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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Crisis global y conflicto en Oriente Próximo: una perspectiva sociológica
“La crisis financiera, y todo lo que ésta arrastra, es en realidad un momento de exaltación en un largo proceso que empezó a mediados de los años setenta”.
ENTREVISTA con Michel Wieviorka por Anton Landaburu
Michel Wieviorka (1946) es director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS, siglas del francés) así como director del Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos (CADIS). Entre sus principales temas de investigación se encuentran los movimientos sociales, el concepto de conflicto, el racismo y el terrorismo. El actual presidente de la Asociación Internacional de Sociología (AIS) aporta una perspectiva histórica y rechaza los análisis estereotipados de la crisis actual. Optimista en lo que respecta a la nueva administración americana, el codirector de la revista Cahiers Internationaux de Sociologie insiste en la importancia del liderazgo exterior y de las negociaciones entre todas las partes en Oriente Próximo.
AFKAR/IDEAS:Vivimos una importante crisis global, ante la cual la mayor parte de las explicaciones procede generalmente de los sectores económicos y políticos. Como sociólogo, ¿cuál es su análisis de este fenómeno?
MICHEL WIEVIORKA:Hay dos maneras de analizar una crisis como ésta. La primera es la retórica estereotipada que se oye en casi todas partes sobre las hipotecas de alto riesgo, la crisis inmobiliaria americana y la propagación de esta crisis a todo el mundo. En primer lugar, ésta pone en apuros al sistema financiero y, en consecuencia, nos hace entrar en un periodo de crisis económica y social que se manifiesta a través de la destrucción de empleo, cierre de empresas, paro y contracción de la economía. Esta retórica nos dice cosas razonables, pero, para un sociólogo, se queda un poco corta. Es importante añadir otro punto de vista. Consiste en decir que la crisis financiera, y todo lo que ésta arrastra, es realmente un momento de exaltación en una larga mutación que comenzó a mediados de los años setenta. El principio de este cambio, caracterizado por una disminución del intervencionismo del Estado, así como por una confianza absoluta en el mercado, da lugar al nacimiento del liberalismo. Hoy, este sistema liberal y su prolongación neoliberal dan señales de estancamiento, como demuestra la crisis actual.
A/I: En este sentido, ¿se traducen la vulnerabilidad y el agotamiento del sistema actual en la necesidad de cambio del propio sistema?
M.W.: Este segundo análisis del que le hablo tiene la virtud de decirnos que vivimos un momento paroxístico de esta purga liberal y neoliberal, y esta crisis nos obliga a plantearnos algunas preguntas. ¿Queremos recobrar la economía anterior a la crisis financiera y en consecuencia restaurar la fluidez y la confianza y, por tanto, reactivar el sistema tal como era o, por el contrario, no tenemos elección y debemos inventar algo nuevo? Es una pregunta importante y complicada, ya que para inventar algo nuevo hacen falta esfuerzos a largo plazo y no hay soluciones inmediatas. Son necesarias respuestas e inversiones, así como investigación a largo plazo; hay que educar, formar nuevos investigadores, etcétera. Ahora bien, al mismo tiempo, mucha gente pierde su empleo o ya no tiene un medio de ganarse la vida y pide respuestas inmediatas.
De este modo, se crea una tensión entre la urgencia social y la necesidad de elaborar respuestas con un horizonte un poco más lejano. Un buen ejemplo de esto es la situación actual del sector del automóvil. Hay que salvar los empleos de la industria automovilística, ¿pero hay que seguir fabricando, al mismo tiempo, coches todo terreno que consumen 30 litros cada 100 kilómetros para ir por ciudad? Es necesario intentar salvar el empleo en este sector y pensar a la vez en soluciones y percepciones diferentes acerca de nuestra movilidad urbana. Éste es el tipo de preguntas que convendría plantearse, pero la urgencia es de tal calibre que probablemente se plantearán cada vez menos.
A/I: Ante las distintas crisis de las industrias nacionales, los gobiernos tienden a adoptar medidas proteccionistas, como quizá ocurre en el sector del automóvil. ¿Qué opina de estas respuestas locales frente a problemas de carácter global?
M.W.: Éste es uno de los grandes problemas del mundo contemporáneo. Si bien los grandes problemas se plantean a escala global, no disponemos de los instrumentos para responder de manera global y entonces buscamos respuestas en el marco del Estado nacional. Tenemos una necesidad atroz de instituciones capaces de establecer normativas a escala mundial, carecemos de justicia global, de capacidad para regular el comercio, la producción, la circulación de personas, y también nos faltan actores en la esfera mundial. Soy un gran defensor del movimiento altermundista, con el que a veces estoy en desacuerdo pero que, en conjunto, tiene una percepción global de los problemas, lo cual me parece muy importante. El problema es que el espacio de la globalización no está muy estructurado y, por tanto, nos recluimos en los Estados, los cuales tienden a ser proteccionistas por definición.
A/I: En este contexto de crisis económica, y teniendo en cuenta las declaraciones del nuevo presidente de Estados Unidos,Barack Obama, acerca de la política fiscal y de la redistribución de la riqueza, ¿piensa que el modelo de Estado del bienestar europeo puede ser el modelo a seguir en el siglo XXI? ¿Está realmente preparada la sociedad americana para un cambio como éste?
M.W.: Actualmente, en todo el mundo, la población quiere sentirse protegida ya que existe una gran sensación de inquietud. Y, por tanto, cuando esperamos la protección del Estado, nos referimos al Estado del bienestar. Sin embargo, en la cultura americana, a los ciudadanos no les no gusta pagar impuestos ni gastar dinero en protección. Prefieren pagársela cada uno. Por eso creo que el Estado del bienestar va contra la cultura general americana, pero la coyuntura actual crea una necesidad de protección. En esta situación, la sociedad, especialmente después de haber sido víctima de los banqueros, de los financieros, del sector privado y de los capitalistas, parece que le pide al Estado que recupere una posición central. Esto lo demuestra, entre otras cosas, la elección de Obama y de su programa, que promete la instauración de una protección pública mucho más importante.
A/I: Pasemos ahora a Oriente Próximo. Teniendo en cuenta la situación actual, ¿cree que Europa puede desempeñar un verdadero papel en la región? ¿Qué pasa con el liderazgo americano?
M.W.: Si se trata de tener ideas, de crear condiciones favorables para algunos encuentros y debates, Europa puede desempeñar una función. Y no sólo Europa en su conjunto, sino algunos países en particular. Los acuerdos de Oslo no se entienden si no se conoce el papel formidable que desempeñó Noruega. Por tanto, Europa puede efectivamente desempeñar un papel, pero es bastante probable que no haya soluciones si éstas no se imponen desde el exterior y no simplemente a través de la creación de unas condiciones favorables para un diálogo entre Israel y los palestinos. Y este papel de fuerza exterior necesaria para que los actores principales se pongan de acuerdo sólo puede desempeñarlo Estados Unidos. Creo que el único liderazgo eficaz posible en la región provendrá de EE UU.
A/I: En este marco, ¿cómo valora usted la voluntad de la nueva administración americana de reanudar sus relaciones diplomáticas con Irán?
M.W.: La imagen que da la nueva administración de EE UU es la del debate y la negociación, y no la imposición de su visión de las cosas por la fuerza. Se quieren crear las condiciones para el diálogo, lo cual no quiere decir forzosamente que el diálogo sea posible. A menudo, cuando un actor quiere crear las condiciones para el diálogo, el otro lo percibe como una señal de debilidad. Pero si se aprecia fuerza en la postura americana, es un discurso que puede tener efectos considerables en toda la zona. La negociación es muy complicada, pero es seguramente lo mejor que se le puede desear a esta región.
A/I: En este contexto, ¿cuál debería ser la actitud europea frente a Hamás?
M.W.: Hamás es una mezcla de nacionalismo palestino, de toma en consideración de las dificultades sociales de la población y de preponderancia de un proyecto y una visión religiosa del mundo. En estas condiciones, creo que hay que reflexionar diciéndose que en lo que hace Hamás hay cosas totalmente legítimas y respetables a tener en cuenta, y otras que no lo son tanto. Si Hamás es un interlocutor, porque representa a parte de esta población, es necesario darle la posibilidad de existir. Pero, al mismo tiempo, no hay que darle la posibilidad de destruir el movimiento palestino. Pienso que hay que reconocer el nacionalismo palestino, así como las dimensiones sociales de la situación y no cortar los puentes con esta organización y, a la vez, no aceptar determinadas cosas. La diplomacia consiste en trabajar también con gente que no es exactamente como nos gustaría que fuera. Y Hamás no es exactamente lo que desearíamos que fuera.
A/I: El conflicto entre israelíes y palestinos sigue siendo una gran causa de movilización en los países árabes, pero también en Europa, y especialmente en las comunidades de inmigrantes. Parece que la opinión pública tiende a interpretarlo como un conflicto confesional y de identidad. ¿Cómo analiza este fenómeno?
M.W.: Éste es un problema muy interesante. Estamos en un mundo en el que la simple mención de la cuestión de Palestina y de Israel se proyecta en nuestras sociedades con mucha violencia, y esta proyección no es necesariamente un reflejo de la situación. Hay que reconocer que los actores de la sociedad europea cogen lo que perciben de Oriente Próximo para construir sus propios discursos y sus propias estrategias. Esto lo podemos observar en las manifestaciones a favor de los palestinos. Estos acontecimientos pueden reunir en torno a una misma causa a grupos a priori contradictorios como pueden serlo personas que de izquierda o de extrema-izquierda, personas con perspectivas humanitarias e islamistas antisemitas. Todo esto no tiene una gran unidad y por eso no puede estructurar de forma prolongada la vida política de nuestra sociedad. Esta proyección de los conflictos externos de un país al interior del mismo, lo cual es un claro reflejo de la globalización, amenaza con plantearse cada vez más en nuestras sociedades y no sólo a propósito de la cuestión palestina.