afkar/ideas
Co-edition with Estudios de Política Exterior
Entre mito y realidades
“Hay que acabar con la idea de que el islam es una religión ‘distinta’, y que el musulmán tiene una visión del mundo incompatible con el resto; los musulmanes además deben esforzarse por ‘actualizar el islam’”.
ENTREVISTA con Abdennour Bidar por Feriel Berraies Guigny
El islam en Europa se ha convertido en el caballo de batalla de no pocos discursos actuales. Estigmatizada, modernizada, reinterpretada por muchos autores, la religión musulmana podría convertirse en un bien de consumo, capaz de adaptarse a los tiempos, al espacio y a la crítica. Abdennour Bidar, filósofo, nos propone una versión “de las luces” de las más inéditas, iluminada por la fe que tiene en una religión liberada, emancipada de los dictados y del yugo del fundamentalismo. Bidar es catedrático de Filosofía, normalista, profesor de filosofía en las clases preparatorias para las Grandes Ecoles (escuelas de élite francesas). Autor de tres ensayos –L’islam sans soumission (París: Albin Michel, 2008); Self Islam (París: Seuil, 2006); Un Islam pour notre temps (París: Seuil, 2004)– y numerosos artículos para la revista Esprit (“Le destin de l’Europe espirituelle”, diciembre de 2004) o el periódico Le Monde (“Manifeste pour un islam européen”, 15 de febrero de 2005). Todos esos trabajos abordan el enfrentamiento cultural entre islam y Occidente: la necesidad para la cultura islámica de replantearse sus fundamentos y sus prácticas a la luz de los principios humanistas de la modernidad (libertad de conciencia, igualdad entre sexos, separación de lo político y lo religioso); la necesidad para Occidente y el islam de poner en común sus recursos de sensatez y sabiduría, para definir juntos una nueva visión de la dignidad y del progreso ético y espiritual humano. Feriel Berraies Guigny, periodista y corresponsal en París, hace balance de todo ello con Abdennour Bidar para AFKAR/IDEAS.
FERIEL BERRAIES GUIGNY: El burka (velo integral) y la cuestión de los minaretes siguen generando mucho debate en Francia y dividen a los políticos franceses. Para muchos, estos asuntos son la expresión de una forma de patología religiosa. ¿Cuál es su opinión?
ABDENNOUR BIDAR: En primer lugar, hay que distinguir entre los diversos debates: el del burka en Francia y el de los minaretes en Suiza no son la misma cosa. En ambos casos, la irracionalidad no tiene el mismo origen. En el caso del burka, esta irracionalidad radica en la elección de ese autoencierro en una tumba indumentaria; en el de los minaretes, la irracionalidad es más bien por parte suiza, con una reacción provocada por fantasmas sin fundamento y la pulsión xenófoba.
F.B.G.: ¿Dónde empieza el respeto a la religión del otro y dónde acaba su libertad?
A.B.: En nuestras sociedades multiculturales, las diferencias están perpermanentemente en contacto, y si se quiere ir más allá de la simple coexistencia, esto es, “vivir juntos” y no limitarse a “convivir”, cada uno debe plantearse, sin duda, las cuestiones siguientes. En la ostentación o la reivindicación de mi diferencia, ¿qué hay de tolerable, aceptable, comprensible para el otro? Y al contrario: ¿qué puede generar incomprensión o rechazo en el otro? Dentro de mi cultura, ¿qué es conciliable con los valores del otro? ¿Qué esfuerzo debo hacer para comprender y aceptar al otro? En esencia, los progresos con respecto a la situación de las mujeres (poligamia, parto sin dolor, contracepción, aborto…) se han producido sin o contra lo religioso (incluyendo a todas las confesiones).
¿Significa eso que las religiones están desconectadas de la realidad social, que son un freno para la emancipación o que los hombres las manipulan sólo en pos de su beneficio? La religión –sea cual sea– atraviesa en la actualidad una crisis profunda en nuestras sociedades occidentales. Tras milenios ocupándose eficazmente de la vida espiritual de las personas, hoy ya no logra hacerlo con la misma eficacia. Lo que está en juego no es sólo su “desconexión” de las evoluciones sociales y científicas, sino también su capacidad de desempeñar su profunda función: ofrecer a los hombres el medio para extraer una experiencia de sí mismos, de su trascendencia, de su misterio, del secreto de su ser. Durante mucho tiempo, la religión fue la única capaz de proporcionárselo.
F.B.G.: Según Besson, la ley sobre el velo no sería eficaz. Cuando política y diversidad religiosa se enfrentan, ¿cuál es el resultado?
A.B.: El riesgo es que con cada nuevo “asunto” que surja con respecto al islam –ayer, el velo en la escuela; hoy, el burka–, se dicte una nueva ley: la inflación legislativa nos acecha. Sería mucho más inteligente actuar antes de que aparecieran estos problemas, en lugar de ir a salto de mata. Adelantarse, es decir, actuar sobre las causas, en este caso la injusticia social en que viven demasiados inmigrantes y que constituye terreno abonado para todos los repliegues identitarios. Discriminación a la hora de acceder a un empleo o a una vivienda, relegación territorial, etcétera: son muchas las causas –sociopolíticas– de un problema del que se pretende responsabilizar únicamente a “la religión islámica”.
F.B.G.: La amenaza de la islamización del territorio por parte de los “bárbaros” en la tierra de los galos, ¿mito o realidad? Según usted, ¿cuáles son los verdaderos peligros para la República?
A.B.: ¿Qué se puede decir frente a esa clase de fantasmas? Tal vez habría que empezar por recordar algunos datos históricos y valores elementales: Francia se constituyó étnicamente por una multitud de olas de inmigración desde la Antigüedad. La identidad de francés se adquiere por el “derecho de suelo”, no por el “derecho de sangre”. Hace mucho que Francia escogió para sí misma, conforme a su historia y sus valores, un destino de “tierra de acogida”… ¿Qué clase de crispación identitaria, de egoísmo, justificaría que ahora renegara de ello? La sociedad francesa, e incluso toda Europa, parece reticente a aceptar la diversidad del ser musulmán.
F.B.G.: ¿Cómo apaciguar el diálogo y acabar con la islamofobia?
A.B.: Se requieren dos esfuerzos. Por un lado, hay que disipar la convicción, tenaz entre muchos no musulmanes, de que el islam es una religión fundamentalmente “distinta”, de que el musulmán tiene una visión del mundo del todo diferente e incompatible con la del resto de ciudadanos que viene aquí. Con esta actitud, el musulmán se halla “relegado a la alteridad”, es decir, mezclado con clichés y prejuicios, cuando en realidad casi siempre comparte con todos aspiraciones comunes; entre otras, el deseo de felicidad, de un estatus social, el valor concedido a la familia, el apego a su libertad de conciencia, etcétera. Por su parte, los musulmanes deben esforzarse por “actualizar el islam”, es decir, liberarlo de varios arcaísmos en los que siguen anclados ciertos musulmanes, no todos, ni mucho menos: aprender a considerar a las mujeres iguales a los hombres, aceptar que se cuestione, de forma personal y libremente, lo que dicen los imanes y otros “maestros de religión”, etcétera.
F.B.G.: Usted predica un islam de las luces. ¿Sería eso un principio de respuesta o un nuevo modo de pensar y practicar el islam en Occidente?
A.B.: Yo no predico. Las palabras son importantes: un religioso es quien predica. Yo soy filósofo, esto es, elaboro conceptos, construyo razonamientos, deconstruyo prejuicios o verdades antiguas que ya pasaron. En este caso, en cada uno de mis libros intento pacientemente erigir lo que podría ser un islam del siglo XXI y, en un sentido más amplio, una vida espiritual adaptada al mundo de mañana. No renegando del pasado, ni partiendo de la nada, sino dotando a los elementos procedentes de la tradición, del Corán, sobre todo en mi última obra, de un significado nuevo. Por ejemplo, al recordar que la palabra árabe “califa”, en la misma lengua del Corán, significa “sucesor” y no “teniente”.
Dicho de otro modo, cuando el Corán pone en boca de Dios “Voy a establecer un califa sobre la tierra”, quiere decir que Dios designa un sucesor. ¿Y si el hombre fuera a convertirse, según esta interpretación, en el “heredero de Dios”? Un significado que nada decía a la tradición islámica, y que ha estado durmiendo cientos de años en el interior del texto. Sin embargo, hoy todo ha cambiado. El hombre domina el planeta y amenaza con destruirlo: ¿no debería precisamente aprender a vivir como un “heredero de Dios”, es decir, aprender a ejercer su poder con la misma sabiduría que Dios? ¿Acaso no nos enfrentamos actualmente al reto de aprender a ser dioses?
F.B.G.: Su Self Islam es como una trayectoria personal atípica. ¿Cree que se trata de la renovación del pensamiento musulmán en Occidente? Con su modo radicalmente moderno de leer el Corán, ¿no le preocupa ofender a los puristas?
A.B..: Todos somos musulmanes atípicos en la modernidad: inmersos en el seno de sociedades multiculturales, conectados permanentemente con todo el planeta gracias a la Red. Nuestras identidades son múltiples, plurales, con una riqueza de mil y una diversidades. En este sentido, mi pequeño caso personal no es tan original. Nací musulmán en medio de Auvernia, fuera del mundo musulmán, hablando francés y no árabe… ¿Qué me hace ser más original que un musulmán chino o americano que también haya nacido lejos del mundo musulmán? Y el propio mundo musulmán es infinitamente diverso… No sé si ofenderé a los puristas, porque creo que me dirijo a musulmanes que ya están acostumbrados a recibir multitud de discursos, procedentes de múltiples fuentes. Al contrario: al leer mis libros, se reencuentran con el mundo que conocen; un mundo abierto, plural, donde las referencias dialogan y se entremezclan.
F.B.G.: ¿La receta para la convivencia?
A.B.: El amor. Dios es misericordioso, seámoslo todos; es decir, tengamos el corazón abierto a la diferencia del otro, sintamos curiosidad por él, mostrémosle comprensión, indulgencia y benevolencia, paciencia, atención, caridad. Convirtámonos en un Abdalá, un “servidor de la Misericordia”, dicho de otro modo, no un esclavo del divino misericordioso, sino un agente de esta misericordia. En español y en francés existe la expresión “en concordia”, que viene del latín “con el corazón”: actuemos con el corazón y hallaremos la concordia entre nosotros.