El Islam europeo en un momento crucial

¿Qué significa ser musulmán en Europa? Formar a intelectuales que encuentren la respuesta a esta pregunta es el principal reto del Islam actual.

Felice Dassetto

El Islam europeo sigue construyéndose poco a poco. Un error que a menudo cometen los observadores y políticos consiste en creer que se trata de una realidad ya completada. Realidad que, además, se percibe, de modo contrastado: por un lado, cuajada de realidades dramáticas (descubrimiento de redes terroristas, atentados, polémicas…); por el otro, como muestra del futuro de un Islam “tranquilo”, piadoso. Y la información al respecto de que disponen ciudadanos y políticos, y que nos llega a través de los medios de comunicación, está a merced de los sobresaltos, vicisitudes y coyunturas que atraviesa esa realidad religiosa a lo largo de las semanas y los meses. A los lectores y, en ocasiones, a los propios actores, les cuesta tenerlo todo en cuenta, poner en orden lo que está en juego. Ordenar las cuestiones permite tomar algo de distancia y observar hasta qué punto el Islam europeo se encuentra actualmente en un momento crucial a partir del cual se decidirá su futura integración en las sociedades europeas.

La larga historia

Para empezar, es importante situar el presente del Islam (y del Islam europeo) en una dinámica histórica: el Islam contemporáneo se encuentra inmerso en un proceso inaugurado hace dos siglos y que sigue sin hallar respuesta. Se trata del intento del mundo musulmán de situarse frente a la modernidad científica y política. Un intento interrumpido primero por la colonización y luego por la instauración de regímenes políticos independientes (Egipto, Túnez, Siria, Irak, Pakistán, Turquía…), a partir de una visión laica-agnóstica del Estado.

La clave de la relación entre Islam y modernidad sigue ahí. Y desde hace 30 años, siempre que lo permite la coyuntura (las crisis de los Estados independientes y, simétricamente, la creciente hegemonía de potencias islámicas –de Arabia Saudí a Pakistán, pasando por Libia y otros países– y, más recientemente, el fin de la guerra fría), la cuestión de la modernidad y el Islam vuelve a estar al orden del día. Una cuestión que, desde hace tres décadas, vacila entre una ortodoxia enquistada (el wahabismo, ciertas corrientes místicas, el neootomanismo, neocalifato…); la referencia a un reformismo muy prudente y bastante pobre desde el punto de vista intelectual (al estilo de los Hermanos Musulmanes) y justo lo contrario: la adopción de un radicalismo político, que provoca que musulmanes fascinados por el poder del Estado-nación moderno crean que la toma de poder estatal por fin permitirá afianzar el Islam en el mundo moderno.

Más recientemente, hay corrientes neosalafistas y wahabosalafistas coqueteando con la recuperación del puritanismo, en nombre de un regreso al pasado, que ponen de moda sabios eruditos. Nombres desconocidos para los no musulmanes hacen sombra, entre los seguidores musulmanes, al tan mediatizado Qaradawi, que predica en las ondas de Al Yazira. Puede que el 11 de septiembre de 2001 marcara un punto de inflexión, al mostrar a numerosos musulmanes de Europa y al resto del mundo que las lógicas vigentes hasta entonces los conducían a un callejón sin salida: un callejón sin salida interno en las sociedades musulmanas, debido al conflicto radical engendrado (como lo demuestran las experiencias argelina, afgana, palestina e iraquí); y externo frente a los no musulmanes.

Un callejón sin salida que a los musulmanes les cuesta admitir y digerir, porque implicaría repudiar a hermanos de religión, dando la impresión de debilitar a los musulmanes de cara al exterior. Pero fue un callejón sin salida percibido en la práctica, cuando menos en el hastío de las poblaciones frente a unos acontecimientos trágicos e inextricables. Junto a las corrientes clásicas enumeradas más arriba (ortodoxia enquistada, reformismo prudente, radicalismo, puritanismo literal), hay que añadir la emergencia de nuevas iniciativas: unas tienen que ver con novedosos discursos sobre “reforma” y “renovación”; el resto se inscribe en la práctica de musulmanes de las jóvenes generaciones.

Un ejemplo es el renacimiento del nasheed, el canto religioso tradicional, en la voz de cantantes como Sami Yussuf, entre decenas de otros, que llena las salas de conciertos. O los esfuerzos de las jóvenes en busca de un “feminismo islámico”. Se trata de caminos prácticos en busca de una renovación.

La historia y el futuro del Islam europeo

Qué hay del Islam europeo? Se ha trazado la historia de su presencia en Europa. Se labró a partir de lo más recóndito del futuro del Islam que se evoca más arriba: el Islam entró en Europa cuando el mundo musulmán se enfrentaba a un nuevo sobresalto generalizado, en el ocaso de la década de los sesenta. Desde hace 30 años, parte de las poblaciones de origen musulmán inmigrantes en Europa se ha movilizado con el fin de hacer visible, de materializar su “religión”.

También se consagran a la tarea los convertidos al Islam. Se trata solo de una parte (tal vez un tercio del total de personas de origen musulmán), pero a quien el resto de la población de origen musulmán no mira con hostilidad. Dicho de otro modo: el ateísmo o el agnosticismo militante son muy minoritarios y parecen faltos de legitimidad. Si se compara la historia de los países europeos, se puede concluir que, sin duda, ha habido similitud y simultaneidad en el proceso de visibilización del Islam: primeras manifestaciones en los setenta, entusiastas en el momento de la revolución jomeinista y más tarde repliegue, en los años ochenta; nueva fase de implantación en los años noventa; perturbaciones e incertidumbres tras el 11-S.

Globalmente, los musulmanes se han puesto manos a la obra para dotarse de infraestructuras religiosas –mezquitas, salas de oración– (un dato significativo: a comienzos del siglo XXI, el número de mezquitas y salas de oración en los 15 países de la UE es de unas 6.000. A principios de los años noventa, era de algo más de 2.000; en los años setenta, el número no superaba las 500). Además aspiran a la concesión por parte del Estado de un estatus comparable al que se otorga al resto de religiones, con las consecuencias prácticas que de ello se derivan y que difieren según los países: financiación de los lugares de culto, de los funcionarios religiosos, cementerios musulmanes, distribución de alimentos halal en las instituciones públicas…

Cabe destacar que, independientemente de las diferencias entre los Estados europeos con respecto a los marcos legales e institucionales y a las ideologías que los acompañan en cuanto a la relación con las religiones, en la práctica, los Estados europeos han acabado haciendo más o menos lo mismo para dar respuesta a la demanda de las poblaciones musulmanas: responder a las necesidades en términos de salas de culto, cementerios, alimentos halal; tratar de encontrar una solución a la petición de llevar símbolos religiosos (con la especificidad de Francia); hacer frente a las nuevas formas de radicalismo y terrorismo.

Una construcción en curso

El proceso de reconstitución, de construcción del Islam europeo dista mucho de haber concluido. Entre analistas y políticos, se repite constantemente el error de considerar definitivo el estado actual de esta presencia (y el de construir políticas en consecuencia). Es un proceso inacabado, sobre todo desde el punto de vista de lo que esperan y piden los musulmanes, que evoluciona con el tiempo y las generaciones. Las demandas del Islam de segundas y terceras generaciones no son las mismas que las de las primeras generaciones. Está en construcción a razón de los dirigentes: el liderazgo musulmán se encuentra al principio de su proceso de construcción.

Esa gestación tiene que ver, sobre todo, con la conciencia de lo que significa ser musulmán europeo. El mundo musulmán europeo se está interrogando sobre esto, de forma caótica, debatiéndose entre distintas soluciones. Este interrogante da alas al replanteamiento de las ideas. Atañe al propio concepto de religión (din), a la manera de entenderla: para algunos, contiene una referencia inmutable y literal a las interpretaciones históricas; para otros, de lo que se trata es de “contextualizar” (palabra clave de un pensador como Tariq Ramadán), es decir, adaptar al contexto europeo el mensaje original, interpretaciones que llegan hasta los propios cimientos de dicho mensaje. Esta problemática concierne a las prácticas cotidianas y se interroga sobre lo lícito y lo prohibido, sobre lo deseable, lo obligatorio: ¿es legítimo escuchar música? ¿Es obligatorio llevar velo? ¿Se puede comer carne que no sea halal?…

Esta problemática también implica a las estructuras sociológicas de base, al perfil de las figuras dirigentes del Islam y a las transformaciones de éstas heredadas de las instituciones clásicas (el imam, el alim, el mufti…) Uno de los problemas subyacentes a esta reflexión consiste en saber si el Islam europeo debe redefinirse a semejanza del cristianismo europeo (es decir, como religión privatizada estructurada como iglesia, dotada de una jerarquía) o si debe buscar su propio camino. Si las obligaciones financieras atraen más fácilmente, aunque no sin dificultades, las transacciones para la estructuración como quasi-iglesia, la idea de seguir el camino emprendido por los cristianismos (privatización, subjetivación de lo religioso, modestia identitaria) genera un buen número de reflexiones y dudas, pues se trata de una alteración considerable del camino trazado por el Profeta.

El desafío intelectual

Los musulmanes de la primera generación siguen estableciendo infraestructuras, edificando mezquitas, buscando apoyos institucionales. Diversos benefactores musulmanes les ayudan a financiar construcciones. Estas cuestiones, aunque importantes, ya no son prioritarias. Puede decirse, en efecto, que los musulmanes se han hecho con una amplia infraestructura religiosa y que, más o menos, en todos los países europeos, el culto musulmán disfruta de un estatus similar al del resto de credos. No obstante, hoy el principal desafío es el de la capacidad del Islam para generar discursos que puedan responder a los interrogantes de los musulmanes europeos que mencionábamos antes: su visión de ellos mismos como musulmanes, su visión de la sociedad, su visión del lugar que ocupa la religión musulmana en la escena pluralista europea, su visión del Islam en el mundo.

Conviene tomarse en serio estos interrogantes, pues el Islam, como toda religión, se basa en un importante aparato intelectual, de justificación, de ideación religiosa, que constituye los cimientos de las representaciones y las motivaciones. Desde esa perspectiva se valora el drama que vive el Islam contemporáneo. Su principal crisis tiene que ver con la elaboración intelectual y la ideación religiosa. La famosa “reforma” que debía hacer frente al mundo moderno está lejos de dar sus frutos. Se ha reorientado de forma obsesiva sobre tres ejes:

– El de la acción política, que consiste en justificar la toma del poder, la acción armada, el acto suicida. Sin embargo, se ha teorizado muy poco sobre el Estado islámico, a pesar de mencionarse a menudo; salvo excepciones, se ha pensado poco en la economía islámica, muchas veces presentada como síntoma de una modernidad musulmana.

– El segundo eje es el de la norma, lo lícito y lo prohibido. Se ha convertido en la obsesión de predicadores de toda índole. Se trata de la especialización por excelencia del neosalafismo wahabí, que convierte la lectura erudita de los hadices en su punta de lanza, sin buscar en ellos la finalidad, el sentido de la norma, sino la letra. De ahí la polarización sobre ciertas referencias, como el velo, convertido en emblema polisémico del ser musulmán, donde las mujeres –supuestamente ejemplares, al ir veladas– son enviadas por los hombres, a primera línea.

– El tercer eje es el organizativo: hay que instaurar el Islam de forma concreta. Las mezquitas crecen como setas en los países musulmanes y en el espacio europeo. Se crean instituciones en paralelo o en contraposición a las existentes. En Europa ha surgido el mismo proceso. Esta voluntad organizadora que desemboca en una especie de eclesiastificación entusiasmó a las primeras generaciones de musulmanes, respondió a sus expectativas. La cuestión será ver si en el futuro las siguientes generaciones tendrán el mismo interés por el culto y sus edificios.

Sin embargo, estos tres ejes –la acción política, la norma, el culto– no responden a la cuestión esencial del sentido y de la finalidad. Y no responden porque no cuentan con las herramientas ni los recursos intelectuales para hacerlo. Ahí es donde surge el gran desafío contemporáneo del Islam en general y del Islam europeo. Se trata de saber cómo se construirá la realidad intelectual venidera, cómo se producirá, dónde se producirá. Y es que en la actualidad hay una necesidad imperiosa de un liderazgo intelectual formado, que surja del espacio europeo.

Y faltan lugares de formación superior en ciencias islámicas, con la salvedad de las instituciones privadas que vieron la luz en todos los países europeos, pero que son claramente insatisfactorias. Por ello, muchos jóvenes europeos optan por la vía de las “universidades” de Medina u otros lugares, en busca de esa formación. No es seguro que regresen con herramientas adaptadas para la integración del Islam en el espacio europeo. En el conjunto del mundo musulmán y Europa, los últimos 50 años han hecho patente la crisis y las carencias de los intelectuales.

La futura apuesta por la incorporación del Islam a la modernidad está ahí. Y no bastará con los intelectuales solitarios, buenos comunicadores. Es urgente y necesario un trabajo intelectual de fondo, un enjambre de intelectuales en el seno del campo religioso musulmán. Se trata del mayor desafío del futuro. De lo contrario, las nuevas sensibilidades musulmanas y los deseos de salir del callejón sin salida quedarán sin respuesta, o ésta se buscará en modos de pensar poco deseables y disfuncionales para el futuro del Islam europeo.