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Co-edition with Estudios de Política Exterior

Conflicto chiíes-suníes: raíces, clases y efectos
Causas políticas, teológicas, ideológicas, culturales, educativas, económicas y regionales: el sectarismo está arraigado en la lucha por el poder político y la riqueza nacional.
Faleh A. Jabar
Sectarismo (Ta’ifiya) y secta (Ta’ifa) están en boca de los iraquíes e incluso en el argot político regional. El sectarismo, pues, ha dejado de ser un problema interno de cada país para convertirse en una contienda regional con todas las de la ley, aunque enmascarada. Las sectas religiosas en el Islam son tan antiguas como el propio Islam. La división chií se remonta a los primeros días de la época del califato (siglo VII). Antiguamente, como en el caso de ortodoxos y católicos, geografía y sistema de gobierno separaban el sunismo del chiísmo. En el caso del cristianismo, existía el Imperio Romano oriental frente al occidental; en el del Islam, el Imperio Otomano frente al Imperio Safávida. No obstante, al igual que la división entre católicos y protestantes, la separación entre suníes y chiíes se incorporó en tiempos modernos a los cismas internos de los Estados a partir de 1921.
La división chiíes-suníes en Irak
Durante siglos y siglos, la división suníes-chiíes en Irak se basaba en diferencias culturales entre escuelas de religión, con sus propios ritos, rituales, valores morales, santuarios y símbolos. Desde la creación del Estado-nación moderno de Irak en 1921, los intentos de politizar estas diferencias culturales fracasaron tanto bajo la monarquía como durante la primera república (1921-58 y 1958-63). La politización del sectarismo suníes-chiíes ganó terreno durante la tercera república de los hermanos Arif (1963-68), aunque llegó a su máximo apogeo en la cuarta república del partido Baaz (1968-2003). El surgimiento del Islam político, el triunfo de Jomeini en Irán y la guerra Irak-Irán intensificaron esta politización.
Tras la ocupación iniciada en 2003, el sectarismo político se militarizó y no tardó en transformarse en guerra civil en 2006-07. En estos momentos, el conflicto armado ha remitido y los bloques políticos sectarios (suní y chií) han empezado a desintegrarse desde dentro, a raíz de la contienda y las rivalidades ancladas en solidaridades relacionadas con el municipio, la tribu, la familia o la región, además de unos intereses divergentes. Aunque siguen existiendo las etiquetas comunes de suníes y chiíes, cada vez son más los actores suníes y chiíes que se encuentran atrapados en varios tipos de organización social. Es el caso de las clases urbanas modernas, con sus ideologías modernas e intereses económicos divergentes, o el de las tribus y clanes antiguos, con sus intereses personales segmentados. Estas organizaciones sociales trascienden y disuelven las caracterizaciones y las etiquetas holísticas y sectarias elaboradas en los últimos 20 años.
La explicación es sencilla: las sectas no son organizaciones sociales; la religión se organiza en torno a los grupos urbanos/familiares, mientras que las estructuras sociales son tribus y clanes rurales, clases urbanas o sectores tribales itinerantes recién urbanizados. Ayer y hoy, la rivalidad sectaria entre suníes y chiíes es producto del legado de la transición del Imperio Otomano musulmán-suní sagrado al Estado moderno secular bajo gobierno británico. También se debe a los procesos irregulares integradores e inclusivos bajo sucesivos regímenes no democráticos. Y durante la ocupación encabezada por Estados Unidos, el conflicto entre chiíes y suníes se vio agravado por el vacío político existente en el centro, así como la influencia abrumadora del Islam político en ambos bandos de la división interna.
Fuentes y causas del sectarismo
Las principales fuentes del conflicto sectario residen en causas políticas, teológicas, ideológicas, culturales, educativas, económicas y regionales.
– Una participación política limitada
El nuevo Irak fue problemático desde el principio, al ser un Estado territorial que aspiraba a convertirse en nación, en el seno de una sociedad agrícola con pocos vínculos lingüísticos, comerciales e industriales. Un 76% de tribus rurales y un 24% de población urbana, anclada en la solidaridad urbana, con cada ciudad arraigada en identidades religiosas o comunitarias y recluida tras los muros cerrados de los barrios, en cuyas calles se producen reyertas que recuerdan a los estudiosos de Shakespeare los enfrentamientos entre los feudos de las familias Capuleto y Montesco, en Romeo y Julieta.
Como el Imperio Otomano era suní hanafí, una jerarquía social situó a los musulmanes suníes al frente, seguidos por los chiíes, los judíos, los cristianos, los sabeanos y el resto. En términos sociales, otra jerarquía situaba a los nobles (descendientes de familias sagradas) en la cúpula, seguidos por los mercaderes y los artesanos, con los pobres en último lugar y la aristocracia otomana por encima de todos ellos. Incluso entre las comunidades rurales y beduínas se instaló una jerarquía que situaba a los criadores de camellos por encima de los de ovejas, que ocupaban el segundo lugar, y por encima de los granjeros, a quienes correspondía el tercer puesto. Estas jerarquías tribales estaban relacionadas con la habilidad militar y el modo de ganarse la vida (con la espada, el comercio o los cultivos) de cada tribu. Las identidades tribales, religiosas y comunitarias debían ser sustituidas por la nueva identidad nacional (la iraquí).
Irak estaba destinado a incluir sólo a los árabes con naciones- Estado kurdas y turcas al Norte, tal como el Alto Comisionado británico había aconsejado al príncipe Faisal (que más tarde se convertiría en el rey Faisal I). Faisal se quejó de que él, siendo príncipe suní-shafí, tendría que convivir con una mayoría de chiíes árabes y hanafíes suníes. El rey Faisal, como en la época monárquica, pertenecía a una clase de terratenientes de origen tribal creada mediante la distribución de tierra MIRI (de príncipes), que incluía todos los segmentos religiosos, tribales y sociales casi a partes iguales. Tanto en la administración civil como en la militar, los suníes arrasaban, debido a su experiencia previa en el Estado otomano. Chiíes y judíos ocupaban carteras del gobierno, además de contar con una presencia proporcional en las dos cámaras del Parlamento. Su participación económica superaba, con mucho, la política. Y los intentos de politizar la identidad sectaria chií fracasaron. Durante la segunda y la cuarta república, el dominio del poder político por parte del militar desembocó en la abolición del Parlamento y la imposición del sistema unipartidista. Este sistema monopolístico afectó los procesos de integración nacional y provocó la exclusión de los kurdos y la marginación de los chiíes. Por ejemplo, en el Consejo del Mando de la Revolución, el liderazgo del partido Baaz y del gobierno, los chiíes no estaban suficientemente representados y los kurdos se veían excluidos. La marginación política relativa de los chiíes era claramente palpable y condenada.
– Exclusión administrativa
El monopolio político bajo el régimen autoritario contribuyó a la exclusión de amplios segmentos de la población en las filas militares, los servicios de seguridad, la policía, los medios de comunicación y colectivos similares. A ojos de los excluidos, esta situación tenía un halo de sesgo sectario.
– Injusticias económicas
Paralelamente a ese monopolio político tan cerrado ejercido por las élites militares o baazistas, existía también un monopolio sobre los ingresos petroleros, que desembocaba en la distribución desigual de la riqueza nacional, por medio del empleo estatal y los contratos gubernamentales, tejidos en torno a redes influyentes de carácter familiar, tribal o regional, o bien relacionados con la afiliación al partido. La ofensiva con miras al desarrollo y de carácter “socialista”, es decir estatista, condujo a la instalación de una economía planificada enfocada a la empresa privada mediante la nacionalización, predominantemente chií. Ambos factores –la distribución desigual de la riqueza petrolera y las regulaciones económicas planificadas– cortaron las alas a las clases empresariales en general y las actividades económicas chiíes en particular, desembocando en injusticias económicas, que se sumaron a las políticas. Los chiíes ya no predominaban en las cámaras de comercio, la federación industrial, el colectivo de los contratistas ni los sindicatos de la banca.
– Opresión religiosa
Al menos durante la primera década, la ofensiva autoritaria- secular del partido Baaz se cebó en los rituales chiíes, para desgracia de la clase clerical chií y disgusto del sector turístico religioso de los santuarios, donde la fuente de sustento de las principales ciudades chiíes se vio cortada sin más. Se prohibió la entrada a los seminaristas que querían estudiar en la ciudad sagrada de Nayaf, que perdió su lugar destacado en el mundo de la jurisprudencia chií. La torpeza de esas medidas se vería intensificada tras el triunfo de la República Islámica de Irán y la entrada en escena del Islam político chií.
– Derechos de la ciudadanía
Puede que los aspectos más primitivos y amenazadores del sesgo sectario los haya encarnado la Ley de Nacionalidad de 1924 (abolida en 2005), que dividió a la población de Irak en dos categorías: los sujetos otomanos y los sujetos iraníes. A los primeros se les concedían derechos como ciudadanos iraquíes; a los segundos se les negaban. Como la mayoría de tribus del Sur e incluso muchos residentes de las ciudades se registraron como “sujetos iraníes” para evitar el servicio militar otomano, se les consideraba legalmente “sujetos no iraquíes”. Esta ley se esgrimió en contra de los miembros del clero no iraquíes que se oponían al mandato británico; en los años setenta y ochenta, se ensañó con las clases empresariales chiíes, los militantes islámicos chiíes, los clérigos militantes y todo ciudadano chií cuya lealtad al régimen totalitario se cuestionara. Fue el ataque más grave contra la identidad iraquí de los chiíes.
– Educación y medios de comunicación
Por supuesto, las injusticias derivadas de la hegemonía política y el monopolio del poder estatal y la riqueza (petrolífera) nacional en manos de élites locales cerradas se extendieron a la educación, los medios de comunicación y la cultura (propiedad centralizada del gobierno). La lista de injusticias es larga. A lo largo de la historia moderna, como en la actualidad, el sectarismo ha estado arraigado en una contienda por los resortes del poder político y las distintas capas de recursos de riqueza nacional, alimentada por una marcada sensación de penuria y agravio entre amplios sectores de las comunidades chiíes. En los años cincuenta y sesenta, los chiíes adoptaron el comunismo, y el partido comunista era un instrumento político paniraquí, basado en la clase.
En los años sesenta, el partido Baaz atrajo a amplios segmentos de los chiíes; en los noventa, los chiíes empezaron a volver la mirada hacia sus clérigos y la ideología islámica. Para los ejecutivos liberales chiíes, las injusticias sufridas por los chiíes son fruto de la naturaleza del “socialismo” y la economía planificada introducidos por el Baaz; para la clase media, los izquierdistas y los radicales seglares, el problema se deriva de la naturaleza totalitaria del sistema unipartidista del Baaz; sólo los islamistas y los clérigos en su mayoría consideran que los atropellos de los que son víctimas los chiíes son consecuencia de un sesgo sectario deliberado, o de la dominación suní sobre la mayoría chií. Estas diferencias en las percepciones muestran que la comunidad chií al completo consiste, de hecho, en muchas comunidades dentro de un espacio cultural definido a grandes rasgos. Estas tres perspectivas distintas de las injusticias padecidas por los chiíes coexisten y se entrecruzan, pudiendo, de hecho, representar las distintas caras de una realidad compleja.
Desde 2003 a hoy
Mucho antes de 2003, la identidad iraquí ya se encontraba en crisis, fragmentada en múltiples identidades subnacionales. Esta tendencia se vio acentuada por el desmoronamiento de las grandes ideologías del pasado (la lucha de clases marxista, el nacionalismo árabe, nacionalismos de toda índole). Las ideologías seculares, en declive, fueron reemplazadas por el auge del islamismo, sectario por naturaleza. Los partidos islámicos, tanto suníes como chiíes, contribuyen a la construcción de identidades sectarias subnacionales, que se nutren de la pérdida de la supremacía (en el caso de los suníes) y de la afirmación del derecho a la supremacía (en el de los chiíes). El partido Baaz, derrotado, combatía la invasión liderada por EE UU bajo banderas religiosas; su aliado, Al Qaeda, luchaba bajo una bandera suní fundamentalista. La mayoría de sus ataques estaba, en ocasiones, dirigida contra clérigos, rituales, santuarios y símbolos chiíes.
En la primera fase de la transición, la política identitaria a gran escala entre chiíes y suníes empezó a cristalizarse rápidamente, hasta el nivel de las grandes identidades étnicas anteriores de kurdos, turcos y caldo-asirios, esculpidas en los años noventa. Al empezar la formación del nuevo Estado (creación de estructuras políticas: gobierno provisional, ejército, policía, poder judicial y sistema legislativo provisional) y la construcción de la nación (distribución de resortes de poder y recursos), los actores políticos erigieron sus bloques comunitarios y empezaron a competir los unos con los otros por parcelas y capas de poder político y recursos. Al mismo tiempo, trataban por todos los medios de granjearse una representación proporcional en el Consejo de Gobierno (julio 2003 – junio 2004), en la redacción de la Ley Administrativa de Transición (marzo de 2004) y en el gabinete provisional de Iyad al Alaui, una réplica del Consejo de Gobierno.
En ese momento, la mayoría de actores políticos consideraba las etiquetas comunitarias un medio seguro para acceder al poder y lograr una redistribución más justa de la riqueza nacional. Gracias a su abrumador peso demográfico, la polarización y el enfrentamiento entre chiíes y suníes ocupaban un lugar central en las macabras nuevas políticas identitarias. Ahora bien, los distintos sectores presentes en cada comunidad, donde los conceptos de tribu, clan, ciudad-familia y clase eran ingredientes cruciales, nunca se debilitaron. Una vez aseguradas –mediante las elecciones y la redacción de la Constitución (2005)– las principales rivalidades que modelarían el orden político y supondrían los cimientos de la nueva distribución del poder y los recursos, las subidentidades volvieron a surgir con tanta fuerza que hicieron añicos la fachada de unidad holística, a pesar de la furiosa guerra incivil interna entre suníes y chiíes de 2006.
Las identidades subcomunitarias derivadas de la tribu, la ciudad, la familia o la clase desembocaron en conflictos “leves” internos entre chiíes, suníes, turcos y, hasta cierto punto, kurdos, echando por tierra las conformidades y acuerdos del pasado. En la actualidad, la Alianza Unida Iraquí, chií (128 escaños en el Parlamento) consta de tres bloques opuestos y enfrentados. Tal vez el caso más destacado sea la contienda Hakim-Sadr, pero hay más ejemplos, como la ofensiva del primer ministro Nuri al Maliki contra los Sadr y otras milicias. Los Majalis al Isnad (Consejos de apoyo), recientemente constituidos por el gobierno para combatir las milicias radicales chiíes, también son una nueva fuerza a tener en cuenta.
El ascenso de los grupos tribales-políticos Sahwa en las provincias suníes amenaza al bloque suní iraquí, que, a su vez, está actualmente dividido en tres facciones enfrentadas. La guerra de todos contra todos se ve potenciada por unos intereses o ideologías divergentes, y por la existencia de feudos familiares-urbanos (Hakim contra Sadr). El chiísmo o el sunismo seguirán siendo indicadores culturales y sociales profundamente arraigados, pero las identidades comunitarias irán perdiendo terreno como acicates pancomunitarios. A raíz de ello, tal vez las tendencias políticas transcomunitarias se vean fortalecidas.
Polarización regional
Para la región, la invasión de Irak se produjo en medio de unos gobiernos nerviosos y públicamente nacionalistas-islamistas y en ausencia de un proceso regional en la Conferencia sobre Afganistán en Bonn. Los actores regionales –principalmente Kuwait, Arabia Saudí, Irán, Siria y Turquía– tienen agendas discordantes con respecto a Irak, vinculadas a sus inquietudes y reacciones con respecto a la agenda americana en Oriente Próximo y los acontecimientos internos. En resumen, sus vecinos no desean ver un Irak democrático, pero tampoco quieren un Estado fallido desestabilizador. Dos de los actores principales, Siria e Irán, son hostiles a EE UU; quienes no lo son, tienen inquietudes políticas. Todos los implicados actúan con el deseo de influir en la consolidación nacional en Irak, lo que enciende más rivalidades regionales contaminadas por colores sectarios. Irán es uno de los protagonistas.
La desaparición del Baaz supuso el fin de una gran amenaza para la seguridad persa, que sería sustituida por lo que Teherán consideraba una amenaza aún mayor, la derivada de la presencia americana. Con el ascenso de la política chií, Irán se adentra en una doble vía: por un lado, la presión militar sobre EE UU por medio del ejército del Mahdi; por otro, el apoyo a sus protegidos, al asumir una parcela de poder decisiva. El proceso político iraquí ofrece una buena oportunidad para lograr sus objetivos. Durante décadas, Irán ha estado preparando el SCIRI de Hakim, las milicias Badr, los grupos del partido Al Dawa, la Organización de Acción Islámica de Modarressi y a gran cantidad de dignatarios clericales chiíes, con la esperanza de exportar la Revolución Islámica. El Movimiento Sadrista se gestó más recientemente.
Irán reconoce cuatro objetivos principales en Irak: la promoción de un gobierno mayoritario chií amistoso; la retirada de Washington; la supervisión de la administración de los lugares santos chiíes (Nayaf, Kerbala y Kazimain) como propiedad panchií; y la dirección de las madrazas chiíes, para neutralizar a la moderada Nayaf frente a la radical Qom. Ahora bien, Irán cuenta con muchos centros de poder: el Guía de la Revolución, Ali Jamenei (y sus Pasdarán) ha adoptado una postura radical de “resistencia” enardecida; el gobierno electo del presidente Mohamed Jatamí se ciñó a la retórica de las Naciones Unidas sobre soberanía e independencia, con un ojo puesto en el compromiso; su sucesor, Mahmud Ahmadineyad, cambió radicalmente esta política, mostrándose más polémico. Jamenei apodaba a Muqtada al Sadr “el Nasrallah de Irak”, en referencia al Hezbolá de Líbano, poniendo en práctica una retórica distinta de la resistencia. No obstante, Irán parece incapaz de aprovechar su influencia sobre los protegidos iraquíes; hoy son más independientes y más sensibles a las necesidades y presiones internas.
Los actores suníes regionales muestran percepciones y agendas ambivalentes frente a la geopolítica iraquí. La situación ya está desencadenando un problema de seguridad interno y fronterizo, con una polarización política nacional desestabilizadora con respecto a los frentes de Nayaf y Faluya, lo que enardece los sentimientos públicos antiamericanos y favorables a la “resistencia”. Sin embargo, la mayor preocupación es el futuro o la posible marginación de los suníes y la influencia creciente de Irán en Irak. Estos matices se aprecian mejor en el caso de Arabia Saudí. El cambio en Irak ha coincidido con un mal momento para el país, caracterizado por un creciente ejercicio del terror autóctono, las secuelas de la sucesión, las presiones reformistas y unas relaciones deterioradas con Washington. Según los wahabíes, el proceso político iraquí constituye un “despertar chií”, la emergencia de una media luna que se prolongaría desde el distrito oriental hasta Irán, Irak, probablemente la Siria alauí (concebida en términos sectarios) y la chía de Líbano.
Además de suministrar ayuda humanitaria, Arabia Saudí respondió con un mayor apoyo a los ulemas suníes, los grupos salafistas, los Hermanos Musulmanes y los antiguos miembros del Baaz moderados, en un intento de enmendar lo que considera la marginación de los suníes. A diferencia de Kuwait, la actitud saudí es sectaria, se trata de un conflicto entre chiíes y suníes. Estas inquietudes son oficialmente manifiestas en Jordania y, hasta cierto punto, en Egipto, los Emiratos Árabes Unidos o Qatar (no se ha estudiado el caso de Bahrein).