¿El islam en Europa se hace europeo?

La interpretación del choque de civilizaciones contrasta con las tendencias a largo plazo de la presencia islámica en Europa: un movimiento gradual hacia la integración y formalización.

Stefano Allievi

Fueron inmigrantes y ciudadanos extranjeros; luego se convirtieron, al menos en parte, y dependiendo del país de destino, en ciudadanos, aún en búsqueda de la igualdad de derechos. Se movían y se les consideró una presencia temporal; y ahora nos damos cuenta de que se van a quedar. Fueron individuos; luego familias y comunidades religiosas. Eran “pocos” y luego “muchos”. Estuvieron “fuera” y ahora están “dentro”. Eran “ellos” y ahora son parte de “nosotros”. En Europa, el islam se ha convertido en la segunda religión en cuanto al número de seguidores, lo que hace del Viejo Continente, desde varios puntos de vista, una nueva frontera del islam.

La presencia musulmana constituye un cambio cultural radical para las sociedades occidentales y más aún mediterráneas (especialmente Italia, España y Grecia), países que, hasta hace una generación, exportaban –más que importaban– su mano de obra. Además, teniendo en cuenta la tumultuosa historia entre el mundo islámico y Europa –especialmente en el Mediterráneo– la presencia del islam en Europa representa un importante punto de inflexión. Si en el pasado se hablaba de islam y Occidente, ahora, sólo cabe hablar de islam en Occidente, y en un futuro, a través de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, podremos hablar de un islam de Europa, aunque aún no de un islam europeo. El islam ya no es un fenómeno transitorio cuya presencia sólo es temporal y al que se le puede mandar eventualmente de vuelta a “casa”.

Hoy, de hecho, en Europa occidental viven al menos 18 millones de personas que pueden considerarse “culturalmente” musulmanas. Entre esta población es cada vez más difícil (y un sinsentido) distinguir –conceptual y empíricamente– entre musulmanes de “origen”, “poblaciones mixtas” –como las llamadas segundas generaciones, educadas “entre dos culturas” (o más…)–, matrimonios mixtos, musulmanes “autóctonos” (incluidos los convertidos al islam pero también la gente naturalizada). Esta presencia debe considerarse desde el punto de vista de Europa, la nueva población europea musulmana y, desde el punto de vista del islam, la parte europea de la ummah (comunidad). Ahora bien, si las poblaciones musulmanas viven en Europa, entonces, también vive ahí el islam; así que podríamos plantearnos legítimamente: ¿se está convirtiendo el islam en una parte del escenario europeo religioso, social, político e institucional? ¿Y cómo?

La importancia del contexto

El gran desafío depende del concepto de “integración”, que es muy distinto entre países. El modelo de conducta, el tipo de interacción con la sociedad que lo rodea y los métodos que utiliza la acción musulmana colectiva, dependen –además de las variables socioeconómicas como la salud de su economía y la capacidad de absorción de su mercado de trabajo– en gran medida de la estructura institucional del país anfitrión, la elasticidad variable de sus articulaciones sociales, las acciones e ideologías de referencia de sus fuerzas políticas, etcétera.

Por ejemplo, el discurso de ciertos movimientos sociopolíticos islámicos puede ser más radical y anti-occidental o, por el contrario, colaborador e integrador, según la idea que las sociedades anfitrionas tengan de ellos. Muchos factores están en juego, incluída la escena política y la existencia de los empresarios políticos de la xenofobia e islamofobia. Este argumento es válido, no sólo para los movimientos musulmanes, sino también para las poblaciones musulmanas en su conjunto. Hay que tener en cuenta que no todo depende del contexto nacional. En el mismo contexto legislativo, el comportamiento local puede ser muy diferente. También puede haber diferencias entre el contexto nacional y regional y/o local y entre regiones o entre Estados.

Por otra parte, el nivel y métodos de integración también dependen de las diferentes facetas del islam y cómo las presentan los propios musulmanes; dependen del país de origen y su orientación ideológica; de su clima político; de su situación socioeconómica y, por tan to, del tipo de emigración que “produce” y de cómo todos estos factores se trasladan al país de acogida, pudiendo mantenerse, o viéndose obligados a transformarse. Además, no se puede perder de vista el peso del contexto cultural de los países de origen: difiere no sólo por el país sino también por el momento en el que se produce el movimiento migratorio. En muchos países musulmanes, el debate social ha dejado de ser sobre la modernización, tal como fue en décadas anteriores.

Ahora se enfoca sobre cuestiones relacionadas con la identidad, la cultura y la religión. Si esta percepción es cierta, los inmigrantes que llegan hoy de los países musulmanes están claramente influenciados por esta nueva visión: en una palabra están más “islamizados” (y lo están de diferente manera) de lo que lo estuvieron otras generaciones de inmigrantes. En la definición de las políticas de integración se debería diferenciar entre la política y las políticas. Ambas no son necesariamente coherentes entre sí: el marco preestablecido de la política nacional no siempre es aplicado por las políticas locales. No debemos olvidar que la política se hace también a nivel local y, en algunos casos, se desarrolla con una compleja articulación.

A este nivel es donde los resultados positivos o los fracasos de los procesos de integración realmente se notan y también donde se miden sus costes. Hasta la fecha, lo que parece marcar la diferencia en muchos países es la creencia de que el islam es un fenómeno relacionado con la inmigración, o desde otro punto de vista, al menos sólo en parte independiente de ella. Otro aspecto crucial es la percepción que los musulmanes tienen de sí mismos en los distintos países; cómo se ven y cómo los ven.

¿Qué clase de integración? Los obstáculos estructurales

Son de particular importancia los obstáculos erigidos por los propios Estados para la integración del islam. Nos referimos a los países receptores, aunque se debe tener en cuenta que algunos países origen de la inmigración también tienen políticas que pueden dificultar el proceso de integración en los países de destino, quizás al reforzar los enlaces con el país de origen y al implantar a veces políticas de muy estricto control sobre sus respectivas comunidades. Marruecos, Túnez, Turquía e, incluso, Egipto, son los casos más claros. Por ejemplo, la solicitud de algunos Estados europeos de tener un único interlocutor musulmán puede significar un obstáculo a la integración –limitando el debate sobre un aspecto que quizás es menos relevante de lo que normalmente se piensa– y puede obligar, al mismo tiempo, a una actividad asociativa “forzada” en ese sentido y que no siempre es muy recomendable.

La búsqueda de un único interlocutor también implica la politización de la comunidad y tiene más que ver con el deseo de mantener el orden público que con la cuestión religiosa. La solicitud de unificación también lleva implícita una solicitud de homogeneidad interna imposible de obtener y, en cierto sentido, ilegítima de solicitar. El peso de las políticas institucionales también se siente en el ámbito estructural. En muchos países europeos, la “gestión” de la cuestión musulmana es competencia del Ministerio del Interior.

Si bien muchas veces, esta atribución de competencias se corresponde con una estructura común a algunas religiones, en la que las relaciones con las diversas confesiones dependen de este ministerio, en otros casos, por el contrario, es el resultado de una “mentalidad institucional” que ve al islam, por una parte, como una cuestión estrechamente asociada con la inmigración y, por otra, lo relaciona con los problemas de seguridad referidos a la “amenaza terrorista” procedente de los países musulmanes. El sistema de leyes que afectan directa o indirectamente al islam y a las poblaciones musulmanas también desempeña un papel muy importante: leyes sobre ciudadanía, leyes sobre migración, leyes sobre las relaciones entre Estado y religión, etcétera.

El islam, un hecho europeo

Hoy el islam debe considerarse un hecho europeo: en una palabra el islam es “interior” y con unas dimensiones, tanto cuantitativas como cualitativas, nada desdeñables. Esto es un hecho interno que se puede analizar en sí mismo, pero también se relaciona con los Estados, las sociedades, los movimientos y los centros culturales de otras lugares: es esta dinámica dual la que debe plantearse. En cualquier caso, los observadores y la opinión pública lo perciben como un actor social interno pero también como un elemento externalizado que a veces, incluso, está más allá de la evidencia empírica.

Gran parte de nuestra relación con el islam y de nuestra capacidad para entenderlo tanto dentro como fuera de Europa, entra en juego con la mezcla de estas dos dinámicas: internas y externas; nacionales y transnacionales. Sin embargo, las influencias externas se pueden medir usando diversos indicadores, que van más allá de los que se refieren a las relaciones internacionales: las dinámicas sociales, en primer lugar del fenómeno de la movilidad (en las dos direcciones: flujos migratorios, incluyendo no sólo los movimientos temporales, los viajes, sino también el envío de remesas, las importaciones y exportaciones, etcétera), y desde los puntos de vista cultural, político y también religioso (tomando en cuenta todo lo que atañe al fenómeno de la radicalización) y, en último lugar, las políticas internacionales. Aquí es donde radica la cuestión de la autodefinición de Europa.

Para algunos, en su estado actual, la construcción de Europa –en ausencia de una identidad cívica europea– conlleva el riesgo de la definición de un “nosotros” europeo basada en un orden social como un activo común definido en términos de prosperidad (bienestar) y seguridad, más dispuesta a la exclusión que a la inclusión: más como un rechazo defensivo que como un deseo de confrontación cultural. El problema permanece al tener que definir qué es lo que realmente está siendo defendido y si esto incluye al núcleo fundador de los valores culturales y, quizás, religiosos; y si es así, cuáles de ellos están en cuestión. De este planteamiento surge un problema de identidad y definición de esta identidad, política, económica, social, cultural y también religiosa.

La dimensión del conflicto

El marco interpretativo de las relaciones entre islam y Occidente en general ha tenido mucha influencia en el proceso de integración de las poblaciones musulmanas: desde el paradigma interpretativo del “choque de civilizaciones” al tema general politológico de nemicus/ hostis. La influencia de este marco interpretativo debe ser examinado sin considerarlo inexorable. El mismo marco puede variar, por ejemplo, con el reciente cambio de política hacia el islam por parte de la administración de Obama. Constituye un giro interpretativo radical con el abandono explícito y enfatizado del paradigma del choque de civilizaciones, a favor de otro, enfocado al diálogo y que, presumiblemente, con el tiempo tendrá un efecto incluso sobre los paradigmas interpretativos locales.

Al mismo tiempo, la interpretación oficial del “choque” – en este momento la dominante – contrasta sorprendentemente con las tendencias a largo plazo de la presencia islámica en Europa: un movimiento gradual hacia la integración, institucionalización, formalización de lo que, en el fondo, ya no es un único hecho exógeno sino un factor endógeno del panorama social y cultural de Europa y del que las nuevas generaciones musulmanas europeas –socializadas y secularizadas– son el signo más obvio. A pesar de esto, hoy todavía estamos en una fase intermedia en este proceso: la transición del islam en Europa, a través de un islam de Europa y hacia la emergencia, aún circunstancial, de un islam europeo.

El próximo paso sólo puede ser una normalización gradual de la gestión del pluralismo religioso, llevada a cabo por los gobiernos locales, regionales y nacionales, y por la misma Unión Europea. Con la judicatura y los Tribunales de Derechos Humanos como principales variables interventoras, moviéndose progresivamente desde la percepción de la patología del pluralismo, en la que la homogeneidad cultural y religiosa puede representar la fisiología, hacia una percepción fisiológica del pluralismo en sí; una fase que, en todo caso, no será ni corta ni exenta de conflictos y reacciones por ambas partes. En este sentido, el conflicto es más amplio en sus referencias y en su legitimización. Puede ser más una etapa que un destino: una etapa para señalar que aún no ha alcanzado su cénit, una fase necesaria por la cual debemos pasar y en la que las políticas gubernamentales adecuadas podrán paliar –que no evitar– los efectos dolorosos.

Debemos ser conscientes de que si las condiciones no son favorables y los actores no se dirigen hacia una solución, el conflicto puede ser destructivo y llevar al fracaso, especialmente si los interlocutores se sienten apoyados por fuertes creencias ideológicas. Entre el conflicto y la normalización, la integración de las poblaciones musulmanas de Europa aún espera su base institucional y cultural.