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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Alternativas musicales y culturas urbanas
A través de la música, se desarrolla una identidad marroquí, argelina, tunecina, abierta al mundo, plural y sin complejos, a pesar de las dificultades de producción.
Amel Abou el Aazm, Badre Belhachemi
MBS, Intik, Bigg, Djmawi Africa, Darga, H-Kayne, Hoba-Hoba Spirit, Myrath, Dragon-Balti, Mazagan, Fez City Clan, Fnaire, Casa Crew, Steph Ragga Man… A algunos, sin duda, esos nombres no les dirá gran cosa. Sin embargo, se trata de los principales protagonistas de la revolución musical que actualmente tiene lugar en el Magreb. Desordenadamente, crean la actualidad musical de sus países. Esta nueva generación de artistas –que lo mismo domina el rap llegado de Estados Unidos o de Francia, el rock de Gran Bretaña, el reggae de Jamaica, que los ritmos chaoui de las montañas magrebíes y la música gnawa de los antiguos enclaves trasladados por la fuerza de África occidental al Magreb– se impone cada vez más, contra viento y marea, a contracorriente del letargo cultural en el que la región lleva inmerso desde hace décadas, planteando la alternativa.
¿Por qué utilizar palabras tan fuertes como “revolución” y “alternativa”? Pues porque una crisis artística e identitaria caracteriza al Magreb desde hace 30 años: entre los éxitos orientales y comerciales, queda poco espacio para la innovación y la creación en el marco de los proyectos artísticos. Pero, más que una revolución musical, ese movimiento constituye, por encima de todo, una bomba de oxígeno inesperada para los jóvenes magrebíes. Los ciudadanos de 15-35 años, que aumentan las listas de parados y otros diplomados sin salida, no ven que los regímenes presentes les propongan perspectiva alguna de futuro. Frente a esta impotencia política, el hervidero musical –del que da fe una sorprendente cifra, superior a 1.500, de grupos entre Argel, Casablanca y Túnez– transmite un mensaje de esperanza dinamizador.
Nacen por doquier festivales, radios, asociaciones culturales… Claro que el ritmo es distinto según se trate de Marruecos, Argelia o Túnez, pero el sentimiento de que algo se mueve es bien palpable en los tres países. Si, con MBS e Intik, el rap argelino tomó la delantera en este nuevo panorama, los 10 años de guerra civil y atentados terroristas retrasaron la consolidación de este circuito y de las infraestructuras en Argelia. Marruecos, con medio centenar de festivales y la apertura del paisaje audiovisual, es el primero de la lista, mientras que Túnez, a pesar de la omnipresencia de la censura y del régimen policial, hierve por igual. En estos tres países, se activa todo un circuito cultural, una especie de Magreb Musical Alternativo.
Con una fusión de lenguas y de estilos, los grupos musicales describen su vida cotidiana, confían en un porvenir mejor y aspiran a que cambie su situación. Con el único apoyo de las asociaciones, los festivales y el Système D, intentan resistirse a la llamada del Norte, creando dentro de sus fronteras una alternativa a la vez cultural, económica, social y política. En pocas palabras: de Rabat a Túnez, pasando por Argel, lo primero es crear e imponer su diferencia.
‘Mots pour maux’ (‘Palabras a cambio de agravios’), una música plural y mestiza
Al escuchar al conjunto de representantes de este movimiento, a pesar de la variedad de opciones musicales, uno de los denominadores comunes que sin duda surge es el compromiso de sus letras. Bigg, Dragon-Balti, MBS, Darga, Djmawi Africa o Hoba-Hoba Spirit cantan, pero, por encima de todo, toman la palabra para denunciar, reivindicar y protestar… Denunciar todo aquello que va mal, haciendo caso omiso a los límites impuestos por la anterior generación de artistas magrebíes. Reivindicar esa libertad de expresión que tanto ha tardado en llegar.
Protestar por la política de oídos sordos desarrollada por los políticos. Como los discursos de los partidos ya no significan gran cosa entre los jóvenes, la música se convierte en un modo de expresión, un medio para liberar la palabra, una forma de existir: “El hip-hop es un modo de mandar mensajes”, confirma Bigg, el rapero de Casablanca. Injusticia y miseria sociales, desempleo, corrupción, Irak, Palestina, África… los temas van de lo político a lo cotidiano, de lo local a lo global, de los episodios históricos relegados al olvido por la Historia oficial a la guerra civil, como manda la situación argelina. Tras dejar de lado el sistema político, se convierten en portavoces de una generación, a la espera de poder mejorar las cosas,prescindiendo de tabúes y censuras, conscientes de que sus canciones contribuyen a mentalizar, como afirma uno de los componentes de Darga: “Nuestro objetivo es despertar a la juventud”.
Estas letras inconformistas se cantan con el telón de fondo de una mezcla sonora, rítmica y melódica igual de revolucionaria, si no más. En efecto, este crisol musical escapa del cortapisa identitario árabe-musulmán impuesto por los regímenes magrebíes tras la independencia. Rompe con las dicotomías Oriente/Occidente y a la vez trata de restaurar el vínculo con las músicas llamadas tradicionales. “Hay como una recuperación del interés por las músicas heredadas, y aún más por la música procedente del Sur”, confirma Amina Alik, directora de la publicación mensual cultural argelina D-Full. A ritmo de reggae o de gnawi, el dariya “maghribya”, “djazayria” o “ettounssya” coquetea con el inglés, el francés y el español.
Largo tiempo ignorados, denostados y excluidos del universo oficial en pos del árabe clásico (que, sin embargo, no se habla ni en los hogares ni entre gran parte de la población amazigh), el dariya, el amazigh del Suss y el cabileño encuentran su lugar en esas canciones. “Tratamos de utilizar un lenguaje que todo el mundo entienda, empleando el habla cotidiana de los argelinos. Estamos trabajando con textos en cabileño”, explica Abdu, guitarrista de Djmawi Africa. Así, por medio de la música, se da curso a estrategias identitarias. La composiciones musicales simbolizan un discurso identitario aún más cautivador cuando esas canciones se incorporan de lleno al debate resultante de los efectos de la globalización.
La idea comúnmente admitida es que el movimiento general globalizador llega, a todas las sociedades, acompañado de una pérdida de sus propias referencias, de su identidad, de sus tradiciones. Sin embargo, ese sincretismo musical que los intérpretes operan a partir de los géneros musicales extranjeros demuestra su voluntad de unión (conjugar lo que suele llamarse rápida y abusivamente “lo tradicional” y “lo moderno”, “lo local” y “lo global”). Esta creatividad cultural se genera e impone espontáneamente. Rabbah, uno de los raperos de MBS, resume esta idea en pocas palabras: “¿Nuestras influencias? Todas las que nos llegan a los oídos. Es nuestra identidad musical natural, el choque entre los conocimientos de la infancia y lo que hemos ido a buscar en la cultura hip-hop que llegaba de fuera.” A través de la música, se desarrolla una identidad marroquí, argelina, tunecina, abierta al mundo, plural y sin complejos, que sale adelante a pesar de los escollos de producción.
Al principio eran asociaciones y festivales
El contraste entre la nada que sigue caracterizando el sector de las infraestructuras culturales magrebíes y ese hervidero cultural plantea varias preguntas: ¿Cómo nació y sigue existiendo ese movimiento? ¿Cómo lograron los grupos superar las barreras y dificultades que entorpecen todo proceso de creación? Al principio, las asociaciones fueron primordiales para los grupos y la configuración de este nuevo escenario musical. Fueron las primeras en proporcionar un local de ensayo, organizar conciertos, dar ayuda financiera en vísperas de la salida de un disco, tener contactos con otros actores culturales. Sus acciones constituyeron el principal apoyo de esos grupos.
En Marruecos, si hubiera que identificar “una causa material” de la eclosión de los grupos musicales, “L’Boulevard”, manifestación cultural anual organizada por la asociación EAC l’Boulevard de Casablanca, alcanzaría con creces la primera posición, pues este acontecimiento ha logrado canalizar la energía existente, concretizar una revolución musical. Único en su género, solo este festival ha logrado que evolucionaran los grupos, que se reconociera a los artistas y que el público, llegado de todo Marruecos, pudiera ver y seguir a las formaciones actuales. Creado en 1999, hoy va por su décima edición, congrega a más de 150.000 jóvenes durante cuatro días e inspira los sueños de los músicos del otro lado de la frontera: “¡Dicen que en L’Boulevard hay 40.000 personas al aire libre! ¡Es de locos! (…) El trabajo desempeñado en Marruecos por los jóvenes en favor de ese movimiento nos da esperanzas de cara al futuro. Todo es posible”, comenta con envidia el rapero argelino Rabbah.
El festival, que al principio se celebraba en una pequeña sala con capacidad solo para 300 personas, ocupa hoy dos estadios y ha multiplicado por 1.000 su capacidad de acogida y su público. L’Boulevard, cita imprescindible para descubrir a jóvenes talentos, permite a los grupos embarcarse en el circuito profesional y, posteriormente, les brinda la oportunidad de que los inviten a festivales nacionales e internacionales. En pocas palabras: L’Boulevard es el punto de partida de toda aventura musical para los grupos jóvenes marroquíes, la alfombra roja con muchas salidas en juego. “L’Boulevard es lo mejor que han hecho los jóvenes por los jóvenes en Marruecos, y lo único”, declara el grupo de metal Anaconda.
El éxito de L’Boulevard es inmenso, pues se trata de la primera estructura que ha desarrollado ese concepto, introduciendo novedades en un ámbito donde nadie había sabido ni podido aportar soluciones. Desde entonces, las repercusiones de este festival han superado con mucho las fronteras de la cultura –y del país–, dotando de ideas a varias estructuras, surgidas sobre todo del sector privado: festivales, patrocinadores, agencias especializadas en acontecimientos. Basados en el patrocinio, los festivales se desencadenan en el Magreb. Si en Marruecos el Festival Gnawa y Músicas del Mundo es el de mayor poder simbólico y ha dado pie al resto, en Túnez otro escaparate ha canalizado el hervidero musical actual: “Aparte del Festival Mediterráneo de la Guitarra (FMG), que programa grupos alternativos, pocas manifestaciones abren sus puertas”, explica Karim Benamor, presentador del programa Zanzana, dedicado al panorama del rock y el metal.
Basado en un modelo similar al de L’Boulevard de Casablanca, este festival organiza audiciones durante la sesión “Acordes de guitarra” y selecciona a los grupos que luego participarán en el FMG. “Nuestras colaboraciones más importantes son las de las distintas ediciones del Festival Mediterráneo de la Guitarra”, confirma el grupo tunecino Myrath. Se ha iniciado, pues, el relevo comercial, que agrupa a actores surgidos del sector privado, lo que permite promover aún más este panorama.
¿Y ahora qué?
A parte de las pocas asociaciones y festivales que han aportado cierta visibilidad a este escenario, los mismos artistas se han procurado soluciones, contando solo con el Système D, la autoproducción y sus propios medios para poder seguir adelante. “Desde que iniciamos nuestra andadura, no hemos recibido ninguna ayuda. Aparte de nuestro local de ensayo, todo el resto (compra de material, por ejemplo) proviene de la autofinanciación. Las subvenciones, como pasa en Europa, son inexistentes”, explica el guitarrista de Djmawi Africa.
En este sentido, Internet ha sido un recurso mágico que ha permitido a los grupos dar visibilidad a su música, difundirla y promoverla. Así es: aunque toda esta órbita de influencia empiece a posicionarse como verdadera música del Magreb, sigue acusándose una escasez brutal de infraestructuras (sociedades de producción, sellos independientes, locales de ensayo, conservatorios modernos, oficina de derechos de autor, tiendas de música). Parece obvio que, si esta ola confía en un relevo, deberá luchar por sí misma por sus derechos. Una vez más, tal como hizo para imponer su estilo.
El escenario magrebí intenta dolorosamente evolucionar de la etapa del amateurismo a la del profesionalismo. Pero, aunque se detecte un atisbo de profesionalidad entre las radios, las televisiones, el desarrollo de las empresas organizadoras de eventos, patrocinadores o el auge de la prensa escrita, el gran ausente sigue siendo el Estado, todavía sin política cultural. Exportar la música a otros lares aún es, pues, la única vía de salida. Y es que, una vez recorridos los festivales locales y las pocas salas existentes, los grupos vuelven a la casilla de salida, sin más alternativa que tocar en festivales europeos, conseguir un sello extranjero (como en el caso del grupo tunecino Myrath, que firmó con una discográfica francesa).
Y lo que es aún más grave: hay músicos condenados al exilio musical y social para hacer carrera en Europa. “Cuesta vivir de la música en Argelia. Es un mecanismo económico. El artista está algo marginado, y, en el inconsciente colectivo, ¡eso no es un oficio!”, constata amargamente el grupo Djmawi Africa. No hay duda de que se ha puesto en marcha una nueva dinámica, pero no deja de plantearse la cuestión de la profesionalización de este escenario: como todos constatan, sigue siendo prácticamente imposible para los músicos vivir de su arte. La cifra de conciertos –y, por tanto, de caché– sigue siendo insuficiente.
Pero los artistas que forman este Magreb Musical Alternativo –unidos no por tratados políticos sino por los mismos afanes–, ya no esperan nada de sus Estados, y solo cuentan con ellos mismos para encontrar los medios de supervivencia. Es más, “qué se le va a hacer si nuestros políticos no han conseguido unirse”, señala Djamawi Africa. Podría muy bien ser que la UMMA, la Unión del Magreb Musical Alternativo, se materializara antes que la UMA (la Unión del Magreb Árabe).