente los actos de terrorismo internacional en todas sus formas y manifestaciones, incluido el terrorismo de Estado, independientemente de cuáles sean los motivos, los perpetradores y las víctimas”, declaró la Organización de la Conferencia Islámica tras los atentados (Declaración de Kuala Lumpur sobre terrorismo internacional, 3 de abril de 2002).
Meses después de la masacre, EE UU había perdido la oportunidad de construir una nueva relación con el mundo musulmán. Por el contrario, el país empezó a deslizarse por una pendiente que sistemáticamente alejaba a los musulmanes afines y caía en el juego de los extremistas al desencadenar el “choque de civilizaciones” al que aspiraban desde hacía tiempo los “Bin Laden” del mundo. Lo que en el fondo era una guerra entre las fuerzas de la moderación y las del extremismo por el alma del islam, se transformó pronto en un enfrentamiento entre los musulmanes del mundo y EE UU. Empezando por su improvisado comentario sobre la “cruzada” contra el terrorismo, Bush presidió una serie de declaraciones y acciones políticas que a muchos en todo el mundo les parecieron antimusulmanas, pro-israelíes e imperialistas. Como consecuencia directa, la tasa de aceptación de EE UU en el mundo musulmán es hoy esencialmente nula. Ni siquiera podemos comprar amigos.
En ningún sitio son los americanos más impopulares que en Egipto, el segundo mayor receptor de ayuda americana. El drástico giro dado por el entonces primer ministro malaisio, Mahathir Mohamed, fue emblemático del alejamiento de los posibles aliados musulmanes. Mahathir, uno de los más francos partidarios de EE UU en el mundo musulmán en los meses posteriores al 11-S, acusaba a comienzos de 2003 a Washington de intentar “superar en terror a los terroristas” (Liu, Melinda, “The Mahathir Mystique”, Newsweek, nº 32). Otro legado de este alejamiento es el cambio de actitudes hacia los americanos como individuos. Cualquier americano que haya visitado el mundo musulmán en las últimas décadas tiene su propia versión de la anécdota del taxista, el botones o el camarero que dice: “¿es usted americano? Me encantan los americanos. Pero dígale a su presidente que se vaya al infierno”.
Antes existía una clara distinción entre la política y el pueblo americanos. Ya no. Todavía en 2002 más del 50% de los jordanos decía tener una opinión favorable del pueblo americano, pero no del gobierno de EE UU. En 2004 ese porcentaje se había reducido al 21%. Al preguntarles qué era lo mejor de EE UU, la mayoría de los saudíes respondía “nada”. ¿Y lo peor? La tendencia a “asesinar árabes” era la respuesta más común en toda la región (Doherty, Carroll, “Mistrust of Americans in Europe Ever Higher”, Pew Global Attitudes Project, editado por Andrew Kohut, Washington, D.C., Pew Research Center for the People and the Press, 2004). La buena voluntad hacia EE UU había desaparecido como un espejismo en el desierto.
Y la mayoría de los americanos sigue sin entender por qué. “¿Cómo respondo cuando veo que en algunos países islámicos existe un odio visceral cont r a EE UU?”, preguntaba Bush retóricamente en una rueda de prensa televisada en hora de máxima audiencia poco después del 11-S. “Os diré cómo: me asombra. Me asombra que se comprenda tan mal cómo es nuestro país”. El mundo musulmán también estaba asombrado; asombrado de que los americanos se muestren, según lo perciben ellos, tan ciegos ante algo tan evidente. Obsérvese que he usado repetidamente la palabra “percibir”. Es la clave para entender la relación entre EE UU y el mundo musulmán. Aquí no se trata de la política per se. No se examinan las virtudes y los defectos de la invasión de Irak, del respaldo americano a Israel o de su relación con la familia saudí. Más bien se trata de cómo las percepciones de la política han teñido la relación; porque la forma de percibir una política puede a veces ser tan importante como la política en sí. Y Osama bin Laden lo sabía instintivamente.
La renovación urbana en la ‘Aldea Global’
Cómo puede un hombre encerrado en una cueva comunicarse mejor que la principal sociedad de las comunicaciones del mundo?”, preguntaba el ex embajador de Naciones Unidas, Richard Holbrooke, después del 11-S (“The 9/11 Commission Report: Final Report of the National Commission on Terrorist Attacks Upon the United States”, Nueva York, W.W. Norton & Co., 2004). La respuesta fue clara: Al Jazeera. Bin Laden era un personaje carismático que irrumpió en el escenario mundial en un momento histórico inigualable. Los americanos oían en sus mensajes la rimbombancia de un maniaco asesino; porque, desde su perspectiva, el hombre responsable del 11-S difícilmente podía ser más que eso.
Pero, por muy horrorizados que estuvieran por sus actos, muchos árabes y musulmanes oían a alguien que por fin le cantaba las verdades al poder. Elegir el momento oportuno lo es todo. Los medios controlados del mundo árabe habían sofocado durante mucho tiempo esas ideas disidentes. Con el lanzamiento de Al Jazeera, la primera cadena de televisión internacional, en buena medida independiente, de Oriente Próximo, se retiró la mordaza y Bin Laden dispuso de su púlpito intimidatorio. En la década de los sesenta, el profeta de los medios de comunicación, Marshall McLuhan, declaró que “la nueva interdependencia electrónica recrea el mundo a imagen de una Aldea Global” (McLuhan, Marshall, y Quentin Fiore, The Medium Is the Message, Nueva York, Random House, 1967).
En los primeros años del nuevo siglo, la renovación urbana había llegado a la Aldea Global. Ya no todo el mundo se reunía en torno al mismo hogar electrónico. Por el contrario, una serie de centros de comunicación sustituyó a la esfera pública mundial, y las audiencias internacionales se dirigieron a las distribuidoras que reforzaban su propia opinión del mundo, de la misma forma que las audiencias americanas cada vez más fragmentadas se pasaban a fuentes –como Fox News o The Daily Show– afines a su propio programa ideológico. Y lo que fue más esencial, la televisión regional por satélite e Internet significaron que el mundo en desarrollo podía descartar la versión mundial durante tanto tiempo proporcionada por Occidente y escribir su propio guión. En los países árabes se rompieron las cadenas de control estatal de la información. Todos los ojos se fijaron en Al Jazeera, Al Arabiya y la constelación recientemente aparecida de emisoras satélites árabes y musulmanas.
Las cadenas occidentales como CNN, BBC, MSNBC y Fox News, algunas incluso en árabe, estaban a disposición de quienes tuvieran televisión por satélite, pero el porcentaje de árabes que las veía como principal fuente de información era mínimo. Los árabes podían ahora ver el mundo a través de lentes árabes, ¿por qué iban a dirigirse a otra parte? La influencia de Al Jazeera también se sintió fuera de Oriente Próximo porque las cadenas de televisión retransmitían imágenes de los canales árabes e, inspirada por esta nueva perspectiva del mundo, la prensa escrita mostraba un nuevo y enérgico sentimiento de solidaridad musulmana.
Las audiencias americanas no eran en su mayoría conscientes de este cambio en la perspectiva árabe y musulmana. Sencillamente, los canales de televisión árabes no estaban al alcance de los que no hablaran árabe. El punto de vista árabe y musulmán podían vislumbrarlo los americanos que se esforzaran por buscar en Internet las páginas en inglés publicadas por las organizaciones de noticias del mundo musulmán, pero pocos se tomaban la molestia. Al fin y al cabo, la vida en blanco y negro era mucho más sencilla. La consecuencia fue una serie de guetos informativos cuyos habitantes –en EE UU y en el mundo musulmán– veían versiones drásticamente distintas de la misma realidad. “Ataques quirúrgicos” frente a “bebés muertos”; “oprimidos” que eran “liberados” frente a “civiles sitiados”. Incluso aunque las palabras y las imágenes fueran las mismas, entrañaban un significado completamente distinto dependiendo de la audiencia. Los dirigentes americanos no alcanzaron a ver del todo las implicaciones de esto; pero Bin Laden supo instintivamente cómo aprovechar esta revolución de los medios.
‘Nosotros’ y ‘ellos’
Por qué nos odian?”, me preguntan inevitablemente mis conocidos americanos cuando se enteran de que me he pasado la mayor parte de mi carrera viviendo en países de mayoría musulmana. Parte de la respuesta se encuentra implícita en la pregunta: “Nosotros” y “Ellos”. Junto con su homóloga, el “Yo” y el “Otro”, es la dicotomía fundamental de la existencia humana; un concepto inserto en la psicología, la antropología, las ciencias políticas, las comunicaciones y muchas otras disciplinas. Desde el 11-S, ha sido la característica distintiva de los asuntos mundiales; cada bando mira al otro a través del prisma de su propia e inmutable perspectiva del mundo, amplificada por la retórica de la religión y la ideología y distorsionada aún más por la visión sanguinolenta de sus propios medios de comunicación.
Para los americanos, el islam se ha convertido en el “otro” por excelencia y ha sustituido a la Unión Soviética como piedra de toque respecto a la cual los ciudadanos americanos miden su sentimiento del “Yo” colectivo. Decir que los atentados del 11-S “lo cambiaron todo” se ha convertido en un tópico. En cierto sentido, es verdad. La ilusión de seguridad del país se tambaleó; su relación con el terrorismo como algo que sucedía en otras partes se transformó de manera inalterable. Pero en otro sentido, el 11-S simplemente puso de manifiesto una visión del mundo que llevaba mucho tiempo presente pero apenas se reconocía.
Desde que Rodolfo Valentino llevó por primera vez el kefia en la pantalla muda, árabes y musulmanes han sido los “Otros” para la sociedad americana, sujetos a estereotipos y diferenciación. Cegados por su perspectiva del “Yo”, los americanos en su mayoría sabían poco de lo que el resto del mundo pensaba de ellos, o no les interesaba demasiado. A su vez, los musulmanes árabes y no árabes acumulaban toda una serie de tópicos e ideas preconcebidas que modelaban su opinión sobre EE UU y que tenían de fondo la percepción generalizada de que EE UU está intrínsecamente relacionado con las políticas de Israel, el “Otro” por definición, de las que es responsable. Los años transcurridos desde el 11-S no han hecho sino confirmar los estereotipos de ambos bandos.
El proceso en sí de definir –y etiquetar– el terrorismo demuestra la desconexión de estas perspectivas del mundo. De las múltiples definiciones usadas por el gobierno americano, una de las más comunes describe el terrorismo como “violencia premeditada y con una motivación política, perpetrada contra objetivos civiles por grupos subnacionales o agentes clandestinos” (CIA, The War on Terrorism: Terrorism Faqs, Agencia Central de Inteligencia, 2002 [citado el 28 de febrero de 2004]. http://www.cia.gov/terrorism/faqs.html). No dejar espacio para la idea de que algunos actos perpetrados por Estados se pueden considerar terrorismo personifica la esencia misma de la diferencia en la forma de concebir el mundo.
Para buena parte del planeta, el terrorismo de Estado constituye una amenaza mucho mayor que el perpetrado por individuos u organizaciones dispersas. Esta diferencia en las definiciones suscita una cascada de nuevas preguntas: ¿quién es “terrorista” y quién es “mártir”?; ¿cuándo se convierte un “mártir” en “terrorista”? En resumen, diversos factores entrelazados han dado forma a la relación entre EE UU y los musulmanes del mundo –centrándose en especial en los residentes en países de mayoría musulmana– después del 11-S:
– Las concepciones opuestas de americanos y musulmanes sobre el mundo les llevó a percibir los acontecimientos de maneras esencialmente distintas;
– La retórica polarizada de los líderes de ambos bandos ha sido forjada, y reforzada, por esas visiones del mundo básicamente diferentes; – La visión del mundo predominante en la Casa Blanca de Bush –y en el país en general– impidió entender el impacto que las declaraciones políticas y las acciones americanas tenían entre los musulmanes árabes y no árabes.
Mientras tanto, los medios de comunicación de ambos bandos enmarcaron las noticias de tal manera que reforzaban la dicotomía e inflamaban la opinión. Este impacto se vio reforzado gracias a la expansión de la televisión por satélite y a las fuentes de comunicación no tradicionales en el mundo musulmán. Juntos, estos factores condujeron al incremento de una comunidad mundial de musulmanes, ummah, más cohesionada que nunca.