¿De la ‘Primavera Árabe’ a la ‘Subsahariana’?

Las protestas seguirán pesando sobre los gobiernos si no se utilizan los recursos de un África rica para satisfacer, al menos, las necesidades básicas de sus habitantes.

Fátima Valcárcel

Parece difícil defender que no era de esperar que la Primavera Árabe se extendiera al resto de África e insistir en que sigue siendo improbable cuando, mientras se escribe este artículo, en Senegal se está viviendo uno de los momentos de mayor tensión preelectoral de la historia de su democracia “moderna”. Sin embargo, esta afirmación puede resultar menos incoherente si frente a la generalización se buscan las particularidades. No solo las de un África subsahariana diversa, sino las de una región cuyos los elementos comunes también ayudan a entender como un todo, aunque sea a costa de la simplificación.

Durante la primavera de 2011 resultaba sencillo escuchar voces jóvenes de la diáspora africana que mantenían que lo que estaba sucediendo en el norte ocurriría pronto al sur del Sáhara. O leer palabras como las de la activista pro Derechos Humanos y premio Nobel, Wangari Maathai, quien meses antes de fallecer, declaraba: “Un viento está soplando. Se dirige hacia el Sur y no podrá ser reprimido por siempre”. De hecho, durante los primeros meses de 2011, el efecto contagio llegó a tomar cierta forma en algunos países como Burkina Faso, pero las protestas fueron contadas y duramente controladas.

Eso sí, no sin dejar constancia de que una parte de la población está cada vez más dispuesta a defender sus derechos políticos. No obstante, también por entonces, la mayor parte de los expertos consultados en España y en la región vaticinaban lo contrario: hacía tiempo que en países como Senegal o Camerún, los movimientos sociales manifestaban su descontento y este podría llegar a adquirir, en cualquier momento, unas dimensiones similares a las que se estaban dando en el Magreb y en el Mashrek, pero ni los orígenes eran exactos, ni la situación era extrapolable al conjunto de África subsahariana. Una de las principales justificaciones a esta afirmación es la que apunta el profesor de Historia de África de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona, Ferran Iniesta: “En realidad, África negra ya tuvo su ‘primavera’ a mediados de los años noventa, mucho antes que la ‘árabe’.

El resultado fue una democratización de los procedimientos institucionales nada despreciable: parlamentos, prensa opositora y fraudes discretos, en general”. Este proceso que, como resalta el profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, Mbuyi Kabunda, coincidió con el periodo posguerra fría, “fue considerado por más de uno como ‘la segunda liberación de África’, por significar el fin de los partidos únicos y la celebración de las conferencias nacionales soberanas o constitucionales, dando paso a la liberalización política”. Lo que no sucedió en el norte de África, “donde se mantuvieron los regímenes establecidos o los mandatarios mediante algunas reformas superficiales”, añade el profesor de la República Democrática del Congo (RDC).

Kabunda, asimismo, insiste en que es preciso matizar que lo ocurrido en África subsahariana tuvo distintas velocidades: “En algunos casos se produjeron alternancias en el poder y, en otros, se mantuvieron regímenes autoritarios cambiando solo las formas mediante democracias electorales o ‘democraturas’, pero en ninguno de los dos casos se dieron verdaderas alternativas, debido a la adhesión al proyecto neoliberal por parte de los nuevos gobernantes electos”. De hecho, el profesor congolés reconoce encontrar un posible impacto de la Primavera Árabe en África subsahariana, que justificaría lo que ya está pasando en algunos países: “La exigencia por parte de la población (y de los jóvenes, en particular) de la profundización del proceso anterior, no finalizado.

Sobre todo donde fue manipulado y confiscado por las clases gobernantes”. Y es que uno de los distintivos de África subsahariana frente a sus vecinos del Norte es, precisamente, de carácter demográfico. Según datos del Banco Mundial, mientras en el mundo árabe el porcentaje de la población de entre 15 y 19 años es del 33,77% en 2010, este sector de la juventud alcanza cotas todavía mayores en la región subsahariana: del 42,42% en el mismo año. En Senegal, el peso de los jóvenes en las protestas es enorme. A pesar de que las manifestaciones se intensificaron el viernes 27 de enero –después de que el Tribunal Constitucional aceptara la candidatura del presidente Abdulaye Wade para optar a un tercer mandato en las presidenciales del 26 de febrero–, las manifestaciones masivas de la sociedad senegalesa se podrían fechar en junio de 2011.

Fue entonces cuando el movimiento M23 agrupó a los jóvenes que, además de intentar frenar los planes de Wade para presentarse de nuevo a las elecciones, a sus 85 años, mostraron su descontento ante la gestión socioeconómica de su jefe de Estado. En este país de África Occidental, el único que no ha conocido un golpe de Estado desde su independencia en 1960, la Constitución marca un máximo de dos legislaturas, pero Wade alega que él ya estaba en el poder cuando la ley se modificó. Entre el sector de la población que se posiciona en contra de su presidente, se halla el grupo “Y en a marre” (‘Estamos hartos’), formado originalmente por raperos. Un movimiento que se define como apolítico, pacífico, voluntario y laico, en un país como Senegal, donde cerca del 95% de la población es musulmana, que ha sabido llegar a sus seguidores a través de sus canciones.

En declaraciones al diario burkinés Le Pays, publicadas el 22 de noviembre de 2011, cuatro de los miembros de “Y en a marre” se ofrecían como alternativa: “(…) lejos de las guerras tribales y religiosas, de las revoluciones armadas, de las rebeliones que son orquestadas y maquinadas por Occidente”, pero sobre todo reivindicaban el control sobre el futuro de África, defendiendo los valores panafricanistas mucho más allá de lo que lo hacen algunos de los gobiernos africanos, a los que acusaban de ser siempre “marionetas de sus blancos”. El caso de Camerún es distinto. Los comicios presidenciales del 9 de octubre de 2011, a pesar de la denuncia por irregularidades de la oposición, volvieron a proclamar presidente a Paul Biya, en el poder desde 1982.

La manifestación pública del descontento, en cambio, no quedó en mucho más que en una decepción casi esperada. En Camerún se juntan dos factores que, a juicio de algunos expertos, amortiguan las protestas: elevados recursos propios y altos niveles de corrupción. Por un lado, este país de África Central cuenta, entre sus principales fuentes de ingresos, con oro, petróleo, madera, plantaciones agrícolas, ganadería o pesca. Por otro, según el Índice de Percepciones de la Corrupción de 2011, de Transparencia Internacional, Camerún se sitúa en la posición 134 del ranking, con 2,5 puntos sobre un máximo de 10. Pero cuando analizamos África subsahariana se nos suele olvidar un componente fundamental: que los movimientos sociales subsaharianos, cuya fuerza quedó claramente demostrada antes de las independencias, tienen sus propios estándares de actuación.

Como señala Iniesta, si la población no expresa su disconformidad durante la contienda electoral, no significa que no utilice otras vías para manifestar sus quejas. “En Camerún, durante los últimos tres años, ha habido dos huelgas generales no decretadas por nadie, pero que han paralizado el país, incluido los aeropuertos”, y añade: “La razón es simple: se vota como un recurso más, pero se sale a la calle cuando el gobernante votado comete algún disparate. El voto no es sagrado en África [subsahariana], apenas un recurso más entre otros”.

Mayor libertad de prensa y menor acceso a las nuevas tecnologías

Otra de las imágenes que se tiene de África subsahariana y que resulta difícil desmontar es la de que en todos los países de África la prensa es progubernamental o está fuertemente controlada. Sin ánimo de pasar por alto la necesidad de seguir apoyando a través de las redes transnacionales una mayor libertad de expresión, la promoción de medios independientes y mejores condiciones para los periodistas de la región, conviene detenernos en el Informe anual sobre la libertad de prensa en el mundo, de Reporteros Sin Fronteras, para comprobar que tampoco en esta ocasión África es una y que, simplificando una vez más, cuando se dio la Primavera Árabe existían diferencias claras entre los países de África del Norte y los de África subsahariana.

Salvo excepciones, la libertad de prensa en 2010 era claramente mejor en esta región que en los países en los que se produjeron las “primaveras árabes”. Mientras la mayor parte de los países de África subsahariana registraban una libertad de expresión similar a la de Brasil o India (nivel 3) y seis contaban con una “situación satisfactoria” equivalente a la que se vivía en España o Francia (nivel 2), todo el norte de África se hallaba en una “situación difícil” (nivel 4) o “muy grave” (nivel 5).

Por el contrario, si algo ha dejado de manifiesto la Primavera Árabe respecto a África subsahariana son las dificultades que tienen los subsaharianos para acceder a las nuevas tecnologías y lo que esta realidad les dificulta la comunicación bidireccional con el resto del mundo. Según el estudio How Africa Tweets (Cómo twitea África), de todo África subsahariana, excluyendo Suráfrica, en la lista de los 10 primeros países que más tweets mandaron durante el último trimestre de 2011, tan solo llama la atención Kenia –y en términos relativos, por el tamaño de su población, Ruanda e incluso Malí–, frente a la posición que ocupan Marruecos, Egipto, Argelia o Túnez.

Es cierto que Nigeria registra el tercer lugar con algo más del 10% de los tweets enviados durante el periodo, pero no hay que olvidar que se trata del país más poblado de toda África, con más de 160 millones de habitantes, por lo que el valor absoluto (1,65 millones de tweets) en relación con el tamaño de su población es muy bajo. Por tanto, de haberse producido una Primavera subsahariana, el papel que se les ha otorgado a las redes sociales en la Primavera Árabe hubiese sido muy distinto. Sin detenerse más en el análisis, sí conviene al menos señalar que no deja de ser significativo que Senegal no esté entre los 20 primeros países que destaca el informe realizado por Portland Communications.

Especialmente, cuando el último de la lista es Ghana con apenas 2.150 tweets lanzados en tres meses, sobre un total de 11,5 millones. Aunque la telefonía móvil se ha extendido en la región y ha facilitado la comunicación entre la población y con el exterior, el acceso a las nuevas tecnologías continúa siendo una de las prioridades de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para el subcontinente.

El impacto de la guerra civil en Libia y de la intervención de la OTAN

Lo que sí que ha dejado una larga estela de consecuencias, cuyas dimensiones no son aún medibles, es la guerra civil en Libia y el derrocamiento de Muamar Gadafi, con la presencia de las tropas de la OTAN. En primer lugar, con la caída del líder libio se ha acabado también con el único líder del norte de África que, durante los últimos años, había defendido y apostado claramente por el panafricanismo, ganándose con sus acciones a una gran parte de la población subsahariana que desaprueba cualquier tipo de intervención exterior en el continente, especialmente las de Occidente.

Ante el incremento del peso de nuevos actores internacionales (China, Brasil, India, países árabes…) en el panorama político-económico mundial, por lo general los dirigentes africanos se desenvuelven cómodamente en el ámbito diplomático, mientras que en el político- económico se encuentran más o menos atados a sus relaciones con las antiguas potencias coloniales e imperialistas, en función del poder de negociación que les permitan sus recursos o de sus intereses personales. Sin embargo, más allá de los gobernantes, el sentimiento de rechazo a los países occidentales ha aumentado entre la población subsahariana, tras lo sucedido en Libia. Especialmente en lugares como Malí donde Gadafi había jugado un claro contrapoder en forma de: inversiones (en turismo, banca o agricultura); cooperación bilateral (construcción de todo un barrio en la capital, Bamako, donde se ubica la mayor parte de los ministerios); cooperación multilateral (a través de sus contribuciones al Banco Africano de Desarrollo); o de fuerte carácter simbólico-religioso (como la construcción del centro cultural islámico).

En segundo lugar, la guerra civil en Libia provocó un problema migratorio para los subsaharianos que estaban trabajando en el país, normalmente de paso mientras buscaban la manera para llegar a Europa. Sin dinero para continuar su viaje al Norte, en cuanto estalló el conflicto, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) denunció la situación de estos africanos que querían regresar a sus países de origen, pero tampoco podían. Además, algunos estaban siendo atacados por la población libia, tras ser acusados de luchar como milicianos en las tropas fieles a Gadafi, aunque como señaló en su momento el portavoz de la OIM, Jean-Philippe Chauzy, la mayoría de los migrantes de África subsahariana no tenían nada que ver con los combates.

El 3 de noviembre de 2011, la OIM contabilizaba que un total de 768.372 migrantes había salido de Libia hacia Túnez, Egipto, Níger, Argelia, Chad, Sudán y también a Italia y Malta. La repatriación de estos migrantes ha repercutido no solo en los presupuestos de los Estados que colaboraron en la misma, sino fundamentalmente en el corte del flujo de remesas hacia sus países.

En la mayor parte de África subsahariana, ‘las estaciones’ son distintas y suelen ligarse a la agricultura

Durante los últimos años, la población de África subsahariana ha mostrado numerosas veces su desacuerdo, no solo para contestar unos resultados electorales (como pasó en Kenia o ha ocurrido recientemente en la RDC), ni para defender otros derechos políticos aun a riesgo de sus vidas (como sucede en Zimbabue), sino sobre todo para reclamar sus derechos económicos y sociales.

Protestas como las que se dieron en el norte de África por las subidas de los precios de los alimentos o del petróleo, ya en 2007-08, sí se extendieron al resto del continente y seguirán pesando sobre sus gobiernos si estos, en connivencia en muchos de los casos con las potencias extranjeras, no utilizan los recursos de un África rica para satisfacer, al menos, las necesidades básicas de sus habitantes, así como para garantizar su dignidad. Quizá entonces la mayoría de la población de África subsahariana quiera, y pueda, optar libremente por una democracia ajena y por un modelo de Estado impuesto, que en casi nada se asemeja a los nuestros.