De las palabras a los hechos: la sociedad civil en ciernes
Las asociaciones, y también sus donantes, deberían identificar los fallos de funcionamiento. Esto ayudaría a la ‘Primavera Árabe’ a salir de su estancamiento.
Barah Mikaïl
La trayectoria histórica y la presencia de organizaciones de la sociedad civil en los países árabes de la cuenca mediterránea que están en transición presentan matices. En Túnez y Egipto, estas estructuras existían antes de la Primavera Árabe. En Libia y Siria, han sufrido históricamente el problema de las trabas gubernamentales que obstaculizaban su aparición. Pero el hecho de que, desde 2011, Egipto y Túnez hayan experimentado una evolución en general más positivaque Siria y Libia debe también verse en perspectiva, en un contexto más amplio.
La existencia de organizaciones representativas de la sociedad civil es esencial para modificar las líneas políticas y sociales que prevalecen en estos países. Pero su presencia debe ir acompañada de elementos de acción y de organizaciones complementarias. Aquí nos limitaremos a abordar el caso de los países árabes del Mediterráneo que están viviendo las transiciones más importantes (Túnez, Egipto, Libia, Siria). La Primavera Árabe no ha pasado por alto otros países de esta misma zona (Marruecos, Argelia, Jordania) e incluso otras partes del mundo árabe (Bahréin, Yemen). Pero parece inútil en esta fase tratar de esbozar un modelo de referencia que abarque a todos los países de la región, ya que cada uno de ellos presenta particularidades que son exclusivas.
Resumen de la situación de los países en transición
Parece que Túnez se encuentra actualmente en una fase prometedora, con la adopción el 26 de febrero de 2014 de una nueva Constitución por parte de la Asamblea Nacional Constituyente y con la organización de unas nuevas elecciones legislativas y presidenciales previstas para este año. Los egipcios van a encontrarse en una situación relativamente similar; tras haber adoptado una nueva Constitución por referéndum a mediados de enero de 2014 y haber elegido un nuevo presidente el 25 de mayo, deberían proceder este año a nombrar un nuevo Parlamento.
En Libia, los cambios políticos y electorales aún tienen que perfilarse mientras el país se ha embarcado en un “diálogo nacional” incierto, y los miembros de un comité ad hoc deben redactar una nueva Constitución que deberá ser sometida a referéndum popular, los combates se intensifican y consagran las divisiones a escala nacional. En Siria, después de que se adoptase una nueva Constitución por referéndum popular en febrero de 2012, se han celebrado elecciones presidenciales el 3 de junio de 2014, pero estas van a servir más bien como un referéndum sobre la continuación del presidente Bashar al Assad en sus funciones.
Sin embargo, todos estos hechos no pueden enmascarar la realidad. En Túnez y en Egipto, en el periodo posterior a la caída de los presidentes Zine el Abidin ben Ali y Hosni Mubarak, se ha producido enseguida una polarización entre las corrientes populares: “los islamistas”, dicho de una forma esquemática, y sus adversarios. La misma situación se ha impuesto en Libia, pero con efectos menos perceptibles a escala social. Además de que el conservadurismo de la población libia tiene, de forma natural, menos cabida para una oposición popular fuerte entre islamistas y no islamistas, tanto la marcada degradación de la situación de la seguridad como la debilidad de las instituciones nacionales han catalizado las disputas en el plano nacional.
Por último, en Siria, esa polarización ha sido menos evidente por el hecho de que se han mantenido los cimientos del poder, su línea ideológica y su política de represión. El estado de guerra que prevalece entre el régimen y la oposición tiene prioridad sobre las consideraciones políticas – y, evidentemente, sociales y humanitarias– que están estrechamente supeditadas a posicionamientos de índole ideológica. Este contexto general ha dado pie, como contrapartida, a dos tipos de evolución de los acontecimientos.
En Túnez y Egipto, las estructuras de acción colectiva existían antes de la Primavera Árabe y los tunecinos y los egipcios han podido hacer valer sus reivindicaciones a través de ellas. En Libia y en Siria, aunque esté presente a escala nacional, la aspiración popular de un cambio no ha podido, sin embargo, contar con intermediarios eficaces. Esto se explica principalmente por la coyuntura propia de cada país y por la madurez adicional que necesitan las organizaciones de la sociedad civil.
Los ingredientes del éxito
La existencia de organizaciones de la sociedad civil es fundamental, pero no suficiente para permitir una culminación fructífera de sus acciones colectivas. Marruecos y Argelia, donde las muchas asociaciones existentes no han sido capaces, sin embargo, de aprovechar las oportunidades generadas por la Primavera Árabe, son uno de los ejemplos más evidentes de ello.
Las fuerzas civiles que piden el cambio deben contar con un entorno favorable para poder lograr avances significativos. En Túnez, la emoción provocada por la inmolación y la muerte de Mohamed Buazizi y la responsabilidad de la misma que recayó en el poder del antiguo presidente Ben Ali, han hecho tambalear los cimientos de dicho poder. Su caída repercutió también en la sacudida sufrida por otro de los poderes cuestionados de la región, el del presidente egipcio Mubarak. Desde allí, la corriente se extendió a varios países de la región, entre ellos Libia (donde la población compartía la misma frustración frente al poder) y Siria (donde la frustración popular aumentó por los abusos cometidos por las fuerzas de seguridad contra unos estudiantes de secundaria considerados culpables de haber dibujado unos grafitis reclamando el fin del régimen en marzo de 2011).
Este contexto de cólera popular generalizada es lo que ha permitido el arranque de una nueva etapa. La determinación en relación con el cambio por parte de las organizaciones de la sociedad civil o de la población es otro elemento importante que debemos tener en cuenta. En efecto, desde un punto de vista fáctico, la expulsión de los presidentes Ben Ali y Mubarak se llevó a cabo por decisión del ejército nacional. Pero probablemente estos exdirigentes no habrían sido derrocados si los movimientos nacionales de solidaridad no se hubiesen extendido hasta alcanzar el centro neurálgico del poder: la capital. Sidi Buzid (Túnez) necesita a Túnez tanto como Alejandría necesita a El Cairo y Bengasi a Trípoli. Cualquier acción tiene menos repercusiones si es un acto aislado.
El hecho de que la sociedad civil comparta un proyecto nacional común es también una condición indispensable para que sus acciones tengan éxito. Más allá de la caída de los regímenes gobernantes, los ejemplos tunecino, egipcio y libio ponen de manifiesto que era necesario que los ciudadanos compartiesen objetivos comunes en cuanto a su futuro para evitar que se instalase una polarización de escala nacional. Mientras que Túnez y Egipto siguen caracterizándose por la adhesión o no de sus poblaciones a un proyecto político islamista (hecho que todavía está pendiente de matizarse), en Libia no termina de producirse un despegue prometedor por falta, sobre todo, de consenso social. En Siria, aunque la caída del régimen sea ahora un objetivo para la mayoría de las personas y las formaciones comprometidas con la lucha contra el poder, la ausencia de un acuerdo ciudadano definido sobre el tipo de proyecto futuro a alcanzar y los medios a utilizar es uno de los elementos que juegan en contra de los ideales revolucionarios.
El asunto de los medios completa de hecho la infraestructura necesaria para que las organizaciones de la sociedad civil puedan actuar de forma eficaz. Los medios económicos, por supuesto, pero también la capacidad de organizarse. La mayor lacra de las asociaciones ciudadanas del mundo árabe sigue siendo la dificultad que tienen para poder actuar de forma ordenada y coordinada. Las organizaciones tunecinas (más de 15.000 en total) parecen estar entre las más avanzadas de la región, pero siguen siendo víctimas de sus dificultades para abrirse las unas a las otras y coordinarse entre ellas. Una situación similar se da en Egipto, donde la plétora de asociaciones existentes (unas 15.000 también, a priori) padece hasta un déficit en sus modalidades de organización interna.
En Libia, el tímido embrión en gestación (unas 3.000 asociaciones) carece de medios humanos y profesionales más que de dinero, pero el resultado es también una profunda confusión en cuanto a la naturaleza de los objetivos ciudadanos establecidos de manera conjunta. Y no hay que olvidarse de Siria, donde la situación de guerra se une al hecho de que el poder asfixia los proyectos ciudadanos, lo que no facilita nada la labor de las asociaciones.
Trabas para la acción de las organizaciones de la sociedad civil
Frente a la receta del éxito, nos encontramos en la práctica con hechos que limitan la acción y que son muy numerosos y determinantes. Vale la pena subrayar dos de ellos: los antagonismos populares y la falta de formación ciudadana eficaz. Túnez ha estado caracterizado desde el inicio de su “revolución” por una serie de antagonismos. A las oposiciones de tipo ideológico (islamistas/laicos, conservadores/ liberales) se unen las visiones antagónicas de las clases (burgueses o clases acomodadas frente a clases bajas, urbanitas frente a campesinos) a veces debidas a la geografía del país y a su realidad en cuanto al desarrollo (costa desarrollada y moderna frente al “Túnez del interior”).
En cuanto a Egipto, la ilusión mostrada por las aglomeraciones y los entornos urbanos (empezando por las dinámicas ciudades de El Cairo y Alejandría) ha ocultado fácilmente el hecho de que el 56% de los egipcios vive en entornos rurales (Banco Mundial, 2012) y por tanto conservadores, y que sus prioridades se centran por ahora en demandas básicas: obtener lo necesario para vivir al día. Asimismo, en Libia, dejando aparte Trípoli y (en cierta medida) Bengasi, la presencia de organizaciones de la sociedad civil en los demás pueblos y ciudades (como Misrata, Sebha y Sirte) no tiene como principal objetivo crear un proyecto ciudadano de envergadura que fomente la redefinición de las instituciones nacionales y estatales; muchos de sus habitantes aspiran también a tener cubiertas sus necesidades básicas, como el suministro de agua y alimentos y la mejora de las infraestructuras sanitarias.
Por último, en Siria, el espíritu ciudadano está presente y las organizaciones ciudadanas desean mejorar las condiciones de vida y lograr que se den las condiciones necesarias para librarse del puño de hierro del régimen; pero entre los ciudadanos no hay, sin embargo, unanimidad en lo concerniente al futuro que sería conveniente para el país. Si el consenso se encuentra en la vuelta a la estabilidad y la paz, la pregunta sobre el mantenimiento del régimen actual en el poder o su sustitución por una alternativa es, sin duda, un motivo de polarización de la sociedad.
Por otra parte, el hecho de que los ciudadanos no estén acostumbrados a los requisitos necesarios para ejercer y llevar a buen puerto sus reivindicaciones se vuelve inevitablemente en contra de sus posibilidades. Es fácil entender que, para el conjunto de estos países, las décadas de autoritarismo y de confiscación de lo público no hayan permitido a los ciudadanos aspirar a la posibilidad de una organización sana y eficaz. Estas mismas limitaciones han actuado en contra de la aparición de una élite política responsable y preparada para sustituir eficazmente a los poderes salientes. No obstante, a las dificultades para la instauración de un poder estructurado, fuerte y responsable, responden como si fuesen un reflejo las dificultades que tienen los ciudadanos para volver a hacer uso de sus capacidades.
Manifestar su descontento y expresar sus reivindicaciones a través de las agrupaciones públicas es un hecho fundamental que tiene el mérito de haberse impuesto en el conjunto de los países aquí mencionados, aunque sea en contextos diversos y provocando a veces fuertes reacciones por parte de los poderes gobernantes. Sin embargo, el gran problema de muchas de las organizaciones de acción colectiva radica en su dificultad para superar la fase contestataria y mostrarse capaces de definir un proyecto de futuro, así como de presentar competencias útiles para la participación en la construcción del Estado.
No faltan por tanto talentos y espíritus maduros, como tampoco faltan ideas. Sin embargo, a Túnez, Egipto, Libia y Siria, cada uno en su propio contexto, les sigue haciendo falta que las asociaciones y agrupaciones ciudadanas pasen a un estado maduro y revelador de una verdadera fase de emancipación. Sin duda, es demasiado pronto para que unos países sometidos a décadas de autoritarismo puedan virar de repente hacia un proceso democrático sano. Pero el hecho de que los ciudadanos identificasen estos problemas, e intentasen resolverlos, contribuiría a que la Primavera Árabe saliese de su estancamiento.
De las palabras a los hechos
La Primavera Árabe ha consolidado el surgimiento del “poder ciudadano”. Las organizaciones que representan a la sociedad civil tienen ante sí muchos obstáculos, pero tomar conciencia de los problemas relacionados con su funcionamiento les ayudaría a superarlos. Este objetivo deben tenerlo también presente los donantes y protectores de estas asociaciones, occidentales en este caso. Ya sean americanos o europeos, no han faltado medios financieros e humanos para que las estructuras de acción colectiva de los países en transición puedan aspirar a más eficacia y posibilidades. Este esfuerzo es bienvenido y debe continuar.
Pero debe ir acompañado de un replanteamiento de los “métodos” mediante los que se fomenta el avance de estas estructuras. La formación de “la juventud” y de las fuerzas sociopolíticas activas y su adaptación a los medios necesarios para la consolidación de proyectos ciudadanos y nacionales prometedores son absolutamente necesarias. Aparte de que estos requisitos deben contemplarse a la luz de las necesidades concretas que presenta cada uno de los países, también pueden ir acompañados de una contribución similar a la formación de las élites gobernantes, así como a la de los individuos que les sucederán algún día.
Este programa es claramente ambicioso y requiere que los colaboradores extranjeros preocupados por incrementar las opciones de éxito de los países árabes en transición complementen sus deseos con acciones concretas, eficaces y menos condicionadas por sus propios esquemas mentales.